Augusto Rubio Acosta
28
DE MAYO
Es
de noche, he venido ante el mar. Los pájaros indiferentes y azules me han visto
vomitar al pie del muelle -hace un instante- el cebiche, el pescado a la
marinera que almorcé temprano en el Bertica`s y las botellas de vino que bebí
con Camilo, padre de Laura, sombra que durante varios años me persiguió como
pistolero a sueldo financiado por algún maléfico poder encargado de liquidarme.
Laura
nunca me quiso, ahora lo sé. Me utilizó todo el tiempo. Lo único que le importó
fue revolcarse conmigo las veces que quiso en la cama, experimentar posiciones
y fórmulas sexuales nunca antes concebidas para mí, solo deseaba que me suba
una y otra vez sobre ella, que mis muslos ajusten sus caderas y pueda tirar con
desenfreno de sus cabellos mientras la penetraba repetidamente hasta
desfallecer; insaciable, así fue siempre conmigo. De qué mierda sirvió todo el
amor que le di, de qué chucha esta vida entregada por completo a alguien que
nunca valoró mis sentimientos. Y yo como un huevón fotografiándola ante el mar
de Pimentel, escribiendo cojudeces, versitos en servilletas frente a la noche
azul de este muelle, de la playa toda, soñando con los incontables pendientes
que siempre tuvimos, que nunca –por supuesto- acabaron de concretarse.
Evitar
recordar es imposible para alguien como yo, tan ligado esos amores horribles
que ultrajan toda emoción y sentido de bien común. Laura es de las mujeres que
hacen peligrar la continuidad de la especie, ahora lo sé; su cobardía e inmadurez
me jodieron todo el tiempo la vida. Y eso que en algún momento pensé que no
debía exigirle más de una cualidad: la de hembra arrecha y complaciente; por
solo ello en algún tiempo la juzgué y me sentí tan agradecido con la vida que
ni siquiera recordé las cualidades que le faltaban, los enormes vacíos que
habitaban su existencia. Laura fue, lo será siempre -y a pesar de todo- el gran
amor de mi vida. Nunca amé a nadie de manera tan desaforada e incondicional. El
amor no se obliga, tampoco nada ni nadie puede impedir que la ame, que la siga
amando. El final, ya lo saben: se despidió por mensaje de texto, ni las gracias
me dio.
Es
diciembre de 1980, tienes siete años y esperas en vano -en el patio de la
escuela- que llegue tu madre o tu padre para presenciar el acto público donde
te entregarán el premio de excelencia de ese año. Un sol espantoso calcina al
estudiantado de pie ante al proscenio, mientras odias en todos los idiomas -que
aún desconoces- que para ti nunca haya tiempo, que ellos todo lo vean trabajo y
reuniones de oficina.
El
cura italiano, director de Raimondi, se jacta de los ‘logros académicos’ y
deportivos de sus estudiantes durante el discurso de orden. Al momento en que
te entregó el diploma y la medalla de oro (después la descubriste de latón),
ningún fotógrafo estuvo atento; tus padres ausentes, como ya hemos anotado.
Solo Juanita, tu profesora, decidió fotografiarte -diploma en mano- una vez
terminada la ceremonia: ridículo tú con esos lentes frikis, vintage, con la
enorme insignia del colegio cosida sobre el bolsillo de la camisa, cubriéndote
casi medio pecho.
El diario es la experiencia más
pura del escritor como lector, uno se lee a sí mismo, revisa su propia prosa,
su vida, sus lecturas. Al paso que voy quizá nunca necesite psicoanalista.
Hasta he pensado publicar algún día mi diario, pero con seudónimo; quizá con el
nombre de algún personaje de mis libros anteriores, no sé. Me gustaría
entregarle mi existencia a un personaje de ficción, pero que el libro refleje
exactamente cómo ha sido mi vida, no cambiar nada de ella. Publicar mi diario
en vida podría traerme consecuencias, lo sé; pero si lo publicara con el nombre
de uno de mis personajes se fusionaría la obra literaria y el diario de
escritor, sin traicionarse éste último. No es mala idea.
Anoche
recordé el primer diario que leí, el mismo que me ha marcado la vida: 'La tentación del fracaso'. Fue por ese
tiempo en que decidí registrar manual, fragmentaria y brevemente (con fechas,
pelos y señales) reflexiones diversas para las que utilicé múltiples registros
de escritura. Las extraviadas páginas de cuaderno de ese tiempo guardaban mi
manera de pensar por entonces, mis alegrías (que eran pocas), mis sueños (que
han sido muchos siempre), las vivencias y esperanzas de mi generación, mis
frustraciones. Hasta tengo un doloroso poema llamado 'Los diarios' (publicado
en mi segundo libro de poesía), así como cartas inenarrables (no menos
dolorosas), escritas en circunstancias límite, destinadas a una novela. Un par
de veces llegué a releer todo eso y en ambas ocasiones (en años y épocas
vitales distintas) quedé impactado, entristecido, tocado sobremanera por su crudeza,
por cómo había sido mi existencia.
1
DE JUNIO
Es
domingo y he salido a caminar por las inmediaciones de la playa. En el jirón
Lima me he encontrado con la nueva hembra de Camilo, está fuerte su nueva
mujer. Y el huevón, el otro día, con su rollo lambayecano. ¿Qué chucha me puede
interesar que el muelle de Pimentel tenga 529 metros de longitud?, ¿de qué
carajo me sirve que ese ciempiés metálico y gigante desafíe las olas
enfurecidas que se estrellan a sus pies? Como si nadie, carajo, supiera que la
calle Ugarte se llamó antes La Verónica; y a la mierda Barsallo, Miraloverde,
callejón Las Palmas y Barrio Dávila, límites de Chiclayo a inicios y mediados
del siglo XX.
El
cojudo del viejo piensa que todos son como él; huevón, seremos borrachos pero
no imbéciles.
La
marea va y viene, es como si uno mismo se alejara en cada latido de las venas.
Aquí están mis manos que tiemblan como la nieve ante el ojo de la lámpara, éste
es el endurecido cadáver que me habita, que me tiene inmovilizado, que me ha destrozado la médula, la infancia
y el río. Así ha llegado el abismo a mis comarcas, en silencio. Borrachos se
largan los últimos bañistas, ojalá nunca regresen.
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