Augusto Rubio Acosta
Las últimas semanas -desde octubre último para ser más exactos- el tiempo impidió acercarnos a ésta nuestra habitual ventana, la de siempre, aquélla que da testimonio de nuestra forma de vida. La literatura no es sólo la mejor parte de la existencia, como forma de vivir es una decisión que se tomó para el resto de nuestros días.
El último mes (y un poco más) anduvimos recorriendo ciudades y pueblos de tierra adentro. El Perú es demasiado hermoso como para negarse a conocerlo a fondo, como para no leer y dialogar con sus lectores y escritores. Las últimas semanas, apenas apareció la segunda edición de 'Mundo cachina', presentamos el libro en Chiclayo, Piura, Bernal, Guadalupe y Cajamarca, además de eventos de carácter académico -en los cuales se abordaron avatares de la escritura de crónicas- realizados en Chimbote y otras localidades. En Trujillo y Huarás anduvimos de museos, tomando fotografías, recopilando materiales para nuevas historias. Otras ciudades nos esperan.
El efecto saludable que produce la literatura no sólo lo es para
quien se acerca a una obra sino, y esencialmente, para quien la escribe, para quien ha asumido las letras como forma de existencia. Así, el libro va y viene, se presenta aquí y allá, en el camino la mochila se llena de volúmenes de otros autores, el equipaje de óleos nuevos, de films, de música, la vida de amistades que nos demuestran lo valiosas que son, y de proyectos que -con el correr de los días- justificarán el por qué estamos de pie ante el futuro.
El libro, la laberíntica influencia literaria que heredamos de los autores que seguimos, aparecen en cada pregunta del público asistente, en cada ciscunstancia diaria. Ya no hay dudas: es la vida propia la que nos conduce y obliga a escribir.
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