Augusto Rubio Acosta
En
Santa, la tarde soleada en que la multitud despedía en las calles y en el camposanto
a Jorge Noriega, viejo luchador social de la provincia, Roger Torres me entregó
sus poemas. De regreso a casa, mientras les daba una hojeada y evitaba se
volaran por la ventanilla de un auto desde donde veía pasar vehículos pesados,
la tarde fría, el túnel de Coishco, esa garganta insondable que todo lo devora
y convierte en sombras, que todo lo eclipsa, empezaron a asaltarme muchas cosas,
demasiadas preguntas.
¿Por
qué ser poeta?, ¿por qué ese sacrificado oficio si con él no se percibe
reconocimiento social alguno?, ¿por qué entregarse por completo a una actividad
que no genera ingresos pecuniarios, ni siquiera el mínimo indispensable para
vivir con dignidad?
Leyendo
los desengrapados folios me encontré con la risa y la muerte, hallé al poeta
persiguiendo la alegría y pactando con ella en su misma sepultura, lo vi hablar
con los pájaros y la música, con las constelaciones infinitas, clausurar las
horrendas páginas en technicolor de su pasado, cosechar luceros en las
tempestades y atizar la palabra, fuente inagotable desde donde surge su forma
de entender el mundo, la existencia.
La
poesía le permite al autor de este libro ser honesto. Honesto porque el poeta
no contrae ningún tipo de compromiso: ni con las editoriales ni con el público
lector. No es rentable dedicarse a algo tan incierto, pero es una vocación; permite
decir lo que no se podría comunicar de otra forma. La poesía es extraña, compleja,
consuela a los hombres en el dolor, los acompaña frente al inexorable paso del
tiempo. Si bien es cierto no es un remedio, tiene la fuerza
suficiente para consolar y esa es una de las razones por las que no se ha
extinguido nunca, a pesar de existir todas las condiciones para que ello ocurra
en una sociedad insensible e indiferente como la nuestra.
Al
autor de esta colección de poemas lo he tratado muy poco, a pesar de conocerlo
hace mucho. Alguna vez declamó uno de mis poemas en los viejos recitales de la
Biblioteca Municipal, me acompañó declamando a Vallejo el día que presenté uno
de mis libros al interior de la prisión de mi ciudad, donde junto a la Comisión
de Justicia Social inauguramos una pequeña biblioteca. Desde hace una
considerable cantidad de años, con Roger Torres hemos compartido jornadas
culturales sin nombre y escenarios diversos, pero no ha sido sino hasta el día
en que me entregó sus poemas –allá en Santa- que recién lo conozco y puedo dar
fe de quién se trata.
Leyendo
las páginas de este libro, encontré a un creador de raigambre popular y silencioso,
un ser humano que no escribe para el gusto de los eruditos, sino 'para que
descanse su cerebro' y -sobre todo- 'para que lo olviden'. Ahí está su profundidad conceptual, de
dolor y canto a la vida; su expresión poética deliberadamente sencilla, apenas
imágenes caracterizadas por la dolorosa conciencia de la transitoriedad. Son poemas
que el autor ansía se constituyan en arte total, aquí conviven la música de las
palabras, el color de la pintura, la necesidad de integrarse o de
resocializarse y la búsqueda de un mundo nuevo, de una tierra distinta.
En este volumen el poeta se regocija incluso de su muerte y llega a amar
el olor incierto de su cuerpo yerto que, a pesar de todo, conoció y se apoderó
del amor poco antes de despedirse del mundo. El autor le canta al sepulcro que
asegura lo está esperando. Su desnudez y el fuego inacabable de sus palabras le
permiten alcanzar y morder a sus anchas -por las noches- los pezones de la luna.
El poeta está solo, pero feliz con todos, le ha declarado la guerra a la
soledad que ha transformado sus venenos en cenizas.
¿Qué hace que alguien como Torres administre lo mejor que pueda sus
emociones y levante su poesía por encima de la escoria en que vivimos?, ¿qué
hace al poeta libre, a pesar que a diario encarcelan su cuerpo mas no sus
ideas?, ¿por qué a los creadores les duelen los huesos de sus padres?, ¿por qué
a algunos se les acusa y judicializa por violentar con la poesía su propia
existencia?
En el dolor y el amor quizá se encuentren las respuestas a todo esto, ahí
está todo aquello que nos permite seguir respirando con el trozo de piel que
aún conservamos, lo poco que nos queda. Estos poemas son básicamente
testimoniales. La poesía es, en
verdad, una ficción del lenguaje cotidiano. Es cierto que en la ciudad y el
país nadie lee mucho, y que los pocos que lo hacen leen sobre el alza de
pasajes, los escándalos políticos y de la farándula, sobre las derrotas consecutivas
del fútbol peruano. Es cierto que nadie lee sobre las cicatrices y el
inventario del llanto humano, tampoco sobre los poetas que generalmente
terminan sus vidas maltrechos y tuberculosos, idolatrados paradójicamente por
sus lectores y nombrados hasta por el viento. Es cierto que son muy pocos los
que leen mucho, que para los mismos poetas hasta el oficio ha perdido prestigio
y cada vez les es más complicado todo, hasta conseguir el amor de una muchacha.
Son ciertas tantas cosas, es apabullante tanta verdad, pero qué necesaria es la
poesía para quienes sí la aprecian y la respiran a diario.
Duele
escribir, sí, pero más duele el silencio. Sin embargo, aquí estoy junto a ustedes con este
libro -aún inédito- que pronto será publicado, lo cual constituye una
esperanza. Violentar con la poesía la propia existencia. Gracias al autor por
permitirnos acceder a sus palabras.
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