Javier Garvich
Lima, siempre Lima. La eterna cantaleta del centralismo de
la capital y su visión paternalista sobre el resto de las regiones del Perú. En
Lima nos lo tomamos a la ligera, pero –hablando en plata- el centralismo limeño
ha sido una maldición para el Perú. Países tan cercanos como Bolivia y Ecuador
tienen en sus ciudades igual o más protagonismo cultural que la capital. En México,
Guadalajara o Monterrey se destacan en
producción cultural o científica por encima del Distrito Federal. En Alemania
hay no menos de una treintena de ciudades de trayectoria estelar en diversas
disciplinas o temáticas. Incluso en un país “en vías de subdesarrollo” como lo
es el ahora agónico Estado español, hay
varias ciudades que en propuestas culturales rompen la dicotomía Madrid- Barcelona como Gijón
y su relación con la novela negra, Valencia como referencia del arte
contemporáneo, Bilbao y sus propuestas de desarrollo sostenible en una ciudad
degradada por el industrialismo de dos siglos. Incluso ciudades pequeñas como Mérida,
Valladolid o Cáceres se hacen un sitio en el año como impulsores de festivales
artísticos internacionales de bastante calidad sea en teatro, cine o música.
He hecho este rodeo para remachar nuestro anacrónico y perverso centralismo. Centralismo
que nos dice que acá en la capital se cocina la sustancia de la inteligencia
nacional y que del resto del país apenas se consignarán aportes y complementos
(generalmente turísticos y folklóricos).
Y no es así.
En muchos posts yo
ya les he informado de la activa vida cultural que hay fuera de Lima. Su lado
más visible es la saludable proliferación de Ferias del Libro en distintas
regiones, destacando las que se realizan en Trujillo o Huancayo. Pero el otro
lado, el más negado, es el de las propuestas y prácticas culturales renovadoras
en las letras peruanas. Y Chimbote es una de ellas.
Chimbote -en el imaginario nacional alimentado por cuatro
décadas de racismo mediático- aparece como un inmenso pueblo joven, apestoso a
más no poder, lleno de cholos imberbes que llegaron buscando el dinero fácil de
la pesquería. Un auténtico pandemónium
urbano, canon de la informalidad y meca del ignorante con plata. Nadie se
imagina en Lima a Chimbote como un faro cultural.
Y, sin embargo, lo es.
Arguedas, nuestro gran pionero, lo vio. Llegó a la bahía y
observó lo que los ojos limeños nunca captaban: La diversidad, la magia de la
interculturalidad, las potencialidades de los pueblos emergentes, vivos,
creadores. Para Arguedas, el futuro del país no se delineaba en la capital, lo
hacía en Chimbote, allí se fraguaba el gran experimento de un nuevo crisol de prácticas,
de cotidianidades, de culturas.
No me voy a demorar en glosar el aporte de Chimbote a la
cultura, apenas cito: desde la formidable producción del grupo Isla Blanca o la originalidad poética del vate Juan Ojeda hasta las iniciativas literarias y editoriales de JaimeGuzmán Aranda, Augusto Rubio y Ricardo Ayllón. De la vigorosa poesía de
Enrique Tamay e Italo Morales a la memorabilia narrativa de Miguel RodríguezLiñán y Braulio Muñoz. Una ciudad donde todavía los recitales de poesía tienen
un público masivo y fiel, donde la presentación de un libro se da desfilando por las calles con banda de música o haciendo performance en un burdel. Una ciudad con una variedad revistas de poesía, con
programas de radio sobre literatura, una feria del libro consolidada, bastantes
(demasiadas) universidades y que cuenta con propuestas innovadoras en políticas
culturales sobre el accionar editorial y el uso de las nuevas tecnologías en
promoción cultural. ¿No me crees? Ve a Chimbote.
Pero, por encima de todo, está el ascenso y la merecida premiación
del escritor Fernando Cueto. Ex policía y (espero) ex abogado, Fernando Cueto
se tiró de bruces a la piscina de la
literatura. Se ha convertido en el gran narrador de Chimbote, interpretando su
memoria, recreándola y convirtiéndola en parte de nuestra historia: Lancha Varada (Rio Santa Editores, Chimbote
2005) un canto a las promesas truncadas de adolescentes que soñaban con cambiar
sus vidas y las de su país. Llora Corazón
(Rio Santa editores, Chimbote 2006) que es, sencillamente, la novela de Chimbote:
donde nos regala la rica y contundente polifonía de los diversos sujetos que
forman parte de una cultura popular que terminará expandiéndose por todo el
país. Dio el salto al escribir Días de fuego (Rio Santa/San Marcos, Lima 2008) una novela sobre nuestra guerra interna
contada (supongo/imagino) desde su experiencia de suboficial de la entonces
Policía de Investigaciones del Perú, una novela –ojo, ojito- nada patriotera ni
corporativa, más bien crítica y que nos propone otra visión (inevitable) de
nuestra guerra civil. Cueto ha sido galardonado por el prestigioso Premio Copé 2011 de novela por Ese camino existe,
una novela dedicada nuevamente al conflicto armado interno y, qué
bacán, es la respuesta (otra más, porque hay varias) de esa otra parte
del país frente al discurso
tradicional de una literatura mediática capitalina que ha agotado sus
recursos
frente a un tema que (con excepciones) siempre le ha parecido distante y
ajeno.
* Lea el post completo vía Lápiz y martillo.