Augusto Rubio Acosta
El tiempo pasa,
la vida y sus imperecederos recuerdos quedan. Una mañana dominical de enero
(hace dos calendarios), el poeta Ricardo Ayllón telefoneó a Chiclayo para
comunicarnos la partida de uno de los mejores amigos que hemos tenido. Se había
ido Marco, había ingresado en la historia, y con Lucy nos abrazamos para llorar
amarga y prolongadamente, mientras el pequeño Josemaría dejaba a un lado sus
semáforos de cartón y se nos unía a brazo abierto sin comprenderlo todo.
Se había ido Marco
y durante el interminable viaje de regreso al puerto, al velatorio en Cipreses,
nuestra memoria se sacudía con el recuerdo zigzagueante de los niños enfermos
boca arriba en las postas médicas, con las vocecitas de quienes suelen dialogar
con los pediatras mientras se les alinea en la jirafa del consultorio para
registrar su talla, a nuestras mente volvieron las innumerables jornadas
culturales que tuvimos, los libros, revistas y plaquetas que editamos, imágenes
polvorientas que se atesoran, reaparecen, que siempre nos acompañan.
Conocí a Marco
Cueva los primeros días del nuevo siglo. Nos había presentado Jaime Guzmán, vía
telefónica, aduciendo que estaba seguro ‘teníamos mucho de qué hablar’. No se
equivocó. Con las semanas y los días, nuestras conversaciones sobre la
coyuntura social y la injusticia se hicieron frecuentes. De literatura no
hablábamos: la vivíamos, ella fue siempre parte indesligable de nuestra
existencia.
Recuerdo a Marco,
porque anoche en la reunión de Isla Blanca se acordó volver a honrar su memoria
en un acto público a realizarse durante las semanas que siguen; lo recuerdo
además al releer ‘Diagnóstico situacional’, su libro póstumo. A mi retina
vuelven los días en que atendió a mi pequeña Trilce, en su consultorio, cuando
despuntaba el nuevo siglo; las veces que recibió a Josemaría en su propia casa
delirando en fiebres tan inexplicables como la vida, la escritura y su partida
misma. Han pasado dos años, pero su ejemplo y sus versos continúan guiando a
quienes somos conscientes que el cambio cultural es el único camino a la
verdad, la justicia, al país distinto y refundado que tanto necesitamos.
Marco Cueva: una
vida por los demás. Pasa el tiempo, los años y los libros, pero sus enseñanzas
quedan.
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