Han pasado cuarenta años desde
que los pioneros que -después del sismo de 1970- llegaron a poblar los extensos arenales de esta parte de
la ciudad, decidieron enfrentarse al viento gélido de las noches, a la soledad apabullante
de las tardes y al aislamiento completo que significaban las mañanas. Cuarenta años desde que
un puñado de chimbotanos decidieron hacerle frente a la indiferencia de las
gentes foráneas que -incrédulas- vaticinaban el fracaso de la aventura en que
por ese tiempo consistía asentarse, forjar una casa y criar a los hijos mirando
el arenal. Cuatro décadas de esfuerzo, de trabajo y de tesón contra el
implacable destino.
Han pasado cuarenta años y muchos
de los que pusieron sus pies por primera vez sobre este arenal ya no sobreviven
para contarlo. Es momento entonces de reflexionar sobre el tiempo transcurrido,
sobre el pasado y en especial sobre el futuro, sobre las cosas que se hicieron
bien y sobre las que empezaron a formar parte de esa enorme lista de pendientes
que año a año se acumula y se hace montaña demostrándonos -a los que vivimos en Casuarinas- que si no emprendemos
el camino del cambio radical en cuanto a gestión ciudadana no vamos a ninguna
parte como pueblo.
La historia de las sociedades
tiene una relación intrínseca con el espíritu de sus gentes. Así, pueblos como
Casuarinas, que en un principio no contaron con pistas, veredas y otros servicios adecuados que permitan a sus poseedores calificar dentro
de los estándares de una vida digna, se levantaron e hicieron de la nada, empujados por la
fuerza de sus habitantes y las ideas de sus dirigentes. No es fácil ser
ciudadano en el Perú, mucho menos lo es llegar a poblar un desierto donde no
existen las mínimas condiciones de habitabilidad; por eso es necesario resaltar el
trabajo y esfuerzos denodados de los primeros pobladores de Casuarinas,
colonos que sin saberlo estaban forjando la historia.
Hoy nuestra urbanización es una
de las más bellas y ordenadas del distrito y la provincia. Debemos estar orgullosos de ello,
pero no olvidar las tareas pendientes que hacen falta realizar para
consolidar el liderazgo que siempre debe estar presente en el imaginario social
de los pueblos que miran distinto hacia el futuro. Que es tiempo de celebrar,
es cierto, celebremos ruidosamente porque no todos los días se cumplen cuarenta
años. Pero paralelamente, no dejemos de reflexionar y de dar pasos decisivos en
la forja de nuevos proyectos e iniciativas que permitan mejorar lo ya obtenido en estas décadas,
aspirar a más porque es legítimo desear una mejor calidad de vida para nosotros
y nuestros hijos; negarse a aquello sería caer en la mediocridad en la que
lamentablemente están sumidos la enorme mayoría de pueblos de Chimbote con sus
dirigencias caducas, lamentables, politizadas y conformistas.
Casuarinas está de fiesta y todos
nos regocijamos por ello. Aquí nos hicimos fuertes, aquí se forjaron nuestras
familias, aquí nacieron nuestros hijos y seguramente aquí moriremos. Aquí
aprendimos que nada en la vida es gratuito y que el futuro no nos estará negado
si nos esforzamos diariamente para conseguir lo que deseamos. Casuarinas está
de fiesta y qué orgullosos nos sentimos. Que truenen al viento los veintiún
camaretazos, que los niños y niñas de esta parte de ciudad sepan cómo sus
padres y abuelos empezaron a forjarse un destino. Que en esta efeméride, las
viejas, sabias y vigentes palabras de Manuel Gonzáles Prada nos sacudan del
letargo en que muchas veces caemos: ‘Los jóvenes a la acción, los viejos a la
tumba’.
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