De la estupenda y última entrevista a César Hildebrant, publicada hoy en Diario 16, rescatamos algunos fragmentos que consideramos de interés de nuestra comunidad lectora:
-Usted ha dicho que a la prensa, al periodismo, le falta o ha
perdido capacidad de indignación. ¿Cómo ve al periodismo peruano en
tiempos de esta aparente democracia, del piloto automático?
Hay dos miradas. En la prensa escrita la hegemonía de la derecha es
clarísima, aunque legítima, pues la izquierda no puede construir medios.
La otra es la radio y la televisión. Creo que es el peor momento de la
televisión informativa del Perú. Esto comenzó cuando la derecha se dio
cuenta de que no podía dar concesiones. Y ha terminado con esta
monotonía, esta cacofonía editorial que es la televisión. Todo está bien
siempre que esté dentro del sistema. Ningún cuestionamiento esencial,
ningún debate sobre cosas de verdad importantes. Se puede atacar a
ministros, pero no al sistema. Eso produce esta grisura unánime de la
televisión.
-¿Y la radio?
La radio es patética; solo hay una y está en manos de Alan, porque dos
de sus mayores locutores son empleados suyos y porque él trató bien a
esa emisora en su segundo periodo. No pretende informar sino adoctrinar.
Son medios masivos. La prensa escrita es lo exquisito. Pero la gente
forma opinión con la televisión y la radio. Soy de prensa escrita pero
reconozco mis limitaciones.
-Pero usted ha hecho televisión mucho tiempo.
Sí, y me botaron por eso. Yo fui el último de los entrometidos, topos, detectado a tiempo y arrojado de la televisión.
-¿Sigue sin extrañarla un poco?
Ahora menos que nunca. No la extraño nada.
-¿Aun si le ofrecieran un espacio libre?
Si tuviera que descuidar el semanario, no lo haría. Ni siquiera lo
pensaría. No quisiera ser, además, la cuartada para que se dijera que
hay libertad de expresión. “Ahí está Hildebrandt”, como alguna vez
dijeron. No quisiera volver a ser esa coartada.
-¿Sigue pensando sacar un libro sobre su paso por la televisión?
Lo he parado porque el semanario es una dulce esclavitud. No hago sino
leer y trabajar en el semanario. La mitad del tiempo leo, y la mitad
trabajo. No sé si lo terminaré.
-Y con la televisión, ¿ha tenido una relación de amor y odio, o más odio que amor?
La televisión me enamoró, yo nunca sentí por ella amor. Tuve una
relación pragmática; sabía de su cobertura, de su poderío, lo que se
podía hacer y me interesaba. Pero nunca me enamoré en el sentido que
nunca me creí el hombre poderoso, ni el constructor de opiniones, ni el
corrector de defectos, ni nada de lo que decían. Nunca me la creí.
Siempre supe que era fugaz e ilusoria. Entonces, cuando me fui, no me
suicidé ni deprimí. Cuando me fui echado, además. La televisión tiene un
mérito, la intensidad, la inmediatez y su influencia. Pero tiene un
demérito peligrosísimo: exige un nivel elemental del lenguaje y
contenido. A uno lo apagan si quiere ser fino. La televisión exige
lenguajes primarios, guiones muy precocidos. Uno termina con el léxico
lesionado, elemental.
-¿Guarda rencor a alguien?
No, no tengo tiempo de rencores. El rencor destruye al que lo siente,
no al destinatario. No he tenido tiempo de sentir rencor, y creo que
tampoco debería haberlo sentido. He librado batallas, ganado algunas,
perdido otras, he sido combatiente crónico, he tenido encontronazos y
muchos afectos y filiaciones. Así que para mí el saldo es magnífico. No
recuerdo nada que me avergüence y nada que me haya lesionado. He seguido
mi camino modestamente, obstinadamente, y nadie puede decir que me
compró o alquiló. Y ahora podría decir ni que me melló. De todas las
guerras y heridas, estoy aquí, más o menos ileso, con el mismo
entusiasmo de hace 40 años. Me siento con la misma energía. Y no tomo nada, solo decisiones.
-En 2011 decía que “Hildebrandt en sus trece” es una
satisfacción porque se puede dar el lujo de escribir lo que le dé la
gana sin depender de la publicidad. ¿Es a lo que se debe aspirar?
No creo que nadie que escribe en prensa no sueñe con tener el medio
donde no le deba a nadie, que pueda ejercer la libertad con las
restricciones de la responsabilidad. Cuando digo que escribo lo que me
da la gana, no es lo que me nazca del forro o de la ira o de un mal
momento, sino lo que razonablemente pueda decir con respaldo documental.
(...)
No tengo dudas. Soy una persona feliz y creo que soy la versión más feliz de mí mismo en estos momentos. Al final, la felicidad es una suerte de sabiduría adquirida, la pasión excesiva no necesariamente trae felicidad. Y con los años uno puede priorizar de una manera un poco más prudente lo que vale la pena. Y lo que tengo ahora es eso, lo que vale la pena.
* Lea la entrevista completa vía la edición de hoy de Diario 16.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
only write