martes, 13 de mayo de 2014

'Noé delirante': cómo salvarnos de la lluvia


Augusto Rubio Acosta

De las múltiples actividades que impulsamos por estos días desde ‘La Resistencia’, hay una que en particular nos emociona y entusiasma: ‘Noé delirante’, de Arturo Corcuera, uno de los poemarios fundamentales de la lírica hispanoamericana contemporánea, se presentará en Chimbote cincuenta años después de haber sido publicado. El libro -alguna de cuyas ediciones alcanzó el estratosférico tiraje de 40 mil ejemplares- es un arca de papel, una embarcación poblada de grillos, saltamontes y espantapájaros, poemas, fábulas y adivinanzas, bellamente descritos y metaforizados por un auténtico orfebre de la palabra. En el arca delirante de sus páginas, los gallos se convierten veletas, así como también otros seres vivos sin raciocinio, se tornan -de pronto- gatos voladores, jirafas cuenteras, alcachofas estriptiseras, y también es posible hallar adivinanzas, caligramas, biografías oscuras, etcétera: objetos poéticos y bichos raros embarcados por el autor para salvarlos de la lluvia despiadada que se avecina, del diluvio.
Hace algunas semanas, cuando llegamos a la exposición que en homenaje de este libro está abierta por estos días en la Casa de la Literatura Peruana, hallamos la reunión de dibujos de los cuatro principales ilustradores de ‘Noé delirante’: Félix Nakamura, Tilsa Tsuchiya, Gabriel Lefebvre y Rosamar Corcuera, pero además encontramos creación plástica y visual de artistas diversos elaborada durante las cinco décadas que vienen circulando las diversas ediciones del libro. 
‘Noé delirante’ apareció en 1963, durante la década más efervescente y convulsa del siglo veinte; sin embargo, su poesía navegable nos salva, nos protege de todos los males que la furia de la naturaleza acarrea. Se trata de un universo orgánico, de la reunión de varios libros en uno solo. Se trata del poemario más difundido de su autor, entre los más de veinte que ha escrito a lo largo de su carrera. ‘Noé delirante’ cumple cincuenta años y ha sido publicado en sucesivas ediciones, ampliadas desde la primera. La edición que se presentará en el puerto recoge las cuatro partes que lo componen: Libro Primero, Presagios del diluvio; Libro Segundo, De los duendes y la villa de Santa Inés; Libro Tercero, Inauguración del otoño; Libro Cuarto, A bordo del Arca, el final de la travesía. Este último mereció el Premio Casa de las Américas en 2006.
Arturo Corcuera presentará en Chimbote su emblemático libro este domingo 25 de mayo. La economía de su escritura, la capacidad fabuladora del autor, su encanto lúdico y su delirio, ese tono de ternura y de inocencia presente en todos sus poemas, estará al alcance de todos nosotros. Sin duda, una cita imprescindible con lo mejor de la poesía peruana e hispanoamericana contemporánea, un encuentro con la historia.

martes, 6 de mayo de 2014

La vida es breve, no me hablen de la templanza

 Augusto Rubio Acosta
 
Hoy, en el hospital, mientras veía a mamá desangrarse profusamente, mientras los médicos en Emergencia priorizaban la atención de pacientes moribundos y el llanto de dolor se apoderaba de una niña al interior de un consultorio, pensé en Séneca, en sus cartas, recordé un librito que leí hace años y que extraño mucho, que he extraviado para siempre.
La vida en los nosocomios es cruel, qué duda cabe. En diversas circunstancias he tenido que habitarlos en ciudades distintas, ver aparecer la luz del sol a través de sus enormes ventanales, acompañar a familiares y amigos, favorecido por el insomnio que la preocupación endilga; abrazar y hacer mío el dolor de personas cercanas a mi entorno, algunas de las cuales terminaron abandonando este mundo.
A la mitad de la fría sala de espera, mientras el puerto abría los ojos al nuevo día y el suscrito retiraba sus legañas, recordé a Séneca, sus libros sobre la felicidad del espíritu y la vida feliz, su defensa de la buena muerte, de una muerte voluntaria, serena y pacífica, como las que deben coronar la vida entera si es posible. La muerte angustiosa y resentida puede devaluar o borrar todos los buenos recuerdos. Ojalá nos tocara una muerte ‘tranqui’, una que nos permita la alegría de poder escapar de la necesidad y del dolor irremediable, una vez llegada la hora. 
Al observar los rostros compungidos de familiares y amigos de los moribundos, de los enfermos graves, pensaba que nada es tan útil para la templanza como el pensar continuamente que la existencia es breve e insegura, que en cada acción debemos tener en cuenta la muerte. En sus cartas, Séneca afirmaba que ‘la muerte es el pago y la ley del vivir’, aconsejaba que debemos pertrecharnos para la muerte más que para la vida, ‘porque vivir es morirse día a día y nos equivocamos en eso de ver la muerte como algo futuro: gran parte de ella ya ha trascurrido, cualquier momento de la vida pasada lo posee ahora la muerte: ha muerto en nosotros el niño y el joven que fuimos…’
Al despuntar el alba, en medio del llanto y los gritos provenientes de Emergencia, pensé que cuando abandonemos el temor a la muerte podremos ser libres al fin. Qué esclavos que somos, hasta el vivir nos tiene de servidumbre. Nosotros, los que nos quejamos de la brevedad de la vida, somos los únicos culpables de acortarla con nuestra desidia y nuestros vicios. Desperdiciamos el tiempo y no lo consideramos un bien único y mayor. El tiempo de la vida es bastante si se sabe aprovechar, pero lo desperdiciamos. Y ahí estamos –de un momento a otro- temblando, tumbados sobre una camilla, conectados a una máquina, inconscientes y con la familia afuera, angustiada, esperando.
La vida es breve, pero no me hablen de la templanza; hace algunos días nomás cumplí años de nuevo; se acaba el tiempo, esperamos vivir…

Violentar con la poesía la propia existencia


                                           Augusto Rubio Acosta

En Santa, la tarde soleada en que la multitud despedía en las calles y en el camposanto a Jorge Noriega, viejo luchador social de la provincia, Roger Torres me entregó sus poemas. De regreso a casa, mientras les daba una hojeada y evitaba se volaran por la ventanilla de un auto desde donde veía pasar vehículos pesados, la tarde fría, el túnel de Coishco, esa garganta insondable que todo lo devora y convierte en sombras, que todo lo eclipsa, empezaron a asaltarme muchas cosas, demasiadas preguntas.
¿Por qué ser poeta?, ¿por qué ese sacrificado oficio si con él no se percibe reconocimiento social alguno?, ¿por qué entregarse por completo a una actividad que no genera ingresos pecuniarios, ni siquiera el mínimo indispensable para vivir con dignidad?
Leyendo los desengrapados folios me encontré con la risa y la muerte, hallé al poeta persiguiendo la alegría y pactando con ella en su misma sepultura, lo vi hablar con los pájaros y la música, con las constelaciones infinitas, clausurar las horrendas páginas en technicolor de su pasado, cosechar luceros en las tempestades y atizar la palabra, fuente inagotable desde donde surge su forma de entender el mundo, la existencia.
La poesía le permite al autor de este libro ser honesto. Honesto porque el poeta no contrae ningún tipo de compromiso: ni con las editoriales ni con el público lector. No es rentable dedicarse a algo tan incierto, pero es una vocación; permite decir lo que no se podría comunicar de otra forma. La poesía es extraña, compleja, consuela a los hombres en el dolor, los acompaña frente al inexorable paso del tiempo. Si bien es cierto no es un remedio, tiene la fuerza suficiente para consolar y esa es una de las razones por las que no se ha extinguido nunca, a pesar de existir todas las condiciones para que ello ocurra en una sociedad insensible e indiferente como la nuestra.
Al autor de esta colección de poemas lo he tratado muy poco, a pesar de conocerlo hace mucho. Alguna vez declamó uno de mis poemas en los viejos recitales de la Biblioteca Municipal, me acompañó declamando a Vallejo el día que presenté uno de mis libros al interior de la prisión de mi ciudad, donde junto a la Comisión de Justicia Social inauguramos una pequeña biblioteca. Desde hace una considerable cantidad de años, con Roger Torres hemos compartido jornadas culturales sin nombre y escenarios diversos, pero no ha sido sino hasta el día en que me entregó sus poemas –allá en Santa- que recién lo conozco y puedo dar fe de quién se trata.
Leyendo las páginas de este libro, encontré a un creador de raigambre popular y silencioso, un ser humano que no escribe para el gusto de los eruditos, sino 'para que descanse su cerebro' y -sobre todo- 'para que lo olviden'. Ahí está su profundidad conceptual, de dolor y canto a la vida; su expresión poética deliberadamente sencilla, apenas imágenes caracterizadas por la dolorosa conciencia de la transitoriedad. Son poemas que el autor ansía se constituyan en arte total, aquí conviven la música de las palabras, el color de la pintura, la necesidad de integrarse o de resocializarse y la búsqueda de un mundo nuevo, de una tierra distinta.
En este volumen el poeta se regocija incluso de su muerte y llega a amar el olor incierto de su cuerpo yerto que, a pesar de todo, conoció y se apoderó del amor poco antes de despedirse del mundo. El autor le canta al sepulcro que asegura lo está esperando. Su desnudez y el fuego inacabable de sus palabras le permiten alcanzar y morder a sus anchas -por las noches- los pezones de la luna. El poeta está solo, pero feliz con todos, le ha declarado la guerra a la soledad que ha transformado sus venenos en cenizas.
¿Qué hace que alguien como Torres administre lo mejor que pueda sus emociones y levante su poesía por encima de la escoria en que vivimos?, ¿qué hace al poeta libre, a pesar que a diario encarcelan su cuerpo mas no sus ideas?, ¿por qué a los creadores les duelen los huesos de sus padres?, ¿por qué a algunos se les acusa y judicializa por violentar con la poesía su propia existencia?
En el dolor y el amor quizá se encuentren las respuestas a todo esto, ahí está todo aquello que nos permite seguir respirando con el trozo de piel que aún conservamos, lo poco que nos queda. Estos poemas son básicamente testimoniales. La poesía es, en verdad, una ficción del lenguaje cotidiano. Es cierto que en la ciudad y el país nadie lee mucho, y que los pocos que lo hacen leen sobre el alza de pasajes, los escándalos políticos y de la farándula, sobre las derrotas consecutivas del fútbol peruano. Es cierto que nadie lee sobre las cicatrices y el inventario del llanto humano, tampoco sobre los poetas que generalmente terminan sus vidas maltrechos y tuberculosos, idolatrados paradójicamente por sus lectores y nombrados hasta por el viento. Es cierto que son muy pocos los que leen mucho, que para los mismos poetas hasta el oficio ha perdido prestigio y cada vez les es más complicado todo, hasta conseguir el amor de una muchacha. Son ciertas tantas cosas, es apabullante tanta verdad, pero qué necesaria es la poesía para quienes sí la aprecian y la respiran a diario.
Duele escribir, sí, pero más duele el silencio. Sin embargo, aquí estoy junto a ustedes con este libro -aún inédito- que pronto será publicado, lo cual constituye una esperanza. Violentar con la poesía la propia existencia. Gracias al autor por permitirnos acceder a sus palabras.