Augusto Rubio Acosta
A la hora del almuerzo, no hubo almuerzo. A la hora de la cena, no hubo cena. Antonio Cisneros ha muerto. Se fue ayer muy temprano y el ministro de Cultura dijo que su partida constituye “una gran pérdida”, una que estamos seguros no entiende, nunca entenderá a cabalidad, porque para entenderlo hace falta -más que palabras- modus vivendi, lectura atormentada y absorbente, experiencia de vida.
Se ha ido uno de los grandes
poetas que aún teníamos y el Ministerio de Cultura –sorpresivamente- decidió
hacerle un homenaje (cuando está bien muerto). Se ha marchado quien desde muy
joven supo marcar las fronteras con sal y estacas, quien ayudó a techar la casa
de la poesía (de la generación del sesenta), y que una vez concluida la pequeña
obra hizo fiesta con los maestros albañiles, elaborando una cruz de palo para
amarrar geranios, lluvias de oro, también panes con carne asada, yerbas,
cebollas, libros y bosques de cervezas.
Se ha ido Cisneros y sobre el
horizonte de tierra, sobre los astros de tierra, aprovechamos la hora en blanco
de la tarde para hablar del poeta-plantígrado-hormiguero que acompañó nuestros más
dicharacheros almuerzos y nuestra existencia lectora desde el principio. Quizá
fue la edad, el tiempo en que despertamos a la vida, los años en que fue más
sencillo mirar las cosas tras un cristal y echarse a caminar por las calles
como si alguien nos persiguiera, como si algo nos perturbara, y no teníamos más
remedio que restregarnos los ojos con fuerza frente al mar y acomodarnos la
camisa maltrecha, para poder acercarnos a la palabra escrita con dignidad, con la
frente en alto.
Es domingo en Chimbote. La fotografía de Cisneros aparece en las páginas de todos los medios impresos, en cada esquina soleada de mi ciudad está su imagen desmelenada y rebelde (cuando joven), su retrato acartonado (de sus años taciturnos), y en verdad es una honda pena la que hoy experimentamos. No es fácil aceptar que alguien que en forma de libro nos acompañó toda una vida, hoy ya no está para continuar haciéndolo (aunque la buena poesía nunca muere). Ayer nomás tocábamos a su puerta para una conversa (libresca e imaginaria siempre). Ayer nomás su risa, su ironía, su palabra, su abrazo sentido. ¿Qué podemos hacer, árbol sin hojas, fuera de dar la última mirada en dirección del paraíso perdido?, ¿qué podemos hacer ante el misterio de la vida?... ¿Habrá dejado una lámpara encendida el poeta que ya llegamos todos para hacerle compañía? Responde sol oscuro de Chimbote, responde atardecer de El Trapecio-Florida-Libertad-todo Meiggs-Señor de los Milagros-Terminal Terrestre, ilumina un instante siquiera, aunque después te apagues para siempre...
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