Augusto Rubio Acosta
He visto el primer
amanecer del año desde mi ventana, un nuevo horizonte de luz se ha impuesto
sobre la milenaria danza de los astros en que consiste el día a día, lo que
somos, padecemos y vivimos. Empieza el 2014 y nunca tuve tanta certeza de lo
que soy: un sobreviviente, un ser miserable nacido en un puerto llamado
absurdo, un cimarrón que no tiene claro hoy cuántos brazos le quedan por abrir,
cuántos libros por cerrar (lo de pasar la página es asunto de mediocres).
Las seis de la mañana y
el corazón no sabe qué pensar. El trabajo y los deberes (malditos), los libros
y las clases (que no son sino lo mismo), las emociones y el camión de la basura
(a eso se ha reducido mi existencia). A los poemas que vendrán, a los inéditos de
siempre, no he de tomarlos en cuenta (tampoco nadie los consideró), pero esta
voz -surgida desde lo más profundo del sepulcro, de la tierra misma- me ha
devuelto –sin embargo e inevitablemente- a este árbol sin hojas, a estas
insípidas páginas que ojalá en este instante fueran tuyas (al menos durante el
tiempo que te dura la borrachera, la náusea, la diarrea, el orgasmo).
De afuera se deslizan
las voces de los ebrios que regresan de las fiestas, los jóvenes vomitan en los
parques y un poderoso olor a pólvora y alucinógenos domina la atmósfera; felizmente
al búnker no ingresa el sol (me he encargado de eso para siempre), solo una crystal candle (que me obsequiaron en navidad)
me ilumina a esta hora, pero en breves minutos -apenas terminadas estas líneas-
se extinguirá para siempre.
Es año nuevo y no he
venido a hacer llegar mis mejores deseos a nadie; después de todo, quizá
únicamente los merezcan quienes -a esta hora- decidieron cambiar de playa
favorita para siempre, quienes a pesar de la mañana aún continúan bebiendo delante
de un bosque de botellas azules, los pobres diablos cansados de andar por los
jardines, los desgraciados preocupados siempre de los otros (y que jamás se
acuerdan de sí mismos). Es año nuevo y los hombres y mujeres dignos y decentes
de mi ciudad se seguirán quejando
-noche y día, día y noche, lo que es peor: por Facebook- del mundo corrupto,
criminal y traidor en que vivimos; con espíritu sereno, los funcionarios
públicos y espantapájaros pálidos, amarillos y sombríos de rodillas ante el
poder de turno, enarbolarán la esperanza (cuenta conmigo); sin vacilar un
segundo, habrá quienes beberán y morirán con el nombre de su caudillo en sus
pupilas (y es que triste, vergonzosa y deplorable es también la existencia).
Es año nuevo y es más honorable morir de pie ante el asfalto, que al
interior de una hoja de papel como ésta, poblada de frenéticas pero insulsas
palabras. Es primero de enero y los amigos complacientes que tengo, dirán: ‘qué
paja’, ‘lo comparto’, ‘like, ‘iré a su jato para invitarle una chela’…
hipócritas, que les muerda hoy un perro rabioso en la playa (ojalá de esa forma
siquiera saliesen a ladrar cuando el puerto de verdad lo necesita); que les
pique una raya venenosa en Tortugas (a ver si la punción dolorosa
les dura varios días y así experimentan en carne propia lo que la mayoría de
peruanos y desclasados sufre); ojalá se les malogre el saldo del pavo en la
refri, les caiga bomba el panetón, el vino, y ‘la bicicleta’ los mande al hospital varios
días, ojalá la ‘mama rata’ (que ustedes, pirañas, compran) les reviente en la
mano, ojalá se enamoren perdidamente este año (y se jodan, es mi mejor deseo)…
Es año nuevo y a quién chucha le ha de importar lo que diga o escriba este
hombre imaginario, este corazón que palpita a mil por hora y ha deambulado varios días por
cerros, huacas, playas y parques innombrables. La muerte todavía no responde
(le he enviado un tweet, ya contestará). Mientras tanto, comuníquese, anótese y
publíquese. Sí, huevón, también archívese…
Tienes una forma muy original y entretenida de escribir y describir sentimientos, me gusta.
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