jueves, 24 de julio de 2014

Apuntes desde el exilio



Augusto Rubio Acosta

Las semanas que han pasado, días de fiebres y hospitales, de gastroenterólogos y padecimientos sin nombre, me han servido para varias cosas. Estar atado a una cama obliga a repensar –por ejemplo- el discurso interrumpido, nos hace volver al rostro hacia el pasado, sentirnos como una alimaña en su madriguera, constatar la solidaridad, revisar nuestra historia personal, la capacidad humana de ser y existir. El tiempo transcurrido ha servido también para leer de un tirón varios libros pendientes, para que la vida misma se encargue de cernir a los escasos e incondicionales amigos que creía haber tenido.
El dolor nos puede hacer insoportables. Sin embargo, he encontrado cierto poder terapéutico en la literatura. Por eso escribí algunas cosas en papelitos, en Twitter, al reverso de las recetas, esto que ahora pueden leer ustedes y da cuenta -en parte- de mis prolongados silencios.
Estar enfermo es enfrentarse a un sinnúmero de preguntas, la mayoría de ellas sin respuesta. Si bien es cierto, la experiencia del sufrimiento es una de las constantes más universales en la vida del hombre (la aparición de alguna enfermedad o la irrupción de la muerte puede repercutir en todas las dimensiones de la persona y traducirse en un quiebre vital), estar atado a una cama es también -como toda crisis- una oportunidad de la cual podemos sacar cierto provecho o lograr un cambio de sentido en la vida.
Llegué al hospital y -tras ver a mi alrededor- me asusté con el comercio de las almas y las balanzas miserables pesando espantapájaros como yo, enloquecidos de la vida. Llegué al nosocomio y pensé en si era o no la última vez que veía la calle, las flores del parque frente a casa. Ingresé al hospital como se ingresa a una caverna, a un túnel, a una gruta desconocida donde las cosas funcionan de cualquier manera menos como la lógica señala.
¿Qué tengo que hacer para que cesen las fiebres?, ¿hasta cuándo me doblaré en dos y me cogeré el estómago esperando se detengan las punzadas en el costado derecho?, ¿cómo me veré -en este momento de dolor e inquietud- ante los ojos de Tere, compañera, deshacedora de entuertos, sanadora de penas?
Mañana será otro día, uno en el que ojalá las amas de casa vuelvan con más cosas del mercado. Estar enfermo tiene algunas ventajas, pero eso a nadie le interesa.

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