domingo, 5 de enero de 2014

Diario de las vidas absurdas que he vidido (III)




Augusto Rubio Acosta
 
28 DE MAYO

Es de noche, he venido ante el mar. Los pájaros indiferentes y azules me han visto vomitar al pie del muelle -hace un instante- el cebiche, el pescado a la marinera que almorcé temprano en el Bertica`s y las botellas de vino que bebí con Camilo, padre de Laura, sombra que durante varios años me persiguió como pistolero a sueldo financiado por algún maléfico poder encargado de liquidarme.
Laura nunca me quiso, ahora lo sé. Me utilizó todo el tiempo. Lo único que le importó fue revolcarse conmigo las veces que quiso en la cama, experimentar posiciones y fórmulas sexuales nunca antes concebidas para mí, solo deseaba que me suba una y otra vez sobre ella, que mis muslos ajusten sus caderas y pueda tirar con desenfreno de sus cabellos mientras la penetraba repetidamente hasta desfallecer; insaciable, así fue siempre conmigo. De qué mierda sirvió todo el amor que le di, de qué chucha esta vida entregada por completo a alguien que nunca valoró mis sentimientos. Y yo como un huevón fotografiándola ante el mar de Pimentel, escribiendo cojudeces, versitos en servilletas frente a la noche azul de este muelle, de la playa toda, soñando con los incontables pendientes que siempre tuvimos, que nunca –por supuesto- acabaron de concretarse.
Evitar recordar es imposible para alguien como yo, tan ligado esos amores horribles que ultrajan toda emoción y sentido de bien común. Laura es de las mujeres que hacen peligrar la continuidad de la especie, ahora lo sé; su cobardía e inmadurez me jodieron todo el tiempo la vida. Y eso que en algún momento pensé que no debía exigirle más de una cualidad: la de hembra arrecha y complaciente; por solo ello en algún tiempo la juzgué y me sentí tan agradecido con la vida que ni siquiera recordé las cualidades que le faltaban, los enormes vacíos que habitaban su existencia. Laura fue, lo será siempre -y a pesar de todo- el gran amor de mi vida. Nunca amé a nadie de manera tan desaforada e incondicional. El amor no se obliga, tampoco nada ni nadie puede impedir que la ame, que la siga amando. El final, ya lo saben: se despidió por mensaje de texto, ni las gracias me dio.

Es diciembre de 1980, tienes siete años y esperas en vano -en el patio de la escuela- que llegue tu madre o tu padre para presenciar el acto público donde te entregarán el premio de excelencia de ese año. Un sol espantoso calcina al estudiantado de pie ante al proscenio, mientras odias en todos los idiomas -que aún desconoces- que para ti nunca haya tiempo, que ellos todo lo vean trabajo y reuniones de oficina.
El cura italiano, director de Raimondi, se jacta de los ‘logros académicos’ y deportivos de sus estudiantes durante el discurso de orden. Al momento en que te entregó el diploma y la medalla de oro (después la descubriste de latón), ningún fotógrafo estuvo atento; tus padres ausentes, como ya hemos anotado. Solo Juanita, tu profesora, decidió fotografiarte -diploma en mano- una vez terminada la ceremonia: ridículo tú con esos lentes frikis, vintage, con la enorme insignia del colegio cosida sobre el bolsillo de la camisa, cubriéndote casi medio pecho.

El diario es la experiencia más pura del escritor como lector, uno se lee a sí mismo, revisa su propia prosa, su vida, sus lecturas. Al paso que voy quizá nunca necesite psicoanalista. Hasta he pensado publicar algún día mi diario, pero con seudónimo; quizá con el nombre de algún personaje de mis libros anteriores, no sé. Me gustaría entregarle mi existencia a un personaje de ficción, pero que el libro refleje exactamente cómo ha sido mi vida, no cambiar nada de ella. Publicar mi diario en vida podría traerme consecuencias, lo sé; pero si lo publicara con el nombre de uno de mis personajes se fusionaría la obra literaria y el diario de escritor, sin traicionarse éste último. No es mala idea.
Anoche recordé el primer diario que leí, el mismo que me ha marcado la vida: 'La tentación del fracaso'. Fue por ese tiempo en que decidí registrar manual, fragmentaria y brevemente (con fechas, pelos y señales) reflexiones diversas para las que utilicé múltiples registros de escritura. Las extraviadas páginas de cuaderno de ese tiempo guardaban mi manera de pensar por entonces, mis alegrías (que eran pocas), mis sueños (que han sido muchos siempre), las vivencias y esperanzas de mi generación, mis frustraciones. Hasta tengo un doloroso poema llamado 'Los diarios' (publicado en mi segundo libro de poesía), así como cartas inenarrables (no menos dolorosas), escritas en circunstancias límite, destinadas a una novela. Un par de veces llegué a releer todo eso y en ambas ocasiones (en años y épocas vitales distintas) quedé impactado, entristecido, tocado sobremanera por su crudeza, por cómo había sido mi existencia.

1 DE JUNIO

Es domingo y he salido a caminar por las inmediaciones de la playa. En el jirón Lima me he encontrado con la nueva hembra de Camilo, está fuerte su nueva mujer. Y el huevón, el otro día, con su rollo lambayecano. ¿Qué chucha me puede interesar que el muelle de Pimentel tenga 529 metros de longitud?, ¿de qué carajo me sirve que ese ciempiés metálico y gigante desafíe las olas enfurecidas que se estrellan a sus pies? Como si nadie, carajo, supiera que la calle Ugarte se llamó antes La Verónica; y a la mierda Barsallo, Miraloverde, callejón Las Palmas y Barrio Dávila, límites de Chiclayo a inicios y mediados del siglo XX.
El cojudo del viejo piensa que todos son como él; huevón, seremos borrachos pero no imbéciles.
La marea va y viene, es como si uno mismo se alejara en cada latido de las venas. Aquí están mis manos que tiemblan como la nieve ante el ojo de la lámpara, éste es el endurecido cadáver que me habita, que me tiene inmovilizado,     que me ha destrozado la médula, la infancia y el río. Así ha llegado el abismo a mis comarcas, en silencio. Borrachos se largan los últimos bañistas, ojalá nunca regresen.

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