Los últimos tiempos (como en algún momento he mencionado aquí)
los he dedicado a escribir. A leer, investigar, a ficcionar y sobre todo a producir literatura infantil. Y me ha interesado rescatar las tradiciones, lo que nos niños sienten y perciben desde su nacimiento, los hechos históricos que muchas veces (por ignorancia, por falta de criterio en las escuelas, por falta de compromiso de sus padres) les son vetados, les son negados.
Chimbote es ancho y es ajeno, el puerto es la ciudad de todas las sangres y la literatura infantil debe servir como instrumento de trabajo (como puente) para insertar a los niños en el conocimiento pleno de su contexto cultural. El que sigue es un adelanto de una serie de publicaciones que espero vean la luz pronto bajo el formato de libro ilustrado. Lo comparto con ustedes, espero les agrade...
¡Habla, San Pedrito!
Conversación con el Santo Patrón
Mamá no recordaba mucho, pero hizo el esfuerzo; se puso a buscar en el tiempo, en ese pasado brumoso alojado junto a los buenos recuerdos de cuando era niña y su madre le contaba historias mientras la familia toda saboreaba camotes y choclos asados junto al fogón de su vieja casa. “Tu abuela Isabel llegó a Chimbote en 1945. Llegó en el tren junto a mis hermanos mayores, trajo sus cosas a bordo de una serie de vagones enganchados a esa vieja locomotora Henschel que iba y venía de Huallanca atravesando túneles y puentes metálicos; todavía no empezaba la migración hacia el puerto, pero muchos campesinos -y familias enteras de la sierra- ya querían venir a mirar hacia el mar…”
Las ofrendas florales flotaban a lo lejos sobre el mar ondulante. Era 29 de junio y estábamos en La Caleta, a la orilla del mar; hacía frío y los pescadores elevaban oraciones al cielo en memoria de sus compañeros trágicamente desaparecidos durante las faenas de pesca. La imagen de San Pedrito recorría la bahía a bordo de su lancha, lo seguían una serie de embarcaciones atestadas de fieles y de quienes -por el hecho de poseer fortuna y poder- marginaban al resto y querían estar “más cerca” de Dios. En la orilla, esperábamos pacientemente junto a la Hermandad de San Pedrito -la única que, según mamá, está reconocida en el mundo- a que llegase el Santo Patrón, a que descendiese de su bote a la playa mientras reventaban las bombardas en el cielo para alegría de todos.
- Pero, Mamá, ¿y San Pedro, qué me cuentas?...
- De San Pedrito te puedo contar lo poco que sé, pero no es mucho; quien sabe sólo lo que he vivido, hijo…
Su relativa juventud, hacía que mamá no constituya una buena fuente de información; no alcanzaba, tenía que sumergirme más atrás en el tiempo, escarbar en el pasado, conversar con las personas correctas y hurgar debajo de los escombros de la memoria si deseaba de veras conocer de primera mano la historia del Santo Patrón.
Desde esa mañana en La Caleta -lo recuerdo bien- me propuse convertirme en cazador de la historia de San Pedrito, me dediqué a hurgar en bibliotecas públicas y estantes de libros de casas ajenas en busca de mi más grande obsesión por aquéllos días. Al principio, lo único que obtuve fueron historias nada convincentes o mal hilvanadas, de boca de nada fiables interlocutores. Visité Huanchaquito, recorrí el lugar que décadas atrás fue “La ramada” e interrogué a investigadores históricos y a periodistas retirados que -igual- a nada bueno me condujeron. Me reuní con antiguos pobladores de Chimbote y tomé anotaciones, me empezaron a sonar familiares un puñado de añejos apellidos portuarios y grabé audios producto de mis largas conversaciones con ellos, los mismos que escuchaba repetidamente y analizaba por las noches en casa; hasta llegué al desaliñado ex local de la Hermandad, en el barrio más antiguo del puerto, para indagar sobre la historia del patrón de los pescadores. En ese camino, una tarde mientras mi abuela freía cachangas y yo le contaba mis noches de insomnio, ella prometió presentarme a sus viejos contertulios a quienes acompañé pacientemente durante los posteriores fines de semana en sus diálogos y devaneos sosos, en sus alucinaciones, hasta en las palabras subidas de tono en las cosas que me contaron. Exhausto, decepcionado si cabe el término, convencido de la enorme ignorancia de los chimbotanos respecto a nuestra historia, una noche -en la que para variar “cabeceaba” en el sofá, muerto de sueño frente al televisor encendido- la abuela Isabel me señaló el hilo de la madeja, me dijo que ya estaba bueno eso de jugar al historiador fracasado y que era hora de tomar al toro por las astas: “hijo, por las puras mi sangre no circula por tus venas”... A pesar que eran las once de la noche, no tardé mucho en salir a la calle y caminar hasta la primera cuadra de la avenida Pardo, no titubeé en tocar la puerta e ingresar al templo para insistirle al párroco que se haga de la vista gorda un buen rato y me permita pernoctar en el lugar, dialogar a solas con mi interlocutor. De ese tiempo data esta breve conversación, esta especie de crónica, de reportaje a San Pedrito…
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