viernes, 27 de febrero de 2009

De puta madre

Cuando era mocoso (tampoco estoy diciendo que soy viejo) y apenas hacía uno o dos años que tenía DNI, cuando era estudiante por las mañanas en San Marcos y practicante (debería decir aspirante a explotado) por las tardes, y empezaba a publicar mis primeros escarceos periodísticos (y culturosos) en un desaparecido diario de la tugurizada y siempre maloliente Lima de los noventas, me ponía a pensar en “lo que tenía que hacer”, en lo que me faltaba (así decía siempre el editor a sus noveles periodistas) para escribir como él quería:de putamadre”.

El ir y venir -por las mañanas- del kiosko en una esquina de la avenida Bolívar, en Pueblo Libre, se había convertido en una auténtica tortura: pocas veces supe de antemano si mis crónicas saldrían publicadas; después de todo, nunca supe lo bien o mal que lo había hecho el día anterior hasta que compraba El Mundo y me leía. Nada superaba ese momento (hasta ahora me sucede), recién sabía que sabía lo que sé: luego de haber escrito y haberme leído.

Escribir “de putamadre” era jodido para mí en ese tiempo, toda una obsesión. La idea me atormentaba a veces, me perseguía a todas partes, me aliviaba en otros días. Recordaba cuando era niño, las viejas manías aprendidas de mamá: ¡Ya, antes de irse a dormir, me aprenden 10 palabras diarias, su significado y perfecta escritura. Además deberán redactar una oración por cada palabra aprendida, donde las empleen adecuadamente! ¡Ya, vamos, si no nadie duerme!...

A pesar que desde siempre leía –como dicen los muchachos- “a forro”, por ese entonces no era suficiente. Sucede que había devorado sólo los clásicos y autores latinoamericanos; faltaba proveerse de la nueva narrativa, el ensayo y la poesía contemporánea, necesitaba leer -por ejemplo- a Bukowski y a los europeos, a Patricia Highsmith y toda la novela negra y narrativa psicológica norteamericana, a los cronistas del New Yorker y a Kapuscinski, tantas cosas… Tenía que pisar tierra: estaba en nada, era doloroso y debía asimilarlo. ¿Así quería ser periodista?, ¿cronista, escritor tal vez?... Mientras mis compañeros del periódico habían leído kilómetros de kilómetros de papel impreso, este cimarrón continuaba en pañales (daba pena), era un triste provinciano aspirante a periodista y gateando…

Cuando recuerdo ese tiempo me vienen a la cabeza imágenes claras, otras también difusas. La universidad me distrajo –a decir verdad prácticamente me hizo perder el tiempo-, porque todo, casi todo lo aprendí en las calles y en la dichosa redacción. En la Lima de los noventas era sencillo escribir sobre política (estábamos en plena dictadura) después de haber salido a marchar con los estudiantes y enfrentarse a la policía; era sencillo escribir sobre fútbol y barras bravas (sobre todo si era fanático de Alianza Lima y el equipo no campeonaba 18 años); era más fácil escribir sobre música si uno se daba una vuelta por El Agustino (y su ecuménico festival de rock) o por la Carpa Grau (escenario de tantas jornadas chicheras y golpizas memorables). La historia y la literatura era lo que más me apasionaba, pero no siempre habían noticias de ese tipo que cubrir. Además debía escribir “de putamadre” y eso constituía una chamba aparte.

Una vez, alguien me dijo que para escribir de “puta madre” debía ser disciplinado y hacerme un horario (practicaba ambas cosas), debía rodearme de mis alimentos favoritos (o sea yogurt en trozos, pan de molde con jamón inglés, pringles clásicos, un buen vino y duraznos al jugo), leer duro, bueno y parejo (de eso ya hemos hablado), conseguirme una buena PC (a las justas tenía una remington portátil) y escribir sobre lo que me joda, lo que me aterre y me mande preso, lo que me dé mucha vergüenza. Una vez, un poeta horazeriano del jirón Kilka (se escribe con “K” desde los noventas, antes se escribía con “Q”) me dijo que para escribir como él (o sea de puta madre) debía ser un tipo triste, padecer tuberculosis y ser pobre de espíritu, pobre –materialmente hablando-, y quizá también de corazón. Dijo que debía sufrir como nadie, que vaya coleccionando mis tristezas al mismo ritmo que las nuevas palabras que aprendía; dijo también que tal vez sea bueno que escriba junto a una buena hembrita, que las mujeres le dan el toque soberbio a una buena historia, que las incluya de cuando en cuando en mis crónicas

De ese tiempo a esta parte, me he dedicado a escribir de todo un poco, ustedes saben. A escribir nomás porque nunca pude escribir “de puta madre”. Como verán soy un fracaso (eso es irreversible). Por eso mejor me voy y los dejo con sus cosas (vayan nomás). Igual nos estaremos viendo aquí uno de estos días; y es que no lo entiendo, sólo en éste lugar (las cabinas de internet de mi pata Lucho, escenario del cual prometo hablar en crónica aparte) todavía me aguantan.

Todo sobre Flaubert

Gustave Flaubert se encargaría de dirigir los primeros pasos en la literatura de Guy de Maupassant, y sabemos por la correspondencia entre ambos que el discípulo obedecía sin titubear todas las indicaciones del maestro. Posteriormente, será Maupassant quien escriba algunos de los textos más lúcidos que existen sobre la obra de Flaubert y sobre su personalidad. Precisamente los que recogemos en esta edición, donde se reproducen ideas, citas y juicios del autor de Madame Bovary sabiamente entremezclados con anécdotas y recuerdos.

Los ensayos reunidos en "Todo lo que quería decir sobre Gustave Flaubert" tienen, además del mérito de ser de los primeros en dar cuenta de la novedad y trascendencia del método y la concepción de la novela de éste, tan contrario a todo lo que estaba en boga por entonces, el de no someter su obra a ninguna teoría literaria preconcebida. Como un verdadero médium, Maupassant deja en todo momento que su maestro, y también amigo, se exprese a través de él.

«Los ensayos de Maupassant sobre su maestro Flaubert son un prodigio de fineza», ha dicho Paul Morand. «Ojalá todos los escritores tuviéramos a un lector como Maupassant lo es de Flaubert», palabras de Georges Simenon.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Siempre

Un día como mañana -26 de febrero de 1921- César Vallejo salía de la cárcel de Trujillo, adonde fuera recluido acusado de propiciar un incendio en la hacienda azucarera donde trabajaba. Pero no solo salía libre él sino un libro de poemas que había sido –sin saberlo ni quererlo sus captores– también encarcelado, junto a su autor.

Ese libro es Trilce, escrito en su mayor parte antes de ser apresado y puesto en cautiverio César Vallejo, pues entró a la cárcel junto a él, para salir otro completamente transfigurado. El poemario salió de la cárcel adonde había ingresado siendo en parte deudor de una estética en vigencia, de una manera de ser y entender la poesía.

Entró Trilce, sí, arrastrando todavía algunas cadenas y grilletes –como los tenían todos los demás libros de poesía de su época– pero después de los 112 días de cárcel que padeció Vallejo, salió ¡puro, insospechado y libérrimo!

La fragua al rojo vivo a la que lo sometió su autor al mirar las cosas de tal modo como puede hacerlo quien vive, en ese trance -el momento más grave de su vida- forjaron el libro más vanguardista y contundente de la poesía de habla hispana y uno de los más importantes de las letras universales. Por eso hoy aquí en Marea Cultural lo recordamos...

Tiempo de cine

Ahora que hablamos de cine, estos días pudimos ver "El curioso caso de Benjamin Button", altamente recomendable film con las actuaciones de Brad Pitt, Cate Blanchett y bajo la dirección de David Fincher. Basada en un relato de Scott Fitzgerald, la película cuenta de manera muy intensa la historia de Benjamin Button, un hombre que nace con el cuerpo de una persona de 80 años, y que con el transcurso del tiempo va rejuveneciendo. Nominada a 13 estatuillas por la Academia Norteamericana, finalmente el film -considerado el gran derrotado en la entrega del Óscar- se alzó sólo con tres estatuillas: Mejor dirección artística, maquillaje y efectos visuales. Vayan a verla, lleven canchita (ración grande), la peli dura cerca de tres horas.

Por fin en nuestras salas

La violencia cotidiana sufrida en la época del terrorismo en Ayacucho, hace que Perpetua, una mujer mayor que vive exiliada en Lima, le transmita a su hija Fausta (Magaly Solier) lo que en los Andes llaman la enfermedad de la Teta Asustada. Una extraña creencia, o más bien un mito de la serranía andina, sobre una enfermedad que cargan los hijos de las mujeres que fueron violadas y maltratadas durante sus meses de embarazo en la época de Sendero Luminoso. Se piensa que la leche materna de aquellas víctimas se infecta de terror y se traspasa a sus hijos llenándolos de un miedo atávico.

Tras este hecho traumático, Perpetua y Fausta sólo se comunican cantando. Fausta acusa la enfermedad en momentos de miedo y tensión extrema sangrando por la nariz y conviviendo con el temor latente a la violación. La historia arranca cuando Perpetua muere y su hija Fausta quiere repatriar sus restos y enterrarla en su aldea natal. Pero pronto se descubre que Fausta oculta algo más: una decisión incubada por su propio temor a repetir la terrible experiencia vivida por su madre.

Ganadora del Oso de Oro en el reciente Festival de Berlín, el film llega a nuestras salas este 12 de marzo. Criticada por muchos sectores, la cinta de Claudia Llosa -acusada de cierto fundamentalismo, de poseer conceptos torcidos, poses insoportables y hasta de "haber sido rodada para recalar en el gusto de los organizadores del Festibal de Berlín- continúa siendo un misterio para quienes aún no la hemos visionado. Habrá que esperar hasta el 12 de marzo para proponer lecturas desde nuestras propias subjetividades.

sábado, 21 de febrero de 2009

II Taller de Periodismo Literario ( Crónica )

El próximo martes 10 de marzo se inicia el II Taller de Periodismo Literario (Crónica) en el Centro Cultural Centenario de Chimbote (Jr. Alfonso Ugarte Nº 800). Entre los objetivos del Taller -que será dictado por este blogger- se encuentran entregar al participante las herramientas narrativas y enseñarle la forma en que los grandes autores las utilizan en sus escritos. Se estudiarán las técnicas de diversos periodistas dedicados a la crónica literaria, el estilo y los trucos que utilizan para mantener la tensión y el enfoque noticioso, la manera en que mezclan su percepción con la noticia y la forma en que describen personas y lugares. Además, se aprenderá a reconocer al ser humano que hay detrás de cada acontecimiento, retratárselo a los lectores a través de pequeños detalles, a realizar semblanzas que ilustren los hechos.

El próximo martes 10 de marzo se dictará la primera de las 27 sesiones (el Taller tiene una duración de dos meses) y las clases se desarollarán los días martes, jueves y sábados a partir de las 4 de la tarde. El Taller está dirigido a estudiantes de ciencias de la comunicación, periodistas, trabajadores de prensa, docentes y público en general.Las inscripciones están abiertas en el Centro Cultural Centenario. Informes al 943 - 026132 o al correo electrónico gucholakra@hotmail.com

miércoles, 18 de febrero de 2009

Perdonen la franqueza

Augusto Rubio Acosta

No hay nada que me joda tanto como escuchar a los políticos caducos, lamentables e hipócritas, hablar de moral y prometerle al pueblo -en la plaza o en cualquier noticiero de TV- la ansiada estabilidad económica, asegurar que habrá empleo suficiente para todos y que al fin se desterrará la pobreza, la injusticia, la maldita corrupción.

No hay nada que le reviente más a éste cimarrón que leer publicaciones pésimamente escritas; me jode hasta el límite estar en la cola del estadio, del paradero interprovincial o de saludo del matrimonio, y que alguien (alguna fémina atractiva o vieja decrépita) pretenda “colarse”. Me revientan los cantantes sin voz en el mejor de los karaokes; las mujeres vulgares, “lanzas” y sofisticadas; los que dicen ser periodistas pero la profesión les queda grande a pesar de sus estudios de postgrado. Me joden además los peloteros de fin de semana (¿acaso no tienen nada que hacer?) y el respectivo “full vaso”; los padres que compran metralletas de juguete a sus hijos; los menores de edad que mueren de una bala perdida y por la espalda; los TLC; la gente hipócrita; los piscos peruanos pero “chilenos”; los que dicen “Que Dios te bendiga” si les das una quina; tantas cosas…

Para variar, este pechito odia a quienes crían perros y no saben cómo cuidarlos o evitar que muerdan al prójimo (después se escudan en seudo asociaciones protectoras de animales); odia a la Policía (en verdad no la odio sino la desprecio) y a sus abusivos y corruptos integrantes. A este cimarrón le jode (además le da risa) que los ignorantes del Gobierno Regional de Áncash no tengan un solo proyecto de desarrollo cultural en su lista de prioridades; le revienta que los municipios de la provincia no promuevan la lectura y todo lo vean construir “Mercados Mayoristas” a media cuadra del chongo y “Polideportivos” sobre los desolados arenales. Me da bronca los que se emborrachan y provocan trifulcas, los que afanan hembritas con sonrisa fingida, los profesores que no nunca leen (y jamás leerán) y los tristemente célebres jueces y trabajadores del Poder Judicial, el edificio ése que nos avergüenza a todos.

Me dijeron que no debería escribir sobre las cosas que odio sino aquéllas que no odio, que sería más sencillo para mí –dada mi naturaleza- “carburar” sobre ello. Gastaría menos papel, seguro; ¿por qué no mencionas sólo lo que te agrada, Augusto?, usarías menos tiempo y los aburridos conductores de “Escenario público” no estarían mirando el reloj a cada rato…

El hecho es que detesto también que la gente gaste su plata yendo al estadio a ver a la selección peruana (qué triste), y me irrita que existan quienes creen que el José Gálvez algún día llegará a la Libertadores (son tan ilusos). Me da náuseas comprobar que la prensa vendida gana cada vez más adeptos, que aparezcan más locutores de programas chicha y tristes periódicos y revistas dedicados a la farándula, al fútbol y al seudo periodismo. Olvidaba decir que me revienta sobremanera que al tema cultural las autoridades no le den importancia (allá ellos, que se jodan). Podría matarlos a todos, pero no creo que valga la pena; además me ensuciaría las manos, son demasiadas las cosas que me molestan y sólo he podido acordarme de algunas de ellas en esta combi camino a mi Taller de Teatro. Me toca bajarme, ¡esquina bajan, tío! Mi vuelto, pe´… Sé que este chofer y su inmundo cobrador podría ser uno de los personajes que he nombrado hoy y sobre los que he escrito en ésta mi libreta que siempre me acompaña. Es todo, amigos; tranquilos no más, yo no los odio. Me jode sí que no me escuchen (perdonen la franqueza), que cambien de emisora y sintonicen al animal ése de la otra radio (la que ¡sí mueve!). Es tarde; ¡pie derecho, pie derecho! ¡Ya bájate, oye, Cabeza e´ libro!...

jueves, 12 de febrero de 2009

Van Gogh y los colores de la noche

Leyendo ADN nos enteramos que las obras maestras de Vincent Van Gogh -el pintor de la luz y el color-, aquellas pinturas que versan sobre el atardecer y la noche, unos momentos místicos para él, se intentan recrear en una exposición en Amsterdam.

En "Van Gogh y los colores de la noche" se podrán contemplar entre el 13 de febrero y el 7 de junio en el museo Van Gogh, 26 pinturas, nueve dibujos y cinco cartas del pintor, pertenecientes a una colección particular y una decena de museos, entre ellos el de Orsay de París y el Thyssen de Madrid.

Esta es la primera retrospectiva de las composiciones vespertinas y nocturnas de Van Gogh, que nunca antes habían sido estudiadas en grupo y aún menos unificadas en un catálogo.

El atardecer y la noche, que Van Gogh pintó desde sus inicios, permiten ver la evolución de su arte, desde sus años holandeses en los que utilizaba tonos más marrones y grises hasta la explosión de colores de sus pinturas posteriores.

"A menudo me parece que la noche es mucho más viva y rica en colores que el día", escribió en una carta a su hermano Theo en septiembre de 1888.

En la exposición, que entre septiembre y enero pasados pudo ser admirada en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMa), figuran iconos como "Los comedores de patatas" que pintó en 1885 y que recoge influencias de los maestros antiguos como Rembrandt, la "Noche estrellada sobre el Ródano" (1888) y la "Noche estrellada" (1889).

25 años sin Cortázar

César Hildebrant

No quiero llegar a ser un viejo decrépito", dijo alguna vez Julio Cortázar. Y se murió a los 70, antes de ser un viejo de verdad siquiera. Se murió, sencillamente. Pero dejó una obra que lo sobrepasa, un ejemplo de coherencia que los tránsfugas siempre le envidiaron, y un modo de ser y de leer, de escribir y de jazzear, de puntuar y de vocear que lo hacen único e inolvidable.

Cortázar fue un escritor genial que no quería honores. Lo que tuvo siempre fueron lectores. Y lo que podía regalar era estilo.

Hay escritores de enorme talento sobre los que pesa, sin embargo, la desgracia de carecer de firma. Son buenísimos pero jamás le sacaron al idioma una franquicia que les permitiera algunas exclusividades (que en eso consiste el estilo, no me digan). Cortázar, en cambio, dejaba la huella de un bisonte en cada página. No hay cómo confundirlo. Allí están sus parrafadas enormes que imitaban el oleaje, su antisolemnidad, su incapacidad orgánica de ser huachafo, sus cuentos sin sobras, sus guiños anarcosurrealistas, sus burlas despiadadas, su intelectualismo moteado de ternura (ejemplo: algunas conversaciones de Lucía -la Maga- con Horacio Oliveira).

Y por encima de todo eso estaba la marca Cortázar: un modo personal y brillantísimo de entender la narración, de quitarle sonsonetes al idioma, de incorporar ráfagas de monólogo interior sin perder de vista la exterioridad del relato. Y unas ganas de joder que sólo podían venir de un hombre lúdico y de un espíritu burlón. Ejemplo clásico de estas ganas es el idioma inventado en "Rayuela" (el glíglico) para describir el sexo entre la Maga y Oliveira (¿o debería decir entre la Maga y cualquiera?). El glíglico consistía en frases como esta:

"Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa..."

La primera vez que leí "Rayuela" fue en 1966, a los 18 años. Leyendo esa página de jerga de cama (y hasta de camastro) reí como sólo se puede reír a los 18. Y lo increíble es que ahora, varias mujeres y décadas después, el "glíglico" me sigue alegrando y entonando. Valga este recuerdo para quienes sólo quieren evocar al Cortázar comprometido y casi nicaragüense. Ese Cortázar valía -aunque escribió una mala novela que se llamó "Libro de Manuel"-, pero a su lado siempre estuvo el Cortázar intemporal que me cambió la vida con su prosa de gabardina sucia.

Y no hablo, claro, sólo de "Rayuela". Hablo también de sus cuentos -los mejores que se han escrito en la literatura latinoamericana-, esas piezas maestras que nos llevaban al desespero (los de "Bestiario"), o a la parodia de la inviabilidad social ("La autopista del sur"), o a los lugares menos soleados de la creación ("El perseguidor"). Cortázar fue un cuentista magistral de muchísimos cuentos y el novelista supremo de una sola novela. Y esa fue "Rayuela", un libro actualmente proscrito, quizá porque nada tiene que ver con los aspartames seudoliterarios que hoy cotizan las editoriales y sus mafias.

"Rayuela" es uno de los pocos libros que me hizo mirar al mundo de otra manera y a la literatura de otra manera y al amor de otrísima manera. Jamás podré olvidar a la Maga siendo leal a Oliveira y defendiendo su soledad de hembra deseada en el París que hablaba de Mondrian: "-No sea asqueroso -dijo monótonamente la Maga-. ¿Qué gana con querer embarrar a Horacio? ¿No sabe que estamos separados, que se ha ido por ahí, con esta lluvia?"

No hay muchos libros que te abran los ojos y que te llenen los oídos. "Rayuela" es uno de ellos. Y hoy que estamos cerca del vigésimoquinto aniversario de la muerte de Julio Cortázar he sacado de un estante el viejo libro -decrépito, él sí- y lo he ido brincando y salteando como si fuera lo que es: una rayuela, el juego misterioso que Cortázar nos hizo jugar, el juego que termina en un cielo pintado con tiza en una acera.

* Tomado de La Primera.

martes, 10 de febrero de 2009

El mayor de los vicios

Augusto Rubio Acosta

La historia de mi adicción –felizmente gratuita- se parece a muchas otras adicciones; se parece a las que padecen aquellos que se dejan dominar por el hábito del juego o de los tóxicos; se parece a aquella de la cual son víctimas los “peloteros” de fin de semana, con el inminente “full vaso” incluido; se podría decir que mi adicción es similar a la de las personas que no pueden vivir sin ver televisión, sin gimnasio, sin ir al estadio, sin salones de belleza, alcohol y cigarrillo.

Pensar que todo empezó en 1979, cuando empecé a vestirme de lunes a viernes con el absurdo uniforme gris que diseñara Mocha Graña y que los curas italianos del colegio Raimondi -donde lamentablemente me matricularon- obligaban a usar a la parvulez. Por ese tiempo, en la pequeña biblioteca escolar se podía leer “Mambrú no fue a la guerra”, y los “Cuentos al amor de la lumbre”. Así empecé a “perderme” para siempre…

La otra mañana -después de la resaca- me preguntaba cuántas horas de mi vida habré invertido en el vicio. Después de algunos cálculos, llegué a la conclusión de que el tiempo podría ascender a un año o tal vez dos. El hecho es que las bibliotecas empezaron a atraerme desde que estaba en primer grado y hoy -casi treinta años después- continúan siendo uno de los pocos lugares donde me siento a verdaderamente gusto y a salvo de esta vida gris, triste y putrefacta.

¿Que si soy adicto a las bibliotecas?, pues sí, lo soy (recién se dan cuenta), y además no pienso curarme. La historia de mi enfermedad comenzó en los viejos anaqueles raimondinos, una típica biblioteca con enciclopedias antiguas que probablemente habían sido compradas por metros para servir de adorno, y donde los retrógrados profesores que tuve dormían la siesta en sus horas libres. En esa biblioteca los libros infantiles casi no existían; era un lugar sombrío y solemne, casi siempre sin lectores. No recuerdo haber coincidido con ningún otro compañero de promo en ese espacio (algún día les contaré por qué), pero de vez en cuando sentía una sombra asomarse y observar con suspicacia. ¿Qué rayos hace el Cabeza e´ libro por aquí?

Habré tenido diez años cuando por primera vez salí a pie de mi casa de Meiggs 117 y me dirigí hasta la Biblioteca Municipal César Vallejo, que por entonces funcionaba en la Plaza de Armas. Desde entonces la aventura (el vicio) se hizo habitual. La biblioteca edil lucía semi abandonada, pero existían libros que nunca había leído. Ahí conocí a otros viciosos (hicimos mancha); qué felices hubiéramos sido con todo lo que existe ahora: las sesiones de cuentacuentos, los talleres de pintura, música, teatro o escritura, las excursiones a alguna playa para construir castillos de arena o de palabras.

Las bibliotecas se convirtieron desde entonces en mi adicción, en parte indispensable de mi vida; primero como lector infantil y adolescente, después como estudiante universitario, escritor y periodista. Pensaba contarles más sobre las bibliotecas y la vida, pero el tiempo es tirano siempre en este espacio, así que lo dejamos para otra vez. Sólo espero que las noticias que vengan a continuación verdaderamente valgan la pena. No más pasaba por aquí al frente y me detuve un toque a ver si vendían marcianos (mentira). Ah, y porsiaca ya no me escriban al blog ni a mi correo, tampoco me llamen a mi jato por joder nomás: “¡Cabeza e´ libro, Cabeza e´ libro…!”, porque les voy a hacer el seguimiento en Telefónica, advertidos quedan. El miércoles próximo caigo por aquí (ojalá los encuentre); quien sabe los de “Escenario público” todavía me aguanten para entonces y se hayan quitado aunque sea las legañas de tanto madrugar. Ya me voy. Tere, anda sirviendo el desayuno: para mí tres panes, dos con jamonada, el otro con soledad.

viernes, 6 de febrero de 2009

Más periodismo literario

Hoy apareció un nuevo blog: un espacio de crónicas que recopila las que aparecen vía Radio Santo Domingo (lunes y miércoles a las 7 y 30 am) y en el Diario La Industria de Chimbote (lunes y jueves). El espacio electrónico se llama "Habla cabeza e´ libro" y se puede acceder hacidndo click en la siguiente dirección: www.hablacabezadelibro.blogspot.com (hemos colgado un enlace en nuestro blog para fácil acceso). Desde estas líneas los mejores augurios. este blog aparece a escasas semanas de la realización del II Taller de Periodismo Literario (Crónica) que organizará el Centro Cultural Centenario de Chimbote. Larga vida al periodismo literario.

jueves, 5 de febrero de 2009

Teatro en ACAF

Este miércoles 11 de febrero se inicia el Taller de Teatro en ACAF, el mismo que se desarrollará en el auditorio de la parroquia Perpetuo Socorro, tendrá una duración de tres meses (al término de los cuales se realizará una puesta en escena) y será dirigido por este cimarrón.

Veinte son los participantes de este taller que propone desarrollar los recursos psico-físicos necesarios para realizar un ejercicio dramático, y acercarse al trabajo del actor, explorando las posibilidades expresivas del cuerpo y de la voz, ensayando la técnica de la improvisación, entre otras. Se busca desarrollar la imaginación como motor para producir teatralidad; descubrir y profundizar los rasgos particulares de cada alumno, aproximarse a la composición de un rol/personaje dentro de una estructura dramática.

Cómo escribirte el poema

Poesía, no quiero este destino.
Llévate tus sandalias
¡devuélveme mis manos!


CÉSAR CALVO

Augusto Rubio Acosta

Desde que nació, a mi pequeña hija Trilce le he escrito varios poemas. Antes que cumpla sus primeros seis meses de vida le escribí uno llamado “Tus ojos los míos”, publicado en 2005, en mi primer libro “Inventario de iras y sueños”. El poema hablaba de cuando ella dormía, de las ilusiones infantiles y de una pequeña estrella que años más tarde aparecería publicada en forma de cuento. Lo escribí una tarde de ocio creativo en nuestra vieja casa de la urbanización Pacífico, mientras el jardinero podaba una enorme planta de maracuyá que se alzaba en el patio donde meses después la niña daría sus primeros pasos y mientras Tere –mi madre- preparaba la cena. Por entonces mi padre aún vivía, y yo me sentaba a escribir en una vieja rémington que ahora se deja extrañar.

El primer poema para Trilce decía que el violeta de las flores en su puerta teñiría la noche de los octubres por venir. Le preguntaba si sus ojos un día fueron míos, la instaba a devolverme la ilusión extraviada en el laberinto de unos años a contraluz, de esos que abundan y está plagada nuestra existencia. “Hazme llorar niña / reír / haz de ese mundo imaginario / inédito / el hábitat de los deseos realizados / haz de mi existencia diaria / el castillo de tus sueños”. En el prólogo del libro, el poeta Dante Lecca anotaría: “Trilce entonces representa el futuro, un mundo que tal vez el padre no ha tenido, pero un futuro no regalado o caído del cielo, sino conquistado, trabajado a pulso mediante la existencia diaria…”.

Fue en el mes morado del año 2000 cuando escribí esos versos, mientras las sábanas y capullos que la envolvían en su sueño seguían in crescendo y arrastraban a la familia toda al universo mágico donde reinan los de trapo y algodón.

Si ahora me detengo a mirar hacia atrás y revisar los poemas que hablan de la niña que más quiero, quien sabe sea por la enorme nostalgia que me embarga, quizá la soledad de estos días me producen las ganas de sentarme a reflexionar sobre la relación indivisible que existe entre la poesía y la vida. Entonces cómo escribirte ahora mismo un nuevo poema, hija, si en los otros dos que aparecieron en el libro “Mi camisa de comando”, la simbi, la roncadora que siempre fuiste, y tu cabello e` manzanitas, no eran hallados por el poeta cuando llegaba la noche y éste deambulaba por los campos, las urbes y las florestas donde un día se extravió tu risa, el aroma de tus manos. Por eso –para que nunca te olvides- el poeta escribió también que lo que importaba no era su muerte anticipada, la vida de humo, cabellera, cielo, pasta de trapo, canción antigua, que por entonces te alcanzaba; escribió que lo importante no era el silencio de la historia, el caminar perdido y la fecundidad de una voz, tampoco sus sueños errados llegando hasta ti con el rumor de las olas. El poeta escribió que “lo que interesaba / (ojalá importe) / era su herencia encendida y secreta / las tardes llanas en la plaza nueva / y el malecón encadenado a tus preguntas / tu abrazo enorme / bajo las sábanas prestadas / en nuestra casa ajena / la última etapa de su llanto…”

Por eso -Trilce- para escribirte un nuevo poema, habrá que leer “Lexotan 500”, el libro inédito que reúne una apretada selección de mis poemas y que ojalá pronto se publique. Ahí encontrarás unos versos que hablan del juguito e` de mandarinas, de las fotos bajo el cielo sin cielo –encapotado- de nuestra incertidumbre y de la lluvia inminente en el malecón de la ciudad; un poema donde el poeta bebe a borbotones y puede ver a su hija desde la mejor esquina, donde ella aparece con sus ojazos vivos y su uniforme azulito (de primer día e` clases) sonriéndole abierta y entrañablemente, como aquella madrugada desde su cama en el frío hospital del Seguro, en que el callado movimiento de sus brazos, las aspas de molino y de calor que le extendía, le arrugaron y humedecieron la camisa mal planchada, sus botones azules (el cerquillo), la flor y el corazón.

Dicen que detrás de cada poema hay una historia, una soledad. Dicen que antes –en la antigüedad- la poesía estuvo unida a la canción y que logró independizarse de ella; dicen que la poesía traslada al lenguaje una experiencia humana, emocional y sensualmente significativa. Por eso será que cuando me acuerdo del día en que a Trilce le extrajeron un poemita maduro de su pequeña vesícula, el insomnio anula mis noches, y no se puede dormir sino hasta cuando uno recuerda que había un Yeyi bebé en tu cabecera “y yo sabía que estarías bien / como ahora / en que reparto mis anhelos / y tú me miras y me abrazas / te acercas y te alejas / y me dices: / cañaña, Pá; cañaña será otro día…”

Es jueves, demasiado temprano para deprimirse; sólo pasaba por aquí para saludarlos, para dejar sentada mi nostalgia, mi impotencia para escribir poemas (lo siento), sólo pasaba por aquí para cantar mi canción.

miércoles, 4 de febrero de 2009

El mundo de Wendy Derlome

Estos días, mientras leo a pausas (en realidad debería decir "mientras leo en los colectivos que me llevan del centro al sur") la excepcional "Ripley´s game", novela de Patricia Highsmitih, me enteré de la existencia de Wendy Derlome, escritora, profesora de Ciencias de la Comunicación en la Universidad de París IV, actriz porno ocasional y performer, de quien había leído algunas cosas hace un tiempo, en unas revistas underground que conseguí en Kilka y que debo buscar para volver a leerlas.

En efecto, luego del lanzamiento del libro "La vida sexual de Catherine M (Catherine Millet), publicación en la que enumera sus proezas sexuales y clasifica miembros viriles con minuciosa contabilidad, nos enteramos leyendo Contacto en Francia que acaba de publicarse el libro Quatrième génération (Cuarta generación, un guiño a las jóvenes herederas de Simone de Beauvoir) donde las fronteras son imprecisas, un mundo donde cada uno -como si se tratara de jugar al Lego- fabrica su propio género de pertenencia.

Lejos de la crudeza de una Virginie Despentes o Coralie Trinh-Thi el libro de Wendy Delorme (un seudónimo) es el panfleto de una profesora tan capaz de sobriedad y rigor universitario, como de disparatadas puestas en escena de sus húmedas fantasias.

Y es posible ampliar la información: "...Y lo hace despojada de toda emoción. Cada vez resulta más corriente que las mujeres hablen abiertamente de su vida sexual. Lejos -lejísimo- del estereotipo de la mujer romántica y con el corazón roto. Por el contrario, en ellas, el corazón hace rato que se desplazó a la entrepierna. Como Millet, otras mujeres se atreven a mezclar el mundo intelectual con el porno, y a redefinir el contorno de los géneros.
Caray...

Borges total

Gracias al blog del Hermano cerdo, accedemos a una reseña sobre la última y polémica biografía de Borges, una que tiene que ver sobre todo con el recuento de la evolución política del notable escritor argentino. A continuación un breve extracto de la misma:

Un rumor repetido en los chismes literarios es que la razón por la que a Borges no se le concedió el premio Nobel es por su supuesto apoyo a las juntas políticas argentinas de los sesenta y los setenta. De Williamson aprendemos, sin embargo, que la política de Borges era más compleja y trágica. Hijo de una vieja familia liberal, e izquierdista en su juventud, Borges fue uno de los primeros y más fieros oponentes del fascismo europeo y del nacionalismo de derechas que desató en Argentina. Lo que le cambió fue Perón cuya siniestra dictadura populista de derecha desató tal odio en Borges que se alió con la Revolución Libertadora antiperonista.

La situación de Borges que siguió a la primera salida de Perón en 1955 está repleta de paralelismos desconcertantes para un lector usamericano. Ya que el peronismo todavía tenía una gran popularidad entre la clase trabajadora más desfavorecida, el dictador exiliado retenía todavía un enorme capital político y podría haber ganado cualquier elección democrática en los años 50. Esto colocaba a los creyentes en una democracia liberal (como a J. L. Borges) en la misma clase de nudo al que se enfrentaron en Vietnam del Sur unos años después: ¿cómo promover la democracia cuando la mayoría del pueblo, si se le da la oportunidad, votaría porque se terminara el voto democrático? En esencia, Borges decidió que las masas argentinas habían sido tan engañadas por Perón y su esposa que sólo era posible un regreso a la democracia cuando la nación se hubiese limpiado del peronismo. El análisis de Williamson de esta cuesta abajo en que le puso a Borges su decisión, y la descripción del trabajo basura que los derechistas argentinos le dieron a Borges como consecuencia de su reputación política y en pago por su traición (de tal modo que en 1967 cuando el escritor llegó a Harvard a dar unas conferencias, los estudiantes prácticamente esperaban que llevara bombachas y sombrero de montar) son los mejores capítulos de este libro.

Hay una paradoja en las biografías literarias. La mayoría de los lectores interesados en una biografía literaria, especialmente una tan larga y exhaustiva como el Borges: A Life, de Edwin Williamson, son admiradores ya de la obra del escritor. En ese sentido, el libro es recomendable, no los defraudará..

lunes, 2 de febrero de 2009

Cantar mi canción

Pero nunca me supe tus sueños Progre
ni siquiera a hurtadillas
la luminosa historia de tus días…


Augusto Rubio Acosta

La noche que me prometí escribir la primera crónica para este espacio, acababa de llegar de Miramar, terminaba de hacer el amor, de evaporarme un cigarrito, de darme el enésimo duchazo de realidad en la semana, y una tibia mazamorra morada me acompañaba en la mesa, mientras afuera la urbe apestaba, la noche caía en el corazón de La Cachina (donde por estos días queda mi jato) y escuchaba el rock lento, las trovas de Liuba María y de Pedro Guerra, sin saber qué soledades alumbraban bajo el cielo de mi ciudad.

Trasladarme -al día siguiente- hasta la zona no resultó difícil, teniendo en cuenta que está cerca de la house, que acostumbro desplazarme solo, a pie, y con el walkman encendido a volumen medio (porque me llega altamente la tecnología). Me interné entonces en los basurales del rico barrio El Progreso -al fondo hay sitio-, me acerqué a los pasteleros del reservorio para preguntarles por Dios; sospecharon de la ingenuidad de mis palabras, del reportaje hirviendo, de mi gastada libreta de apuntes y de la crónica inenarrable (inminente), de los abismos de sus vidas…

¿Quién mierda eres para hablarnos de los últimos tronchos del verano?, ¿por qué preguntas por la soledad de los cañazos en la refri abandonada de los días?... Mira, causa, nosotros jamás confiamos en los periodistas -esos cojudos que lo cambian todo-. Así que no jodas, oye, cabeza e` libro; y ya bórrate, causa, que la gente te va sonar…

La hora avanzaba en la avenida Buenos Aires, la noche se mostraba propicia para la vagancia productiva, pero en verdad no sabía a ciencia cierta hacia dónde me dirigía a pie aquél día de mi soledad.

Me interné en los corralones de la noche para preguntarme si esta terca soledad aún me habita o si ya era indubitable el tiempo, la certeza, la pisada, de mi nueva vida. “Todo lo que uno tiene que hacer para escribir crónicas”, pensé, mientras tomaba fotografías y borroneaba algunas de las banalidades que se me habían ocurrido a esa hora ante el aliento vital de la calle: ¿a quién le importa (periodista) / tus poemas de pollada? / ¿a quién carajo las patrañas / culturosas y cojudas de tu vida?... Recordé cuando era adolescente y le dejé de temer a lo que le temía un día antes, cuando me limpiaba los barritos reventados aferrándome a mis bastardos eufemismos... A través de la memoria recordé que gracias al periódico (comisión periodística, le dicen) visité los bares de El Infierno, Van Damme y La Voladora, le volví a rozar las nalgas a las chicas malas al final del jirón Los Andes y nadie se inmutó. Me embriagué en los velorios con los remendadores de calzado, me masturbé –again- en la sórdida noche de los retretes inmundos y un aliento a chocho molido y ají escabeche empezó a apoderarse de mí, mientras compartía el último cañazo con los alcohólicos en la esquina de Derteano. Le dejé de temer hasta al silencio de los orgasmos en el hervor de los fumaderos. La poesía, la crónica era todo y yo lo sabía bien. Necesitaba escribir y la atmósfera necesaria para hacerlo era precisamente la que tenía ante mis ojos. El viento me hacía ondear el cabello en Cinco Esquinas mientras me recostaba en el colchón de panca de los monfus y pensaba en el llanto de los niños harapientos que se revolcaban con sus canes alrededor: me estaba macerando en el amargo licor de una nueva historia.

La voz de mis interlocutores asomaba en la memoria cada vez que intentaba un nuevo párrafo, una nueva línea. El trago ya hacía estragos (a pesar de las cacofonías) y mi estómago era un voraz e inextinguible incendio. Me incorporé –delirante- a pesar de mi muerte joven, bendije a los niños en la puerta del Templo Evangélico Fundamentalista “El aposento alto”, vomité en la fachada de Transportes Richiván (Pallasca-Chora-Conchucos) y me introduje en el diazepán y la inmundicia de los parques (sin flores), en la madrugada de los barrios y callejones perdidos del rico Progre; los monfus jamás supieron adónde iba. Los burros, la panca, las carretas, los borrachos y las tías madrugadoras que van a hacer la parada, me vieron pasar por Cinco Esquinas entre decidido y tambaleante; a los cachineros camino al mercado intenté explicarles los más insondables misterios de su destino, tal vez quise expresarle al amigo ebrio (que nunca estuvo) que no era el último fumador de mis tristezas, que al otro lado de La Cachina vivía mi infancia y que una fotografía borrosa (convertida en crónica) me estaba esperando.

La noche que me prometí escribir esta historia, acabé imprimiendo lo poco que había redactado –para salir del paso-, intenté copiar-pegar algunos de mis versos más disímiles en un espacio quién sabe poco apropiado, y me dejé llevar por la falsa nostalgia. Estaba en eso cuando sonó el teléfono y una dulce voz me recordó que debía ir a Casuarinas, a casa de mi madre en el sur de la ciudad, porque ella me estaba esperando –como siempre- con el obispal desayuno de los fines de semana.

Hablé con el mar (a la mitad de mi cielo inútil) / de mi cabeza golpeando la pared / en la nocturnidad de mis infancias / de la hondura musical de mis pretextos / y la limpieza en mis palabras: / Mi nombre es Gucho / vivo en El Progre / leo el periódico en la esquina de Olaya / con la avenida Buenos Aires / y me vacila Pearl Jam U2 / Stone temple pilots / y las enormes bridgestone / de los tráileres. / A veces como hoy / enciendo un lucky strike en los sardineles / en el monumento al maestro (en huelga) / y en la noica vastedad de las madrugadas. / Es dos de febrero (del cero nueve) / a la gente le llega al pincho la poesía (también la crónica) / déjame cantar mi canción.