César Lévano
Parece que fue ayer cuando 29 balas dum-dum acribillaron al poeta guerrillero Javier Heraud. Cruzaba el río Madre de Dios o a bordo de una canoa. Policías de la Guardia Republicana y algunos pobladores de Puerto Maldonado
dispararon contra él, azuzados por un cura reaccionario. Javier había
nacido el 19 de enero de 1942, tenía 21 años de edad, y era ya un gran
poeta.Los asesinos no tomaron en cuenta que los tripulantes de la canoa habían izado bandera blanca y naufragado. Fue
el 15 de mayo de 1963, en las venas de la selva. Tres años antes había
escrito en su libro El río: “no tengo miedo de morir entre pájaros y
árboles”.
Era un muchacho alegre en una época triste. Hijo de la
clase media miraflorina, había sido un privilegiado por la sociedad. En
el Colegio Británico Markham, donde estudió primaria y secundaria,
destacó en los torneos deportivos y en los juegos florales de poesía. En
1958 ingresó con el primer puesto en la Universidad Católica. Era
un joven apuesto en un país afeado por la injusticia. En sus días de
flamante universitario, según me contó su padre, don Jorge Heraud,
emprendió un viaje por varios departamentos del Perú. Vio el horror de la desigualdad, el abismo de la explotación, los
manchones de la miseria campesina. Su corazón de poeta, su lucidez de
pensador, se estremecieron. “Después de ese viaje, Javier cambió”, me
explicó don Jorge. Los ojos del poeta, “demasiado marrones y profundos”
(Antonio Cisneros), se ensombrecieron de tristeza, de cólera.
“He
vuelto sin embargo, / con un raro sabor / a tierra amarga”, escribió en
su poema “El viaje”. “El aliento / del odio incansablemente / habita /
en el corazón / y en el sueño”. Un manuscrito inédito revelado por
Cecilia Heraud, hermana del poeta, lleva este título premonitorio: “El
río de la muerte”.
Después estrechó amistad con César Calvo, con
quien compartió inquietud social, juveniles júbilos, y, más tarde,
acción revolucionaria. Su viaje a Cuba, para estudiar cine, fue
decisivo. Allí se entrenó para guerrillero. Se inscribió en el Ejército
de Liberación Nacional encabezado por Héctor Béjar.
Aquella lucha armada fue derrotada. Javier había ingresado en el Perú desde Bolivia.
El asesinato a mansalva de Heraud, a la una de la tarde, fue
contemplado por jóvenes de Puerto Maldonado. La escena causó dolor y
cólera entre los muchachos. Dos meses después, colegiales de esa ciudad
acordaron alargar el desfile de Fiestas Patrias para marchar, con los
puños en alto, frente a la cárcel donde estaban encerrados compañeros de
Javier.
Ese gesto espontáneo era una lección de historia y de
moral. Los jóvenes rendían homenaje al valor y a la tabla de valores de
Javier: la justicia, la libertad, el sueño de un mundo nuevo.
* Tomado de La Primera.
Estupendo texto de Lévano. Dónde están los Herauds de ahora: ¿perdidos o alucinando con semáforos?
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