Augusto Rubio Acosta
Hay quienes celebran fechas
especiales (como el Día del padre) o cualquier domingo del mes, bebiendo
cantidades industriales de ciertas pócimas, divirtiéndose a sus anchas con las
amistades en interminables e insulsos partidos de fulbito (y full vaso), perdiendo el tiempo
en conversaciones absurdas, vagando por inercia o simplemente no haciendo nada: dejando
pasar las horas, el día. Hay quienes buscan imponer la diversión en sus vidas como
forma de evasión, que ésta sirva como desahogo de las frustraciones, miserias y
ansias de rebelión de las personas. Así, mediante el entretenimiento y el espectáculo (que
es evasión, distracción y un pasar absurdo del tiempo), el poder (léase el epicentro de control que gobierna la sociedad en que vivimos) pretende
entretener al rebaño para que carezca de iniciativas propias. La mente y la
imaginación quedan entonces atrapadas en un programa de entretenimiento y son
manipulables. Eso lo saben muchos, les consta a casi todos los que consumen televisión y prensa
basura. Lo saben pero no les importa, más puede su afán de ‘sano
esparcimiento’, de divertirse a costa de todo.
El paisaje en las ciudades ha
cambiado en los últimos años. Chimbote ha cambiado, obviamente para mal (basta ver sus medios de comunicación masiva para darnos cuenta de lo que pasa). Sin
embargo, es posible recorrer Lima, Buenos Aires, Seattle, Liverpool, Chimbote y otras
urbes, para constatar que las calles se asemejan mucho por las mismas tiendas, los
mismos anuncios, las mismas marcas. En todas las ciudades mencionadas hay centros comerciales en donde
se puede conseguir todo tipo de productos, sensaciones y servicios totalmente
empaquetados y con códigos de barras. En ellos, cualquier momento de ocio creativo
o auténtico sano esparcimiento queda reglado por las normas mercantilistas que
contribuyen a mantener el binomio ocio = dinero. En Chimbote se pueden alcanzar
grandes cuotas de ocio, de acuerdo a la cantidad de dinero que se disponga. La
máxima es una sola: “hay que divertirse intensamente y rápido”. Ese ocio
acelerado es el espacio de evasión que existe antes de volver al trabajo, al empleo
que proporciona el dinero necesario para comprar el momento de ocio (el peor
de los ocios).
Hace unos días dimos una vuelta
por cierta librería de viejo de José Olaya, reducto del cual –como siempre-
salimos fortalecidos y con pesados paquetes para el diario. En el camino de regreso, no fueron pocas las ideas que nos asaltaron. Es cierto que quienes se dedican a comercializar libros antiguos
(del siglo XVIII para atrás) y de viejo (con más de 25 años) pertenecen a
iniciativas en extinción que en los últimos años –gracias a la Internet- encontraron la
cruz y la salvación, pero cuánta falta nos hacen a los verdaderos lectores,
investigadores y coleccionistas este tipo de espacios que ojalá proliferaran en el puerto. Hace unos días ‘huaqueamos’ a fondo en sus
estantes, dedicamos nuestros momentos ‘de ocio’ a prolongar la grata sensación
de comprobar que a más volúmenes nuevos que leer, más materiales habrá para la
imaginación, para la creación literaria.
Hay quienes celebran fechas
especiales (como hoy) de mil ‘divertidas’ formas. Nosotros celebraremos
regresando a Olaya (ojalá atiendan), huaquearemos entre el ‘hueso’, encontraremos lo que andamos buscando y aspiraremos la brisa del mar desde la Plaza 28. Con nuevos volúmenes volveremos a casa, seremos felices…
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