Augusto Rubio Acosta
En la intersección de Alfonso Ugarte y San José,
a escasos metros del parque principal de Chiclayo, se ha pintado por estos estos
días un hermoso mural en homenaje a Kañaris, antigua y rebelde comunidad
indígena situada en las alturas de Lambayeque, que desde hace varios años lucha
sin cuartel -y prácticamente en silencio- por hacer respetar su autonomía
territorial, su cultura milenaria y su hábitat, en torno al grave problema
socio ambiental que se vive en la zona, incertidumbre originada (como en otros
lugares del país) por la actividad minera que -financiada por capitales extranjeros,
avalada por el Estado y respaldada por una serie de oscuros personajes de la política-
se registra en esa jurisdicción.
En los últimos años, la persecución a los líderes
indígenas y dirigentes comunales denunciados por la empresa encargada de la
exploración minera, ha sido una constante en Kañaris. Sin embargo, la mayoría
de medios de comunicación de Lambayeque han mostrado una vergonzosa indiferencia
al respecto, situación que a nadie extraña. Así acontece en este país podrido,
secuestrado por la corrupción a todo nivel, así sucede siempre en esta tierra
de la desidia ciudadana.
El hermoso mural al cual nos referimos en las
primeras líneas, ha sido pintado a escasos días de la proyección del documental
“Kañaris no está sola”, producción audiovisual que
muestra el enorme potencial cultural y la problemática socio ambiental que vive
la antes citada comunidad indígena, de la cual el suscrito llegó a conocer a
fondo sus mitos y leyendas, gracias a un libro publicado en 2008, publicación financiada
–paradójicamente- por Exploraciones Milenio S.A. y Proyecto Cañariaco.
El autor del breve y
mal editado volumen, es el poeta y narrador Joaquín Huamán Rinza, con quien alguna
vez compartimos un café en la calle Yzaga, el mismo que permitió acercarme a su
compromiso y amor por la literatura oral de esa tierra. El libro “Mitos y
leyendas de Kañaris”, rescata los elementos constitutivos de la vida en las
alturas de Lambayeque, el razonamiento colectivo de su sociedad y la resistencia
simbólica que ejercen y ha sido mantenida a lo largo de los siglos. De sus
páginas emergen dioses pertenecientes al universo cultural norteño, la vida que
fluye al interior de los cerros, túneles, lagunas que aparecen y desaparecen
tragándose a los hombres y mujeres del lugar, la cosmovisión del poblador
cañarense en todo su esplendor.
Recuerdo el libro, su
lectura, la conversación con su autor, las ‘mesas de diálogo’ promovidas por el
gobierno -que de nada sirvieron- y las numerosas y frontales notas
periodísticas que impulsamos sobre la dura realidad en Kañaris, porque apenas
vi el mural de Alfonso Ugarte y San José (mientras los artistas retocaban el
mágico espacio de color e identidad que le han obsequiado a la ciudad), me
sentí hondamente conmovido. Ahí estaban los jóvenes de Chiclayo, activistas
culturales, estudiantes, gente friki y arty comprometida con el verdadero
desarrollo. Ahí estaban y la mayoría hablaba del inminente estreno del ‘docu’, programado
para la semana entrante, mientras no pocos se resistían a los ‘selfies’ de
rigor ante el mural callejero.
Pasaba por aquí y me
detuve un momento a reflexionar sobre la responsabilidad social de los artistas
(hay tanto que decir). Si bajan por ‘La resistencia’, avisan para estar (y
conversar) o en todo caso timbran que no suelo llegar muy lejos en mis caminatas vespertinas, estos días en que el suscrito se muere de nostalgia por los años y los tiempos, por los
libros y las lluvias, por los seres humanos perdidos...
* La fotografía es del Cineclub de Lambayeque.
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