Augusto Rubio Acosta
En sociedades como la nuestra, en
las que el televisor es considerado más importante que una cocina o que cualquier
otro artefacto doméstico, al punto de que en promedio existen dos cajas bobas
(mal llamados televisores) por familia peruana, y un alto porcentaje de las mismas está colocada en la sala
de los hogares y en el dormitorio, el camino para fomentar el hábito de la
lectura entre los niños (obviamente con escaso o nulo control parental), se
hace más difícil y tortuoso.
El asunto de la TV es extremadamente grave,
porque además de ir a la escuela la principal actividad de los niños y
adolescentes peruanos es ver televisión (1277 horas al año, en contraposición a
las 1200 horas anuales que los más jóvenes ocupan en las aulas). En sociedades en
que el mercado de la televisión por cable se expande en Lima y provincias (con
una oferta mínima de contenidos de calidad para niños y adolescentes en la pantalla
nacional), la caja boba domina hasta los momentos más íntimos e importantes de
las familias.
¿Qué hacer para frenar una
realidad apabullante como ésta?, ¿cómo evitar que los días que no hay clases,
la mayoría de niños (95%) se dedique a ver televisión?, ¿cómo contrarrestar su
influencia hasta en las conversaciones familiares durante el almuerzo?
La respuesta es sencilla y la
tenemos todos al alcance: con voluntad, con firmeza y con perseverancia.
Desterrar la televisión de la vida de nuestros niños resulta altamente
saludable, sobre todo porque el tiempo antes destinado a ello será empleado en
leer, dibujar, escribir, jugar e interactuar con la familia. Más allá de la TV hay otro mundo, uno mejor
que muchos se niegan a verlo. Tú decides.
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