Entrevista a Jerónimo Pimentel, el autor de 'La ciudad más triste'
Marco Zanelli
Llamémosle
Jerónimo Pimentel. Estudió periodismo en la Pontificia Universidad Católica del
Perú y ha publicado los poemarios Marineros y boxeadores, Frágiles trofeos, La muerte de un burgués y
el libro de prosas La forma de los hombres que vendrán por Matías P. Delgado.
Su último libro publicado por Alfaguara¸ La ciudad más triste, es –a los ojos
de este modesto escribidor— la mejor novela del año que se fue
en Perú. Desde la mirada de Herman Melville, el autor recrea una Lima de
salvajismo omnímodo, imperante desde su política hasta su modus vivendi.
Pimentel nos habla de ella y de otros asuntos.
Quiero
empezar por Melville. ¿Consideras que Melville es prescindible para una lectura
de tu novela? Es decir, ¿se puede leer "La ciudad más triste" sin
necesidad de haber recurrido antes a “Moby Dick”?
Sí, por
supuesto. Toda obra tiene diferentes lecturas y la novela solo se hace en la
medida que el lector la completa con sus afectos, sus experiencias y su
imaginación. Quien no haya leído Moby Dick tendrá un tipo de resonancia, y
quien la haya leído encontrará otros ecos. 'La ciudad más triste' no es un acto
de imitación, y por tanto no es necesario conocer el "original".
Dicho esto, debo agregar que nada me gustaría más que la novela funcione como
una invitación a Melville.
Entonces, de
alguna forma quizá subrepticia, le dices al lector: ahora puedes leer a Moby
Dick. ¿Se podría considerar así?
No, en
absoluto. No se trata de "ahora puedes" o "ahora no
puedes". No planteo esos términos. Mi novela es un ensayo sobre Lima y un
homenaje a Melville. Nada más que eso.
¿Este
homenaje a Melville es algo que siempre has buscado o se cumple únicamente con
"La ciudad más triste”?
No, es algo
de lo que vengo dejando rastro desde mi primer poemario, 'Marineros y
boxeadores'. Y de hecho, la novela inicia con un poema que figura en mi segundo
libro, 'Frágiles trofeos'. Uno va pagando sus deudas literarias de esta manera,
hasta que se hace inevitable asesinar al modelo, al acreedor. Esa ha sido mi
intención con 'La ciudad más triste'.
Y aún esos
resabios poéticos se pueden notar en la prosa. Este lenguaje, ¿se podría
definir como tu voz narrativa o consideras que es una voz prestada, una voz a
la que has tenido que recurrir porque el que tenía que decir las cosas era
Melville?
No creo tener
una sola voz narrativa, ni una sola voz poética. Creo que un escritor, o al
menos en mi caso es así, tiene muchas voces para distintas necesidades expresivas
o urgencias. Todas son mías o todas son prestadas, da igual.
¿Pero has
procurado tener quizás un estilo más cercano al de los escritores decimonónicos
para hacer más creíble esta historia?
De alguna
manera, pero entramos ya a un terreno, a mi entender, libre. Borges decía que
le gustaba escribir cuentos del pasado porque nadie sabe cómo hablaba la gente
en el pasado, entonces era más libre de inventar; la oralidad dejaba de ser un
problema. De alguna forma, he querido que en 'La ciudad más triste' se mantenga
cierto espíritu 'melvilleano', algunas marcas formales (galicismos, referencias
bíblicas, etc.), pero no mucho más. Como te decía antes, no es mi intención
hacer un acto de imitación real, porque de ser así debería haber escrito en
inglés decimonónico. La novela, en un punto, encuentra su propio lenguaje, y es
en la consistencia de ese lenguaje donde se hace creíble y verosímil.
¿Has tenido
problemas con ese tratamiento del lenguaje? Hay escritores que le encuentran
mucha facilidad como Alfredo Bryce.
¿A qué te
refieres exactamente?
A cuál es tu
sensación frente a ese lenguaje, ¿te cuesta mucho escribir conforme vas
avanzando en tus ambiciones literarias o cada vez lo encuentras más fácil?
No, no me
cuesta escribir. De hecho disfruto mucho el proceso de encontrar un lenguaje,
porque solo hay un lenguaje que permite expresar la emoción o contar la
historia que necesitas relatar en cada caso. Es prueba y error. Vas viendo qué
funciona y qué no. Y en ese lapso hay hallazgos y fracasos, hay descubrimientos
y decepciones, hasta que encuentras el filón. Escribir es una aventura, un ejercicio de
persistencia.
En "La
ciudad más triste" leemos la evocación de un salvajismo omnímodo, que
parece poblar casi toda Lima, ¿crees que aparte del cielo de Lima, eso es lo
que la convierte en algo con mayor melancolía?
Sí, es una
ciudad salvaje, que se hizo a punta de golpes y melancolía, como bien dices. Es
una ciudad donde la moneda de cambio es el odio, con problemas identitarios,
con una fuerte tendencia a no reconocerse a sí misma, que por lo general trata
terriblemente a sus mejores hijos y que tiene una relación conflictiva con su
entorno. Todo eso, a mi entender, alimenta una añoranza por la "arcadia
colonial" de la que habló Salazar Bondy, en 'Lima, la horrible'. ¡Aún
hasta hoy!
Ese
salvajismo no ha cambiado mucho entonces. ¿Crees que no hay mucha diferencia
entre la Lima de Melville y la Lima actual?
Creo que de
alguna manera perversa es la misma ciudad, que alienta los mismos
comportamientos. Pero de otra, y esto a la luz de los procesos de migración de
las últimas décadas, tengo claro también que Lima ha muerto. La capital está en
franco camino a ser otra urbe, una que aún no conocemos.
Aparte del
salvajismo, también hay un plano onírico en la novela. Quizás temas de
desdoblamiento, que podrían decirse fantásticos si no los considerásemos
sueños. ¿Es una forma de contrapesar esa realidad salvaje?
Depende de
cómo lo leas. Una forma de verlo es que la novela necesitaba un balance entre
su hiperrealismo y un correlato onírico. Otra forma de verlo es que la
acentuación de ese hiperrealismo genera un estado febril en el que la realidad
se deshace y abre otro plano.
Pasando a tu
papel de escritor o poeta. ¿Crees en esos compromisos sartreanos con la
sociedad o piensas que se puede prescindir de ello? ¿Te sientes un escritor
comprometido?
Creo en los compromisos ciudadanos. Creo que el
escritor, como todo ciudadano, tiene el derecho de generar discursos críticos y
políticos acerca de su realidad comunitaria. Asumo también que por hacer una
labor intelectual, el escritor tiene en teoría más recursos para realizar estos
acercamientos. Y sin embargo, eso no es cierto. Hay una cantidad enorme de
escritores con una facilidad espantosa por decir tonteras. Una idea no vale por
su origen, por quien la enuncia, sino por la calidad de sus argumentos.
¿Consideras
alguna reminiscencia de Hora Zero circunscrita en tu estética? ¿O solo
contribuyó a formarte como poeta por el ambiente familiar tan cargado de
poesía?
Hora
Zero ha sido fundamental en mi formación como escritor, no solo por el disfrute
de sus obras, sino por su postulado teórico, el poema integral. Plantear que el
poema es una fuente donde, desde lo poético, se pueden conciliar todos los
discursos y estéticas, te permite crear una poesía libre y desacomplejada. Por
supuesto, mi formación no se ha circunscrito a HZ, quiero decir, mis padres no
han formado a un militante, sino a un hombre. Leo a Vallejo y a Eguren, a
Eielson y a Varela, a Hinostroza y a Cisneros, a Calvo y a Morales, a los
poetas de Hora Zero, por supuesto, pero también a Watanabe, Montalbetti, etc.
Fotografía de Jerónimo Pimentel: Deborah Valença.