Augusto Rubio Acosta
En el Perú, donde existen todas
las condiciones para la muerte y desaparición definitiva de la literatura, es
una hazaña publicar un libro; si se trata de una publicación cuyo contenido es
valioso, el hecho se convierte en algo heroico. En los tiempos que corren,
proliferan sellos editoriales “independientes” e iniciativas libreras
vinculadas a un empresariado y emprendedurismo mayormente atento y dispuesto a
todo aquello que venda y constituya un fructífero negocio, convirtiendo al
libro en vil mercancía y marginando a quienes verdaderamente producen cultura y
conocimiento elevados.
Así es y así ha sido siempre. Por
ello es complicado –imposible casi- ser escritor en los días que nos tocan.
Vivir a salto de mata o lo que es lo mismo: inmerso en la literatura, nos
acerca a esa estrecha frontera entre el autoflagelamiento y la sobrevivencia.
Sin embargo, todavía hay autores que preferimos que nuestros libros hablen por sí mismos, que
preferimos estar dedicados a lo literario, establecer una relación radical con
las letras, y organizar nuestras vidas alrededor de la producción de ficción y
no ficción, sin promoción, sin agente literario, sin editor, sin grupo
literario de por medio, etcétera. El resultado (el libro) siempre será –en
consecuencia- espontáneo y estaremos más centrados en escribir en el sentido
más entero del término; eso es lo finalmente valioso, lo imprescindible.
Estos días, que alisto la nueva
edición de uno de mis libros, me he puesto a reflexionar aún más en las enormes
limitaciones que existen para publicar y en que quien sabe el esfuerzo que uno
hace para compartir lo escrito esté encaminado al fracaso. Quienes toda la vida
hemos sido hacedores y hemos tenido un objetivo: escribir, lo sabemos de una u
otra manera. Ese es nuestro espacio más intenso y necesario, el libro es
nuestra herramienta (nuestra arma) frente al mundo, pero el fracaso (ese
territorio de la imposibilidad que es la literatura) nos lleva a seguir
escribiendo y a seguir publicando (y fracasando) hasta el día que el camposanto
del cerro San Pedro nos permita el ingreso y pasemos a la antihistoria. Es
cruel decirlo, pero es así; y es hermoso y bueno que así sea.
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