"Es verdad. Hubo un tiempo glorioso en el que los libros, la lectura, el conocimiento y los idiomas provocaron un efecto afrodisíaco en una generación de mujeres sensibles, inteligentes y bellas que hoy tienen entre 40 y 50 años. Y no es que las mujeres menores de 40 ya no sean sensibles, inteligentes y bellas, sino que ahora las mujeres saben que la mayoría de los hombres no pasa del suplemento de deportes y por eso no hay tío que aguante dos rounds de vis-á-vis literario con una tía. Pero en los años 70 no era así, y uno se conmueve al recordarlo. Yo entré a la universidad en 1978 y -a punto de cumplir los diecisiete- alcancé a estudiar con las últimas chicas que todavía creían en el «hombre ilustrado». A mi favor estaba que yo leía muchísimo y en contra tenía que todas eran mayores que yo. Pero entonces uno era optimista y cuanto más adulta e inalcanzable era la chica de mis sueños, más densos y enrevesados eran los libros que devoraba en vano, porque nadie me advirtió que una cosa era parecer interesante y otra muy distinta resultar rarísimo. A fines de los 70 era inimaginable ligar presumiendo de borrico, pues el mínimo exigible a un manganzón en edad de merecer suponía Cien años de soledad, Historias de cronopios y de famas, El arte de amar de Erich Fromm, ciertas nociones de Marx y cualquier película de Fellini. ¿Quién no ha formado parte de algún círculo de estudios durante los años 70? Y es que en los círculos de estudios se ligaba más que en las convivencias, porque las chicas eran la mar de intelectuales y sólo se fijaban en eso:- ¿Sabías que Fulanito tiene una bien gorda?- Será el Ulises de Joyce.- Yo creo que es Guerra y Paz.Las chicas de los 70 me hicieron leer El Principito, Juan Salvador Gaviota, El viejo y el mar, Cartas a un joven poeta y todos los pensamientos de Khalil Gilbran, antes de cumplir los 15. Para impresionar a las chicas de los 70 tuve que leer a Freud, Althusser, Gramsci, Neruda y Carpentier antes de llegar a los 18. Para seducir a las chicas de los 70 me hice especialista en Borges, Tolstoi, Nietzsche y Mircea Elíade sin haber cumplido los 21. Menos mal que ninguna me hizo caso porque entonces hoy sería un ignorante. Muchos contemporáneos míos presumen de disfrutar de una segunda juventud al lado de chicas más jóvenes y hermosas. Puede que sean más jóvenes pero no más hermosas, porque las chicas más bonitas siguen siendo las mujeres de mi edad. Las únicas mujeres de las que me he enamorado siempre a través de sus conversaciones, sus ideales y sus reivindicaciones. Las únicas chicas que comparten conmigo melancolías, canciones y lecturas. Gracias a ellas puedo escribir una autobiografía y no una «autoviagrafía», porque ellas me enseñaron a soñar, a vivir y a leer. Aquellos fueron unos años mágicos, maravillosos y emocionantes, porque la cultura y la belleza eran igual de conmovedoras para las chicas de los 70. Ellas querían saber qué libros leíamos y sus ojos relampagueaban sensuales cuando uno les hablaba de Poe, Jünger, Dumèzil o Lawrence Durrell. Por eso las mujeres que hoy tienen entre 40 y 50 son así de tiernas, fuertes, brillantes, ilustradas y cómplices. Y a mí, que me hechizaron en la juventud, me siguen fascinando en su plenitud."
miércoles, 28 de diciembre de 2011
miércoles, 21 de diciembre de 2011
la palabra encendida: ¡feliz navidad!
a ustedes, hermanos de la palabra encendida, a quienes le preparan el desayuno a mamá, a la esposa, a los hijos y vigilan sus fiebres, su pulso, sus alegrías y tristezas. a ustedes que se convencen con el día a día de que al mal tiempo buena cara, a quienes conservan intacta y rebelde su capacidad de indignación ante las injusticias que vivimos, a quienes aman la lectura y acuden a ella en las circuntancias más desesperadas. a quienes oran de pie y se alzan incólumes frente al llanto y las oscuridades que nos impone siempre la existencia. a quienes -por encima de todo- conservan siempre la esperanza. a ustedes, a los niños de mi patria que miran su único futuro posible con un libro bajo el brazo (o brazo en alto con libro empuñado), a ellos siempre este reconocimiento sincero, este deseo de una cálida navidad junto a los seres que amamos.
es navidad, compartamos con los que nada tienen lo poco o mucho que dios nos alcanza.
un abrazo sincero de @mareacultural
es navidad, compartamos con los que nada tienen lo poco o mucho que dios nos alcanza.
un abrazo sincero de @mareacultural
miércoles, 7 de diciembre de 2011
De cultos y culturosos
Eloy Jáuregui
Escribir genéticamente es un acto subversivo. Uno expone sus travesías y naufragios. Repito, ya lo dijo claro pero lo dijo, refutando al DRAE, el refulgente Marco Aurelio Denegri, que los peruanos tenemos la particularidad de generar cojudez con una facilidad asombrosa. Somos, pues, cojudógenos”.
Escribir genéticamente es un acto subversivo. Uno expone sus travesías y naufragios. Repito, ya lo dijo claro pero lo dijo, refutando al DRAE, el refulgente Marco Aurelio Denegri, que los peruanos tenemos la particularidad de generar cojudez con una facilidad asombrosa. Somos, pues, cojudógenos”.
La vez que produje un reportaje para “Panorama” de Canal 5, “De qué viven los escritores en el Perú”, el dueño de Panamericana, el omnipresente Genero Delgado Parker impidió su emisión. Entre otras cosas me tildó de ser un periodista exageradamente “culturoso”. El adjetivo es despectivo en Argentina, Cuba y Venezuela. Se describe de “aquel que aparenta tener alta formación cultural” según el DRAE. El asunto viene a cuento a raíz de las filudas declaraciones del crítico literario, caricaturista, sexólogo, polígrafo y gramático (sic), Marco Aurelio Denegri cuando en la última edición de su programa “La función de la palabra” llamó a la lingüista Martha Hildebrandt de computarse “la última chupada del mango”, dijo que su reciente libro: “1,000 palabras y frases peruanas” (Editorial Planeta, 2011) muestra una serie de errores y dejó entrever que ya era hora que a la Hildebrandt le digan sus cuatro verdades porque “ha creído durante muchos años que ella es lo máximo en materia lingüística y eso no es cierto”.
Tiene razón el especialista en el arte de Onán, la cajonística y la gallística. El libro es un vademécum de gazapos. Pero esa es una pelea de blancos y ahí no me meto. Hace unos días, cuando asistí a su programa a raíz de la aparición de mi libro “El Pirata” (Mesa Redonda Editores, 2011), Denegri –a quien le teme medio mundo y no es para tanto— de arranque se me lanzó a la yugular exigiendo que explique por qué el compositor Felipe Pinglo Alva era “un reverendo huachafo” como afirmaba en mi texto. Le expliqué, le hice ver, lo convencí que los temas de “El bardo” tenían varios momentos y que al principio, cierto, pecaba de cursi en sus valses. Al final el “huachafo” era yo y por qué no, “huachafo” también era Denegri.
Entre otras huachaferías, lo fui amansando cuando le hablé de otros ángulos de nuestro criollismo, del “gato broster”, del “juego de tablón” donde Abraham Falcón, de las grupas de las morenas en lo de “La Valentina”, de la chispa de Pepe Villalobos, de las amanecidas con Carlos “Chino” Domínguez y Arturo “Zambo” Cavero, de la gracia de Alberto Romero, de don Pepe Durand, de los “amorfinos” de Augusto Azcues, de la penumbra brillante de Pablo Casas Padilla –autor del verso que intitula mi página “Tu mala canallada”— Y vamos que Denegri demostró que tenía correa. Se cagaba de risa cuando nos íbamos al “corte” y demostró su espíritu palomilla y su experiencia en la cultura de esquina y que no era palomilla de azotea.
Hay una manga de cojudos que viven de lo que escribe uno. El breve César Hildebrandt –hermano, sobrino, cuñado e hijo putativo de Martha Hildebrandt— me chanca porque en una de mis crónicas escribí que el presidente Humala era ignorante del “nudo tubo” porque como militar, apenas sabía del arte del “nudo Wilson”. Lo decía con cacha, enano mental pero como eres una papilla de odio, confundiste mi elegancia barrial propia del Duque de Windsor con tu gigantesca petulancia de las bancas del Parque Huiracocha en Jesús María. Sé que te falta esquina pero ahora estoy seguro que eres un reverendo cojudógeno (Ver “Diccionario de Peruanismos. El habla castellana en el Perú”. Álvarez Vita, Juan. Fondo Editorial Universidad Alas Peruanas. Lima 2009).
Escribir, genéticamente es un acto subversivo. Uno expone sus travesías y naufragios. Repito, ya lo dijo claro pero lo dijo, refutando al DRAE, el refulgente Marco Aurelio Denegri, que los peruanos tenemos la particularidad de generar cojudez con una facilidad asombrosa. Somos, pues, cojudógenos. El neologismo cojudógeno dícese de la persona que genera cojudez, que la suscita y despierta, que la provoca y engendra. Cuando en una reunión, por ejemplo, comienzan a proliferar las cojudeces, ello indica que hay uno o más circunstantes cojudógenos. El proceso se llama cojudogenia. He tratado de limpiarme de esa plaga, lástima, en este país eso es un imposible. Cambio de tema. Hacer periodismo para periodistas en sí, es una cojudez.
Por ello, en mi último taller “La crónica, la hija mala de la literatura”, el pasado 30 de noviembre en el marco del V Festival del libro de la Universidad Nacional San Agustín, en Arequipa, varios periodistas salieron disparados porque afirmé que el periodismo peruano no se recupera todavía de la década putrefacta del fujimontesinismo. La Sala Melgar tembló. Por ello, aquello de hablar a media voz, que es un deporte nacional, ya no va más. O dices las cosas de manera estentórea o te quedas callado. Este año he viajado como nunca por todo el Perú. Y a los gritos he dicho mis verdades. En Piura, en Iquitos, en Chimbote, en Huancayo, recientemente en Ica y ahora en Arequipa que es donde escribo esta crónica.
Repito, frente a la gente que no te quiere, igual, no he parado de escribir erecto. Ha ocurrido, cuando me he preguntado sobre las razones de este quehacer, el de escribir, aquello de confirmar en grafías las ideas y los sueños, pues no siempre estoy de acuerdo con los otros: esos que también escriben. En mi caso, ya no me interesaba el hablarme al oído dudando a más no poder. No a las certezas tajantes, jamás a las afirmaciones inapelables. En ese proceso de grado cero de la escritura, hipótesis e impulsos eléctricos ganan la necesidad de hallar la certeza a partir de sus opuestos. Por eso algunos doctos me han tildado de chiflado más que de huachafo que en el fondo creo que es lo mismo. En el fondo, ese “escribir” tiene, sobre cualquier otra cosa, bastante de experimento, voluntad más de aprender que de enseñar, esfuerzo por mejorar el mundo, humanizar a tantos usureros, liberarse de la angustia de las miserias todas, hacerse conocido más que famoso y construir un mundo para que lo habiten menos imbéciles.
Y en el Perú hay muchos escritores a los que yo me parezco. Mis amigos de Athenea de Piura. Augusto Rubio y Jaime Guzmán en Chimbote, Leydy Loayza y Martín Horta, Mauricio Rosales en Ica, Jaime Vásquez Valcárcel, Percy Vílchez y Carlos Reyes en Iquitos, Juan Carlos Romero y Jorge Salcedo en Huancayo, Misael Ramos, Cristhian Ticona, Augusto Carrasco, Filonilo Catalina, Julio Mauricio, Miguel Cordero y Luis Aspajo en Arequipa. Es decir, como diría Paco Moreno, mi colega en este diario: “Gente como uno”. peruanos dispuestos a dialogar. A vivir en una cultura de la paz. A ser permeables y saber escuchar y no ser intolerantes como muchos radicales de la estupidez. Aquí, en Arequipa, bajo el volcán como un Malcolm Lowry del pobre y abstemio hasta no más, escribo estas líneas. Aquí nacieron mis padres. Ellos me enseñaron a ser decente y a querer a los míos, los peruanos que tanto nos respetamos, sobre todo ahora que andamos peleados. Perdonen la tristeza.
Tomado del Diario La Primera.
Tiene razón el especialista en el arte de Onán, la cajonística y la gallística. El libro es un vademécum de gazapos. Pero esa es una pelea de blancos y ahí no me meto. Hace unos días, cuando asistí a su programa a raíz de la aparición de mi libro “El Pirata” (Mesa Redonda Editores, 2011), Denegri –a quien le teme medio mundo y no es para tanto— de arranque se me lanzó a la yugular exigiendo que explique por qué el compositor Felipe Pinglo Alva era “un reverendo huachafo” como afirmaba en mi texto. Le expliqué, le hice ver, lo convencí que los temas de “El bardo” tenían varios momentos y que al principio, cierto, pecaba de cursi en sus valses. Al final el “huachafo” era yo y por qué no, “huachafo” también era Denegri.
Entre otras huachaferías, lo fui amansando cuando le hablé de otros ángulos de nuestro criollismo, del “gato broster”, del “juego de tablón” donde Abraham Falcón, de las grupas de las morenas en lo de “La Valentina”, de la chispa de Pepe Villalobos, de las amanecidas con Carlos “Chino” Domínguez y Arturo “Zambo” Cavero, de la gracia de Alberto Romero, de don Pepe Durand, de los “amorfinos” de Augusto Azcues, de la penumbra brillante de Pablo Casas Padilla –autor del verso que intitula mi página “Tu mala canallada”— Y vamos que Denegri demostró que tenía correa. Se cagaba de risa cuando nos íbamos al “corte” y demostró su espíritu palomilla y su experiencia en la cultura de esquina y que no era palomilla de azotea.
Hay una manga de cojudos que viven de lo que escribe uno. El breve César Hildebrandt –hermano, sobrino, cuñado e hijo putativo de Martha Hildebrandt— me chanca porque en una de mis crónicas escribí que el presidente Humala era ignorante del “nudo tubo” porque como militar, apenas sabía del arte del “nudo Wilson”. Lo decía con cacha, enano mental pero como eres una papilla de odio, confundiste mi elegancia barrial propia del Duque de Windsor con tu gigantesca petulancia de las bancas del Parque Huiracocha en Jesús María. Sé que te falta esquina pero ahora estoy seguro que eres un reverendo cojudógeno (Ver “Diccionario de Peruanismos. El habla castellana en el Perú”. Álvarez Vita, Juan. Fondo Editorial Universidad Alas Peruanas. Lima 2009).
Escribir, genéticamente es un acto subversivo. Uno expone sus travesías y naufragios. Repito, ya lo dijo claro pero lo dijo, refutando al DRAE, el refulgente Marco Aurelio Denegri, que los peruanos tenemos la particularidad de generar cojudez con una facilidad asombrosa. Somos, pues, cojudógenos. El neologismo cojudógeno dícese de la persona que genera cojudez, que la suscita y despierta, que la provoca y engendra. Cuando en una reunión, por ejemplo, comienzan a proliferar las cojudeces, ello indica que hay uno o más circunstantes cojudógenos. El proceso se llama cojudogenia. He tratado de limpiarme de esa plaga, lástima, en este país eso es un imposible. Cambio de tema. Hacer periodismo para periodistas en sí, es una cojudez.
Por ello, en mi último taller “La crónica, la hija mala de la literatura”, el pasado 30 de noviembre en el marco del V Festival del libro de la Universidad Nacional San Agustín, en Arequipa, varios periodistas salieron disparados porque afirmé que el periodismo peruano no se recupera todavía de la década putrefacta del fujimontesinismo. La Sala Melgar tembló. Por ello, aquello de hablar a media voz, que es un deporte nacional, ya no va más. O dices las cosas de manera estentórea o te quedas callado. Este año he viajado como nunca por todo el Perú. Y a los gritos he dicho mis verdades. En Piura, en Iquitos, en Chimbote, en Huancayo, recientemente en Ica y ahora en Arequipa que es donde escribo esta crónica.
Repito, frente a la gente que no te quiere, igual, no he parado de escribir erecto. Ha ocurrido, cuando me he preguntado sobre las razones de este quehacer, el de escribir, aquello de confirmar en grafías las ideas y los sueños, pues no siempre estoy de acuerdo con los otros: esos que también escriben. En mi caso, ya no me interesaba el hablarme al oído dudando a más no poder. No a las certezas tajantes, jamás a las afirmaciones inapelables. En ese proceso de grado cero de la escritura, hipótesis e impulsos eléctricos ganan la necesidad de hallar la certeza a partir de sus opuestos. Por eso algunos doctos me han tildado de chiflado más que de huachafo que en el fondo creo que es lo mismo. En el fondo, ese “escribir” tiene, sobre cualquier otra cosa, bastante de experimento, voluntad más de aprender que de enseñar, esfuerzo por mejorar el mundo, humanizar a tantos usureros, liberarse de la angustia de las miserias todas, hacerse conocido más que famoso y construir un mundo para que lo habiten menos imbéciles.
Y en el Perú hay muchos escritores a los que yo me parezco. Mis amigos de Athenea de Piura. Augusto Rubio y Jaime Guzmán en Chimbote, Leydy Loayza y Martín Horta, Mauricio Rosales en Ica, Jaime Vásquez Valcárcel, Percy Vílchez y Carlos Reyes en Iquitos, Juan Carlos Romero y Jorge Salcedo en Huancayo, Misael Ramos, Cristhian Ticona, Augusto Carrasco, Filonilo Catalina, Julio Mauricio, Miguel Cordero y Luis Aspajo en Arequipa. Es decir, como diría Paco Moreno, mi colega en este diario: “Gente como uno”. peruanos dispuestos a dialogar. A vivir en una cultura de la paz. A ser permeables y saber escuchar y no ser intolerantes como muchos radicales de la estupidez. Aquí, en Arequipa, bajo el volcán como un Malcolm Lowry del pobre y abstemio hasta no más, escribo estas líneas. Aquí nacieron mis padres. Ellos me enseñaron a ser decente y a querer a los míos, los peruanos que tanto nos respetamos, sobre todo ahora que andamos peleados. Perdonen la tristeza.
Tomado del Diario La Primera.
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