viernes, 23 de noviembre de 2007
Todos los libros, todas las voces
¿Quién presenta libro y cuándo?... Feria del Libro de Nuevo Chimbote se inaugura este lunes a las 6 y promete una avalancha de lectores en la Plaza Mayor
La Feria del Libro de Nuevo Chimbote abre sus puertas este lunes a las 6 de la tarde en la Plaza Mayor del distrito sureño y su realización hace realidad el lanzamiento de una serie de publicaciones, las mismas que a continuación pasamos a detallar:
El lunes, durante el acto inaugural de la Feria del Libro, el poeta Antonio Cisneros presentará “Propios como extraños”, última de sus entregas editoriales. El martes, Julio Orbegoso volverá a presentar “Semblanzas porteñas”, libro hecho público la semana pasada en el pueblo joven La Victoria; el libro de cuentos del joven narrador ancashino Eber Zorrila, será lanzado en la palabra de Ítalo Morales, también el martes; la novela del escritor limeño Martín Roldán, será presentada por Augusto Rubio Acosta; y el libro que habla sobre el líder histórico del partido de gobierno “Las mujeres de Haya”, será presentado en la palabra de su autora María Luz Díaz.
El miércoles a partir de las 6 de la tarde se presenta la revista “Xanta N° 2”, el libro de relatos del joven escritor Giancarlo Casusol “Amistad temporal” y el volumen de crónicas del narrador y periodista Augusto Rubio Acosta “Mundo cachina”. La noche se cierra ese día con las conferencias de Rafael Tapia: “Modernidad comunitaria. Los sujetos de la choledad en El zorro de arriba y el zorro de abajo”; la disertación de Ricardo Vírhuez sobre la novela de Chimbote y la conferencia de Carlos Calderón Fajardo: “Arguedas, identidad andina y novela moderna no europea”,
El jueves será el homenaje al maestro del cuento peruano, Carlos Eduardo Zavaleta, en la palabra de los docentes universitarios de la UNASAM, Macedonio Villafán y Segundo Castro. A su vez, Zavaleta disertará sobre la novela corta en el Perú.
La Feria del Libro se cierra el viernes con la presentación del libro “Memoria de tinta”, de Omar Robles, a cargo de Ítalo Jiménez Yarlequé y Augusto Rubio Acosta; el lanzamiento del libro de cuentos “El huayco que te ha de llevar”, del narrador huarasino Edgar Norabuena, a cargo de Vidal Guerrero; y las conferencias de los destacados narradores nacionales Roberto Reyes Tarazona, Oswaldo Reynoso, y la disertación de Beto Ortiz “Fui negro literario en New York”.
Las editoriales
La Feria del Libro de Nuevo Chimbote reunirá editoras diversas como Planeta, Fondo Editorial del Congreso de la República, Fondo Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Estruendomudo, Fondo Editorial de la UIGV, Bruño, Ornitorrinco, Norma, Río Santa Editores, Santillana, entre otras.
Yuyachkani llega a Chimbote
“Los músicos ambulantes” llegan al Paul Harris este 9 de diciembre celebrando los 25 años de su emblemática puesta en escena
Augusto Rubio Acosta
Yuyachkani, el grupo teatral peruano más representativo, el mismo que ha logrado durante 36 años de trabajo una identidad cuyas implicancias en el desarrollo del teatro peruano contemporáneo han sido fundamentales, estará en Chimbote este 9 de diciembre para presentarse en un evento a beneficio a realizarse en el coliseo Paul Harris, con una obra que le ha dado muchas satisfacciones: “Los músicos ambulantes”.
En efecto, hace 25 años nacieron los cuatro personajes de "Los Músicos Ambulantes", iniciando desde entonces un viaje que no ha cesado por la mayoría de los departamentos del Perú, América Latina, el Caribe, Estados Unidos y Europa. Esta obra, creación colectiva del Grupo Cultural Yuyachkani, es una composición que retrata una de las necesidades más urgentes de la sociedad peruana: descubrir y aceptar al otro.
En un momento en que nuestro país parece redescubrirse afirmando valores inherentes a su cultura e identidad, manifestando orgullo por su patrimonio monumental, por sus excelentes museos, por los recientes descubrimientos arqueológicos del norte, por el auge de su gastronomía que día a día sorprende al mundo, y por la cada vez más evidente creatividad de los peruanos, “Los Músicos Ambulantes” surgen como una obra que integra, a través de sus personajes, las diversas culturas, razas y costumbres de nuestro país, uniendo a sus representantes en la búsqueda de la superación, hablando de la inclusión como fuente para el desarrollo.
"Los Músicos Ambulantes" nos devuelven el reflejo de un país culturalmente diverso y nos hacen sentir orgullosos por ello, al reconocernos en los diferentes aires musicales y dancísticos, en los usos, costumbres y picardía de los personajes. El manejo de un lenguaje sencillo y la solvencia de los actores (que bailan, cantan y tocan instrumentos en vivo) hacen que sea una obra para toda la familia, que divierte y sensibiliza. La naturaleza de los personajes les permite adaptarse a los diferentes lugares y situaciones más aún cuando una ciudad que surge con su propia dimensión cultural como Chimbote lo anhela.
La bendita identidad
Sin que esta identidad se haya perdido, Yuyachkani ha experimentado un gran giro en cuanto a su producción escénica, concluyendo un proceso muy particular con la obra Contraelviento (1990) e iniciando una nueva etapa con montajes posteriores como Hasta cuándo corazón o Serenata, sin dejar de lado No me toque ese valse, que en realidad es el punto de inicio de ese cambio a finales de los 80. En “Los músicos ambulantes”, dicha identidad responde notoriamente a una serie de factores sociales, políticos y culturales que en la actualidad han adquirido otro perfil y es necesario que el gran público sea consciente de ello.
Usted debe saber que...
“Los músicos ambulantes”, de Yuyachkani se estará presentando este 9 de diciembre a las 2 de la tarde en el coliseo Paul Harris, en el marco del denominado “Primer Encuentro Cultural” que organiza el comité de damas del Rotary Club Chimbote Norte y que se inicia a partir de las 2 de la tarde (la jornada se prolongará hasta las 6 p.m. y contar{a con la participación de diversos grupos de danzas de universidades locales). ¿Las entradas?... 5, 10 y 15 lucas. Prohibido inasistir y de llevar a los tuyos, lector de este blog cultural.
miércoles, 21 de noviembre de 2007
Nuevo Chimbote ciudad letrada
III Feria del Libro abre sus puertas este lunes 26 de noviembre en el sur de la ciudad teniendo como invitados a grandes figuras de la literatura peruana
Augusto Rubio Acosta
En los postes, en los bares, en hoteles, cafés y en la misma plaza, el afiche de la III Feria del Libro de Nuevo Chimbote y I Festival Regional de la Lectura luce orgulloso ante la mirada de los transeúntes que van, vienen, comentan, llevan y traen la nueva noticia cultural en el sur de la ciudad. El milagro literario chimbotano vuelve a generar expectativa y ya para nadie es un secreto que la ciudad del interior del país más activa -si hablamos de literatura y actividades lúdicas- es esta misma que nos acoge, nos rechaza, pero también nos desespera.
El calor se hace intenso a esta hora de la mañana en la plaza, las cúpulas de la catedral parecen recién lustradas, y a este cimarrón no se le ha ocurrido mejor forma de matar el tedio que sorber por la cañita de un pisco de dudoso origen y dialogar con su inseparable compañera (y musa) sobre el prolongado viaje contumaz que siempre han significado las noches literarias y tabernarias de las ferias del libro.
“Cuando leí el Canto ceremonial del oso hormiguero, con su tono conversacional, desestructurado y narrativo, me quedó una sensación extraña y unas ganas terribles de embriagarme pensando en mi ciudad y en mi país. Pucha, es un asalto al tren, un viaje a Europa y al trauma del ser peruano en el Perú respirándonos en la nuca. Por eso, que vaya a venir (el lunes 26) a inaugurar la feria Antonio Cisneros, el poeta más reconocido de la generación del sesenta, es supergenial, sabes; ojalá se acerquen quienes de verdad deban acercarse…”.
La voz de mi compañera (porsiacaso es apolítica y en todo caso de haber sido “compañera” habría pertenecido a la falange rebelde del viejo Lucho in memoriam) se elevaba conforme le subía el licor a la cabeza y su parpadeo se tornaba insistente a cada línea del poema que teníamos la suerte de disfrutar:“Para hacer el amor debe evitarse un sol muy fuerte sobre los ojos de la muchacha / tampoco es buena la sombra si el lomo del amante se achicharra / para hacer el amor los pastos húmedos son mejores que los pastos amarillos / pero la arena gruesa es mejor todavía. / Ni junto a las colinas porque el suelo es rocoso ni cerca de las aguas. / Poco reino es la cama para este buen amor…”. Y Cisneros continuó con sus valles, sus praderas, los montes (fértiles) y pulmones abiertos para los cuerpos sin reposo. Qué más pedirle a la vida, qué…
El hecho es que el “Oso hormiguero” estará este lunes en la inauguración de la Feria del Libro y eso es más que suficiente. ¿Qué quiénes más estarán?... Pues el inefable, dicharachero cantuteño y bebedor contumaz Oswaldo Reynoso, quien la madrugada del viernes pasado en los bares de Quilca señaló: "Me denigraron, Augusto, dijeron que era un inmoral, que mis libros no podían ser leídos por la juventud porque la corrompían. Incluso, suscribieron una petición al ministro de educación para que me quitara el título de profesor... Pero se jodieron. Han pasado más de 45 años y no he modificado ni una sola línea de mis relatos; paradójicamente, ahora mis libros son lectura obligatoria en la secundaria. Por eso esa gente y los críticos literarios me llegan; que se jodan…”
El que también estará (el miércoles 28) será el notable narrador Carlos Calderón Fajardo, quien hace dos meses estuvo también en Chimbote y presentó su última novela ante más de 350 personas. Ahora dará una conferencia sobre José María Arguedas, identidad andina y novela moderna no europea. El viejo Carlos Eduardo Zavaleta, maestro del cuento peruano y de varias generaciones de sanmarquinos, será homenajeado la noche del jueves, en un acto donde se darán conferencias sobre su vida y obra a cargo de escritores y docentes universitarios de la UNASAM.
“Yo tengo muy clara la imagen de Baile de sobrevivientes, el excepcional relato de Zavaleta sobre la tragedia de 1970 en Áncash. La última vez que estuve en el Callejón de Huaylas volví a leer esa antigua historia mirando el cielo lluvioso de Yungay y me acordé de la mañana triste en que me obsequiaste Pueblo azul, el librito ese que tiene también cuentos brevísimos, el de portada triste y bien serrana…”
El mediodía daba paso a la tarde y hablamos también de la narrativa de Roberto Reyes, quien en sus dos últimas entregas editoriales (La caza del cuento y La caza de la novela) ha reunido los mejores artículos estos géneros literarios. Toda una reflexión sobre la narrativa latinoamericana. ¿Y Beto?... Pues el Beto Ortiz escritor que todo el mundo respeta, con su poesía priminegia cuando pisaba a diario el taller de poesía de la U. de Lima, sus crónicas en El Mundo y su libro Grandes sobras que presentó en la última Feria del Libro de Trujillo, estará el viernes 30 a la hora estelar para dar una conferencia sobre su vida literaria y de paria en los YU ES EI: “Fui negro literario en New York”.
Pero la feria también traerá autores de Áncash y de otras partes como Martín Roldán (con su novela Generación cochebomba), Eber Zorrilla, Edgar Norabuena, Ricardo Ayllón, Omar Robles, Rafael Tapia (quien disertará sobre Arguedas), Macedonio Villafán, Segundo Castro, María Laura Díaz (con su libro Las mujeres de Haya) y el chibolo Casusol que acaba de sacar un libro de relatos. ¿Ves?, para eso hemos venido a empapelar la ciudad con estos póster, a volantear estos trípticos y a pasar la vocina a la gente que deberá llegar a la plaza a llevarse un libro que estará barato pero tendrá calidad.
Se acaba el pisco, la cañita hace ruido, es tarde y hora de volver al centro. En la tarde pegas afiches en la Biblioteca de Gálvez (que se está mudando), en las úes (particulares y en la nacional (si te dejan entrar los profes en huelga). En la noche repartiremos volantes en el recital de poesía, en la esquina de Pardo con el semaforito que nadie respeta, en La Cachina (blues) que recién se ha incendiado y en el Bar Chissita que está de moda (a pesar que cuando la gente bebe de madrugada y le da hambre, al inconsciente de su dueño no se le ha ocurrido vender algún piqueo o algo por el estilo) a pesar de sus más de 30 años de vida bohemia en el corazón de la ciudad. Habla, somos Feria del Libro, mañana te voa buscar así que desmárcate, ¿si?, demuéstrame de qué estás hecha, mitad lectura, mitad silencio y un pedacito de estertor…
Augusto Rubio Acosta
En los postes, en los bares, en hoteles, cafés y en la misma plaza, el afiche de la III Feria del Libro de Nuevo Chimbote y I Festival Regional de la Lectura luce orgulloso ante la mirada de los transeúntes que van, vienen, comentan, llevan y traen la nueva noticia cultural en el sur de la ciudad. El milagro literario chimbotano vuelve a generar expectativa y ya para nadie es un secreto que la ciudad del interior del país más activa -si hablamos de literatura y actividades lúdicas- es esta misma que nos acoge, nos rechaza, pero también nos desespera.
El calor se hace intenso a esta hora de la mañana en la plaza, las cúpulas de la catedral parecen recién lustradas, y a este cimarrón no se le ha ocurrido mejor forma de matar el tedio que sorber por la cañita de un pisco de dudoso origen y dialogar con su inseparable compañera (y musa) sobre el prolongado viaje contumaz que siempre han significado las noches literarias y tabernarias de las ferias del libro.
“Cuando leí el Canto ceremonial del oso hormiguero, con su tono conversacional, desestructurado y narrativo, me quedó una sensación extraña y unas ganas terribles de embriagarme pensando en mi ciudad y en mi país. Pucha, es un asalto al tren, un viaje a Europa y al trauma del ser peruano en el Perú respirándonos en la nuca. Por eso, que vaya a venir (el lunes 26) a inaugurar la feria Antonio Cisneros, el poeta más reconocido de la generación del sesenta, es supergenial, sabes; ojalá se acerquen quienes de verdad deban acercarse…”.
La voz de mi compañera (porsiacaso es apolítica y en todo caso de haber sido “compañera” habría pertenecido a la falange rebelde del viejo Lucho in memoriam) se elevaba conforme le subía el licor a la cabeza y su parpadeo se tornaba insistente a cada línea del poema que teníamos la suerte de disfrutar:“Para hacer el amor debe evitarse un sol muy fuerte sobre los ojos de la muchacha / tampoco es buena la sombra si el lomo del amante se achicharra / para hacer el amor los pastos húmedos son mejores que los pastos amarillos / pero la arena gruesa es mejor todavía. / Ni junto a las colinas porque el suelo es rocoso ni cerca de las aguas. / Poco reino es la cama para este buen amor…”. Y Cisneros continuó con sus valles, sus praderas, los montes (fértiles) y pulmones abiertos para los cuerpos sin reposo. Qué más pedirle a la vida, qué…
El hecho es que el “Oso hormiguero” estará este lunes en la inauguración de la Feria del Libro y eso es más que suficiente. ¿Qué quiénes más estarán?... Pues el inefable, dicharachero cantuteño y bebedor contumaz Oswaldo Reynoso, quien la madrugada del viernes pasado en los bares de Quilca señaló: "Me denigraron, Augusto, dijeron que era un inmoral, que mis libros no podían ser leídos por la juventud porque la corrompían. Incluso, suscribieron una petición al ministro de educación para que me quitara el título de profesor... Pero se jodieron. Han pasado más de 45 años y no he modificado ni una sola línea de mis relatos; paradójicamente, ahora mis libros son lectura obligatoria en la secundaria. Por eso esa gente y los críticos literarios me llegan; que se jodan…”
El que también estará (el miércoles 28) será el notable narrador Carlos Calderón Fajardo, quien hace dos meses estuvo también en Chimbote y presentó su última novela ante más de 350 personas. Ahora dará una conferencia sobre José María Arguedas, identidad andina y novela moderna no europea. El viejo Carlos Eduardo Zavaleta, maestro del cuento peruano y de varias generaciones de sanmarquinos, será homenajeado la noche del jueves, en un acto donde se darán conferencias sobre su vida y obra a cargo de escritores y docentes universitarios de la UNASAM.
“Yo tengo muy clara la imagen de Baile de sobrevivientes, el excepcional relato de Zavaleta sobre la tragedia de 1970 en Áncash. La última vez que estuve en el Callejón de Huaylas volví a leer esa antigua historia mirando el cielo lluvioso de Yungay y me acordé de la mañana triste en que me obsequiaste Pueblo azul, el librito ese que tiene también cuentos brevísimos, el de portada triste y bien serrana…”
El mediodía daba paso a la tarde y hablamos también de la narrativa de Roberto Reyes, quien en sus dos últimas entregas editoriales (La caza del cuento y La caza de la novela) ha reunido los mejores artículos estos géneros literarios. Toda una reflexión sobre la narrativa latinoamericana. ¿Y Beto?... Pues el Beto Ortiz escritor que todo el mundo respeta, con su poesía priminegia cuando pisaba a diario el taller de poesía de la U. de Lima, sus crónicas en El Mundo y su libro Grandes sobras que presentó en la última Feria del Libro de Trujillo, estará el viernes 30 a la hora estelar para dar una conferencia sobre su vida literaria y de paria en los YU ES EI: “Fui negro literario en New York”.
Pero la feria también traerá autores de Áncash y de otras partes como Martín Roldán (con su novela Generación cochebomba), Eber Zorrilla, Edgar Norabuena, Ricardo Ayllón, Omar Robles, Rafael Tapia (quien disertará sobre Arguedas), Macedonio Villafán, Segundo Castro, María Laura Díaz (con su libro Las mujeres de Haya) y el chibolo Casusol que acaba de sacar un libro de relatos. ¿Ves?, para eso hemos venido a empapelar la ciudad con estos póster, a volantear estos trípticos y a pasar la vocina a la gente que deberá llegar a la plaza a llevarse un libro que estará barato pero tendrá calidad.
Se acaba el pisco, la cañita hace ruido, es tarde y hora de volver al centro. En la tarde pegas afiches en la Biblioteca de Gálvez (que se está mudando), en las úes (particulares y en la nacional (si te dejan entrar los profes en huelga). En la noche repartiremos volantes en el recital de poesía, en la esquina de Pardo con el semaforito que nadie respeta, en La Cachina (blues) que recién se ha incendiado y en el Bar Chissita que está de moda (a pesar que cuando la gente bebe de madrugada y le da hambre, al inconsciente de su dueño no se le ha ocurrido vender algún piqueo o algo por el estilo) a pesar de sus más de 30 años de vida bohemia en el corazón de la ciudad. Habla, somos Feria del Libro, mañana te voa buscar así que desmárcate, ¿si?, demuéstrame de qué estás hecha, mitad lectura, mitad silencio y un pedacito de estertor…
miércoles, 14 de noviembre de 2007
Yacana y los nuevos mitos
Miguel Ildefonso
El Café-Bar Yacana se ha convertido para la poesía peruana y de otros ámbitos en lo que El Palais Concert (ubicado a sólo unos metros, en el mismo jirón de la Unión) significó en su época, y que muy bien Abraham Valdelomar sintetizó con las siguientes palabras: “El Perú es Lima, Lima es el Jirón de la Unión, el Jirón de la Unión es el Palais Concert y el Palais Concert soy yo”. Hoy, pasado el siglo XX, quitando el egocentrismo del “Conde de Lemos” y la parodia, haciendo a un lado la seudo aristocracia limeña de antaño y cediendo a los nuevos tonos democráticos, es cierto que en ese pequeño estrado del “Yacana”, como simplemente se le conoce, ha desfilado, semana a semana, una extraordinaria cantidad de poetas de diferentes puntos del país. Y una muestra de ese nocturno ritual con la poesía recitada o leída en voz alta, es lo que nos convoca ahora con este nuevo libro, editado por su propio sello, que perenniza lo transitado, en medio de la sociedad del espectáculo (Guy Debord, dixit) limeño; es decir, de una sociedad que lee menos y olvida más. El juntar en un mismo ambiente la manifestación artística más popular del mundo moderno, como es el rock, con este antiguo oficio solitario, que se encarna bajo un reflector, rodeado de penumbra y vasos, en la voz de sus autores, para un mismo público, es crear una suerte de mágica performance al servicio no sólo del placer fugaz de la noche, sino también de la vigencia iconoclasta de su función crítica, y sirve, por si fuera poco, para el diálogo necesario y el impulso de su renovación estética.
“Quizás la ‘grandeza’ no esté de moda, como no está de moda lo trascendental, pero es muy difícil seguir viviendo sin la esperanza de toparse con lo extraordinario”, dice Harold Bloom de estos tiempos posmodernos. Vivimos en una época de exploraciones estéticas, si bien sin la estentórea posición “anti” de la época de las Vanguardias, bajo el amparo del psicoanálisis, el socialismo o la utopía, sí todavía con una búsqueda arqueológica y mística de aquello que nos pueda sorprender y trascendernos. Quizás lo que falta a esta época es la capacidad de poder ver sin miedo el futuro; de avizorar sin exageraciones no sólo el Apocalipsis, sino la esperanza de vivir un paraíso en la tierra. Quizás lo que haga falta es arriesgar otro tipo de mirada, menos densa, más plural y menos egoísta.
La cantidad de poetas que ha surgido en nuestro país en estos últimos años indica algo positivo. Nos dice que la poesía es ajena a toda la política anticultural del Estado, por ejemplo, o a la deficiente transmisión de este arte en los colegios. Casi todos los poetas aquí reunidos, muy jóvenes, habrán encontrado en el Yacana una excelente tribuna para sus primeros fogueos, también algo como una escuela (“la escuela de Lima”, la llama la poeta Dalmacia Ruiz Rosas, una de las coordinadoras de los eventos poéticos del Yacana) en donde se rompen los paradigmas seudo pedagógicos y anacrónicos, y se es el ser más libre: es decir, en donde el ciudadano pasa a ser “el poeta”.
Otro rasgo positivo es la consolidación de una tradición poética peruana a la que le ha costado mucho marcar su originalidad e independencia. El costo ha sido el de la vida de poetas como Vallejo y Heraud, el de los olvidos y reivindicaciones como los de Carlos Oquendo de Amat y César Moro. La vida de los poetas peruanos está marcada en su mayoría por el doble y triple sacrificio gozoso: el ser poeta, el ser ciudadano y el “ser para la muerte” (como dirían los existencialistas). Entre estos más de cien poemas atisbamos el iluminado ethos del poeta que se posiciona en un mundo siempre ajeno, contradictorio y alienante. Posición incomoda para el poder terrenal. Posición sagrada (“sagrado porque no está a la venta”, diría R. Hinostroza). El poeta ha recogido de nuestra tradición las notas y las partituras más acordes a sus propias sinfonías, para luego marcar su tendencia, fundar su propia orquesta:
Es el caso de Guillén, Cabel, Valderrama, Acleman, Hernández y Huapaya. El lenguaje poético se involucra en los escarceos del mundo interior del hablante, explora las oquedades de la voz poética para resignificarse, decirse a sí mismo (como en la poesía barroca de Martín Adán, o en las polifónicas sonoridades de C. G. Belli) lo que no puede alcanzar a decir con el simple sollozo, el grito, o inclusive el propio silencio. En poesía, racionalmente paradójico, todo dice y no dice a la vez. Por ello esta poesía concibe a la creación en tanto evolución de esta pasión humana, la de la poiésis; el poeta no deja de ser consciente de su aventura con la palabra y del vuelo trascendental y sin retorno que implica su tarea: un golpe de dados, una vox horrísona, hasta que el Yo sea Otro, o sea Otro el que nos hable del Yo.
Para Hegel la ironía consiste en insertar la subjetividad en el orden de la objetividad; para el poeta es además la manera de romper con lo sagrado, desacralizándolo. Es el caso de la propuesta del siguiente grupo (divisiones que me atrevo a ensayar en esta breve presentación): García Godos, Juan Zamudio, Vanessa Martínez, F. Méndez, Dora Moro, Bocelli, L. Valverde, G. Roldan y Arianna Castañeda. Aquí la poesía se vuelve evidentemente experimental, con golpes de anti poesía, flashes oníricos (tipo écriture automatique) y con una conciencia política de llevar el deseo, mediante la crítica sibilina, hasta sus ultimas consecuencias. Algunas veces sorprendentes imágenes o sentencias cisnerianas, otras veces del Luis Hernández social, podemos rastrear a través de un nuevo desenfado.
El tema amoroso, con fina plasticidad y sensualidad en las imágenes, se encuentra en: Gloria Ramos, I. Sabogal, A. Málaga, M. Rumana, W. Espinoza, D. Castañeda, F. Retamozo, M. Vargas, D. Jiménez, Gimena María, Virginia Benavides, A. M. Falconí y A. Torres. Una sensibilidad que desafía a la realidad con su lirismo, impulsada por el Eros y apoyándose en la memoria de los ámbitos cercanos. Perú ha desarrollado una rica tradición en este campo, con, por ejemplo, Francisco Bendezú o César Calvo; lo mismo que con la agudeza de Blanca Varela, y la poesía erótica femenina de los años 80.
Este es el grupo más grande: S. Risso, R. Salas, Astorga, O. Granda, P. Perales, E. Altamirano, H. Alva, John López, M. Blásica, F. Rebatta, W. Moreno, E. Munárriz, M. Ponce, Gonzalo Málaga, A. Morillo, F. Turlis, J. P. Mejía, D. Perea, A. Rubio, S. Vega y R. Paulino. Poesía de la urbe, en donde colectividades desarticuladas se enfrentan al mito de la Modernidad deshumanizadora, un conjunto de héroes solitarios que se recrean no sólo en ese spleen (antes Ojeda o Verástegui), sino también en el ámbito familiar y cotidiano, cuando la existencia se vuelve una forma de mantener en pie el prístino anhelo de armonía y la recomposición del sujeto posmoderno (Eielson).
El eje poético más reflexivo y que hurga en los discursos de la Historia es el de Víctor Ruiz, Inakapalla Chávez, Reinhard Huamán, Martín Zúñiga y Cecilia Podestá. El ritmo versal se ajusta a la contemplación de los vastos campos del tiempo, el mar y la cultura, por el que todo lo poetizado cobra una dimensión simbólica, casi mítica (veamos la poesía de Hinostroza o Montalbetti). El ser humano se reinventa en cada precario ciclo de la evolución del conocimiento (tal las eras de S. J. Perse). O como en el eterno retorno nietzscheano: los mitos del origen, del pecado y de la muerte se suceden, en esta poética, pero con un lenguaje más sereno y elevado, en un proceso que nos lleva si bien no tanto a la perfección humana, sí a la conciencia de nuestro devenir.
El mito andino de Yacana habla de una llama que va a beber agua de un manantial, y que de ahí surge la fuerza vital de su cosmos. El presente libro invita a entrar a este otro nuevo mito (colectivo como debe ser): el Café-Bar-Libro Yacana, donde sólo nos queda empezar a beber de estas nuevas aguas.
IMPELLITTERI
Reflexiones provisionales sobre las nuevas manifestaciones poéticas
escondida tras las ramas
parecía certera
Gloria Ramos
David Abanto Aragón
Comencemos reiterando nuestra llamado de atención por el uso indiscriminado y superficial de los términos generaciones y décadas. Baste una rápida revisión a lo trabajado sobre este tema para que el lector pueda constatar como en las aproximaciones al desarrollo de la literatura peruana se habla alegremente de generaciones del 50, 60, 70, 75, 80, 90... ¡Seis generaciones en un lapso de 50 años!
Algunos ya gustan hablar de una Generación del 2000, otros como Luis Fernando Chueca o Miguel Ildefonso con mayor criterio, optan por una cercamiento ajeno a todo facilismo. Así, M.I. ha considerado a este brote, en lo referente a la poesía, como parte de un tercer momento de lo que él denomina "efervescencia de la joven poesía peruana desde 1990 hasta el 2002".
Nosotros consideramos prematuro hablar de un brote generacional. Lo que existe con claridad son, por el momento, más pretensiones generacionales que una verdadera generación que realice efectivamente un proyecto creador. Obviamente no es nuestra intención agotar en este espacio este tema, solo apuntamos algo que por evidente se suele soslayar en las plausibles aproximaciones a este brote creativo que hasta el momento se han venido realizando. Lo que buscamos es, a partir de nuestra experiencia como lectores, señalar algunos rasgos distintivos de las manifestaciones líricas que nos permitan comprender las líneas creativas que veremos en los poemas seleccionados en esta muestra.
Luego de la intensa búsqueda y exploración poéticas de los años ochenta, los poetas peruanos, en términos generales, se sumergieron en un proceso de individualismo ascendente que abarcó gran parte de las manifestaciones de los años noventa. Sin embargo, esta tendencia se ha vuelto algo más homogénea en las recientes manifestaciones poéticas de la nueva centuria, una homogeneidad que no es síntoma, como se pretende hacer creer, de desarrollo y evolución. Creemos que la poesía peruana reciente manifiesta una crisis que expresa una pérdida en la profundización de la experiencia del poeta (también de los narradores) con su "escena contemporánea", con la atmósfera de su época, el vínculo con el mundo y la vida, que le confería esa capacidad para tomarle el pulso a su tiempo, para registrar cual sismógrafos (según la imagen de Vicente Huidobro) los desplazamientos de las grandes placas tectónicas de nuestros conglomerados sociales que son los que nutren a esos "creadores de las nebulosas históricas" como llamaba Vallejo a los artistas. Y se opta en gran medida, con notables excepciones, por la tediosa y fallida exploración de mundos interiores que se quedan en epidérmicas conquistas formales eficientes para satisfacer las apetencias de un mercado estimulado por los gustos "globales", unidimensionales, ajenas a un absoluto. "En ciertas épocas lo único digno es resistir" declaraba hace poco el poeta Tomás Segovia en una entrevista que le hicieron con motivo de otorgársele el premio Juan Rulfo. Resistir a la deshumanización, a la que asistimos cada vez más desconcertados y aparentemente inermes.
Pero no es fácil resistir cuando casi todo a nuestro alrededor parece invitar a deslizarse hacia el facilismo, lo light, lo vulgar, lo chusco.
¿Negamos la posibilidad de una poesía auténticamente nueva? No. Si algo ha caracterizado la creación poética en nuestro país es que esta se ha nutrido de los periodos de crisis los cuales han preludiado y preparado un orden nuevo. Estamos en un periodo de transición del ocaso al alba. Es en esta crisis que se elaboran dispersamente los elementos de la nueva poesía. La crisis que padecemos de modo tan agudo puede resultar extraordinariamente fecunda para la creación literaria y cultural en general. Las composiciones de los jóvenes Andrea Cabel, Gloria Ramos, Alejandra Málaga, Salomón Valderrama, Vanesa Martínez, Iñakapalla Chávez, Diego Lazarte, por mencionar solo a los jóvenes autores cuyas composiciones nos han llamado más la atención, son prueba de ello. Su aspiración de tomar distancia del tono conversacional es un rasgo común en sus composiciones, en ellas los poetas no acompañan a su poesía, como acontecía con los poemas vitalistas de los autores de los sesenta, ochenta y parte de los noventa. Los momentos de gran dinamismo histórico, de un potencial histórico en vías de actualización y/o redefinición movilizan vigorosamente a los auténticos creadores. Una creación que no considere con coraje, la disciplina y la visión estéticas necesarias para encontrar su propia voz en medio del bullicio y/o del silencio contemporáneos no será capaz de crear una poética viva en la que confluyan como una necesidad vital, una expresión de la condición humana, del impulso a no aceptar lo real como perentorio e incambiable.
Invitamos, pues, a aproximarse con mucha atención a la creación poética reunida por Willy Gómez y Dalmacia Ruiz Rosas en esta muestra y contribuir a suprimir una confusión, señalada ya por José Carlos Mariátegui, que desorienta a algunos artistas jóvenes —y no tan jóvenes—: No toda creación nueva es verdaderamente nueva. Ninguna creación artística que rebaje el trabajo artístico a una exclusiva cuestión de técnicas y temas representará un arte nuevo. Las técnicas y los temas deben corresponder a la expresión de una sensibilidad nueva también.
El Café-Bar Yacana se ha convertido para la poesía peruana y de otros ámbitos en lo que El Palais Concert (ubicado a sólo unos metros, en el mismo jirón de la Unión) significó en su época, y que muy bien Abraham Valdelomar sintetizó con las siguientes palabras: “El Perú es Lima, Lima es el Jirón de la Unión, el Jirón de la Unión es el Palais Concert y el Palais Concert soy yo”. Hoy, pasado el siglo XX, quitando el egocentrismo del “Conde de Lemos” y la parodia, haciendo a un lado la seudo aristocracia limeña de antaño y cediendo a los nuevos tonos democráticos, es cierto que en ese pequeño estrado del “Yacana”, como simplemente se le conoce, ha desfilado, semana a semana, una extraordinaria cantidad de poetas de diferentes puntos del país. Y una muestra de ese nocturno ritual con la poesía recitada o leída en voz alta, es lo que nos convoca ahora con este nuevo libro, editado por su propio sello, que perenniza lo transitado, en medio de la sociedad del espectáculo (Guy Debord, dixit) limeño; es decir, de una sociedad que lee menos y olvida más. El juntar en un mismo ambiente la manifestación artística más popular del mundo moderno, como es el rock, con este antiguo oficio solitario, que se encarna bajo un reflector, rodeado de penumbra y vasos, en la voz de sus autores, para un mismo público, es crear una suerte de mágica performance al servicio no sólo del placer fugaz de la noche, sino también de la vigencia iconoclasta de su función crítica, y sirve, por si fuera poco, para el diálogo necesario y el impulso de su renovación estética.
“Quizás la ‘grandeza’ no esté de moda, como no está de moda lo trascendental, pero es muy difícil seguir viviendo sin la esperanza de toparse con lo extraordinario”, dice Harold Bloom de estos tiempos posmodernos. Vivimos en una época de exploraciones estéticas, si bien sin la estentórea posición “anti” de la época de las Vanguardias, bajo el amparo del psicoanálisis, el socialismo o la utopía, sí todavía con una búsqueda arqueológica y mística de aquello que nos pueda sorprender y trascendernos. Quizás lo que falta a esta época es la capacidad de poder ver sin miedo el futuro; de avizorar sin exageraciones no sólo el Apocalipsis, sino la esperanza de vivir un paraíso en la tierra. Quizás lo que haga falta es arriesgar otro tipo de mirada, menos densa, más plural y menos egoísta.
La cantidad de poetas que ha surgido en nuestro país en estos últimos años indica algo positivo. Nos dice que la poesía es ajena a toda la política anticultural del Estado, por ejemplo, o a la deficiente transmisión de este arte en los colegios. Casi todos los poetas aquí reunidos, muy jóvenes, habrán encontrado en el Yacana una excelente tribuna para sus primeros fogueos, también algo como una escuela (“la escuela de Lima”, la llama la poeta Dalmacia Ruiz Rosas, una de las coordinadoras de los eventos poéticos del Yacana) en donde se rompen los paradigmas seudo pedagógicos y anacrónicos, y se es el ser más libre: es decir, en donde el ciudadano pasa a ser “el poeta”.
Otro rasgo positivo es la consolidación de una tradición poética peruana a la que le ha costado mucho marcar su originalidad e independencia. El costo ha sido el de la vida de poetas como Vallejo y Heraud, el de los olvidos y reivindicaciones como los de Carlos Oquendo de Amat y César Moro. La vida de los poetas peruanos está marcada en su mayoría por el doble y triple sacrificio gozoso: el ser poeta, el ser ciudadano y el “ser para la muerte” (como dirían los existencialistas). Entre estos más de cien poemas atisbamos el iluminado ethos del poeta que se posiciona en un mundo siempre ajeno, contradictorio y alienante. Posición incomoda para el poder terrenal. Posición sagrada (“sagrado porque no está a la venta”, diría R. Hinostroza). El poeta ha recogido de nuestra tradición las notas y las partituras más acordes a sus propias sinfonías, para luego marcar su tendencia, fundar su propia orquesta:
Es el caso de Guillén, Cabel, Valderrama, Acleman, Hernández y Huapaya. El lenguaje poético se involucra en los escarceos del mundo interior del hablante, explora las oquedades de la voz poética para resignificarse, decirse a sí mismo (como en la poesía barroca de Martín Adán, o en las polifónicas sonoridades de C. G. Belli) lo que no puede alcanzar a decir con el simple sollozo, el grito, o inclusive el propio silencio. En poesía, racionalmente paradójico, todo dice y no dice a la vez. Por ello esta poesía concibe a la creación en tanto evolución de esta pasión humana, la de la poiésis; el poeta no deja de ser consciente de su aventura con la palabra y del vuelo trascendental y sin retorno que implica su tarea: un golpe de dados, una vox horrísona, hasta que el Yo sea Otro, o sea Otro el que nos hable del Yo.
Para Hegel la ironía consiste en insertar la subjetividad en el orden de la objetividad; para el poeta es además la manera de romper con lo sagrado, desacralizándolo. Es el caso de la propuesta del siguiente grupo (divisiones que me atrevo a ensayar en esta breve presentación): García Godos, Juan Zamudio, Vanessa Martínez, F. Méndez, Dora Moro, Bocelli, L. Valverde, G. Roldan y Arianna Castañeda. Aquí la poesía se vuelve evidentemente experimental, con golpes de anti poesía, flashes oníricos (tipo écriture automatique) y con una conciencia política de llevar el deseo, mediante la crítica sibilina, hasta sus ultimas consecuencias. Algunas veces sorprendentes imágenes o sentencias cisnerianas, otras veces del Luis Hernández social, podemos rastrear a través de un nuevo desenfado.
El tema amoroso, con fina plasticidad y sensualidad en las imágenes, se encuentra en: Gloria Ramos, I. Sabogal, A. Málaga, M. Rumana, W. Espinoza, D. Castañeda, F. Retamozo, M. Vargas, D. Jiménez, Gimena María, Virginia Benavides, A. M. Falconí y A. Torres. Una sensibilidad que desafía a la realidad con su lirismo, impulsada por el Eros y apoyándose en la memoria de los ámbitos cercanos. Perú ha desarrollado una rica tradición en este campo, con, por ejemplo, Francisco Bendezú o César Calvo; lo mismo que con la agudeza de Blanca Varela, y la poesía erótica femenina de los años 80.
Este es el grupo más grande: S. Risso, R. Salas, Astorga, O. Granda, P. Perales, E. Altamirano, H. Alva, John López, M. Blásica, F. Rebatta, W. Moreno, E. Munárriz, M. Ponce, Gonzalo Málaga, A. Morillo, F. Turlis, J. P. Mejía, D. Perea, A. Rubio, S. Vega y R. Paulino. Poesía de la urbe, en donde colectividades desarticuladas se enfrentan al mito de la Modernidad deshumanizadora, un conjunto de héroes solitarios que se recrean no sólo en ese spleen (antes Ojeda o Verástegui), sino también en el ámbito familiar y cotidiano, cuando la existencia se vuelve una forma de mantener en pie el prístino anhelo de armonía y la recomposición del sujeto posmoderno (Eielson).
El eje poético más reflexivo y que hurga en los discursos de la Historia es el de Víctor Ruiz, Inakapalla Chávez, Reinhard Huamán, Martín Zúñiga y Cecilia Podestá. El ritmo versal se ajusta a la contemplación de los vastos campos del tiempo, el mar y la cultura, por el que todo lo poetizado cobra una dimensión simbólica, casi mítica (veamos la poesía de Hinostroza o Montalbetti). El ser humano se reinventa en cada precario ciclo de la evolución del conocimiento (tal las eras de S. J. Perse). O como en el eterno retorno nietzscheano: los mitos del origen, del pecado y de la muerte se suceden, en esta poética, pero con un lenguaje más sereno y elevado, en un proceso que nos lleva si bien no tanto a la perfección humana, sí a la conciencia de nuestro devenir.
El mito andino de Yacana habla de una llama que va a beber agua de un manantial, y que de ahí surge la fuerza vital de su cosmos. El presente libro invita a entrar a este otro nuevo mito (colectivo como debe ser): el Café-Bar-Libro Yacana, donde sólo nos queda empezar a beber de estas nuevas aguas.
IMPELLITTERI
Reflexiones provisionales sobre las nuevas manifestaciones poéticas
escondida tras las ramas
parecía certera
Gloria Ramos
David Abanto Aragón
Comencemos reiterando nuestra llamado de atención por el uso indiscriminado y superficial de los términos generaciones y décadas. Baste una rápida revisión a lo trabajado sobre este tema para que el lector pueda constatar como en las aproximaciones al desarrollo de la literatura peruana se habla alegremente de generaciones del 50, 60, 70, 75, 80, 90... ¡Seis generaciones en un lapso de 50 años!
Algunos ya gustan hablar de una Generación del 2000, otros como Luis Fernando Chueca o Miguel Ildefonso con mayor criterio, optan por una cercamiento ajeno a todo facilismo. Así, M.I. ha considerado a este brote, en lo referente a la poesía, como parte de un tercer momento de lo que él denomina "efervescencia de la joven poesía peruana desde 1990 hasta el 2002".
Nosotros consideramos prematuro hablar de un brote generacional. Lo que existe con claridad son, por el momento, más pretensiones generacionales que una verdadera generación que realice efectivamente un proyecto creador. Obviamente no es nuestra intención agotar en este espacio este tema, solo apuntamos algo que por evidente se suele soslayar en las plausibles aproximaciones a este brote creativo que hasta el momento se han venido realizando. Lo que buscamos es, a partir de nuestra experiencia como lectores, señalar algunos rasgos distintivos de las manifestaciones líricas que nos permitan comprender las líneas creativas que veremos en los poemas seleccionados en esta muestra.
Luego de la intensa búsqueda y exploración poéticas de los años ochenta, los poetas peruanos, en términos generales, se sumergieron en un proceso de individualismo ascendente que abarcó gran parte de las manifestaciones de los años noventa. Sin embargo, esta tendencia se ha vuelto algo más homogénea en las recientes manifestaciones poéticas de la nueva centuria, una homogeneidad que no es síntoma, como se pretende hacer creer, de desarrollo y evolución. Creemos que la poesía peruana reciente manifiesta una crisis que expresa una pérdida en la profundización de la experiencia del poeta (también de los narradores) con su "escena contemporánea", con la atmósfera de su época, el vínculo con el mundo y la vida, que le confería esa capacidad para tomarle el pulso a su tiempo, para registrar cual sismógrafos (según la imagen de Vicente Huidobro) los desplazamientos de las grandes placas tectónicas de nuestros conglomerados sociales que son los que nutren a esos "creadores de las nebulosas históricas" como llamaba Vallejo a los artistas. Y se opta en gran medida, con notables excepciones, por la tediosa y fallida exploración de mundos interiores que se quedan en epidérmicas conquistas formales eficientes para satisfacer las apetencias de un mercado estimulado por los gustos "globales", unidimensionales, ajenas a un absoluto. "En ciertas épocas lo único digno es resistir" declaraba hace poco el poeta Tomás Segovia en una entrevista que le hicieron con motivo de otorgársele el premio Juan Rulfo. Resistir a la deshumanización, a la que asistimos cada vez más desconcertados y aparentemente inermes.
Pero no es fácil resistir cuando casi todo a nuestro alrededor parece invitar a deslizarse hacia el facilismo, lo light, lo vulgar, lo chusco.
¿Negamos la posibilidad de una poesía auténticamente nueva? No. Si algo ha caracterizado la creación poética en nuestro país es que esta se ha nutrido de los periodos de crisis los cuales han preludiado y preparado un orden nuevo. Estamos en un periodo de transición del ocaso al alba. Es en esta crisis que se elaboran dispersamente los elementos de la nueva poesía. La crisis que padecemos de modo tan agudo puede resultar extraordinariamente fecunda para la creación literaria y cultural en general. Las composiciones de los jóvenes Andrea Cabel, Gloria Ramos, Alejandra Málaga, Salomón Valderrama, Vanesa Martínez, Iñakapalla Chávez, Diego Lazarte, por mencionar solo a los jóvenes autores cuyas composiciones nos han llamado más la atención, son prueba de ello. Su aspiración de tomar distancia del tono conversacional es un rasgo común en sus composiciones, en ellas los poetas no acompañan a su poesía, como acontecía con los poemas vitalistas de los autores de los sesenta, ochenta y parte de los noventa. Los momentos de gran dinamismo histórico, de un potencial histórico en vías de actualización y/o redefinición movilizan vigorosamente a los auténticos creadores. Una creación que no considere con coraje, la disciplina y la visión estéticas necesarias para encontrar su propia voz en medio del bullicio y/o del silencio contemporáneos no será capaz de crear una poética viva en la que confluyan como una necesidad vital, una expresión de la condición humana, del impulso a no aceptar lo real como perentorio e incambiable.
Invitamos, pues, a aproximarse con mucha atención a la creación poética reunida por Willy Gómez y Dalmacia Ruiz Rosas en esta muestra y contribuir a suprimir una confusión, señalada ya por José Carlos Mariátegui, que desorienta a algunos artistas jóvenes —y no tan jóvenes—: No toda creación nueva es verdaderamente nueva. Ninguna creación artística que rebaje el trabajo artístico a una exclusiva cuestión de técnicas y temas representará un arte nuevo. Las técnicas y los temas deben corresponder a la expresión de una sensibilidad nueva también.
¿Adiós a las armas?
(unas palabras por Juan Ramírez Ruiz)
Bernardo Rafael Alvarez
Juan Ramírez Ruiz nació en Chiclayo en 1946. Tenía 24 años cuando publicó “Un par de vueltas por la realidad”. Este libro, tengo entendido, debió haber salido al mismo tiempo que el de Jorge Pimentel, “Kennacort y Valium 10”, como una suerte de proyecto conjunto (este era el espíritu del Movimiento Hora Zero, ajeno a cualquier protagonismo individual). La falta de recursos de un lado y alguna otra razón que desconozco, hicieron que el autor de “Palabras urgentes” y teórico de la Poesía Integral se resignase a ver su obra impresa un año después. Calendarios diferentes, títulos distintos, voluntades acaso ya diversas, pero una sola verdad: ambos, como la espada de Pizarro en la Isla del Gallo (perdóneseme el símil tan desproporcionado e inconveniente) marcaron el deslinde entre pasado y futuro.
Seis años después apareció “Vida perpetua”. Un libro, en el aspecto formal, extremadamente distinto. Si el primero significó la incorporación del lenguaje popular a la poesía, el segundo representó una profunda y sorprendente incursión de la poesía en el lenguaje mismo. Fue, además, una invitación al lector a participar en la fiesta de la creación. Se trató de la primera gran expresión de estudio y experimentación que Juan se había propuesto y puso en práctica en “un solitario y franco proceso de ruptura.”
Luego vino lo que es, creo, el más importante y ambicioso libro escrito por el fundador de Hora Zero: “Las armas moldas” (Arteidea editores, 1996). Un libro que ofrece múltiples lecturas: poética, política, social, antropológica, lingüística. Un libro que no es para ser leído en una sola tarde. Consta, por lo demás, de doscientas treinta y cuatro páginas y contiene setenta poemas de excelente factura, muchos de los cuales son la suma de varios poemas lo que hace que la cuenta arroje un total de ciento treinta y ocho. El conjunto es lo que me atrevería a llamar una expresión de épica y lírica contemporáneas. Puede ser leído (otra vez perdóneseme, ahora por la irreverencia) como la Biblia: en el momento que usted desee, comenzando por la página que elija ex profeso o al azar, al revés o al derecho, de manera integral o interesándose solo en versos sueltos.
Paralelamente a la sucesión de los poemas, el libro ofrece el desarrollo de un trabajo de, al mismo tiempo, investigación y creación en el plano estrictamente lingüístico. A partir de una suerte de prólogo conformado por el antecedente de los “andigramas”, Juan Ramírez Ruiz se entrega a la tarea de sustentar una propuesta sumamente ambiciosa y audaz: crear la escritura de lo que denomina la dimensión hanan que no es sino (en sus propias palabras) “la dimensión suprema: la energía reunida del protoplasma, de la biosfera; el paraíso terrenal y cósmico poblado por las diáfanas teleologías de las altas elaboraciones mentales y espirituales de todos los hombres”. El resultado que obtiene es un catálogo de signos, o signario, llamado alfagrama, cuyos valores semánticos tienen carácter verbal, numérico, musical, cromático, geométrico y algoritmico.
Hagamos memoria. Hora Zero quiso significar una “toma de situación y de conciencia” como posición considerada ineludible. Planteó una nueva actitud frente al acto creador; señaló la necesidad de estudio, de investigación, de descubrimiento y de renovación; afirmó la urgencia de una poesía que no invite a la conciliación ni a pacto con las fuerzas negativas y se impuso el compromiso de escribir una poesía viviente que no deje escapar nada al trayecto del poeta como hombre momentáneo sobre la tierra. Su aporte fue o, mejor dicho, es la Poesía Integral como una totalización, donde se amalgame el todo individual con el todo universal.
A eso corresponde, estrictamente, “Las Armas molidas”: a lo que es la Poesía Integral, por su afán totalizador y su propuesta de un nuevo lenguaje como cabal signo de ruptura. No solo representa el punto culminante del desenfreno creador de Juan Ramírez Ruiz, es decir, el producto más elevado de una verdadera orgía de trabajo protagonizada por el luminoso habitante de aquel casi oscuro 444 del jirón Ancash (donde vivió durante un gran número de años). Es también la rigurosa realización del proyecto llamado Hora Zero.
Nos muestra, además, que, en verdad, la poesía no es solo ofrecimiento de complacencia, sino la búsqueda de lo imposible, el abrir las puertas de la utopía. Es la creación plena!
Con este libro, Juan Ramírez Ruiz nos dice, con certeza, que la inmolación de sus días (literalmente y al puro estilo horazeriano –cf. Palabras urgentes) no ha sido sacrificio vano, sino fecundo ejercicio vital. Por ello, lo digo creo que también con certeza, Juan sigue dando guerra: la exultante guerra de la poesía, cuyo objetivo no es la muerte sino la vida.
Bernardo Rafael Alvarez
Juan Ramírez Ruiz nació en Chiclayo en 1946. Tenía 24 años cuando publicó “Un par de vueltas por la realidad”. Este libro, tengo entendido, debió haber salido al mismo tiempo que el de Jorge Pimentel, “Kennacort y Valium 10”, como una suerte de proyecto conjunto (este era el espíritu del Movimiento Hora Zero, ajeno a cualquier protagonismo individual). La falta de recursos de un lado y alguna otra razón que desconozco, hicieron que el autor de “Palabras urgentes” y teórico de la Poesía Integral se resignase a ver su obra impresa un año después. Calendarios diferentes, títulos distintos, voluntades acaso ya diversas, pero una sola verdad: ambos, como la espada de Pizarro en la Isla del Gallo (perdóneseme el símil tan desproporcionado e inconveniente) marcaron el deslinde entre pasado y futuro.
Seis años después apareció “Vida perpetua”. Un libro, en el aspecto formal, extremadamente distinto. Si el primero significó la incorporación del lenguaje popular a la poesía, el segundo representó una profunda y sorprendente incursión de la poesía en el lenguaje mismo. Fue, además, una invitación al lector a participar en la fiesta de la creación. Se trató de la primera gran expresión de estudio y experimentación que Juan se había propuesto y puso en práctica en “un solitario y franco proceso de ruptura.”
Luego vino lo que es, creo, el más importante y ambicioso libro escrito por el fundador de Hora Zero: “Las armas moldas” (Arteidea editores, 1996). Un libro que ofrece múltiples lecturas: poética, política, social, antropológica, lingüística. Un libro que no es para ser leído en una sola tarde. Consta, por lo demás, de doscientas treinta y cuatro páginas y contiene setenta poemas de excelente factura, muchos de los cuales son la suma de varios poemas lo que hace que la cuenta arroje un total de ciento treinta y ocho. El conjunto es lo que me atrevería a llamar una expresión de épica y lírica contemporáneas. Puede ser leído (otra vez perdóneseme, ahora por la irreverencia) como la Biblia: en el momento que usted desee, comenzando por la página que elija ex profeso o al azar, al revés o al derecho, de manera integral o interesándose solo en versos sueltos.
Paralelamente a la sucesión de los poemas, el libro ofrece el desarrollo de un trabajo de, al mismo tiempo, investigación y creación en el plano estrictamente lingüístico. A partir de una suerte de prólogo conformado por el antecedente de los “andigramas”, Juan Ramírez Ruiz se entrega a la tarea de sustentar una propuesta sumamente ambiciosa y audaz: crear la escritura de lo que denomina la dimensión hanan que no es sino (en sus propias palabras) “la dimensión suprema: la energía reunida del protoplasma, de la biosfera; el paraíso terrenal y cósmico poblado por las diáfanas teleologías de las altas elaboraciones mentales y espirituales de todos los hombres”. El resultado que obtiene es un catálogo de signos, o signario, llamado alfagrama, cuyos valores semánticos tienen carácter verbal, numérico, musical, cromático, geométrico y algoritmico.
Hagamos memoria. Hora Zero quiso significar una “toma de situación y de conciencia” como posición considerada ineludible. Planteó una nueva actitud frente al acto creador; señaló la necesidad de estudio, de investigación, de descubrimiento y de renovación; afirmó la urgencia de una poesía que no invite a la conciliación ni a pacto con las fuerzas negativas y se impuso el compromiso de escribir una poesía viviente que no deje escapar nada al trayecto del poeta como hombre momentáneo sobre la tierra. Su aporte fue o, mejor dicho, es la Poesía Integral como una totalización, donde se amalgame el todo individual con el todo universal.
A eso corresponde, estrictamente, “Las Armas molidas”: a lo que es la Poesía Integral, por su afán totalizador y su propuesta de un nuevo lenguaje como cabal signo de ruptura. No solo representa el punto culminante del desenfreno creador de Juan Ramírez Ruiz, es decir, el producto más elevado de una verdadera orgía de trabajo protagonizada por el luminoso habitante de aquel casi oscuro 444 del jirón Ancash (donde vivió durante un gran número de años). Es también la rigurosa realización del proyecto llamado Hora Zero.
Nos muestra, además, que, en verdad, la poesía no es solo ofrecimiento de complacencia, sino la búsqueda de lo imposible, el abrir las puertas de la utopía. Es la creación plena!
Con este libro, Juan Ramírez Ruiz nos dice, con certeza, que la inmolación de sus días (literalmente y al puro estilo horazeriano –cf. Palabras urgentes) no ha sido sacrificio vano, sino fecundo ejercicio vital. Por ello, lo digo creo que también con certeza, Juan sigue dando guerra: la exultante guerra de la poesía, cuyo objetivo no es la muerte sino la vida.
martes, 13 de noviembre de 2007
Los nuevos conquistadores
Cuando ciertos escritores deforman el pasado y la memoria
Juan Cristóbal
Cuando llegaron los conquistadores españoles, aparte de expropiarnos las riquezas materiales, nos expropiaron también, como dijera Manuel Scorza, una enorme riqueza espiritual: la palabra. Lo cual significó, entre otras cosas, manipularnos (deformándonos) el pasado y la memoria. Cosa que siguen haciendo, como veremos, por otros métodos, pero con los mismos objetivos, los nuevos conquistadores.
Pero, ¿por qué es importante luchar por la palabra? Porque es recuperar nuestra identidad. Nuestros sueños, nuestras esperanzas, nuestras utopías. Porque la palabra, en la actualidad, y eso lo saben los nuevos conquistadores (y si no lo reconocen, se hacen los olvidadizos), es imaginar, con nuestras obras, nuestro futuro y, de igual manera, poder corroer y denunciar, como lo hace Galeano o Mafalda, el poder globalizador del imperio y sus infernales circuitos financieros y comerciales, tan metidos en las decisiones políticas del mundo entero, junto con sus aparatos de espionaje y militares.
Esto significa que, desde nuestro trabajo literario, es posible cuestionar el sistema explotador y desarrollar una literatura popular y nacional, sin ningún tipo de recetas, en contraste con la literatura antinacional que producen los nuevos conquistadores con el adalid Vargas Llosa a la cabeza, y sus magros servidores como Ampuero, Roncagliolo, Bayly, entre otros.
Este trabajo de formar la conciencia de nuestro pueblo es clave para el futuro, por varios motivos: porque es educar y sensibilizar a las grandes mayorías de la explotación a que hemos sido y somos sometidos (tal como lo hicieron Arguedas, Ciro Alegría y Vallejo), porque nos permite poner sobre el tapete los intereses de los antinacionales, y porque nos permite ligar el descontento de las luchas populares contra las clases dominantes y la ambigüedad de tantos progresistas que se dicen de izquierda.
Y esto no es nuevo. Se dio desde comienzos del siglo XX, cuando Mariátegui, y antes los anarcosindicalistas, y después los intelectuales y literatos, estaban en el campo popular, defendiendo no solo con su obra, sino también con su vida, sus ideas. Basta recordar al grupo Orkopata, a los Poetas del Pueblo, por los años 40, que, si bien militaban en el APRA, cuando se decía antiimperialista, luego muchos se separaron y pasaron a diversas filas de la izquierda, y cómo no, al Grupo Primero de Mayo, y después al poderoso grupo Narración, de los años 70, con el que algunos fundadores ahora discrepan, finalmente tenemos a Gleba, Piélago, Estación Reunida, Hora Zero, grupos pequeños pero que no estuvieron al margen de las ideas socialistas.
Recordar, igualmente, a poetas del 50 como Gustavo Valcárcel, Alejandro Romualdo, Juan Gonzalo Rose, Paco Bendezú quienes militaron o estuvieron cerca del PC, a Washington Delgado, Sebastián Salazar Bondy, que desarrollaron una labor creativa en las filas de la izquierda, si bien no orgánicamente, pero sí en favor de los derechos humanos, de la amnistía a los presos políticos, en la lucha por el petróleo y en su labor antiimperialista verdadera. En algunos casos no solo acompañaron, sino estuvieron en la vanguardia de esas luchas. Recuerdo, por los 80, a don Mario Florián expulsado del magisterio por participar en las luchas del SUTEP. Y antes, a Carlos Oquendo de Amat, comunista de carne y hueso, muriendo pobre en París, con su camisa roja, por sus ideas, y a Xavier Abril, olvidado por la crítica y la historia. Y a muchos más.
Y cómo no rememorar a Javier Heraud, Edgardo Tello, asesinados por ser guerrilleros, paradigmas de nuestra época. A Leoncio Bueno, asaltando bancos para el levantamiento de Hugo Blanco. Al suscrito, haciendo lo mismo, para las guerrillas del 65. A Juan Ojeda, preso en Brasil, por cooperar con los guerrilleros brasileños. A Cesáreo y Gregorio Martínez, Jorge Luis Roncal, Gonzalo Espino, Esteban Quiroz (de la editorial Lluvia), Hildebrando Pérez Grande, haciendo huelga de hambre a favor del SUTEP. Y así podríamos hacer citas interminables de diversos intelectuales y artistas en actividades a favor de la causa popular. Nombres como Rodrigo Montoya, Delfina Paredes, Manuel Acosta Ojeda, no pueden pasar desapercibidos en esta causa que tanto condenan y asustan a los nuevos conquistadores.
Es decir, la relación de los intelectuales y literatos con la izquierda no es reciente, ha sido histórica desde los años 20 por lo menos, sin mencionar a Mariano Melgar. Ha existido siempre una vinculación con la clase obrera y la mayoría explotada. Y esto, por una sencilla razón: porque en el Perú, como en otros países, hay dos grandes cosmovisiones, producto de la lucha de clases (que tanto atemorizan a los nuevos conquistadores): la del mantenimiento del sistema y la del cambio y la rebeldía. Si tuviésemos que graficar en nombres estas cosmovisiones diríamos que Vargas Llosa y sus adláteres pertenecen a la primera, y Vallejo, Arguedas y los actuales socialistas a la segunda.
Todo lo cual significa que algunos intelectuales y artitas se la jugaron para construir una patria justa, humana y solidaria. Mientras otros, bien gracias. En sus torres de marfil, escapándose de la realidad. O, como en la hora presente, tratando de idear una cultura transnacional, marginando o ninguneando a las culturas nacionales. Como bien lo expresa en un artículo anterior Fernández Cozman, cuando se refiere a Vargas Llosa y lo trata de "intolerante". Yo diría, fundamentalista de derecha.
Papel de los nuevos conquistadores
El papel de Vargas Llosa y sus seguidores es legitimar, pues, la cultura y la literatura imperial globalizadora, robándonos la palabra (como los antiguos expoliadores) a través de los diversos medios de comunicación y editoriales, para imponer de manera imperiosa una visión maniqueísta y antihistórica.
Y esto lo hacen, según sea el autor, de diversas maneras. Vargas Llosa lo hace abiertamente, mientras los suyos congelan el sistema manteniendo un perfil bajo o no cuestionándolo abiertamente (Iván Thays), cuestionándolo en el bar o en los cafetines, exponiendo mentiras respecto a las luchas populares y su violencia revolucionaria (Roncagliolo y Cueto), avalando el arribismo, la frivolidad, el individualismo (Bayly, Ampuero). Y todos ellos, distorsionando y caricaturizando la ideología del socialismo y entregándose totalmente al enemigo, ya alquilándose y vendiéndose (como Thorndike, en tiempos de Fujimori), en soledad (o en la cocina, como Hinostroza), en angustia permanente o en un infinito pesimismo.
De donde se desprende que, la lucha contra esta cosmovisión e intelectuales y literatos, tiene que ser permanente, justa y necesaria. Respetando, evidentemente, las formas de respuesta, porque son polos contradictorios de nuestro proceso cultural y literario (como lo fueron Sánchez y Mariátegui). Pero confrontándola permanentemente, aun cuando nos nieguen, bajo diversas modalidades, las posibilidades de respuesta en sus blogs o portales respectivos.
Mantener la llama viva de esta respuesta es ser consecuentes con la historia del país, con el futuro de nuestro pueblo y con tantos mártires que murieron y desaparecieron. Porque cuando llegue "la hora de los hornos" no quisiéramos festejar la Toma de la Bastilla, sino la Toma del Poder por los Bolcheviques.
Juan Cristóbal
Cuando llegaron los conquistadores españoles, aparte de expropiarnos las riquezas materiales, nos expropiaron también, como dijera Manuel Scorza, una enorme riqueza espiritual: la palabra. Lo cual significó, entre otras cosas, manipularnos (deformándonos) el pasado y la memoria. Cosa que siguen haciendo, como veremos, por otros métodos, pero con los mismos objetivos, los nuevos conquistadores.
Pero, ¿por qué es importante luchar por la palabra? Porque es recuperar nuestra identidad. Nuestros sueños, nuestras esperanzas, nuestras utopías. Porque la palabra, en la actualidad, y eso lo saben los nuevos conquistadores (y si no lo reconocen, se hacen los olvidadizos), es imaginar, con nuestras obras, nuestro futuro y, de igual manera, poder corroer y denunciar, como lo hace Galeano o Mafalda, el poder globalizador del imperio y sus infernales circuitos financieros y comerciales, tan metidos en las decisiones políticas del mundo entero, junto con sus aparatos de espionaje y militares.
Esto significa que, desde nuestro trabajo literario, es posible cuestionar el sistema explotador y desarrollar una literatura popular y nacional, sin ningún tipo de recetas, en contraste con la literatura antinacional que producen los nuevos conquistadores con el adalid Vargas Llosa a la cabeza, y sus magros servidores como Ampuero, Roncagliolo, Bayly, entre otros.
Este trabajo de formar la conciencia de nuestro pueblo es clave para el futuro, por varios motivos: porque es educar y sensibilizar a las grandes mayorías de la explotación a que hemos sido y somos sometidos (tal como lo hicieron Arguedas, Ciro Alegría y Vallejo), porque nos permite poner sobre el tapete los intereses de los antinacionales, y porque nos permite ligar el descontento de las luchas populares contra las clases dominantes y la ambigüedad de tantos progresistas que se dicen de izquierda.
Y esto no es nuevo. Se dio desde comienzos del siglo XX, cuando Mariátegui, y antes los anarcosindicalistas, y después los intelectuales y literatos, estaban en el campo popular, defendiendo no solo con su obra, sino también con su vida, sus ideas. Basta recordar al grupo Orkopata, a los Poetas del Pueblo, por los años 40, que, si bien militaban en el APRA, cuando se decía antiimperialista, luego muchos se separaron y pasaron a diversas filas de la izquierda, y cómo no, al Grupo Primero de Mayo, y después al poderoso grupo Narración, de los años 70, con el que algunos fundadores ahora discrepan, finalmente tenemos a Gleba, Piélago, Estación Reunida, Hora Zero, grupos pequeños pero que no estuvieron al margen de las ideas socialistas.
Recordar, igualmente, a poetas del 50 como Gustavo Valcárcel, Alejandro Romualdo, Juan Gonzalo Rose, Paco Bendezú quienes militaron o estuvieron cerca del PC, a Washington Delgado, Sebastián Salazar Bondy, que desarrollaron una labor creativa en las filas de la izquierda, si bien no orgánicamente, pero sí en favor de los derechos humanos, de la amnistía a los presos políticos, en la lucha por el petróleo y en su labor antiimperialista verdadera. En algunos casos no solo acompañaron, sino estuvieron en la vanguardia de esas luchas. Recuerdo, por los 80, a don Mario Florián expulsado del magisterio por participar en las luchas del SUTEP. Y antes, a Carlos Oquendo de Amat, comunista de carne y hueso, muriendo pobre en París, con su camisa roja, por sus ideas, y a Xavier Abril, olvidado por la crítica y la historia. Y a muchos más.
Y cómo no rememorar a Javier Heraud, Edgardo Tello, asesinados por ser guerrilleros, paradigmas de nuestra época. A Leoncio Bueno, asaltando bancos para el levantamiento de Hugo Blanco. Al suscrito, haciendo lo mismo, para las guerrillas del 65. A Juan Ojeda, preso en Brasil, por cooperar con los guerrilleros brasileños. A Cesáreo y Gregorio Martínez, Jorge Luis Roncal, Gonzalo Espino, Esteban Quiroz (de la editorial Lluvia), Hildebrando Pérez Grande, haciendo huelga de hambre a favor del SUTEP. Y así podríamos hacer citas interminables de diversos intelectuales y artistas en actividades a favor de la causa popular. Nombres como Rodrigo Montoya, Delfina Paredes, Manuel Acosta Ojeda, no pueden pasar desapercibidos en esta causa que tanto condenan y asustan a los nuevos conquistadores.
Es decir, la relación de los intelectuales y literatos con la izquierda no es reciente, ha sido histórica desde los años 20 por lo menos, sin mencionar a Mariano Melgar. Ha existido siempre una vinculación con la clase obrera y la mayoría explotada. Y esto, por una sencilla razón: porque en el Perú, como en otros países, hay dos grandes cosmovisiones, producto de la lucha de clases (que tanto atemorizan a los nuevos conquistadores): la del mantenimiento del sistema y la del cambio y la rebeldía. Si tuviésemos que graficar en nombres estas cosmovisiones diríamos que Vargas Llosa y sus adláteres pertenecen a la primera, y Vallejo, Arguedas y los actuales socialistas a la segunda.
Todo lo cual significa que algunos intelectuales y artitas se la jugaron para construir una patria justa, humana y solidaria. Mientras otros, bien gracias. En sus torres de marfil, escapándose de la realidad. O, como en la hora presente, tratando de idear una cultura transnacional, marginando o ninguneando a las culturas nacionales. Como bien lo expresa en un artículo anterior Fernández Cozman, cuando se refiere a Vargas Llosa y lo trata de "intolerante". Yo diría, fundamentalista de derecha.
Papel de los nuevos conquistadores
El papel de Vargas Llosa y sus seguidores es legitimar, pues, la cultura y la literatura imperial globalizadora, robándonos la palabra (como los antiguos expoliadores) a través de los diversos medios de comunicación y editoriales, para imponer de manera imperiosa una visión maniqueísta y antihistórica.
Y esto lo hacen, según sea el autor, de diversas maneras. Vargas Llosa lo hace abiertamente, mientras los suyos congelan el sistema manteniendo un perfil bajo o no cuestionándolo abiertamente (Iván Thays), cuestionándolo en el bar o en los cafetines, exponiendo mentiras respecto a las luchas populares y su violencia revolucionaria (Roncagliolo y Cueto), avalando el arribismo, la frivolidad, el individualismo (Bayly, Ampuero). Y todos ellos, distorsionando y caricaturizando la ideología del socialismo y entregándose totalmente al enemigo, ya alquilándose y vendiéndose (como Thorndike, en tiempos de Fujimori), en soledad (o en la cocina, como Hinostroza), en angustia permanente o en un infinito pesimismo.
De donde se desprende que, la lucha contra esta cosmovisión e intelectuales y literatos, tiene que ser permanente, justa y necesaria. Respetando, evidentemente, las formas de respuesta, porque son polos contradictorios de nuestro proceso cultural y literario (como lo fueron Sánchez y Mariátegui). Pero confrontándola permanentemente, aun cuando nos nieguen, bajo diversas modalidades, las posibilidades de respuesta en sus blogs o portales respectivos.
Mantener la llama viva de esta respuesta es ser consecuentes con la historia del país, con el futuro de nuestro pueblo y con tantos mártires que murieron y desaparecieron. Porque cuando llegue "la hora de los hornos" no quisiéramos festejar la Toma de la Bastilla, sino la Toma del Poder por los Bolcheviques.
Entre dos fuegos: historias de ingenieros, de Fransiles Gallardo
Jorge Díaz Herrera *
A través de los tiempos por los que ha transcurrido la humanidad, son muchos los pensadores que han coincidido en afirmar; que lo más difícil de la existencia, es la convivencia humana; y lo más difícil es aceptar al otro, tal y como es, y no como quisiéramos que sea.
Esta premisa ética y moral, nos ilumina en la comprensión del desciframiento de las razones de los grandes enfrentamientos entre los hombres.
Nunca se ha derramado más sangre en la historia; como cuando los fundamentalismos (de cualquier color) han tratado de imponer su modo de concebir la vida por la fuerza.
Podemos transitar en la historia desde los imperios de la antigüedad (Roma, Grecia, Esparta) hasta la “santa“ Inquisición, el nazismo, el fascismo y todo cuanto ha motivado a ciertos grupos; de supuesta gente civilizada, a imponer sus razones a sangre y fuego.
El Perú no es ajeno a esta verdad.
Hace poco tiempo; el crimen se organizó en nuestra patria y en su vocación carnívora y voraz; ocasionó una mortandad inconmensurable de niños, mujeres y hombres, de todas las edades y condiciones humanas.
Fue, como si de repente; todos hubiésemos enloquecido: Unos al querer matar y otros, al sentirse asesinados.
Fransiles Gallardo es Ingeniero Civil y por ende Constructor y no destructor y en su libro “Entre Dos Fuegos”, atestigua la terrible verdad de estas matanzas colectivas; en nuestra herida patria, El Perú.
Su prosa, muy próxima a la oralidad; es un testimonio veraz de lo vivido en esa época terrible y luctuosa de los años ochenta y noventa.
Su prisa, nos cuenta sucesos estremecidos, que conmueven.
Para ello, Fransiles Gallardo suelta el lenguaje; como quien suelta una jauría; sin importarle mayormente, si sus frases o palabras, pueden para muchos lectores, ser consideradas procaces.
Pero ¿De qué otro modo puede contarse como es el infierno y el infierno en esta tierra, en este país y con los demonios que habitan o habitamos el?.
“Entre Dos Fuegos”es evidentemente una Obra Literaria, y en ella hay en ella frescura y sinceridad.
Fransiles Gallardo construye un Universo verbal que toca la sensibilidad de los lectores; pero a su vez, es también, un testimonio que acrecienta en nuestras conciencias; la afirmación, de que no respetar la vida de quienes están en la vereda contraria a la nuestra, es un crimen tan feroz y censurable, como todos los crímenes.
Hay un proverbio chino que dice: “Quien despierte el dragón, lo hace sabiendo, que el fuego que arroja, quemará a unos y otros”.
En “Entre Dos Fuegos” hallaremos quizá, una respuesta a todo esto o por lo menos, una duda; que nos haga reflexionar acerca de cual es el camino que debemos elegir, para hacer que nuestras creencias y nuestra moral, sean valoradas y sepamos también, valorar las ajenas.
La guerra infernal que despertó el terror en nuestra patria, ha dejado surcos profundos; que quien sabe, cuanto tiempo tardarán en cicatrizar.
Este es el material con el cual Fransiles Gallardo elabora este estremecido libro “Entre Dos Fuegos “ al cual le agrega la frase: “Historias de Ingenieros”.
Fransiles Gallardo sabe muy bien como Ingeniero, lo difícil y duro que es construir: Un puente, una casa o un camino …. Y lo fácil, que resulta destruirlos.
Entonces; por todo ello, Fransiles Gallardo tiene autoridad moral para contarnos, lo que en este libro, él nos cuenta.
Educar a un pueblo es tarea de decenios o de siglos talvez; pero corromperlo, es cuestión de horas, talvez de minutos.
Saludemos pues a Fransiles Gallardo por su libro “Entre Dos Fuegos Historias de Ingenieros”, documento estético y a la vez histórico; que estoy seguro despertará muchas inquietudes en todos los niveles y así, como le ganará amigos; quien sabe también, podrá ganarle impensados enemigos.
Como lector y escritor, me atrevo a afirmar que leer “Entre Dos Fuegos Historias de Ingenieros”, más que un pasatiempo; es una obligación para quienes queremos conocer, más de cerca; el corazón de nuestro pueblo.
(*) Jorge Díaz Herrera, prestigioso escritor, profesor universitario y conferenciante. Premio Nacional de Fomento a la Cultura José María Eguren y Jurado del Premio Casa de las Américas. Su obra es considerada una de las más altas expresiones de la Literatura Latinoamericana.
sábado, 10 de noviembre de 2007
Juan Ojeda ¡ vive !
11 de noviembre, aniversario de la muerte del poeta chimbotano. Del averno hacia los montes fértiles
Danilo Sánchez Lihón
1. Navegante fúnebre
Cuenta Jung, comentando el Ulises de Joyce, que un tío anciano lo detuvo un día en la calle y le preguntó:
– ¿Sabes cómo atormenta el diablo a los réprobos? –Y continuó–, ¡los hace esperar!
Treinta y tres años han transcurrido desde el suicidio de Juan Ojeda, ocurrido el 11 de noviembre del año 1974, autor de un libro trascendental, cual es Arte de navegar y protagonista de una de las aventuras humanas más extraordinarias en la poesía de todos los tiempos
Veinticinco años se ha tenido que esperar para ver publicado, en forma total, el libro Arte de Navegar, que Juan Ojeda dejó estructurado meses antes de morir, el 11 de noviembre de 1974.
Pero la cita de Jung también es pertinente al evocar cuatro elementos que son esenciales en el libro Arte de navegar que motiva las siguientes reflexiones: 1). Ulises, símbolo de sabiduría. 2). El descenso al Hades, 3). El mundo del tormento; y: 4). La reflexión sobre el tiempo, la espera y el tedio. Todos ellos elementos sustantivos en la poesía de Juan Ojeda.
Ningún personaje se menciona tantas veces en Arte de Navegar –y más aún el ambiente donde mora– como Caronte: “...el viejo blanco con antiguo pelo”; el “...anciano de precario pelo”; “...ese anciano de lanoso rostro conduce vehemente / Tanta acritud, que la otra riba configura falaz toda esperanza”. Y con él, el trance de navegación de su barca, siendo el símbolo de esa navegación de donde deriva, en gran medida, el título del libro.
Allí se ofrece, también, la temática central y dominante de la obra, cual es la condición humana, la historia moral del Hombre puesta en escena en el traspaso de las almas a través de dicho río, todo a cargo de Caronte, quien repleta su barca con la multitud interminable de almas que lloran –algunas a gritos– por las aflicciones que ya padecen, y que sufrirán aún más por los siglos de los siglos. Mientras, como parte del castigo, ya las acosa el anhelo incontenible de pasar a la otra orilla –donde las espera el dolor tanto por los castigos que allí se infligen como por dejar esta vida sencilla– mientras el barquero las aporrea con el remo para acallar sus gemidos.
La poesía de Juan Ojeda tiene su escenario y su centro en medio de esas aguas impías que llegan hasta la embocadura del Hades, a orillas de cuyo foso arriba la barca del anciano irritado, quien arroja a esa sepultura las almas de los que alguna vez fueron vivos. El Aqueronte es frontera infranqueable que divide la vida terrena del padecimiento sempiterno. Y con él Juan pone en el tapete el juicio, la condena y el pavor postrero; todo ello sumido en un paisaje de niebla donde sólo hay horizontes difusos.
Caronte, en las conversaciones que tuve con Juan, con quien fuimos amigos entrañables, ejerció siempre para nosotros una fascinación subyugante. Él era el navegante por antonomasia en su mitología personal, el navegante símbolo, el que une mundos opuestos, aunque su destino sea fatal y abominable. Es el nudo y creo que, en el fondo, Juan era la encarnación de esa divinidad descalabrada.
Es en las aguas de pesadilla, densas e insondables de dicho río –lago en verdad por su anchura; de ondas pardas y negruzcas, profundas también por la pena que en ellas cunde, donde estallan rojizos los relámpagos y se oye el estallido y retumbar de los truenos, sólo interrumpidos por los acompasados golpes de los remos del barquero– donde Juan abisma su poesía; quizá por eso también tan olvidada, pues se conoce al Aqueronte como el Río del Olvido, porque quien se sumerge en sus aguas olvida en ellas quién es y todos se olvidan de él o ella, para siempre.
Siguiendo esta ruta o camino, Arte de navegar es un descenso a la morada de los muertos, una peregrinación por el mundo subterráneo y de los infiernos, adonde Juan proyecta la realidad común y corriente, es decir, la vida cotidiana, con sus grandezas pero más con sus ausencias y miserias:
Yo siempre he morado en el Infierno
Y de la vida sólo conozco un rostro destrozado:
El rostro de la niebla más dura que los sueños inútiles.
2. Mar apocalíptico
El mar u océano en la navegación de Ojeda no es, por eso, ningún mar externo. Ni el de los Sargazos que hollaron por primera vez con la quilla de sus naves los descubridores del “Nuevo Mundo” ni el fragoroso Índico, tan caro a Luis de Camoens, autor dilecto de Juan; ni tampoco se trata del Océano Pacífico, ante el cual Balboa dijera, según Juan Gonzalo Rose: “Por esta porquería te dejé, Teresiña”.
Menos puede ser el Mediterráneo que inspiró a Homero y Virgilio y que fuera tan añorado por Ovidio al sufrir ignominioso exilio en el Ponto Euxino. Tampoco, como se podría suponer, es el mar frente a la bahía de Chimbote, ni su espectral Isla Blanca, pese a las amanecidas de Juan bajo el farol titilante de la lancha de pescadores de su familia que enrumbaba saliendo desde ese puerto, lugar de su nacimiento.
La masa acuática que evoca es la que en gran medida determina nuestro destino de peregrinos de este mundo: el río doliente de la muerte, antesala del infierno. Su travesía es por el Aqueronte y sus afluentes: el Cocito, el Flegetonte y la quieta laguna Estigia, en donde el marinero traspasa las almas hacia el Hades, reino de Plutón, el más cruel e implacable de los dioses, hijo de Cronos, el tiempo.
La visión de Juan, como su vida, fue apocalíptica, situando su oído en la nervadura, ora aquietada ora bamboleante –siempre verdosa– de la barca de Caronte, poniendo su tacto en el remo pulido por tanto castigar a las almas estremecidas de llanto, y proyectando su gusto a la boca siempre abierta de aquel esperpento, porque bajo su lengua se deposita la moneda que pagan los condenados para ser conducidos y luego echados a la grieta inconmensurable. Juan recurre al fabulario clásico de la mitología greco–latina para representar sus intuiciones y conceptos, así como sus sentimientos y alucinaciones.
Los significados de su poesía son todos aquellos que pueden estar presentes en el trance que hay en cruzar de una a otra orilla en esa barca macabra atiborrada de almas. Y su actitud es sólo aquella que cabe en esa navegación suprema de la vida hacia la muerte y su eterna expiación, con sus olvidos y virtudes, sus banderas y traiciones, sus elevaciones y derrumbes.
Ahora bien, a veces desaparecen las orillas, también la barca y su timonel; y es como si se estuviera pasmado en alta mar, donde no hay paisaje ni historia, ni personajes, ni sus consecuentes emociones. Tampoco expectación ni sucesos. ¿Qué ocurre? Es que nos enfrentamos solos ante el misterio, a la incertidumbre en la que navegamos, frente al destino desolado, a la ausencia de Dios y al vacío existencial:
Esa quieta cesación del sentido...
Acontece como cuando estamos en alta mar, en donde es muy lejano mi origen e ignoto mi punto de llegada; estoy solo con el precario mundo que cargo y con el otro que me compone desde dentro, donde soy un desterrado o un expatriado. Y siento que únicamente el agua y el aire me componen e integran, siendo esos elementos tan impersonales mi único sustento; no la tierra estéril y empobrecida, tampoco el fuego que anima y apasiona; solos el agua y el viento, que baten o detienen a su arbitrio nuestra nave mientras los demás elementos contemplan ajenos. Con roles eminentes y soberanos: son el sol, la lluvia y la noche que se acrecienta.
De allí que se necesitará unción del alma para ingresar al rigor de estos versos, debiendo primero curar y sanar nuestro espíritu, porque ésta es morada de muertos; no poesía para la complacencia, ni para adornar el mundo o solazar la vida. Quizás sí para recomponer la historia, pero más para meditar y alcanzar una premonitoria y urgente sabiduría que tanto requerimos en estos tiempos agraces. Porque lo más estremecedor es lo que también está escrito en los pergaminos del infierno: que allí los réprobos ya no ven ni sienten su daño y su horror sino que, más bien, se deleitan con su castigo, que es lo que nos puede estar ocurriendo ahora en esta vida y en este preciso instante.
Juan, en toda esta alegoría, es el ánima viva, el ser consciente que ha visto, que sabe, compara y ausculta. Y que ha vuelto. Y que al final, con su muerte, testimonia lo que gravemente nos decía. Y, eso sí, reconociendo que moría más solo y desamparado que el Dante premunido de poderosos guías: Virgilio y Beatriz. Juan no tiene báculos ni hombros donde apoyarse; ni nombre de mujer, o novia difusa, que pronunciar en los labios. Tampoco una voz de consuelo, arisca o indulgente, de algún maestro. Y hemos evocado al Dante porque el capítulo del Infierno, en la excelsa Divina comedia, es a lo que más se parece la poesía de este santo o genio demoníaco, trashumante en los reinos de lo oculto, que es Juan Ojeda.
3. Ribas dialécticas
Otro elemento recurrente en la poesía de Juan Ojeda es la continua referencia a las “ribas” u orillas, el lugar de donde se parte y adonde se llega, donde termina la tierra y empieza el mar, y viceversa; símbolo también de ese desgarramiento y alumbramiento dialéctico que es su poesía. Ellas no son un mero enunciado, ni un recurso retórico y menos un simple telón de fondo. Las “ribas” son, inclusive, más que el puerto atrabiliario y congestionado, más que el conglomerado citadino y comercial –elemento estridente de la modernidad y del mundo de los vivos–. Las “ribas” son el símbolo del lugar por donde avanza la humanidad doliente que tiene que traspasar de una a otra orilla.
En ellas el paisaje es neblinoso, como una realidad difusa que se pierde en las sombras. Porque a ese brillo y fulgor que deviene de la luz incierta de las aguas del Aqueronte, a ese sonido que hace el golpeteo del oleaje acompasado del río en los flancos de la barca que transporta a las almas afligidas –que dejan la vida fugaz por la otra interminable– se proyecta en las ribas el reflejo de los actos vividos, empañadas como un telón de fondo pasmado e inescrutable. En las orillas del río, se divisa el hambre, las enfermedades, los vicios, el dolor.
Allí la estación siempre es invernal, y es donde surge –dejando a un lado o superando a Caronte– el personaje esencial de Juan, que es la humanidad doliente. Sean los inspiradores –o referentes a partir de quienes se habla– Mencio, Boecio, Swedenborg, Leopardi, Van Gogh, o la coetánea Suely Rolnik, todos ellos son puertas abiertas para sumergirse en el Hombre como especie, como realidad antropológica y hasta como entelequia.
Y tiene, siempre al fondo, la niebla como el típico paisaje de los ríos infernales, porque ella es el halo natural de lo angustiado, deformado y esperpéntico. En la niebla se esbozan los seres horrendos, quienes vuelven a la clemente niebla vuelven para poder soportar el breve instante de ser contemplados:
Así, para el que despierta, todo es niebla quieta
Que el viento arrastra entre los duros cepos.
El lugar del castigo eterno, en la literatura griega y latina, es el infierno, lóbrego, oscuro y subterráneo, adonde tenían que ir las almas después de muertas; lugar de fuego y escarnio en la doctrina cristiana. Sin embargo, el infierno de Juan es más tremendo: es la ausencia de sentido, la quiebra de la racionalidad, el desquiciamiento y, más aún, el vacío, la uniformidad y el tedio:
Y todo allí será crujiente abismo
sentirás estremecerse aullantes esferas rígidas:
impenetrable río
tiempo inmóvil
pavoroso rostro de lo hueco.
4. El hombre total y fatal
En el libro se indaga por una verdad dentro de lo oscuro, hosco y tenebroso, válida para el Hombre como conjunto. Hay allí un primer acto de valor: el identificarse, comprometerse y responsabilizarse por lo que es comprender una realidad trascendente para construir una humanidad verdadera, fundada en el abrazo y la solidaridad.
Ante las preguntas esenciales sus respuestas son tan demoledoras y funestas que le hicieron perder toda esperanza: ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuál es el destino final del Hombre? ¿Cuáles los signos ocultos de la condición humana? ¿Cuál el designio de Dios? ¿Hay Dios?
Fue osado, directo y sin ambages, no tanto en plantearse tales cuestiones que son más bien las que todos nos hacemos, sino en lo implacable de las respuestas. Lo peculiar fue ser riguroso y acendrado en los métodos y exhaustivo al recurrir a diversos saberes, ciencias y artes consumadas, religiones y arduas filosofías para obtener respuestas a tales indagaciones. Pero esta vez dar pábulo a tales preguntas se espera que las dé la candorosa poesía que a través de él las asume por completo. Macizas y agobiantes fueron las respuestas –por lo infelices y calamitosas–, lo que constituyó parte fundamental en el motivo de su suicidio. Preguntas que todos escondemos por comodidad, miedo o impotencia, por cuyas respuestas Juan indagó acuciosamente. Y éstas fueron adversas, negativas y horrendas ¿Ocultarlas a sí mismo? ¿Esconderse de ellas? ¿Manipularlas? ¿Buscar refugio en algún empleo bien o mal remunerado? Esta fue una de sus conclusiones:
Todo es pánico, inmóvil duración.
Su proeza es trascendente porque él asume el destino del Hombre, pues hacía tiempo que dejó de hablar como individuo para hablar como especie representando al género humano que sobrelleva un destino y determinadas condiciones que lo enajenan. A través de Juan habla la historia y su verbo tiene la densidad de siglos vividos.
Combado de soledad y neutro polvo hurga sus ojos.
Él es la esencia del estupor de la raza humana. No del dolor vertical, explicable desde las circunstancias se la vida sino del horror horizontal, permanente y no enmendable. Horror ante un proyecto humano y cósmico que él intuye o conoce deforme y pavoroso, cual es el rodar del mundo hacia el vacío. Es la visión terrorífica y espantosa que también diera en parte el evangelista del Apocalipsis, solo que en el caso de este último amparado y pretejido en una creencia. Horror de una catástrofe que se remonta al origen de la Creación, como un aborto divino interminable:
donde Nacimiento y Muerte, Putrefacción y Crecimiento,
son columnas quebradas
que un ojo perverso contempla torpemente.
Tal vez somos un don abolido por el nacimiento.
Las respuestas a sus indagaciones son estremecedoras. Hay un resultado de espanto, consecuencia del examen que arroja en sus proyecciones la ciencia, conclusión y síntesis de su sabiduría del mundo, que derivan en ser abrumadoras y lacerantes y ante lo cual ¡qué olvidado, distraído y banal se siente al Hombre frente a ese sino fatal que lo marca desde antes de nacer! ¡Qué indefensas y vulnerables resultan ser sus condiciones!
Trance de filosofía, poesía, religión y moral, donde lo superfluo no ingresa y todo lo esencial se hace trizas. Donde sólo la sombra de nuestro destino permanece, que las almas en breve rumor de culpa y añoranza logran esconder en el pavoroso escenario donde todas las imágenes son abominables y los significados ignominiosos, dichos en idiomas soterrados, con voces veladas, en instantes que fueron –pero ya dejaron de ser– supremos.
Nuestro indagar ha concluido
Y ésta es la sabiduría: nada hay
Que explorar fuera de la fábula...
5. El descenso y caída
¿De dónde deriva la noción, y hasta el sentimiento de tragedia, en Juan?: de la convicción de que estuvimos hechos para ser dioses y hemos rodado a una condición banal y efímera; expulsados del paraíso y después perdiendo día a día inocencia y sabiduría; hasta caer despojados de todas las virtudes, en el pozo ciego y perverso de la futilidad y, consecuentemente, en la condena al infierno.
Tierra de los dioses que el hombre habita,
y bajo el murmullo del tiempo una muerte segura.
En la proyección del tiempo pasado, presente y futuro, Ojeda encuentra una línea de descenso, caducidad e ignominia. He allí la clave de su desencanto, de su desilusión y consecuente fatalismo.
Y así es como vamos descendiendo
en la niebla hueca de la vida humana.
Hay una direccionalidad de descenso y caída. Desde una infancia hacia un lugar perdido, desde una plenitud hacia una caducidad, desde el vientre materno a la fosa sepulcral. Somos ángeles expulsados y expatriados del reino. Hemos perdido la verdadera casa, el divino útero materno, la morada imperecedera. Somos desterrados del paraíso de la inocencia y la divinidad:
¿Conocerán el tiempo otro? Tal vez una inocencia oscura
accedería, como dolorosa llaga, en la raíz de lo vivido,
el tiempo deviniendo bajo inmóvil materia.
Pero nuestra pureza ya la hemos perdido,
o mora en un dominio de pavorosos gestos.
Todo ha devenido en muerte, en falso lenguaje y hasta en gestos impropios. Hay un origen poderoso, sublime y pletórico, pero la línea que hemos seguido es nefasta, dejando lo glorioso hemos sucumbido y caducado. La suya es poesía de la desilusión y la desesperanza por la esterilidad del mundo. Quizá porque se ha amado tanto... debido a que se ha esperado mucho... porque cuando se tiene una idea tan alta y es tan elevado el propósito deviene profundo el desencanto.
Pero tú yaces oculto o simulas alejarte
de lo que, en verdad, es tu único misterio:
en la innoble morada de la realidad
nutres un sentido más hondo,
del que ya ha cesado todo vestigio humano.
Arte de navegar es –paradójicamente– la elegía de un naufragio, la rapsodia de una catástrofe. Una desgracia en vez de un arte, donde todo es fatal y se avizoran solamente despojos. Permanecen las ruinas de lo que ha sido casa, palacio y ciudad. La mirada conturbada desciende a las regiones del espanto, de los restos putrefactos, del abandono de Dios.
Los desgarrados, esos que recogen, sin saberlo,
la pavorosa carencia del mundo y, transfigurados,
soportan el misterio y habitan una soledad deforme.
Alguien se burla de nosotros. Hemos sido engañados. Dios juega con el Hombre. Hay un fraude que no concluye y ni siquiera es fraude pleno sino esbozo fraudulento, y todo es mueca y farsa. Y hay quienes no se desilusionan de nada, porque nada avizoran, nada alumbra sus espíritus, a nada aspiran.
6. El dios ausente
La poesía de Juan Ojeda es la construcción de una estructura ausente. Es el vacío de Dios. Y la enajenación de Dios no es porque éste sea distante e inasequible sino porque no es habido; porque al regreso de la anhelante búsqueda la respuesta es que el lugar que ocupaba está vacío, es hueco y yace abandonado. Dios ha huido dejando su creación desamparada:
Sobre la tierra una ausencia de dioses.
Ha explorado todo, ha sometido todo a un arduo proceso de verificación. Ha destejido y vuelto a tejer verdades antiquísimas y nuevas. Es buscador infatigable de bases y principios. Pero el resultado es que no hay nada. Todo es pavor, horror y miseria.
Habitamos el cadáver de un Dios.
El mundo ha devenido así en un páramo, en un espacio inerte y sin sentido. No hay nada que produzca felicidad ni alegría. No hay ninguna razón valedera, porque nada se mantiene en pie: todas las efigies y las estatuas han caído corroídas.
Ahora bien, Juan buscó a Dios en la realidad y entre las cosas. Con unos instrumentos como la racionalidad enloquecida, la lógica implacable, la ciencia y hasta la impotente erudición. No con candor e ingenuidad, como haría un hombre de fe, atributos éstos que estaban lejos de ser comprendidos y adoptados por Ojeda. Mucho menos lo hace con el temblor del amor fervoroso. Es que quiso hacerlo con libertad plena, con lo que consideraba infalible y apostando a que el veredicto constituyera un riesgo total.
Siempre habla en Arte de navegar de haber encontrado una verdad secreta y temible. De haber desentrañado un signo letal en nuestras vidas, de tener una clave que lo hace un desesperado y hasta un destructivo. Él ha ingresado a un arcano, a un significado pavoroso:
Oh, ya hemos conocido
el tiempo, ya hemos ordenado el pasado y el futuro
en el hórrido escombro de un presente irredimible,
y todo es como nacer desde la tierra muerta,
tiempo muerto entre muertas raíces.
¿Es esta la región verdadera, o te has confundido?
¿Qué ruidos son esos? ¿Quién grita?
Respecto a Dios él no tuvo ya dudas, no golpeaba aún con afán una puerta para que la abrieran, guardando la ilusión de que adentro haya alguien y la verdad que buscaba afanosamente. ¡Éste ya no es su caso! A él no le queda el privilegio de la duda, de la esperanza por develar. Entró y salió del arcano. Y su testimonio y verdad terrible es que allí dentro no hay nadie.
7. Misterio y herejía sagrada
La poesía de Juan, pese a que en la superficie es tersa, en sus significados es simbólica y trabada: no hace concesiones allanándose al lector. No se inmuta por ser clara u opaca. Se sabe situada más allá de todo bien y de todo mal, inalcanzable a cualquier juicio, despercudida de todo canon, de toda referencia con este mundo. Es una poesía oscura, intrincada y barroca.
Y en su vida Juan era así: condescendiente y amable para responder cualquier saludo, pero sabiéndose de una esfera que no tenía nada que ver con esto que tocamos; batido y librando una guerra a muerte en otro plano; con códigos secretos y lenguajes cifrados, de regreso ya de todo lo previsible.
Poesía, la suya, opaca pero de inefable grandeza, en los momentos más solemnes de la cual aparece un ave, o la presencia de un animal libre y salvaje, o de un instrumento musical intacto, como si se tratase de una aparición mística, sea un ciervo, una corza, un gamo, un estornino, un sistro. Se escucha repentino el canto de un tordo o el vuelo asustadizo e íntimo de un gorrión.
Habrá lectores que se afanen por explicarla o comprenderla con el sentido de la racionalidad. En tal intento sin duda habrá mucho que quedará oculto; pero no hay que desesperar. La poesía es precisamente tal por ser incógnita y misterio, presencia de lo divino y secreto aunque, de alguna manera, desbordante y promisorio: éste es el caso del libro Arte de navegar que sostenemos ungidos, que arrasa y castiga pero también inviste y ennoblece, si no por su fondo torturado, sí por la autenticidad y devoción con que está pergeñado y porque es el testimonio por el cual se consagró y ofrendó una vida.
Poesía que sintetiza pensamientos, ciencias, artes, saberes y filosofías. Poesía ética y conceptual, herética y a la vez sagrada, con un repertorio muy grande de imágenes, alucinante en sus lamentaciones; nada mundana, callejera o desvergonzada; que desaparece de la superficie de los días para sumergirse en un espacio y tiempo suprarreales, que nos hunde en su espíritu, en sus fantasmas y obsesiones; a veces inhallable, donde no hay estridencia, banalidad, ni lugar para lo veleidoso ni tampoco para la piedad.
8. Poesía provecta y sabia
Juan Ojeda conceptúa el tiempo como una unidad de contrarios, un movimiento dialéctico, compuesto de conjunción y dispersión. Y que en el instante está contenido aquella esencia y madre que es la eternidad.
Y es desde la eternidad que él asume su canto o su testimonio y representa aquélla en la vejez, o la senectud, como corresponde por ser síntesis de vida. A Juan le atrajo siempre la edad provecta. En sus gestos, en su talante y en su voz trataba de situarse en esa condición, siempre con un tono grave y aciago.
Su lenguaje es longevo pero colmado y desbordante, que prodiga un compendio de la vida. Poesía densa, de edad eterna, donde se suma a la belleza solemne una recia sabiduría. Donde las imágenes, con ser soberbias, resultan pospuestas a la firmeza de los juicios que allí se ofrecen. Poesía de espacios amplios y tiempo detenido, donde se las sensaciones son abolidas y solamente se hacen broncos los conceptos.
¿Cómo puedo hablar del fruto
Y la semilla, si no conozco los orígenes?
Tendré que retornar a las raíces,
Buscando la evidencia, bajo la confusión;
Llenándome de siglos y piedras,
Como asiendo los significados,
Y sus designios, la verdad perenne.
En su poesía no hay exaltación sino sapiencia; no hay tanto figuras literarias como reflexiones y sentencias. No prevalece el ardor o la fruición sino el conocimiento. Su belleza es interior y sobrehumana, imponente, con el rostro adusto y desencajado; y con las manos en alto y crispadas o piadosamente recogidas. Grafica con imágenes y metáforas realidades profundas y verdades supremas. Intuye hacia dónde va la marcha del universo. Es un aviso urgente que nos dice que el tren en el que vamos corre descarrilado y será inevitable que se precipite en el abismo.
El suicidio de Juan es voz de alerta, un llamado de atención urgente, una clarinada de alarma: comprometerse a cambiar el curso de la historia, poner las manos en el fuego para no seguir siendo cómplices de este descalabro y de este siniestro.
9. Bitácora ritual y testamento profético
Arte de navegar pertenece a la literatura de visiones, en donde los elementos que se nombran tienen carácter de símbolos, con un significado peculiar y misterioso, de acuerdo a una estética y a una creencia, a una religión y a un código de principios y normas. De allí su dificultad y su carácter críptico.
Los escenarios y actores se asemejan a un auto sacramental, con un lenguaje canónico y epopéyico, con el acento profético de las obras clásicas de todos los tiempos. Sus acordes son de trombones, bajos, tubas, violoncelos y en lo alto o lo profundo una nota sutil de diana. Música que se contempla crearse y hundirse en el infinito cósmico y en el caos inmisericorde, lejos de toda cotidianeidad.
Es una obra ritual, como la consagración de una misa; acto con el cual él justifica su vida y su muerte: ¡himno y expiación!, ¡hosanna y martirio! Es carta de navegación y testamento ológrafo; cuaderno de bitácora y escotilla de perdición. Es códice de los tiempos antiguos y cometa lanzada al futuro inexplorado.
Es un canto ceremonial, con la compulsión de una tabla de salvación y un estigma de fatalidad. De allí que en ella no haya anécdotas, ni compasión hacia el lector, porque en verdad la hizo para sí mismo o para la eternidad. O para Caronte, su divinidad. Con este libro Juan navega en los ámbitos siderales: es su nave y sus alas, su carta de presentación a la potestad con la cual lucha, se enfrenta, se mezcla, se destruye y con la que al final se redime.
La obra se sitúa al borde del abismo, en el peligro pleno, en el flanco izquierdo del acantilado desde donde sólo se cae, ansioso de escuchar su propio grito de suicida o desafiando a las verdades trascendentes a develarse, acerca del origen y el signo que encierra la creación; dispuesto a arrojarse sin contemplaciones para auscultar el ojo del misterio a fin de desgarrar sus vestiduras, decidido a vengarse de la ballena blanca del destino humano que le ha arrebatado el privilegio del sueño deleitoso y el despertar complacido.
Sobrecoge la majestad y hasta la violencia de sus versos y estrofas, más que en el plano formal en el fondo misterioso e inalcanzable de sí mismos. Es inconmensurable en la dimensión de su canto, que además de ritmos, imágenes, emociones y principios que lo sustentan, muestra el prodigio y el vacío portentoso que hay en la creación del mundo y en la existencia humana, y el designio estremecedor, esperanzado o fatal, que debemos cumplir en esta hora y deshora supremas.
En Arte de navegar Juan es demiurgo, profeta, gran maestro y loco a la vez. Es esta obra una proeza del género humano, donde se contiene todo, hasta la actitud heroica de morir en el sangrar de sus páginas, en las que nos da una imagen contrita del mundo en descalabro; en acordes broncos y acompasados, de misa de difuntos o de responso fúnebre por sí mismo y por el Hombre.
Poesía supranatural, de un mundo único, lejos de las melodías, estilos y temas consabidos, donde todo es distinto, inusitado y sorprendente en los componentes y en el conjunto, en los detalles y en la densidad de la trama. Con la belleza de lo grandioso y monumental.
Ahora que la muerte frota sobre el aire su cadena.
De estas ruinas que el mar bate oscuramente con su mano rota.
10. Testimonio: un libro dentro de otro libro
El rasgo más notable de esta obra es la impresionante percepción que se obtiene respecto al complejo y tormentoso proceso interior de elaboración y expresión que caracterizó a Ojeda en toda su producción y, particularmente, en Arte de navegar, en donde se entremezclan en genial fusión elementos psicológicos, místicos y metafísicos; emociones, razones e intuiciones; ilusiones, pesadillas y furores. Sin embargo, hay un elemento más, cual es la reminiscencia histórica, que se suma a los anteriores en el poemario Elogio de los navegantes, libro autónomo dentro de la obra mayor, y que fuera escrito por Juan entre los 19 y 21 años.
Elogio de los navegantes, como lo expresara Juan en una entrevista, es el poema introductorio a un ambicioso proyecto de escribir un canto nacional como la Eneida o Los Lusíadas, proyecto que compartimos y nos propusimos cumplir como producto de nuestras largas caminatas por las playas de Lurín y Chilca. Pensamos hacer juntos el libro y nos pusimos a trabajar en él tomando yo como punto de partida un Acllahuasi incaico, donde moran, como sombras laceradas y estremecidas algunas Acllas vejadas que eran testigos de los sucesos pasados, presentes y futuros. El tema con el que inicié esos cantos fue el de las guerrillas de la década del sesenta, avizorando el advenimiento de un mundo nuevo, corolario de la revolución socialista.
Resultado de ese trabajo fueron de parte mía los cantos que después integraron mi poemario Las Actas. En el caso de Juan es Elogio de los navegantes, que luego presentó al concurso de los Cuadernos Trimestrales de Poesía de Trujillo. Por su adhesión al mundo de la navegación a él le atraía la época del Descubrimiento y la Conquista, de ahí que en el poema Elogio de los navegantes aparezcan imágenes y evocaciones de aquellos sucesos históricos, entre muchos otros aspectos cosmogónicos, como también travesías y batallas.
Con Elogio de los navegantes Juan inaugura un léxico distinto, propio e intransferible, nunca escuchado en el proceso de la poesía peruana; donde las palabras son marmóreas y dramáticas, bajo el imperio de la trisílaba, honda y sin concesiones:
Funesto el mar de eternos elementos, morada del linaje humano:
Oscuras cuevas, huesos de marsopa, obstinados helechos crecen
Interminables en las ribas–
Allí el paciente cuervo ha tiempo
Malicia la carroña–. Estos son nuestros dominios: los pedruscos
Resecos, las raíces podridas y la tierra estéril. Dime:
Se siente, en primer lugar –aún antes de poder penetrar al fondo de esa superficie– una impresión arrolladora y contundente, la de estar ante una obra grandiosa, sinfónica, absoluta.
En su forma exterior, de largos versículos ordenados en tercetos, todos parejos e implacables, pareciera que la superficie del papel naufraga ante la vastedad del mundo que evoca, de renglones como un tinglado supremo, de ritmos ásperos, atribulados, inclementes, haciendo un mundo misterioso de atroz evidencia y de innegable estupor: versos irrenunciables, de los cuales no podemos huir ni escapar.
11. Destino de poeta
Rimbaud, a los 19 años, despreció la poesía –¡ese rayo fulgurante en que la había convertido!– después de ese canto flagrante y abrasador que erigió en su libro Una morada en el infierno, para traficar con armas y marfil en los desiertos de Abisinia y –mezquino y codicioso– atesorar una porción de oro que cuidaba desvelado en las candentes arenas. Juan Ojeda, en cambio, desprecia el mundo y la existencia y todo lo que hay en ellos de prodigioso para salvar lo único que justifica con su propia vida: la poesía.
Con su existencia expuesta Juan sostiene, sustenta y solventa su pasión y su razón poética. Impertérrito, sin dar ninguna explicación, levanta la arquitectura de su obra sin permitirse una digresión, una debilidad de postura, un gesto de cansancio, de hastío o de flaqueza. Y nos enseña a asumirla sin ceder posiciones, sin seguir las modas de la época y sin reemplazarla por ningún empleo. Juan nunca se empleó en nada, salvo su consagración a la poesía.
Conocía la tradición poética de manera completa y acendrada. Nadie como él para dominar más poesía y filosofía de todas las épocas, espacios y culturas. Para leer agotadoramente en varias lenguas. Y estudiar con igual pasión libros de arte como de ciencias. En ese bagaje, dos poetas peruanos fueron leídos e incorporados plenamente a su universo: César Vallejo y Martín Adán. ¡Cómo no!, frecuentaban nuestra charla Eguren y César Moro. Sin embargo, su poesía se presenta distinta, original y única, sin vínculo alguno –¡en absoluto!– con la moda callejera de la época.
Con una fuerza y decisión invencibles perseguía hacer gran poesía, de contundencia y plenitud. Todos quienes lo conocieron siquiera en parte y, más aún, quienes lo leyeron de una u otra manera, se expresan de él invariablemente con una frase: “¡Gran poeta!”. ¿Por qué lo dicen? De manera implícita por las siguientes razones: 1). Por la esencialidad de su espíritu y por el fondo, la autenticidad y la verdad de su postura frente al mundo. 2). Por su lenguaje único e inconfundible, creando un universo genuino e insospechado. 3). Porque abre caminos nuevos.
Su poesía es culta, de vocablos y conceptos eruditos, que se engarzan y tuercen obsesionados. También, y en buena medida, es abusiva con el lector, de ritmos inusuales, con un léxico docto pero a la vez con formas que sólo la plena libertad osa emprender y asumir, donde se adjetiva con términos que parecen extraídos de un diccionario culminante de la aflicción, del mundo apesadumbrado y del horror. En gran medida porque ése es su signo y su elección irrevocable.
Poemas tal cual es la vida, que contienen todas las preguntas y, como la vida, oculta todas las respuestas a todos los interrogantes esenciales. Poemas sombríos, espeluznantes, bajo el designio de algo que no nos corresponde cuestionar, ni siquiera interrogar; pero que reconocemos como inevitables en el sentido que siquiera uno en el mundo tenía que formularlos y pugnara por obtener respuestas, aunque sucumbiera ante ellas.
Poesía del alma, que ingresa al mundo íntimo y raigal de la condición singular que tiene el Hombre, donde hay un paisaje de fondo adusto y lato: unas ribas, una arcada y una fuente; una edificación antigua y el mar insomne, de lenguaje y talante oceánicos, insondable. Poesía de vocablos densos, con herrumbre de siglos y en vigilia constante, como de arrancadas y destejidas lonas de mástiles expuestos al misterio, con el idioma del mar ciego y compasivo, que tiene el ritmo del oleaje golpeando las rocas y muriendo en playas ignotas, pensándose y amándose a sí misma.
Al leer los poemas de Juan nos vamos formulando una pregunta sencilla: ¿Hay, en el contexto de la poesía actual, poesía de la calidad, de la magnitud, de la profundidad y de la estatura de la poesía de Juan? Entonces, ¿por qué el rezagamiento, la marginalidad, el anquilosamiento en que se le tuvo y se le tiene?
12. Itinerario de una locura
El proceso y el estilo de elaboración y expresión de Arte de navegar refleja inexorablemente la compleja dinámica del proceso creador de parte de su autor, en donde se evidencia la tormentosa interacción entre los ámbitos de lo afectivo, lo racional y la energía vital, elementos todos en pugna; del medio ambiente, el contexto histórico y el azar jugando el rol de implacables compositores y directores de orquesta que al mismo tiempo que ejecutar la partitura la van destruyendo, que al mismo tiempo que edificar la obra maestra la van dinamitando, tan es así que quizá con el mismo derecho a titularse como se titula, más propia y honestamente debería llamarse “Arte de naufragar”... como que fue, real y magistralmente a la vez el preludio y el réquiem (y auto responso) perfectos para el suicidio de Juan, como realmente aconteció.
Y así como hay testimonios innegables de la genialidad de su autor –con aciertos que hemos tratado de señalar en estas páginas–, es doloroso comprobar también que hay pruebas de la pérdida del sentido, del vértigo y desquiciamiento de que fue siendo víctima cada día. Y la razón es que fue un hombre que se consustanció hasta arder, consumirse y explosionar con la poesía, con la que sostenía una relación ígnea, que no podía ser sino fuego al rojo vivo, incendio inabarcable.
Él todo lo miraba a través de esas llamas u hogueras que alzaba con un delirio implacable. La poesía fue su destino, su martirio y su inmolación, habitando en ella como en su propia casa, al punto que en su obra hay momentos en que se burla del lector, en que es caprichoso y hasta nos hace perdernos en su laberinto. Hay otros instantes en que se le siente pedante, soberbio y autosuficiente:
Eternidad exacta para armar un pito.
En otros momentos cambia de ritmo, golpea con algo insólito, como cuando tiraba la bandeja de escabeches a la mesa donde conversaban sus amigos; ensayando un paso inusitado queriendo sorprender. Otras veces quiere ostentar y hasta rompe las patas de la silla en que el lector revisa anonadado sus versos, destrozando bruscamente –para el efecto– un esquema rítmico.
Hay, en Arte de navegar, así como poemas de un sentido acrisolado y potente, otros sin sentido. O, más aún, poemas sintomáticos de un desequilibrio, incoherentes e insensatos: pura acumulación sin lógica, como cuando un demente junta latas, cartones, retazos de tela, vestigios del mundo, e intenta –jugando a solas– hacernos perder la paciencia, prueba de la turbación y del horror en que ya ha caído, y es que:
Es un hombre hastiado de soportar el mundo.
Hay poemas que dan círculos concéntricos, repetitivos, pavorosos por el mareo, la oquedad y la sensación de derrumbamiento que producen. Lo que de allí se recoge es sensorialmente apabullante y absurdo. El libro, en cierto momento, es el propio infierno de Juan. La tierra monda, arrasada y yerma que él tanto invoca. ¡Y atrozmente quieta! ¡Es el hastío! El paisaje de ruinas, neblinoso y desértico, con la sequedad donde la respiración es dura y a la vez agitada. Polvo derruido, síntesis de ruinas; estableciendo la relación con el mar que lo obsede, de esta manera:
Quien se ahoga en un océano
se despierta en un desierto.
Juan va nombrando los asuntos con indolencia y desidia, como si ya nada le importara. Dice en “Portrait of a Blind Poet”:
En el lucro de la umbría –venático río de oro:
Nave sin ojos, oh Noche, diamante signado al origen–
Ebrios labios de pórfido en una estatua inútil,
Crecer fardos de liquen plateado: bruma insigne.
Y del reposo que, tremante, calcina al Abismo–
Inerte fuego, los designios– canta el polvo hirsuto.
Descanso terrenal, huesos hurgados por el Tiempo;
Párpados sin retorno, ardidos, numerosa joya de mundo
¿Qué alegría horada insensiblemente ojos desnudos?
¿Qué brillo eleve, ahora cóncavo, el festín horrendo?
Sólo hastío de mármol fatiga, coronado, vano Ritual
Donde patio sonoro –mediodía negro– ofende el júbilo,
Tras fronda de neblí. Ojos de oro de un pliego azul;
Sacra ceniza, árido en ebrio abismo, el mago pútrido.
Y en “Confesión de Mencio”, y en otros poemas, se repiten como en una máquina demente verso tras verso, como si fuesen los barrotes de una cárcel inicua, estos sones:
Y se asemejan al parloteo de un enajenado.
La vida es como un secreto que al aparecer
Fluye indistinto en ruidos y silencios.
Obcecación del espíritu pudriéndose hacia adentro
Lamentaciones que ahora escuchas disipándose
Lamentaciones en medio de un cuarto cerrado
Gritos pétreos retumbando en una mente sellada.
Ya sin nadie que remueva un rastro en la vida
La repercusión de sonidos emitidos por nadie
El camino de las palabras que nada nombran
Y se asemejan al parloteo de un enajenado.
La vida es como un secreto que al aparecer
Fluye indistinto en ritmos y silencios.
Obcecación del espíritu muriéndose hacia adentro
Pensamientos en medio de un cuarto cerrado
Gritos muertos retumbando en una mente estropeada.
La vida es como el parloteo de un enajenado
El camino de las palabras que nada nombran
Pensamientos en medio de una mente estropeada
Obcecación del espíritu...
¡Tú, Arthur Rimbaud, no estás eximido de culpa de esta catástrofe! ¡Tanto habíamos repetido este fragmento tuyo!:
El poeta se hace vidente por medio de un largo, inmenso y razonado desorden de todos los sentidos. Busca todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura; exprime en él todos sus venenos, para no guardar sino su quintaesencia. Inefable tortura, en que necesita toda la fe, toda la fuerza sobrehumana en que se vuelve entre todos el gran doliente, el gran criminal, el gran maldito... Imagínense un hombre injertándose y cultivándose verrugas en la cara. Digo que es preciso ser vidente, hacerse vidente.
El libro mismo, en su proceso como escritura, es la quiebra de sentido, es el absurdo y el caos, en donde el lenguaje deja de tener cuerpo orgánico y se torna delirio; deja lo que salva y redime y –quizá como en la mente de Juan–sólo se vuelve conflagración y abismo de las cosas, de los seres, y al final el vacío. En él se confronta al lector con la atroz ruptura, con el mundo cayendo en la aberración y la quimera.
Arte de navegar es, también, el itinerario de una locura, siempre con majestad y tragicismo, como la de Friedrich Nietzsche, y también con vehemencia y conmiseración, como la de Vicent Van Gogh.
13. Hacia los montes fértiles
Ya para finalizar quiero celebrar el hecho muy significativo de haber sido jóvenes estudiantes de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos quienes han mantenido siempre viva y presente su memoria, pues al final fue el claustro de esa Universidad el lar que lo cobijara –¡que nos cobijara!– y fueron sus aulas, corredores y patios, ¡y el soplo del espíritu que en ellos mora!, aquello que alentó su gran poesía.
Fue, además, el San Marcos de la década del 60, que enalteció la bandera del pueblo, del Perú irredento, de la aspiración de un orden social con justicia y dignidad, el que le dio siquiera un grumo de esperanzas –¡todo lo que su alma podía soportar!–. En San Marcos inicia su vida y su obra poética y horas antes de morir estuvo en su campus. En realidad, desde San Marcos enrumbó hacia la esquina fatídica de la cuadra 23 de la Av. Arequipa en donde se inmolara, una madrugada neblinosa y estupefacta.
Y, de otro lado, el hecho también significativo de que hayan sido estudiantes de la Pontificia Universidad Católica del Perú quienes impulsaran la edición de su obra póstuma, Arte de navegar, hecho que nos testimonia en concreto una clave de la trascendencia de su obra, que hace esta parábola de unión y enlace entre las dos principales casas de estudios superiores y de consagración al espíritu en nuestro país y arco tendido también con la vida que renace en el corazón de la juventud que discierne entre lo estéril y lo vivo, reivindicando para la cultura humana la trayectoria y el mensaje de Juan Ojeda.
En homenaje a todo ello pongo el ramo de rosas que llevábamos con Juan ¡a no sabemos quién! en el cementerio de Surco, donde gustábamos pasear. A esos esfuerzos generosos me adhiero, entregando este modesto y fervoroso aporte espiritual, con mi emoción atribulada por la añoranza.
Y así como Juan era candoroso en el amor –pues le hacía vibrar el amor núbil, ingenuo y virginal–, así creo que son las alas de la esperanza que él avizorara como rasgo final de su obra memorable, hecho que se grafica en el orden que ocupa en la obra el poema “Elogio de la Infancia”. En esto Ojeda quiso seguir la pauta del Dante, quien inicia la Divina Comedia con el Infierno y concluye con la redención y la aspiración de una vita nuova, que en el caso de Juan es representada por la infancia de una nueva humanidad.
“Elogio de la Infancia” es, en el fondo, un poema de fe, de promisión, y un llamado a la acción revolucionaria, a que busquemos las raíces del bien y fundemos una nueva tierra y una nueva historia: la tierra del anhelo, la infancia del mundo, el día en que desayunemos todos, la morada del bien a la que todos estamos convocados:
¡Oh infancia de futuros siglos, ya se escucha
la humana muchedumbre, se insinúan
los tiempos de un orden nuevo!
Porque la tierra, niño, te cobijará
en sus dones eternos, porque ya se avecina
la edad de una historia fecunda: mira, mira estas ruinas.
Luego caminemos hacia los montes fértiles!
Danilo Sánchez Lihón
1. Navegante fúnebre
Cuenta Jung, comentando el Ulises de Joyce, que un tío anciano lo detuvo un día en la calle y le preguntó:
– ¿Sabes cómo atormenta el diablo a los réprobos? –Y continuó–, ¡los hace esperar!
Treinta y tres años han transcurrido desde el suicidio de Juan Ojeda, ocurrido el 11 de noviembre del año 1974, autor de un libro trascendental, cual es Arte de navegar y protagonista de una de las aventuras humanas más extraordinarias en la poesía de todos los tiempos
Veinticinco años se ha tenido que esperar para ver publicado, en forma total, el libro Arte de Navegar, que Juan Ojeda dejó estructurado meses antes de morir, el 11 de noviembre de 1974.
Pero la cita de Jung también es pertinente al evocar cuatro elementos que son esenciales en el libro Arte de navegar que motiva las siguientes reflexiones: 1). Ulises, símbolo de sabiduría. 2). El descenso al Hades, 3). El mundo del tormento; y: 4). La reflexión sobre el tiempo, la espera y el tedio. Todos ellos elementos sustantivos en la poesía de Juan Ojeda.
Ningún personaje se menciona tantas veces en Arte de Navegar –y más aún el ambiente donde mora– como Caronte: “...el viejo blanco con antiguo pelo”; el “...anciano de precario pelo”; “...ese anciano de lanoso rostro conduce vehemente / Tanta acritud, que la otra riba configura falaz toda esperanza”. Y con él, el trance de navegación de su barca, siendo el símbolo de esa navegación de donde deriva, en gran medida, el título del libro.
Allí se ofrece, también, la temática central y dominante de la obra, cual es la condición humana, la historia moral del Hombre puesta en escena en el traspaso de las almas a través de dicho río, todo a cargo de Caronte, quien repleta su barca con la multitud interminable de almas que lloran –algunas a gritos– por las aflicciones que ya padecen, y que sufrirán aún más por los siglos de los siglos. Mientras, como parte del castigo, ya las acosa el anhelo incontenible de pasar a la otra orilla –donde las espera el dolor tanto por los castigos que allí se infligen como por dejar esta vida sencilla– mientras el barquero las aporrea con el remo para acallar sus gemidos.
La poesía de Juan Ojeda tiene su escenario y su centro en medio de esas aguas impías que llegan hasta la embocadura del Hades, a orillas de cuyo foso arriba la barca del anciano irritado, quien arroja a esa sepultura las almas de los que alguna vez fueron vivos. El Aqueronte es frontera infranqueable que divide la vida terrena del padecimiento sempiterno. Y con él Juan pone en el tapete el juicio, la condena y el pavor postrero; todo ello sumido en un paisaje de niebla donde sólo hay horizontes difusos.
Caronte, en las conversaciones que tuve con Juan, con quien fuimos amigos entrañables, ejerció siempre para nosotros una fascinación subyugante. Él era el navegante por antonomasia en su mitología personal, el navegante símbolo, el que une mundos opuestos, aunque su destino sea fatal y abominable. Es el nudo y creo que, en el fondo, Juan era la encarnación de esa divinidad descalabrada.
Es en las aguas de pesadilla, densas e insondables de dicho río –lago en verdad por su anchura; de ondas pardas y negruzcas, profundas también por la pena que en ellas cunde, donde estallan rojizos los relámpagos y se oye el estallido y retumbar de los truenos, sólo interrumpidos por los acompasados golpes de los remos del barquero– donde Juan abisma su poesía; quizá por eso también tan olvidada, pues se conoce al Aqueronte como el Río del Olvido, porque quien se sumerge en sus aguas olvida en ellas quién es y todos se olvidan de él o ella, para siempre.
Siguiendo esta ruta o camino, Arte de navegar es un descenso a la morada de los muertos, una peregrinación por el mundo subterráneo y de los infiernos, adonde Juan proyecta la realidad común y corriente, es decir, la vida cotidiana, con sus grandezas pero más con sus ausencias y miserias:
Yo siempre he morado en el Infierno
Y de la vida sólo conozco un rostro destrozado:
El rostro de la niebla más dura que los sueños inútiles.
2. Mar apocalíptico
El mar u océano en la navegación de Ojeda no es, por eso, ningún mar externo. Ni el de los Sargazos que hollaron por primera vez con la quilla de sus naves los descubridores del “Nuevo Mundo” ni el fragoroso Índico, tan caro a Luis de Camoens, autor dilecto de Juan; ni tampoco se trata del Océano Pacífico, ante el cual Balboa dijera, según Juan Gonzalo Rose: “Por esta porquería te dejé, Teresiña”.
Menos puede ser el Mediterráneo que inspiró a Homero y Virgilio y que fuera tan añorado por Ovidio al sufrir ignominioso exilio en el Ponto Euxino. Tampoco, como se podría suponer, es el mar frente a la bahía de Chimbote, ni su espectral Isla Blanca, pese a las amanecidas de Juan bajo el farol titilante de la lancha de pescadores de su familia que enrumbaba saliendo desde ese puerto, lugar de su nacimiento.
La masa acuática que evoca es la que en gran medida determina nuestro destino de peregrinos de este mundo: el río doliente de la muerte, antesala del infierno. Su travesía es por el Aqueronte y sus afluentes: el Cocito, el Flegetonte y la quieta laguna Estigia, en donde el marinero traspasa las almas hacia el Hades, reino de Plutón, el más cruel e implacable de los dioses, hijo de Cronos, el tiempo.
La visión de Juan, como su vida, fue apocalíptica, situando su oído en la nervadura, ora aquietada ora bamboleante –siempre verdosa– de la barca de Caronte, poniendo su tacto en el remo pulido por tanto castigar a las almas estremecidas de llanto, y proyectando su gusto a la boca siempre abierta de aquel esperpento, porque bajo su lengua se deposita la moneda que pagan los condenados para ser conducidos y luego echados a la grieta inconmensurable. Juan recurre al fabulario clásico de la mitología greco–latina para representar sus intuiciones y conceptos, así como sus sentimientos y alucinaciones.
Los significados de su poesía son todos aquellos que pueden estar presentes en el trance que hay en cruzar de una a otra orilla en esa barca macabra atiborrada de almas. Y su actitud es sólo aquella que cabe en esa navegación suprema de la vida hacia la muerte y su eterna expiación, con sus olvidos y virtudes, sus banderas y traiciones, sus elevaciones y derrumbes.
Ahora bien, a veces desaparecen las orillas, también la barca y su timonel; y es como si se estuviera pasmado en alta mar, donde no hay paisaje ni historia, ni personajes, ni sus consecuentes emociones. Tampoco expectación ni sucesos. ¿Qué ocurre? Es que nos enfrentamos solos ante el misterio, a la incertidumbre en la que navegamos, frente al destino desolado, a la ausencia de Dios y al vacío existencial:
Esa quieta cesación del sentido...
Acontece como cuando estamos en alta mar, en donde es muy lejano mi origen e ignoto mi punto de llegada; estoy solo con el precario mundo que cargo y con el otro que me compone desde dentro, donde soy un desterrado o un expatriado. Y siento que únicamente el agua y el aire me componen e integran, siendo esos elementos tan impersonales mi único sustento; no la tierra estéril y empobrecida, tampoco el fuego que anima y apasiona; solos el agua y el viento, que baten o detienen a su arbitrio nuestra nave mientras los demás elementos contemplan ajenos. Con roles eminentes y soberanos: son el sol, la lluvia y la noche que se acrecienta.
De allí que se necesitará unción del alma para ingresar al rigor de estos versos, debiendo primero curar y sanar nuestro espíritu, porque ésta es morada de muertos; no poesía para la complacencia, ni para adornar el mundo o solazar la vida. Quizás sí para recomponer la historia, pero más para meditar y alcanzar una premonitoria y urgente sabiduría que tanto requerimos en estos tiempos agraces. Porque lo más estremecedor es lo que también está escrito en los pergaminos del infierno: que allí los réprobos ya no ven ni sienten su daño y su horror sino que, más bien, se deleitan con su castigo, que es lo que nos puede estar ocurriendo ahora en esta vida y en este preciso instante.
Juan, en toda esta alegoría, es el ánima viva, el ser consciente que ha visto, que sabe, compara y ausculta. Y que ha vuelto. Y que al final, con su muerte, testimonia lo que gravemente nos decía. Y, eso sí, reconociendo que moría más solo y desamparado que el Dante premunido de poderosos guías: Virgilio y Beatriz. Juan no tiene báculos ni hombros donde apoyarse; ni nombre de mujer, o novia difusa, que pronunciar en los labios. Tampoco una voz de consuelo, arisca o indulgente, de algún maestro. Y hemos evocado al Dante porque el capítulo del Infierno, en la excelsa Divina comedia, es a lo que más se parece la poesía de este santo o genio demoníaco, trashumante en los reinos de lo oculto, que es Juan Ojeda.
3. Ribas dialécticas
Otro elemento recurrente en la poesía de Juan Ojeda es la continua referencia a las “ribas” u orillas, el lugar de donde se parte y adonde se llega, donde termina la tierra y empieza el mar, y viceversa; símbolo también de ese desgarramiento y alumbramiento dialéctico que es su poesía. Ellas no son un mero enunciado, ni un recurso retórico y menos un simple telón de fondo. Las “ribas” son, inclusive, más que el puerto atrabiliario y congestionado, más que el conglomerado citadino y comercial –elemento estridente de la modernidad y del mundo de los vivos–. Las “ribas” son el símbolo del lugar por donde avanza la humanidad doliente que tiene que traspasar de una a otra orilla.
En ellas el paisaje es neblinoso, como una realidad difusa que se pierde en las sombras. Porque a ese brillo y fulgor que deviene de la luz incierta de las aguas del Aqueronte, a ese sonido que hace el golpeteo del oleaje acompasado del río en los flancos de la barca que transporta a las almas afligidas –que dejan la vida fugaz por la otra interminable– se proyecta en las ribas el reflejo de los actos vividos, empañadas como un telón de fondo pasmado e inescrutable. En las orillas del río, se divisa el hambre, las enfermedades, los vicios, el dolor.
Allí la estación siempre es invernal, y es donde surge –dejando a un lado o superando a Caronte– el personaje esencial de Juan, que es la humanidad doliente. Sean los inspiradores –o referentes a partir de quienes se habla– Mencio, Boecio, Swedenborg, Leopardi, Van Gogh, o la coetánea Suely Rolnik, todos ellos son puertas abiertas para sumergirse en el Hombre como especie, como realidad antropológica y hasta como entelequia.
Y tiene, siempre al fondo, la niebla como el típico paisaje de los ríos infernales, porque ella es el halo natural de lo angustiado, deformado y esperpéntico. En la niebla se esbozan los seres horrendos, quienes vuelven a la clemente niebla vuelven para poder soportar el breve instante de ser contemplados:
Así, para el que despierta, todo es niebla quieta
Que el viento arrastra entre los duros cepos.
El lugar del castigo eterno, en la literatura griega y latina, es el infierno, lóbrego, oscuro y subterráneo, adonde tenían que ir las almas después de muertas; lugar de fuego y escarnio en la doctrina cristiana. Sin embargo, el infierno de Juan es más tremendo: es la ausencia de sentido, la quiebra de la racionalidad, el desquiciamiento y, más aún, el vacío, la uniformidad y el tedio:
Y todo allí será crujiente abismo
sentirás estremecerse aullantes esferas rígidas:
impenetrable río
tiempo inmóvil
pavoroso rostro de lo hueco.
4. El hombre total y fatal
En el libro se indaga por una verdad dentro de lo oscuro, hosco y tenebroso, válida para el Hombre como conjunto. Hay allí un primer acto de valor: el identificarse, comprometerse y responsabilizarse por lo que es comprender una realidad trascendente para construir una humanidad verdadera, fundada en el abrazo y la solidaridad.
Ante las preguntas esenciales sus respuestas son tan demoledoras y funestas que le hicieron perder toda esperanza: ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuál es el destino final del Hombre? ¿Cuáles los signos ocultos de la condición humana? ¿Cuál el designio de Dios? ¿Hay Dios?
Fue osado, directo y sin ambages, no tanto en plantearse tales cuestiones que son más bien las que todos nos hacemos, sino en lo implacable de las respuestas. Lo peculiar fue ser riguroso y acendrado en los métodos y exhaustivo al recurrir a diversos saberes, ciencias y artes consumadas, religiones y arduas filosofías para obtener respuestas a tales indagaciones. Pero esta vez dar pábulo a tales preguntas se espera que las dé la candorosa poesía que a través de él las asume por completo. Macizas y agobiantes fueron las respuestas –por lo infelices y calamitosas–, lo que constituyó parte fundamental en el motivo de su suicidio. Preguntas que todos escondemos por comodidad, miedo o impotencia, por cuyas respuestas Juan indagó acuciosamente. Y éstas fueron adversas, negativas y horrendas ¿Ocultarlas a sí mismo? ¿Esconderse de ellas? ¿Manipularlas? ¿Buscar refugio en algún empleo bien o mal remunerado? Esta fue una de sus conclusiones:
Todo es pánico, inmóvil duración.
Su proeza es trascendente porque él asume el destino del Hombre, pues hacía tiempo que dejó de hablar como individuo para hablar como especie representando al género humano que sobrelleva un destino y determinadas condiciones que lo enajenan. A través de Juan habla la historia y su verbo tiene la densidad de siglos vividos.
Combado de soledad y neutro polvo hurga sus ojos.
Él es la esencia del estupor de la raza humana. No del dolor vertical, explicable desde las circunstancias se la vida sino del horror horizontal, permanente y no enmendable. Horror ante un proyecto humano y cósmico que él intuye o conoce deforme y pavoroso, cual es el rodar del mundo hacia el vacío. Es la visión terrorífica y espantosa que también diera en parte el evangelista del Apocalipsis, solo que en el caso de este último amparado y pretejido en una creencia. Horror de una catástrofe que se remonta al origen de la Creación, como un aborto divino interminable:
donde Nacimiento y Muerte, Putrefacción y Crecimiento,
son columnas quebradas
que un ojo perverso contempla torpemente.
Tal vez somos un don abolido por el nacimiento.
Las respuestas a sus indagaciones son estremecedoras. Hay un resultado de espanto, consecuencia del examen que arroja en sus proyecciones la ciencia, conclusión y síntesis de su sabiduría del mundo, que derivan en ser abrumadoras y lacerantes y ante lo cual ¡qué olvidado, distraído y banal se siente al Hombre frente a ese sino fatal que lo marca desde antes de nacer! ¡Qué indefensas y vulnerables resultan ser sus condiciones!
Trance de filosofía, poesía, religión y moral, donde lo superfluo no ingresa y todo lo esencial se hace trizas. Donde sólo la sombra de nuestro destino permanece, que las almas en breve rumor de culpa y añoranza logran esconder en el pavoroso escenario donde todas las imágenes son abominables y los significados ignominiosos, dichos en idiomas soterrados, con voces veladas, en instantes que fueron –pero ya dejaron de ser– supremos.
Nuestro indagar ha concluido
Y ésta es la sabiduría: nada hay
Que explorar fuera de la fábula...
5. El descenso y caída
¿De dónde deriva la noción, y hasta el sentimiento de tragedia, en Juan?: de la convicción de que estuvimos hechos para ser dioses y hemos rodado a una condición banal y efímera; expulsados del paraíso y después perdiendo día a día inocencia y sabiduría; hasta caer despojados de todas las virtudes, en el pozo ciego y perverso de la futilidad y, consecuentemente, en la condena al infierno.
Tierra de los dioses que el hombre habita,
y bajo el murmullo del tiempo una muerte segura.
En la proyección del tiempo pasado, presente y futuro, Ojeda encuentra una línea de descenso, caducidad e ignominia. He allí la clave de su desencanto, de su desilusión y consecuente fatalismo.
Y así es como vamos descendiendo
en la niebla hueca de la vida humana.
Hay una direccionalidad de descenso y caída. Desde una infancia hacia un lugar perdido, desde una plenitud hacia una caducidad, desde el vientre materno a la fosa sepulcral. Somos ángeles expulsados y expatriados del reino. Hemos perdido la verdadera casa, el divino útero materno, la morada imperecedera. Somos desterrados del paraíso de la inocencia y la divinidad:
¿Conocerán el tiempo otro? Tal vez una inocencia oscura
accedería, como dolorosa llaga, en la raíz de lo vivido,
el tiempo deviniendo bajo inmóvil materia.
Pero nuestra pureza ya la hemos perdido,
o mora en un dominio de pavorosos gestos.
Todo ha devenido en muerte, en falso lenguaje y hasta en gestos impropios. Hay un origen poderoso, sublime y pletórico, pero la línea que hemos seguido es nefasta, dejando lo glorioso hemos sucumbido y caducado. La suya es poesía de la desilusión y la desesperanza por la esterilidad del mundo. Quizá porque se ha amado tanto... debido a que se ha esperado mucho... porque cuando se tiene una idea tan alta y es tan elevado el propósito deviene profundo el desencanto.
Pero tú yaces oculto o simulas alejarte
de lo que, en verdad, es tu único misterio:
en la innoble morada de la realidad
nutres un sentido más hondo,
del que ya ha cesado todo vestigio humano.
Arte de navegar es –paradójicamente– la elegía de un naufragio, la rapsodia de una catástrofe. Una desgracia en vez de un arte, donde todo es fatal y se avizoran solamente despojos. Permanecen las ruinas de lo que ha sido casa, palacio y ciudad. La mirada conturbada desciende a las regiones del espanto, de los restos putrefactos, del abandono de Dios.
Los desgarrados, esos que recogen, sin saberlo,
la pavorosa carencia del mundo y, transfigurados,
soportan el misterio y habitan una soledad deforme.
Alguien se burla de nosotros. Hemos sido engañados. Dios juega con el Hombre. Hay un fraude que no concluye y ni siquiera es fraude pleno sino esbozo fraudulento, y todo es mueca y farsa. Y hay quienes no se desilusionan de nada, porque nada avizoran, nada alumbra sus espíritus, a nada aspiran.
6. El dios ausente
La poesía de Juan Ojeda es la construcción de una estructura ausente. Es el vacío de Dios. Y la enajenación de Dios no es porque éste sea distante e inasequible sino porque no es habido; porque al regreso de la anhelante búsqueda la respuesta es que el lugar que ocupaba está vacío, es hueco y yace abandonado. Dios ha huido dejando su creación desamparada:
Sobre la tierra una ausencia de dioses.
Ha explorado todo, ha sometido todo a un arduo proceso de verificación. Ha destejido y vuelto a tejer verdades antiquísimas y nuevas. Es buscador infatigable de bases y principios. Pero el resultado es que no hay nada. Todo es pavor, horror y miseria.
Habitamos el cadáver de un Dios.
El mundo ha devenido así en un páramo, en un espacio inerte y sin sentido. No hay nada que produzca felicidad ni alegría. No hay ninguna razón valedera, porque nada se mantiene en pie: todas las efigies y las estatuas han caído corroídas.
Ahora bien, Juan buscó a Dios en la realidad y entre las cosas. Con unos instrumentos como la racionalidad enloquecida, la lógica implacable, la ciencia y hasta la impotente erudición. No con candor e ingenuidad, como haría un hombre de fe, atributos éstos que estaban lejos de ser comprendidos y adoptados por Ojeda. Mucho menos lo hace con el temblor del amor fervoroso. Es que quiso hacerlo con libertad plena, con lo que consideraba infalible y apostando a que el veredicto constituyera un riesgo total.
Siempre habla en Arte de navegar de haber encontrado una verdad secreta y temible. De haber desentrañado un signo letal en nuestras vidas, de tener una clave que lo hace un desesperado y hasta un destructivo. Él ha ingresado a un arcano, a un significado pavoroso:
Oh, ya hemos conocido
el tiempo, ya hemos ordenado el pasado y el futuro
en el hórrido escombro de un presente irredimible,
y todo es como nacer desde la tierra muerta,
tiempo muerto entre muertas raíces.
¿Es esta la región verdadera, o te has confundido?
¿Qué ruidos son esos? ¿Quién grita?
Respecto a Dios él no tuvo ya dudas, no golpeaba aún con afán una puerta para que la abrieran, guardando la ilusión de que adentro haya alguien y la verdad que buscaba afanosamente. ¡Éste ya no es su caso! A él no le queda el privilegio de la duda, de la esperanza por develar. Entró y salió del arcano. Y su testimonio y verdad terrible es que allí dentro no hay nadie.
7. Misterio y herejía sagrada
La poesía de Juan, pese a que en la superficie es tersa, en sus significados es simbólica y trabada: no hace concesiones allanándose al lector. No se inmuta por ser clara u opaca. Se sabe situada más allá de todo bien y de todo mal, inalcanzable a cualquier juicio, despercudida de todo canon, de toda referencia con este mundo. Es una poesía oscura, intrincada y barroca.
Y en su vida Juan era así: condescendiente y amable para responder cualquier saludo, pero sabiéndose de una esfera que no tenía nada que ver con esto que tocamos; batido y librando una guerra a muerte en otro plano; con códigos secretos y lenguajes cifrados, de regreso ya de todo lo previsible.
Poesía, la suya, opaca pero de inefable grandeza, en los momentos más solemnes de la cual aparece un ave, o la presencia de un animal libre y salvaje, o de un instrumento musical intacto, como si se tratase de una aparición mística, sea un ciervo, una corza, un gamo, un estornino, un sistro. Se escucha repentino el canto de un tordo o el vuelo asustadizo e íntimo de un gorrión.
Habrá lectores que se afanen por explicarla o comprenderla con el sentido de la racionalidad. En tal intento sin duda habrá mucho que quedará oculto; pero no hay que desesperar. La poesía es precisamente tal por ser incógnita y misterio, presencia de lo divino y secreto aunque, de alguna manera, desbordante y promisorio: éste es el caso del libro Arte de navegar que sostenemos ungidos, que arrasa y castiga pero también inviste y ennoblece, si no por su fondo torturado, sí por la autenticidad y devoción con que está pergeñado y porque es el testimonio por el cual se consagró y ofrendó una vida.
Poesía que sintetiza pensamientos, ciencias, artes, saberes y filosofías. Poesía ética y conceptual, herética y a la vez sagrada, con un repertorio muy grande de imágenes, alucinante en sus lamentaciones; nada mundana, callejera o desvergonzada; que desaparece de la superficie de los días para sumergirse en un espacio y tiempo suprarreales, que nos hunde en su espíritu, en sus fantasmas y obsesiones; a veces inhallable, donde no hay estridencia, banalidad, ni lugar para lo veleidoso ni tampoco para la piedad.
8. Poesía provecta y sabia
Juan Ojeda conceptúa el tiempo como una unidad de contrarios, un movimiento dialéctico, compuesto de conjunción y dispersión. Y que en el instante está contenido aquella esencia y madre que es la eternidad.
Y es desde la eternidad que él asume su canto o su testimonio y representa aquélla en la vejez, o la senectud, como corresponde por ser síntesis de vida. A Juan le atrajo siempre la edad provecta. En sus gestos, en su talante y en su voz trataba de situarse en esa condición, siempre con un tono grave y aciago.
Su lenguaje es longevo pero colmado y desbordante, que prodiga un compendio de la vida. Poesía densa, de edad eterna, donde se suma a la belleza solemne una recia sabiduría. Donde las imágenes, con ser soberbias, resultan pospuestas a la firmeza de los juicios que allí se ofrecen. Poesía de espacios amplios y tiempo detenido, donde se las sensaciones son abolidas y solamente se hacen broncos los conceptos.
¿Cómo puedo hablar del fruto
Y la semilla, si no conozco los orígenes?
Tendré que retornar a las raíces,
Buscando la evidencia, bajo la confusión;
Llenándome de siglos y piedras,
Como asiendo los significados,
Y sus designios, la verdad perenne.
En su poesía no hay exaltación sino sapiencia; no hay tanto figuras literarias como reflexiones y sentencias. No prevalece el ardor o la fruición sino el conocimiento. Su belleza es interior y sobrehumana, imponente, con el rostro adusto y desencajado; y con las manos en alto y crispadas o piadosamente recogidas. Grafica con imágenes y metáforas realidades profundas y verdades supremas. Intuye hacia dónde va la marcha del universo. Es un aviso urgente que nos dice que el tren en el que vamos corre descarrilado y será inevitable que se precipite en el abismo.
El suicidio de Juan es voz de alerta, un llamado de atención urgente, una clarinada de alarma: comprometerse a cambiar el curso de la historia, poner las manos en el fuego para no seguir siendo cómplices de este descalabro y de este siniestro.
9. Bitácora ritual y testamento profético
Arte de navegar pertenece a la literatura de visiones, en donde los elementos que se nombran tienen carácter de símbolos, con un significado peculiar y misterioso, de acuerdo a una estética y a una creencia, a una religión y a un código de principios y normas. De allí su dificultad y su carácter críptico.
Los escenarios y actores se asemejan a un auto sacramental, con un lenguaje canónico y epopéyico, con el acento profético de las obras clásicas de todos los tiempos. Sus acordes son de trombones, bajos, tubas, violoncelos y en lo alto o lo profundo una nota sutil de diana. Música que se contempla crearse y hundirse en el infinito cósmico y en el caos inmisericorde, lejos de toda cotidianeidad.
Es una obra ritual, como la consagración de una misa; acto con el cual él justifica su vida y su muerte: ¡himno y expiación!, ¡hosanna y martirio! Es carta de navegación y testamento ológrafo; cuaderno de bitácora y escotilla de perdición. Es códice de los tiempos antiguos y cometa lanzada al futuro inexplorado.
Es un canto ceremonial, con la compulsión de una tabla de salvación y un estigma de fatalidad. De allí que en ella no haya anécdotas, ni compasión hacia el lector, porque en verdad la hizo para sí mismo o para la eternidad. O para Caronte, su divinidad. Con este libro Juan navega en los ámbitos siderales: es su nave y sus alas, su carta de presentación a la potestad con la cual lucha, se enfrenta, se mezcla, se destruye y con la que al final se redime.
La obra se sitúa al borde del abismo, en el peligro pleno, en el flanco izquierdo del acantilado desde donde sólo se cae, ansioso de escuchar su propio grito de suicida o desafiando a las verdades trascendentes a develarse, acerca del origen y el signo que encierra la creación; dispuesto a arrojarse sin contemplaciones para auscultar el ojo del misterio a fin de desgarrar sus vestiduras, decidido a vengarse de la ballena blanca del destino humano que le ha arrebatado el privilegio del sueño deleitoso y el despertar complacido.
Sobrecoge la majestad y hasta la violencia de sus versos y estrofas, más que en el plano formal en el fondo misterioso e inalcanzable de sí mismos. Es inconmensurable en la dimensión de su canto, que además de ritmos, imágenes, emociones y principios que lo sustentan, muestra el prodigio y el vacío portentoso que hay en la creación del mundo y en la existencia humana, y el designio estremecedor, esperanzado o fatal, que debemos cumplir en esta hora y deshora supremas.
En Arte de navegar Juan es demiurgo, profeta, gran maestro y loco a la vez. Es esta obra una proeza del género humano, donde se contiene todo, hasta la actitud heroica de morir en el sangrar de sus páginas, en las que nos da una imagen contrita del mundo en descalabro; en acordes broncos y acompasados, de misa de difuntos o de responso fúnebre por sí mismo y por el Hombre.
Poesía supranatural, de un mundo único, lejos de las melodías, estilos y temas consabidos, donde todo es distinto, inusitado y sorprendente en los componentes y en el conjunto, en los detalles y en la densidad de la trama. Con la belleza de lo grandioso y monumental.
Ahora que la muerte frota sobre el aire su cadena.
De estas ruinas que el mar bate oscuramente con su mano rota.
10. Testimonio: un libro dentro de otro libro
El rasgo más notable de esta obra es la impresionante percepción que se obtiene respecto al complejo y tormentoso proceso interior de elaboración y expresión que caracterizó a Ojeda en toda su producción y, particularmente, en Arte de navegar, en donde se entremezclan en genial fusión elementos psicológicos, místicos y metafísicos; emociones, razones e intuiciones; ilusiones, pesadillas y furores. Sin embargo, hay un elemento más, cual es la reminiscencia histórica, que se suma a los anteriores en el poemario Elogio de los navegantes, libro autónomo dentro de la obra mayor, y que fuera escrito por Juan entre los 19 y 21 años.
Elogio de los navegantes, como lo expresara Juan en una entrevista, es el poema introductorio a un ambicioso proyecto de escribir un canto nacional como la Eneida o Los Lusíadas, proyecto que compartimos y nos propusimos cumplir como producto de nuestras largas caminatas por las playas de Lurín y Chilca. Pensamos hacer juntos el libro y nos pusimos a trabajar en él tomando yo como punto de partida un Acllahuasi incaico, donde moran, como sombras laceradas y estremecidas algunas Acllas vejadas que eran testigos de los sucesos pasados, presentes y futuros. El tema con el que inicié esos cantos fue el de las guerrillas de la década del sesenta, avizorando el advenimiento de un mundo nuevo, corolario de la revolución socialista.
Resultado de ese trabajo fueron de parte mía los cantos que después integraron mi poemario Las Actas. En el caso de Juan es Elogio de los navegantes, que luego presentó al concurso de los Cuadernos Trimestrales de Poesía de Trujillo. Por su adhesión al mundo de la navegación a él le atraía la época del Descubrimiento y la Conquista, de ahí que en el poema Elogio de los navegantes aparezcan imágenes y evocaciones de aquellos sucesos históricos, entre muchos otros aspectos cosmogónicos, como también travesías y batallas.
Con Elogio de los navegantes Juan inaugura un léxico distinto, propio e intransferible, nunca escuchado en el proceso de la poesía peruana; donde las palabras son marmóreas y dramáticas, bajo el imperio de la trisílaba, honda y sin concesiones:
Funesto el mar de eternos elementos, morada del linaje humano:
Oscuras cuevas, huesos de marsopa, obstinados helechos crecen
Interminables en las ribas–
Allí el paciente cuervo ha tiempo
Malicia la carroña–. Estos son nuestros dominios: los pedruscos
Resecos, las raíces podridas y la tierra estéril. Dime:
Se siente, en primer lugar –aún antes de poder penetrar al fondo de esa superficie– una impresión arrolladora y contundente, la de estar ante una obra grandiosa, sinfónica, absoluta.
En su forma exterior, de largos versículos ordenados en tercetos, todos parejos e implacables, pareciera que la superficie del papel naufraga ante la vastedad del mundo que evoca, de renglones como un tinglado supremo, de ritmos ásperos, atribulados, inclementes, haciendo un mundo misterioso de atroz evidencia y de innegable estupor: versos irrenunciables, de los cuales no podemos huir ni escapar.
11. Destino de poeta
Rimbaud, a los 19 años, despreció la poesía –¡ese rayo fulgurante en que la había convertido!– después de ese canto flagrante y abrasador que erigió en su libro Una morada en el infierno, para traficar con armas y marfil en los desiertos de Abisinia y –mezquino y codicioso– atesorar una porción de oro que cuidaba desvelado en las candentes arenas. Juan Ojeda, en cambio, desprecia el mundo y la existencia y todo lo que hay en ellos de prodigioso para salvar lo único que justifica con su propia vida: la poesía.
Con su existencia expuesta Juan sostiene, sustenta y solventa su pasión y su razón poética. Impertérrito, sin dar ninguna explicación, levanta la arquitectura de su obra sin permitirse una digresión, una debilidad de postura, un gesto de cansancio, de hastío o de flaqueza. Y nos enseña a asumirla sin ceder posiciones, sin seguir las modas de la época y sin reemplazarla por ningún empleo. Juan nunca se empleó en nada, salvo su consagración a la poesía.
Conocía la tradición poética de manera completa y acendrada. Nadie como él para dominar más poesía y filosofía de todas las épocas, espacios y culturas. Para leer agotadoramente en varias lenguas. Y estudiar con igual pasión libros de arte como de ciencias. En ese bagaje, dos poetas peruanos fueron leídos e incorporados plenamente a su universo: César Vallejo y Martín Adán. ¡Cómo no!, frecuentaban nuestra charla Eguren y César Moro. Sin embargo, su poesía se presenta distinta, original y única, sin vínculo alguno –¡en absoluto!– con la moda callejera de la época.
Con una fuerza y decisión invencibles perseguía hacer gran poesía, de contundencia y plenitud. Todos quienes lo conocieron siquiera en parte y, más aún, quienes lo leyeron de una u otra manera, se expresan de él invariablemente con una frase: “¡Gran poeta!”. ¿Por qué lo dicen? De manera implícita por las siguientes razones: 1). Por la esencialidad de su espíritu y por el fondo, la autenticidad y la verdad de su postura frente al mundo. 2). Por su lenguaje único e inconfundible, creando un universo genuino e insospechado. 3). Porque abre caminos nuevos.
Su poesía es culta, de vocablos y conceptos eruditos, que se engarzan y tuercen obsesionados. También, y en buena medida, es abusiva con el lector, de ritmos inusuales, con un léxico docto pero a la vez con formas que sólo la plena libertad osa emprender y asumir, donde se adjetiva con términos que parecen extraídos de un diccionario culminante de la aflicción, del mundo apesadumbrado y del horror. En gran medida porque ése es su signo y su elección irrevocable.
Poemas tal cual es la vida, que contienen todas las preguntas y, como la vida, oculta todas las respuestas a todos los interrogantes esenciales. Poemas sombríos, espeluznantes, bajo el designio de algo que no nos corresponde cuestionar, ni siquiera interrogar; pero que reconocemos como inevitables en el sentido que siquiera uno en el mundo tenía que formularlos y pugnara por obtener respuestas, aunque sucumbiera ante ellas.
Poesía del alma, que ingresa al mundo íntimo y raigal de la condición singular que tiene el Hombre, donde hay un paisaje de fondo adusto y lato: unas ribas, una arcada y una fuente; una edificación antigua y el mar insomne, de lenguaje y talante oceánicos, insondable. Poesía de vocablos densos, con herrumbre de siglos y en vigilia constante, como de arrancadas y destejidas lonas de mástiles expuestos al misterio, con el idioma del mar ciego y compasivo, que tiene el ritmo del oleaje golpeando las rocas y muriendo en playas ignotas, pensándose y amándose a sí misma.
Al leer los poemas de Juan nos vamos formulando una pregunta sencilla: ¿Hay, en el contexto de la poesía actual, poesía de la calidad, de la magnitud, de la profundidad y de la estatura de la poesía de Juan? Entonces, ¿por qué el rezagamiento, la marginalidad, el anquilosamiento en que se le tuvo y se le tiene?
12. Itinerario de una locura
El proceso y el estilo de elaboración y expresión de Arte de navegar refleja inexorablemente la compleja dinámica del proceso creador de parte de su autor, en donde se evidencia la tormentosa interacción entre los ámbitos de lo afectivo, lo racional y la energía vital, elementos todos en pugna; del medio ambiente, el contexto histórico y el azar jugando el rol de implacables compositores y directores de orquesta que al mismo tiempo que ejecutar la partitura la van destruyendo, que al mismo tiempo que edificar la obra maestra la van dinamitando, tan es así que quizá con el mismo derecho a titularse como se titula, más propia y honestamente debería llamarse “Arte de naufragar”... como que fue, real y magistralmente a la vez el preludio y el réquiem (y auto responso) perfectos para el suicidio de Juan, como realmente aconteció.
Y así como hay testimonios innegables de la genialidad de su autor –con aciertos que hemos tratado de señalar en estas páginas–, es doloroso comprobar también que hay pruebas de la pérdida del sentido, del vértigo y desquiciamiento de que fue siendo víctima cada día. Y la razón es que fue un hombre que se consustanció hasta arder, consumirse y explosionar con la poesía, con la que sostenía una relación ígnea, que no podía ser sino fuego al rojo vivo, incendio inabarcable.
Él todo lo miraba a través de esas llamas u hogueras que alzaba con un delirio implacable. La poesía fue su destino, su martirio y su inmolación, habitando en ella como en su propia casa, al punto que en su obra hay momentos en que se burla del lector, en que es caprichoso y hasta nos hace perdernos en su laberinto. Hay otros instantes en que se le siente pedante, soberbio y autosuficiente:
Eternidad exacta para armar un pito.
En otros momentos cambia de ritmo, golpea con algo insólito, como cuando tiraba la bandeja de escabeches a la mesa donde conversaban sus amigos; ensayando un paso inusitado queriendo sorprender. Otras veces quiere ostentar y hasta rompe las patas de la silla en que el lector revisa anonadado sus versos, destrozando bruscamente –para el efecto– un esquema rítmico.
Hay, en Arte de navegar, así como poemas de un sentido acrisolado y potente, otros sin sentido. O, más aún, poemas sintomáticos de un desequilibrio, incoherentes e insensatos: pura acumulación sin lógica, como cuando un demente junta latas, cartones, retazos de tela, vestigios del mundo, e intenta –jugando a solas– hacernos perder la paciencia, prueba de la turbación y del horror en que ya ha caído, y es que:
Es un hombre hastiado de soportar el mundo.
Hay poemas que dan círculos concéntricos, repetitivos, pavorosos por el mareo, la oquedad y la sensación de derrumbamiento que producen. Lo que de allí se recoge es sensorialmente apabullante y absurdo. El libro, en cierto momento, es el propio infierno de Juan. La tierra monda, arrasada y yerma que él tanto invoca. ¡Y atrozmente quieta! ¡Es el hastío! El paisaje de ruinas, neblinoso y desértico, con la sequedad donde la respiración es dura y a la vez agitada. Polvo derruido, síntesis de ruinas; estableciendo la relación con el mar que lo obsede, de esta manera:
Quien se ahoga en un océano
se despierta en un desierto.
Juan va nombrando los asuntos con indolencia y desidia, como si ya nada le importara. Dice en “Portrait of a Blind Poet”:
En el lucro de la umbría –venático río de oro:
Nave sin ojos, oh Noche, diamante signado al origen–
Ebrios labios de pórfido en una estatua inútil,
Crecer fardos de liquen plateado: bruma insigne.
Y del reposo que, tremante, calcina al Abismo–
Inerte fuego, los designios– canta el polvo hirsuto.
Descanso terrenal, huesos hurgados por el Tiempo;
Párpados sin retorno, ardidos, numerosa joya de mundo
¿Qué alegría horada insensiblemente ojos desnudos?
¿Qué brillo eleve, ahora cóncavo, el festín horrendo?
Sólo hastío de mármol fatiga, coronado, vano Ritual
Donde patio sonoro –mediodía negro– ofende el júbilo,
Tras fronda de neblí. Ojos de oro de un pliego azul;
Sacra ceniza, árido en ebrio abismo, el mago pútrido.
Y en “Confesión de Mencio”, y en otros poemas, se repiten como en una máquina demente verso tras verso, como si fuesen los barrotes de una cárcel inicua, estos sones:
Y se asemejan al parloteo de un enajenado.
La vida es como un secreto que al aparecer
Fluye indistinto en ruidos y silencios.
Obcecación del espíritu pudriéndose hacia adentro
Lamentaciones que ahora escuchas disipándose
Lamentaciones en medio de un cuarto cerrado
Gritos pétreos retumbando en una mente sellada.
Ya sin nadie que remueva un rastro en la vida
La repercusión de sonidos emitidos por nadie
El camino de las palabras que nada nombran
Y se asemejan al parloteo de un enajenado.
La vida es como un secreto que al aparecer
Fluye indistinto en ritmos y silencios.
Obcecación del espíritu muriéndose hacia adentro
Pensamientos en medio de un cuarto cerrado
Gritos muertos retumbando en una mente estropeada.
La vida es como el parloteo de un enajenado
El camino de las palabras que nada nombran
Pensamientos en medio de una mente estropeada
Obcecación del espíritu...
¡Tú, Arthur Rimbaud, no estás eximido de culpa de esta catástrofe! ¡Tanto habíamos repetido este fragmento tuyo!:
El poeta se hace vidente por medio de un largo, inmenso y razonado desorden de todos los sentidos. Busca todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura; exprime en él todos sus venenos, para no guardar sino su quintaesencia. Inefable tortura, en que necesita toda la fe, toda la fuerza sobrehumana en que se vuelve entre todos el gran doliente, el gran criminal, el gran maldito... Imagínense un hombre injertándose y cultivándose verrugas en la cara. Digo que es preciso ser vidente, hacerse vidente.
El libro mismo, en su proceso como escritura, es la quiebra de sentido, es el absurdo y el caos, en donde el lenguaje deja de tener cuerpo orgánico y se torna delirio; deja lo que salva y redime y –quizá como en la mente de Juan–sólo se vuelve conflagración y abismo de las cosas, de los seres, y al final el vacío. En él se confronta al lector con la atroz ruptura, con el mundo cayendo en la aberración y la quimera.
Arte de navegar es, también, el itinerario de una locura, siempre con majestad y tragicismo, como la de Friedrich Nietzsche, y también con vehemencia y conmiseración, como la de Vicent Van Gogh.
13. Hacia los montes fértiles
Ya para finalizar quiero celebrar el hecho muy significativo de haber sido jóvenes estudiantes de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos quienes han mantenido siempre viva y presente su memoria, pues al final fue el claustro de esa Universidad el lar que lo cobijara –¡que nos cobijara!– y fueron sus aulas, corredores y patios, ¡y el soplo del espíritu que en ellos mora!, aquello que alentó su gran poesía.
Fue, además, el San Marcos de la década del 60, que enalteció la bandera del pueblo, del Perú irredento, de la aspiración de un orden social con justicia y dignidad, el que le dio siquiera un grumo de esperanzas –¡todo lo que su alma podía soportar!–. En San Marcos inicia su vida y su obra poética y horas antes de morir estuvo en su campus. En realidad, desde San Marcos enrumbó hacia la esquina fatídica de la cuadra 23 de la Av. Arequipa en donde se inmolara, una madrugada neblinosa y estupefacta.
Y, de otro lado, el hecho también significativo de que hayan sido estudiantes de la Pontificia Universidad Católica del Perú quienes impulsaran la edición de su obra póstuma, Arte de navegar, hecho que nos testimonia en concreto una clave de la trascendencia de su obra, que hace esta parábola de unión y enlace entre las dos principales casas de estudios superiores y de consagración al espíritu en nuestro país y arco tendido también con la vida que renace en el corazón de la juventud que discierne entre lo estéril y lo vivo, reivindicando para la cultura humana la trayectoria y el mensaje de Juan Ojeda.
En homenaje a todo ello pongo el ramo de rosas que llevábamos con Juan ¡a no sabemos quién! en el cementerio de Surco, donde gustábamos pasear. A esos esfuerzos generosos me adhiero, entregando este modesto y fervoroso aporte espiritual, con mi emoción atribulada por la añoranza.
Y así como Juan era candoroso en el amor –pues le hacía vibrar el amor núbil, ingenuo y virginal–, así creo que son las alas de la esperanza que él avizorara como rasgo final de su obra memorable, hecho que se grafica en el orden que ocupa en la obra el poema “Elogio de la Infancia”. En esto Ojeda quiso seguir la pauta del Dante, quien inicia la Divina Comedia con el Infierno y concluye con la redención y la aspiración de una vita nuova, que en el caso de Juan es representada por la infancia de una nueva humanidad.
“Elogio de la Infancia” es, en el fondo, un poema de fe, de promisión, y un llamado a la acción revolucionaria, a que busquemos las raíces del bien y fundemos una nueva tierra y una nueva historia: la tierra del anhelo, la infancia del mundo, el día en que desayunemos todos, la morada del bien a la que todos estamos convocados:
¡Oh infancia de futuros siglos, ya se escucha
la humana muchedumbre, se insinúan
los tiempos de un orden nuevo!
Porque la tierra, niño, te cobijará
en sus dones eternos, porque ya se avecina
la edad de una historia fecunda: mira, mira estas ruinas.
Luego caminemos hacia los montes fértiles!
jueves, 1 de noviembre de 2007
Augusto Rubio: “Urge desplazar el trabajo cultural hacia donde se toman las decisiones políticas” *
Narrador y poeta chimbotano cuestiona absurda conducta de menosprecio de políticos hacia el desarrollo cultural del pueblo
Juan Salazar Beraún
Narrador, poeta y activo promotor cultural de su ciudad natal, Augusto Rubio Acosta (Chimbote, 1973) dialogó recientemente con Kontra Kultura sobre un tema central que seguramente no ha sido tomado en cuenta por la clase política: el desarrollo de políticas culturales en su ciudad y especialmente en la región donde reside (Ancash), un tema preocupante en tanto como él señala “urge reconocer el papel central que juega la cultura en el desarrollo de los pueblos”. La siguiente es una breve entrevista en torno a ese y otros temas importantes:
Augusto, ¿por qué es importante promover políticas culturales sobre todo desde las provincias? Sabemos que Chimbote es una urbe muy activa culturalmente hablando, ¿cuál es el objetivo al plasmarlas?
Porque histórica y lamentablemente el trabajo cultural, esa especie de intervención que han hecho los artistas –sobretodo al interior del país- se encuentra marginalizada. Es necesario darle su verdadero espacio, urge desplazar ese trabajo hacia el núcleo donde se toman las decisiones políticas, ampliando el concepto que se tiene de “cultura”, por algo que va más allá de las artes y el patrimonio cultural.
Debemos conseguir financiamiento para los proyectos culturales –que sí los hay en provincias, en Chimbote hay varios esperando- pero que lamentablemente los políticos que están en el poder dejan de lado y hasta menosprecian de manera absurda. Urge mejorar la gestión y administración de cultura en el país, así como generar toda una onda reflexiva entre la gente, el pueblo, los medios de comunicación, quienes deben comprender la importancia del desarrollo cultural. En Chimbote y en Áncash los artistas trabajan por su cuenta, no existe política estatal ni privada alguna que los enhebre.
¿Cómo debemos entender el concepto cultura?
El concepto cultura abarca el modo de vida de la colectividad en general, no son sólo las manifestaciones artísticas de un pueblo. Es la visión del mundo que tienen los grupos humanos, sus valores, creencias y normas. Todo esto va a determinar su bienestar. Lamentablemente al Estado peruano este asunto no le interesa; ni municipios, ni regiones, tampoco el gobierno central orienta sus fuerzas en torno al factor humano y creativo. Esto es muy lamentable. Nadie tiene en cuenta lo complejas que son las relaciones entre la gente, las creencias y motivaciones que son el alma de toda cultura; de ahí es de donde surge la creación artística, urge rescatar todo esto. Ojalá alguna iniciativa privada se anime a invertir en esta necesidad básica.
¿Y cómo habría que empezar a cambiar las cosas?
Hay regiones como Loreto, a las cuales deberíamos empezar a observar con atención por los avances que han tenido en este plano. Ellos hicieron hace dos años un foro donde se elaboro el Diagnóstico del Plan Concertado de Desarrollo Cultural de Loreto, también el año pasado se plasmó un foro-taller sobre patrimonio intangible, identidad y ciudadanía cultural. Todo esto ha desembocado en la creación de la Red de Desarrollo Cultural de Loreto, la aprobación de su estatuto, elección de sus directivos, así como asambleas populares. En Chimbote y en Ancash estamos a años luz de todo esto, vivimos a espaldas del desarrollo, las autoridades están en otro mundo, si seguimos así nunca avanzaremos. No todo es dinero para carreteras, hospitales, estadios; no todo es Chinecas. Hay que entender que la cultura nos llevará al desarrollo; el cemento no lo hará.
¿Qué tan importante sería elaborar un Plan Estratégico de Desarrollo Cultural como el que mencionas?
Permitiría elaborar propuestas de desarrollo, diversificar las tareas a realizar e involucrar a las autoridades y candidatos a alcaldías o regiones con planes y ofertas culturales. Ningún alcalde de Áncash ni siquiera el presidente regional ofreció nada en términos de cultura. La región donde vivo obtiene este año ingresos exorbitantes en millones de dólares por concepto de canon minero y todo lo que se gasta (a las justas el 50% del monto total, pues no hay capacidad de gasto) se invierte en asfalto.
Todos los municipios deben tener un diagnóstico cultural (ninguno lo tiene), tampoco cuentan con infraestructura cultural (espacios para las manifestaciones artísticas). Urge mejorar las condiciones de creatividad cultural para elevar la calidad. En la región se debe contar con una institución (estatal o privada) que dirija y tenga capacidad de convocatoria hacia otras instituciones, con la finalidad de hablar un mismo lenguaje y coincidir en los objetivos. Se debe aprovechar el proceso de descentralización puesto en marcha en el país, para plantear nuestra propuesta cultural regional, apoyando a quienes tienen fines culturales y una propuesta cultural urbana como también rural.
Finalmente, Augusto, y hablando de otro tema, ¿cómo va tu producción literaria?, ¿cuándo tendremos un nuevo libro?
El trabajo escritural que realizo está muy ligado a la difusión y promoción de actividades culturales. Últimamente el blog que administro (www.mareacultural.blogspot.com) viene impulsando diversas campañas de carácter cultural, las mismas que tienen la acogida de los lectores. En noviembre próximo aparecerá gracias a Río Santa Editores mi libro de crónicas Mundo cachina. Espero que este nuevo libro me lleve a muchas ciudades, auditorios, universidades, congresos literarios, colegios y plazas públicas, donde me interesa compartir con el lector. Proyectos de libros hay varios, más adelante y cuando tengas más espacio hablaremos más extensamente. Muchas gracias.
MÁS DATOS
Augusto Rubio estudió comunicación social en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y es autor de los libros de poemas “Inventario de iras y sueños” (2005) y “Mi camisa de comando” (2007); así como de los volúmenes de narrativa “Avenida indiferencia” (2005) y “Crónica vida” (2007).
* Tomado de Kontra kultura Magazine, oktubre de 2007.
Juan Salazar Beraún
Narrador, poeta y activo promotor cultural de su ciudad natal, Augusto Rubio Acosta (Chimbote, 1973) dialogó recientemente con Kontra Kultura sobre un tema central que seguramente no ha sido tomado en cuenta por la clase política: el desarrollo de políticas culturales en su ciudad y especialmente en la región donde reside (Ancash), un tema preocupante en tanto como él señala “urge reconocer el papel central que juega la cultura en el desarrollo de los pueblos”. La siguiente es una breve entrevista en torno a ese y otros temas importantes:
Augusto, ¿por qué es importante promover políticas culturales sobre todo desde las provincias? Sabemos que Chimbote es una urbe muy activa culturalmente hablando, ¿cuál es el objetivo al plasmarlas?
Porque histórica y lamentablemente el trabajo cultural, esa especie de intervención que han hecho los artistas –sobretodo al interior del país- se encuentra marginalizada. Es necesario darle su verdadero espacio, urge desplazar ese trabajo hacia el núcleo donde se toman las decisiones políticas, ampliando el concepto que se tiene de “cultura”, por algo que va más allá de las artes y el patrimonio cultural.
Debemos conseguir financiamiento para los proyectos culturales –que sí los hay en provincias, en Chimbote hay varios esperando- pero que lamentablemente los políticos que están en el poder dejan de lado y hasta menosprecian de manera absurda. Urge mejorar la gestión y administración de cultura en el país, así como generar toda una onda reflexiva entre la gente, el pueblo, los medios de comunicación, quienes deben comprender la importancia del desarrollo cultural. En Chimbote y en Áncash los artistas trabajan por su cuenta, no existe política estatal ni privada alguna que los enhebre.
¿Cómo debemos entender el concepto cultura?
El concepto cultura abarca el modo de vida de la colectividad en general, no son sólo las manifestaciones artísticas de un pueblo. Es la visión del mundo que tienen los grupos humanos, sus valores, creencias y normas. Todo esto va a determinar su bienestar. Lamentablemente al Estado peruano este asunto no le interesa; ni municipios, ni regiones, tampoco el gobierno central orienta sus fuerzas en torno al factor humano y creativo. Esto es muy lamentable. Nadie tiene en cuenta lo complejas que son las relaciones entre la gente, las creencias y motivaciones que son el alma de toda cultura; de ahí es de donde surge la creación artística, urge rescatar todo esto. Ojalá alguna iniciativa privada se anime a invertir en esta necesidad básica.
¿Y cómo habría que empezar a cambiar las cosas?
Hay regiones como Loreto, a las cuales deberíamos empezar a observar con atención por los avances que han tenido en este plano. Ellos hicieron hace dos años un foro donde se elaboro el Diagnóstico del Plan Concertado de Desarrollo Cultural de Loreto, también el año pasado se plasmó un foro-taller sobre patrimonio intangible, identidad y ciudadanía cultural. Todo esto ha desembocado en la creación de la Red de Desarrollo Cultural de Loreto, la aprobación de su estatuto, elección de sus directivos, así como asambleas populares. En Chimbote y en Ancash estamos a años luz de todo esto, vivimos a espaldas del desarrollo, las autoridades están en otro mundo, si seguimos así nunca avanzaremos. No todo es dinero para carreteras, hospitales, estadios; no todo es Chinecas. Hay que entender que la cultura nos llevará al desarrollo; el cemento no lo hará.
¿Qué tan importante sería elaborar un Plan Estratégico de Desarrollo Cultural como el que mencionas?
Permitiría elaborar propuestas de desarrollo, diversificar las tareas a realizar e involucrar a las autoridades y candidatos a alcaldías o regiones con planes y ofertas culturales. Ningún alcalde de Áncash ni siquiera el presidente regional ofreció nada en términos de cultura. La región donde vivo obtiene este año ingresos exorbitantes en millones de dólares por concepto de canon minero y todo lo que se gasta (a las justas el 50% del monto total, pues no hay capacidad de gasto) se invierte en asfalto.
Todos los municipios deben tener un diagnóstico cultural (ninguno lo tiene), tampoco cuentan con infraestructura cultural (espacios para las manifestaciones artísticas). Urge mejorar las condiciones de creatividad cultural para elevar la calidad. En la región se debe contar con una institución (estatal o privada) que dirija y tenga capacidad de convocatoria hacia otras instituciones, con la finalidad de hablar un mismo lenguaje y coincidir en los objetivos. Se debe aprovechar el proceso de descentralización puesto en marcha en el país, para plantear nuestra propuesta cultural regional, apoyando a quienes tienen fines culturales y una propuesta cultural urbana como también rural.
Finalmente, Augusto, y hablando de otro tema, ¿cómo va tu producción literaria?, ¿cuándo tendremos un nuevo libro?
El trabajo escritural que realizo está muy ligado a la difusión y promoción de actividades culturales. Últimamente el blog que administro (www.mareacultural.blogspot.com) viene impulsando diversas campañas de carácter cultural, las mismas que tienen la acogida de los lectores. En noviembre próximo aparecerá gracias a Río Santa Editores mi libro de crónicas Mundo cachina. Espero que este nuevo libro me lleve a muchas ciudades, auditorios, universidades, congresos literarios, colegios y plazas públicas, donde me interesa compartir con el lector. Proyectos de libros hay varios, más adelante y cuando tengas más espacio hablaremos más extensamente. Muchas gracias.
MÁS DATOS
Augusto Rubio estudió comunicación social en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y es autor de los libros de poemas “Inventario de iras y sueños” (2005) y “Mi camisa de comando” (2007); así como de los volúmenes de narrativa “Avenida indiferencia” (2005) y “Crónica vida” (2007).
* Tomado de Kontra kultura Magazine, oktubre de 2007.
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