viernes, 28 de febrero de 2014

Con La Sarita en 'Cielo abierto' (bonus track incluido)

                                   Augusto Rubio Acosta

Cerramos noviembre en la plaza principal de Supe Pueblo, al pie de su monumento, muriéndonos de frío y bebiendo de alguna pócima enjundiosa, de esas que muchas veces atizan la memoria selectiva. El primer día en ‘Cielo abierto’, festival de poesía de todas las sangres, llegaba a su fin con La Sarita, banda de rock anclada en el misterio de los mestizajes múltiples de la historia peruana. Ahí estábamos: cantautores y artistas plásticos, poetas jóvenes y no tan párvulos que digamos, periodistas y editores, lectores y ciudadanos; alrededor nuestro: los pobladores del lugar que –incrédulos, desde la comodidad de sus sofás instalados en las puertas de sus casas- contemplaban el recital de poesía. Se adentraba la noche, serían las 11:30 p.m. cuando a mi cabeza empezaron a volver – como suele ocurrir cuando se trata de buena música- los nebulosos años perdidos.
Fue en el ‘Niño malo’ (1997), concierto a beneficio de los damnificados del fenómeno de El Niño, cuando asistimos por primera vez a esa mezcla de rock y mambo, chicha y vals, son cubano y música andina. La Sarita irrumpió en la escena de aquellos tiempos como la banda surgida de la división de Los Mojarras. El Agustino y su legendario festival de música habían vomitado una nueva propuesta influenciada por la naturaleza y fuerza telúrica de quienes conformaban el nuevo proyecto musical: artistas provenientes de barrios distintos, de regiones disímiles, del mundo migrante, de aquéllos que forman el verdadero rostro cultural del país. Fue en el ‘Niño malo’ y no lo habíamos olvidado. Había pasado el tiempo (dieciséis años no constituyen poca cosa), y ahí estábamos de nuevo: más viejos, pero vitales; con menos cabello (la melena que nos llegaba a la altura de los codos era parte del pasado), pero dispuestos al pogo; más experimentados, pero igual de contestatarios e impulsivos.
La Sarita salió al escenario de ‘Cielo abierto’ y lo primero que nos quedó en claro es que aparentemente no seguían siendo los mismos: el carácter político social de sus canciones se había apaciguado un tanto, los nuevos discos habían producido un cambio en sus letras y en la intención de sus canciones. El ingreso de músicos de la comunidad shipibo-conibo, los danzantes de tijeras y los músicos ayacuchanos que se unieron a la banda a partir del segundo álbum, más su apuesta por la música andina, habían convertido la propuesta escénica salvaje y luminosa que apareció a finales del siglo XX, en el auténtico y original camino por donde transita nuestra más pura identidad cultural.

Subo a tus cumbres y siento que la vida está más cerca
hay una verdad escondida en mi cabeza
siento el camino que el destino me ha trazado
es como el camino que mi ancestro ha levantado
claro y fuerte, hecho de piedra caliente
caliente como el alma de mi gente
pueblo andino, antiguo y milenario
que nunca ha olvidado que la tierra lo ha creado.

La Sarita vibraba en el corazón de los afortunados que pogueábamos debajo del escenario. Ahí estaba la furia de la calle, el rock, los sonidos más auténticos del Perú; ahí estaban los danzaks bailando abrazados con espontáneos escritores que se lanzaron al ruedo, a la batahola que coreaba a todo pulmón los himnos de este tiempo. Así vibraba también el pueblo, esa escasa concurrencia que no necesitaba saber antecedente alguno de la banda que tenían al frente reventando los parlantes en los cuatro costados de la plaza.

Porque esta piedra está viva
late un corazón bajo este lomo plateado
siento el intenso llamado, ¡waqay!
interno, tu voz de viento he escuchado,
por eso Mamacha Simona, apu,
patrona protectora danos tu bendición
danos la fuerza, el temple y coraje
para poder seguir con nuestra función.

La noche que La Sarita tocó en Supe Pueblo, regresamos sin voz a Barranca (ni siquiera recordamos cómo). En el hotel donde se alojaba la delegación de escritores y artistas invitados provenientes de varias ciudades, hubo música, cánticos a voz en cuello hasta el amanecer e incidentes diversos con el cuerpo de seguridad del recinto. La magia de ‘Cielo abierto’, festival de poesía al que hemos tenido la suerte de asistir desde su primera versión, se había encargado de todo: había despertado nuestra más íntima peruanidad, ese esquivo sentimiento que muchas veces se reprime ante circunstancias diversas. Y es que no siempre “hay una razón para decir lo que creo / no te preguntes por qué / es tan solo lo que siento…”


* La foto es de FIP Cielo abierto. 
* Bonus track: Mamacha Simona (Jammin sessions).

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