Desde luego, los visitantes al Perú tienen que subir a las alturas para ver los esplendores de los Andes. Yo quería ir al norte también y además a un lugar poco conocido: Laredo, el pueblo natal del poeta José Watanabe.
Al llegar al aeropuerto Martínez de Pinillos, de Trujillo, pregunté al taxista si me podía llevar a Laredo y si, de casualidad sabe algo de Watanabe. Al igual que otros peruanos con quienes he hablado, él ha visto un par de sus películas, Alias “La Gringa” y La ciudad y los perros, ésta última basada en la novela de Mario Vargas Llosa. La primera de estas películas ofrece la visión de Watanabe sobre el individuo en contra a la sociedad que lo rodea. También se trata un tema visto en su poesía: la identidad. En un momento aparentemente sin importancia, un guardia grita los nombres y los apodos de los internos en la cárcel en que se encuentra el protagonista, Jorge ‘La Gringa’ Venegas. Entre los reos se oye: “Watanabe Varas, José, alias El chino,” una referencia a la realidad en que los habitantes de los países americanos denominan ‘chino’ a todos los asiáticos.
En efecto, Watanabe no es chino. Su padre vino al Perú desde Japón. “El perejil anunciaba a mi padre, Don Harumi, esperando su sopa frugal,” escribe el hijo en un libro llamado Historia natural:
Gracias de este país: un japonés que no perdonaba / la ausencia en la mesa de ese secreto local de cocina! / Creo que usted adentraba ese secreto en otro más grande / para componer la belleza de su orden casero / que ligaba / familia y usos y trucos de esta tierra…”
Watanabe tampoco es japonés. Aunque el poeta reconoce la influencia de sus herencias paternas en “Elogio del refrenamiento” y otras colecciones de su poesía, él ha crecido en un ambiente peruano y ha aprendido castellano como su lengua materna. “Lo que pasa es que para mí ha sido difícil conseguir interiorizar el concepto de patria”, afirmó Watanabe durante una entrevista con Alonso Rabí Do Carmo, “porque soy birracial, como dicen ahora en Estados Unidos. Mi padre es japonés y mi madre peruana, peruana chola, entonces yo he vivido en estos dos mundos. Claro y uno dice ‘soy peruano’, pero en realidad yo tuve que conseguir ser peruano.”
Pero ¿es Watanabe peruano? Cuando llegó el centenario de la llegada del Sakura Maru con los primeros inmigrantes japoneses al Perú, el poeta participaba en una colección de fotografías y textos titulada El ojo de la memoria. “Y comencé a escribir explorando”, recordó en la susodicha entrevista, “buscando esa patria y he llegado a la conclusión de que Laredo es la única patria que he tenido y que el resto de lugares, incluyendo a Lima, son sólo lugares de paso. Cuando me pregunté por mi patria, me dije: primero mi cuerpo, luego Laredo.”
Entonces me dirijo a Laredo para ver la patria de un poeta que tanto admiro. Allí no veo mucha evidencia de interés en su hijo literario. No obstante, el ayuntamiento ha cambiado el nombre de la colección de libros ubicada al lado de la Plaza de Armas. Ahora se llama la Biblioteca José Watanabe Varas. Además, el lugar cuenta con dos bibliotecarios astutos que conocen las obras del escritor, Roel Luis García y el profesor emérito Félix Gutiérrez. Me muestran las obras de Watanabe que tienen en sus estancas, que incluyen dos libros para niños que no había visto nunca. Después de una plática interesante sobre el poeta, me conducen a la calle donde vivió la familia de Watanabe. Salgo de Laredo con más información que esperaba y la esperanza de intercambios útiles con mis nuevos colegas, los bibliotecarios.
Después de haber cumplido 58 años, José Watanabe Varas, un verdadero hijo de nuestra tierra americana, escribió en 2007 sus últimos versos. Muchos son los poetas que reciben mayor reconocimiento luego de su muerte y creo que Watanabe es otro de ellos. En “Cosas del cuerpo” lo pronosticó, “Ya la estoy buscando sin prisa, entre todos / los honrados, y con un resabio de sangre en la boca / como si estuviera masticando / mi propia lengua.” Sí, debe recibir los honores que merece y quizás en mi próxima visita veré aun más muestras del poeta, unas placas conmemorativas en sus casas familiares y otros peregrinos literarios en el centro de Laredo.