Augusto Rubio Acosta
Hoy, en el hospital, mientras veía a mamá
desangrarse profusamente, mientras los médicos en Emergencia priorizaban la
atención de pacientes moribundos y el llanto de dolor se apoderaba de una niña
al interior de un consultorio, pensé en Séneca, en sus cartas, recordé un
librito que leí hace años y que extraño mucho, que he extraviado para siempre.
La vida en los nosocomios es cruel, qué duda cabe.
En diversas circunstancias he tenido que habitarlos en ciudades distintas, ver
aparecer la luz del sol a través de sus enormes ventanales, acompañar a
familiares y amigos, favorecido por el insomnio que la preocupación endilga;
abrazar y hacer mío el dolor de personas cercanas a mi entorno, algunas de las
cuales terminaron abandonando este mundo.
A la mitad de la fría sala de espera, mientras el
puerto abría los ojos al nuevo día y el suscrito retiraba sus legañas, recordé
a Séneca, sus libros sobre la felicidad del espíritu y la vida feliz, su defensa
de la buena muerte, de una muerte voluntaria, serena y pacífica, como las que
deben coronar la vida entera si es posible. La muerte angustiosa y resentida
puede devaluar o borrar todos los buenos recuerdos. Ojalá nos tocara una muerte
‘tranqui’, una que nos permita la alegría de poder escapar de la necesidad y
del dolor irremediable, una vez llegada la hora.
Al observar los rostros compungidos de familiares
y amigos de los moribundos, de los enfermos graves, pensaba que nada es tan
útil para la templanza como el pensar continuamente que la existencia es
breve e insegura, que en cada acción debemos tener en cuenta la muerte. En sus
cartas, Séneca afirmaba que ‘la muerte es el pago y la ley del vivir’, aconsejaba
que debemos pertrecharnos para la muerte más que para la vida, ‘porque vivir es
morirse día a día y nos equivocamos en eso de ver la muerte como algo futuro:
gran parte de ella ya ha trascurrido, cualquier momento de la vida pasada lo
posee ahora la muerte: ha muerto en nosotros el niño y el joven que fuimos…’
Al despuntar el alba, en medio del llanto y los
gritos provenientes de Emergencia, pensé que cuando abandonemos el temor a la
muerte podremos ser libres al fin. Qué esclavos que somos, hasta el vivir nos
tiene de servidumbre. Nosotros, los que nos quejamos de la brevedad de la vida,
somos los únicos culpables de acortarla con nuestra desidia y nuestros vicios. Desperdiciamos
el tiempo y no lo consideramos un bien único y mayor. El tiempo de la vida es
bastante si se sabe aprovechar, pero lo desperdiciamos. Y ahí estamos –de un
momento a otro- temblando, tumbados sobre una camilla, conectados a una máquina,
inconscientes y con la familia afuera, angustiada, esperando.
La vida es breve, pero no me hablen de la
templanza; hace algunos días nomás cumplí años de nuevo; se acaba el tiempo,
esperamos vivir…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
only write