lunes, 24 de junio de 2013

La ética periodística en debate



 Augusto Rubio Acosta

¿Somos cada uno de los periodistas buenas personas?, ¿estamos orgullosos de nuestra profesión y de lo que resulta de nuestro ejercicio?, ¿tenemos un sentido de misión en la vida, en la profesión?, ¿estamos dispuestos a una entrega total?, ¿qué tan apasionados somos de la verdad?, ¿qué tan autocríticos somos?, ¿elaboramos y compartimos conocimiento?, ¿tenemos un objetivo?, ¿tenemos sentido del otro, en tanto desconocemos o destruimos al otro y nos deshumanizamos en ese camino?, ¿somos independientes?, ¿tenemos credibilidad?, ¿mantenemos intacta nuestra capacidad de asombro?
Cada día que pasa, los periodistas tenemos la oportunidad de cambiar algo de la sociedad en que vivimos. Sin embargo, hace tiempo que la crisis del periodismo y las deformaciones en su ejercicio se han convertido en lugar común. Años que se habla y debate en el ámbito académico sobre la desaparición de la profesión como la conocemos. Tiempo que se señala con el dedo a los malos periodistas, a quienes denigran la profesión, así como se reconoce a quienes hacen honor al apostolado, a su forma de vida. Y es que no se puede negar que -desde hace mucho- la mayoría de periodistas han dejado de cumplir con su función principal e intrínseca: acercar a los ciudadanos la información necesaria para que puedan tomar mejores decisiones, orientarse en la vida pública, conocer aquello que no pueden vivir en forma directa y controlar (fiscalizar) a quienes ejercen el poder. 

Antes, hace muchos años atrás, los periodistas garantizábamos la salud del sistema democrático, pero ahora –como están las cosas, con el periodismo que ejerce la mayoría de medios del sector- lo ponemos en peligro. Las formas de presentar y relatar los acontecimientos noticiosos son ahora insuficientes, el lenguaje periodístico dice poco, dice nada o esconde y distorsiona la realidad. En las redacciones de estos tiempos, las áreas de publicidad de los medios de comunicación (y sus clientes o anunciantes) pretenden imponer (e imponen mayoritariamente) su agenda: entretenimiento, farándula contaminada con hechos políticos, contenidos de dudoso aporte educativo, social,  cultural y periodístico, incapaz de anticipar las crisis sociales. Y aquí la influencia de los medios como factores de poder, la precariedad laboral en muchas empresas informativas y la complejidad creciente de la realidad política y social, hacen que los principios que caracterizaron al periodismo desde su constitución como actividad autónoma hace más de un siglo atraviesen un período de graves cuestionamientos y redefiniciones.
Sin embargo, desde el punto de vista de la autocrítica de los periodistas y sus medios: cero. Existe la necesidad y la urgencia de generar cambios que determinen transformar la profesión en lo que se supone debería ser: la búsqueda constante de un periodismo más útil socialmente, uno de calidad que –aparte de conseguir relatar las noticias de forma diferente y con veracidad- sea más provechosa para la ciudadanía. ¿Cómo hacerlo? De diversas formas. Primero dejando atrás formatos y géneros anquilosados en el tiempo, generando un periodismo situado en la realidad social que debe escudriñar, comprender y relatar en toda su complejidad, para que el ciudadano pueda resolver sus problemas y concretar sus aspiraciones sociales legítimas e inexcusables.
Regreso a la semilla
Otra de las formas de transformar la profesión sería volviendo a los orígenes. Redefinir qué es el periodismo, distinguir quiénes son periodistas y quiénes deben recibir otro nombre para calificar su actividad; de igual forma dejando en claro cuál es la tarea específica que el periodismo cumple en una sociedad determinada y cuáles son sus principios básicos; pero sobre todo: construir una visión ética compartida sobre el ejercicio de la profesión, que conserve los estilos y la pluralidad como riqueza básica de nuestra actividad.
El investigar, chequear y reconfirmar la información antes de soltarla al viento mediante su publicación, es básico y urgente. Recuperar dos nociones elementales en la actividad periodística: la información entendida como bien público y una noción personal de la ética profesional, es prioritario en los tiempos que corren.
La materia prima del periodismo siempre ha sido un material altamente sensible y frágil, motivo de disputa de los poderes públicos, mercancía valiosa. Precisamente, por ser bien público, la información le pertenece a todos los ciudadanos tanto como les corresponde la educación, la salud, la justicia y un medio ambiente saludable, pero solo si se les aborda como temas relevantes y verdaderos, no deformados. Por eso la ética es el valor central de la práctica del periodismo. Por las funciones sociales que cumple en una sociedad democrática, el periodismo tiene una vinculación esencial y constitutiva con la ética. 
Una aguda crisis de identidad
Periodistas y medios tienen su principal juez en los ciudadanos, ante quienes deben dar cuenta de la responsabilidad que contrajeron con la sociedad al hacerse cargo de la tarea de buscar y difundir información. Pero como bien sabemos (y le consta a casi todos) la teoría choca inmediatamente con múltiples obstáculos en cuanto se aplica en la práctica cotidiana. Así, los principales dilemas éticos de los periodistas no están ya en los valores que se enumeran en los códigos deontológicos. Por el contrario, los problemas éticos fundamentales son de origen interno y derivan de la inédita crisis de identidad que atraviesa la profesión. Con la independencia y la veracidad convertidas en principios vacíos de contenido (o reemplazados por la primacía de los intereses económicos y políticos de los medios y su necesidad de generar ganancias), la propia función social del periodismo se desdibuja. Más aún, no muchos informadores podrían hoy responder quién es periodista o para qué sirve el periodismo en una sociedad democrática. Y eso es muy triste.
Incorporar una conciencia ética y un convencimiento íntimo sobre las implicancias que tiene la tarea de informar, que oriente el trabajo cotidiano y permita procesar las presiones a las que la profesión está sometida, se hace entonces imprescindible para todo periodista que se respete. Olvidarse de la reflexión se ha hecho común en las redacciones, la mayoría se limita a cumplir la tarea y a retener el puesto de trabajo, se ha renunciado a la responsabilidad social intrínseca a la profesión, y se continúa erosionando el mayor capital que tenemos los periodistas y lo único capaz de protegernos en épocas turbulentas: la credibilidad de los ciudadanos.
Uno de los valores centrales para distinguir a un periodista de quien no lo es debería ser su comportamiento responsable en la búsqueda de la información, la construcción de los relatos y su difusión a los ciudadanos. Más allá de los problemas de los comunicadores, los periodistas somos parte activa de la reconstrucción de la ciudadanía, de la sociedad en que vivimos. La profesionalidad de un buen periodista se construye sobre un ser humano, es algo imprescindible a la hora de pensar en la profesión. En conclusión: la ética consiste en el desafío que cada ser humano lleva consigo de ser excelente. No lo olvidemos.

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