Augusto Rubio Acosta
Treinta años después de haber visto la
luz en su versión primigenia, la segunda edición de ‘El bagre partido’,
libro de cuentos de Antonio Salinas -un clásico de las letras en
Chimbote- llegó a nuestras manos. A pesar de su condición de libro de
culto, la primera impresión que nos produjo la noticia de que el volumen
había vuelto a circular, fue de gratitud por el esfuerzo editorial que
ello significa; de nostalgia, por las hermosas tardes vividas durante su
lectura –los primeros días del siglo- en la desaparecida Biblioteca
Municipal de los altos del Mercado de peces (debería ser de pescados);
también de reivindicación y justicia, por lo que el breve legado
literario de su autor significa.
De ‘El bagre partido’, colección de
cuentos escritos bajo la influencia del boom latinoamericano, recordamos
en particular ‘Los ataúdes de mi padre’, ficción que recrea la masacre
del puente Gálvez, acontecida el 14 de junio de 1960, hecho histórico
originado por las protestas masivas de la masa trabajadora contra el
alza del costo de vida. El cuento aborda el alma migratoria de sus
protagonistas, la falta de empleo y la incertidumbre que genera el miedo
a la represión; el autor se encarga de que el cuestionamiento a la
violencia política, social, militar y estructural se conjugue con la
esperanza, entregándonos una historia conmovedora, inolvidable, de alta
calidad narrativa.
Pero los cuentos de Salinas, publicados
también en ‘Verdenegro alucinado moscón’, edición póstuma del año 2000,
no son lo único valioso que nos dejó el autor de ‘El bagre partido’. Su
incursión en la crónica, en tiempos en que los autores estaban
mayoritariamente convencidos que quienes escribían no ficción no
merecían el calificativo de escritores, es un asunto necesario de
rescatar, destacar, otorgarle el valor que merece. En ‘Embarcarse en la
nostalgia’ (1999), volumen póstumo que reúne las historias más íntimas y
entrañables que escribió el autor remitiéndose siempre a Chimbote como
punto de partida o de llegada, Salinas entrega a los lectores y a
nuestra historia una ciudad que ya no existe, deja constancia de su
interminable itinerario viajero por los cuatro continentes, de sus
preocupaciones y nostalgias. El libro peregrina por el Petén y
Norteamérica, llega a Tortugas y se instala en el puerto de los años
cincuenta, recorre el barrio Progreso y el camal de la avenida Gálvez,
nuestra esencia y más pura idiosincrasia.
El aporte narrativo de Salinas, a partir
de ‘El bagre partido’, es incuestionable; sin embargo, poco o nada se
ha dicho de sus crónicas, tarea pendiente desde hace décadas, vacío
necesario de llenar para entender mejor el proceso literario y cultural
del puerto. La crítica, en ese sentido –sobre todo a nivel local- se
encuentra en deuda.
Con Antonio Salinas nunca nos vimos,
jamás conversamos. Mi llegada con retraso a Isla Blanca, el tardío
retorno al puerto, no impidió -sin embargo- que haya podido leer sus
crónicas publicadas en ‘Altamar’ durante la década de los noventa. En
Chimbote casi nadie ha leído ‘El bagre partido’ o alguno de sus otros
libros, títulos que hacen la fortuna de pocos lectores, volúmenes que en
muchos casos han decidido el curso de sus vidas.
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