Casuarinas, 19 de marzo de 2014
Señores
Ferchos, palancas y dirigentes del transporte público de la ciudad
Presente.-
De mi ínfima consideración:
Por intermedio de la
presente, no les hago llegar mis saludos afectuosos (todo lo contrario);
a través de esta carta les comunico que, en aras de la dignidad, del
rol ciudadano que nos corresponde ejercer, así como del estricto sentido
de justicia con que abrimos los ojos al mundo, el suscrito se resiste a
pagar el injusto y sobredimensionado costo del pasaje urbano e
interurbano que sus antojadizas, deterioradas y enfermas mentes
pretenden imponer en la ciudad en que vivimos. Las razones por las que
me niego a pagar un céntimo más de vuestra arbitraria y abusiva tarifa,
las paso a explicar en párrafos aparte; ojalá supiesen leer (en caso
contrario háganse asistir), ojalá entendieran y razonaran coherentemente
alrededor de estas palabras.
Me resisto al alza de pasajes en Chimbote porque el precio del
Gas Licuado de Petróleo (GLP) continúa cayendo semana a semana; me niego
a pagar tarifas exorbitantes e injustas, porque los accesorios de los
vehículos de transporte público tampoco han subido de precio; rechazo el
incremento de los pasajes porque no existe estudio técnico que lo
justifique; deploro el alza porque como usuario no tengo culpa alguna de
que el municipio continúe autorizando la creación de nuevas líneas y
empresas de colectivos, generando un sobredimensionamiento del parque
automotor; repudio el incremento porque obedece al interés económico de
mafias organizadas que nacen de la comuna provincial y de los gremios de
transportistas; censuro el alza porque Chimbote tiene los pasajes más
caros del país; repruebo la concertación de precios de la que somos
víctimas los usuarios; me resisto al alza de pasajes porque así como tú
(dirigente, fercho, palanca, transportista) piensas en tu ‘costo de
vida’, yo también hago lo mismo pero sin atropellar a los demás ni
entrar en componenda alguna.
Me resisto al alza de pasajes porque no existe un transporte
público de calidad; porque los colectivos que circulan en nuestras
calles son los más obsoletos y nauseabundos del mundo; me niego a pagar
un céntimo más porque los choferes ni siquiera se bañan, mucho menos
visten adecuada y pulcramente; rechazo el incremento porque los
transportistas cambian de ruta cuando les da la gana; deploro el alza
porque tenemos los conductores más ignorantes, agresivos e indignos de
Latinoamérica; repudio el incremento porque los colectivos son
herramientas de trabajo de violadores, asaltantes y gente de mal vivir;
repruebo las abusivas tarifas existentes porque me niego al maltrato de
los choferes, que han hecho del insulto y la bajeza su forma de vida; me
resisto al alza de pasajes porque no me subiré a unidades vehiculares
destartaladas, ruidosas y contaminantes; me niego a la dictadura del
transporte privado sobre el público, porque mientras no exista un plan
regulador de rutas y sanciones efectivas para los malos transportistas
nadie puede obligarme a pagar más y hacerme cómplice de la mafia
instalada en el sector.
Tú, dictadorzuelo del sector Transportes en la comuna
provincial; tú, seudodirigente de los hombres del volante en la
provincia del Santa; a ustedes, que en la víspera se negaron a asistir
al foro público organizado desde la sociedad civil para debatir y
conseguir acuerdos concretos respecto al alza de pasajes, les digo que
no piensen que las leyes de la oferta y la demanda los respaldan y que
la libre competencia está de su lado, les recuerdo que no piensen que
reuniéndose escandalosamente en privado con el municipio quedarán
expeditas las cosas, que no crean que la burla que le hacen al usuario
-al pueblo en su conjunto, negándose al debate público- quedará impune,
porque hay quienes desde el Colectivo #TomaLaCalle #Chimbote -y desde la ciudadanía- resistiremos lo que sea necesario para después imponernos, vencer.
Por intermedio de
la presente, invoco una vez más a la resistencia ciudadana, neguémonos a
pagar precios injustos y antojadizos, hagamos la batalla cada día al
subir a un colectivo. La mafia no pasará si los chimbotanos rechazamos
el abuso y la burla de los malos transportistas. En tanto las leyes -así
como las instituciones y personas que se supone deben interpretarlas y
defenderlas- no representen garantía alguna de justicia para los
ciudadanos y usuarios del transporte público en Chimbote, resistir
(repito: resistir) es el único camino.
Atentamente,
Augusto Rubio Acosta
@mareacultural
miércoles, 19 de marzo de 2014
domingo, 16 de marzo de 2014
Comisión de Justicia Social: 37 años son muy pocos
Augusto Rubio Acosta
Hace diez años, por alguna razón inexplicable, a la redacción del
periódico donde trabajaba por entonces llegó una carta de la Comisión de
Justicia Social (CJS), documento mediante el cual se me invitaba a
participar de una mesa en homenaje a monseñor Romero, el recordado
sacerdote salvadoreño asesinado a balazos en 1980 por sus reiteradas
denuncias contra la violencia militar que se vivía en su país.
Hasta entonces, el suscrito conocía –únicamente de oídas y por los
periódicos, debido a que había domiciliado más de una década fuera de la
ciudad- que la antes mencionada institución prestaba ayuda a los
desvalidos, a quienes les hacía conocer sus derechos y los orientaba
para que supieran hacer uso efectivo de ellos. Lo que sabía era muy
poco: que se manifestaba frente a la realidad que nos tocaba vivir, que
enrostraba a los gobiernos y a las clases dirigentes la urgencia de
construir la paz social social combatiendo la injusticia, la desidia
ciudadana, la pavorosa insensibilidad en que vivimos.
De la mesa en cuestión recuerdo muy poco, excepto la ilustradora
disertación de Matías Siebenaller. Ante un auditorio abarrotado,
hablamos de cómo Romero y un importante sector de la iglesia católica se
comprometieron con los pobres de Latinoamérica a tal punto que
colisionaron de lleno con gobiernos opresores y dictaduras genocidas
financiadas por Estados Unidos. En la cita se proyectó un film de 1989,
donde Raúl Juliá es el protagonista. Pero lo más importante de entonces
(hablo en términos estrictamente personales) fue que el conversatorio me
permitió adentrarme en el espíritu de la Comisión de Justicia, conocer y
hacer amistad con quienes desde la quinta cuadra de la avenida Meiggs
impulsan el cambio, una ciudad y un país distintos.
En los últimos años, con regocijo, hemos sido testigos de cómo la
institución ha hecho hincapié en la defensa de los derechos culturales
(que son también derechos humanos) mediante diversos recitales,
conversatorios, muestras fotográficas y pictóricas, concursos, porque
asegurar su disfrute masivo conlleva a mejorar ostensiblemente la
capacidad crítica de las personas, la igualdad y dignidad humana, la
lucha contra la discriminación.
Así, en todo este tiempo (después de haber compartido experiencias y
esfuerzos en la última década), he considerado a quienes laboran en la
Comisión de Justicia, mis hermanos. Y estoy seguro que somos muchos en
la ciudad y el país los que tenemos el mismo concepto. Participar en
plantones, jornadas culturales, foros públicos y actividades en defensa
de los derechos humanos que organiza la institución, nos ha enriquecido
mucho, nos ha hecho sensibles sobremanera, ha contribuido en que seamos
mejores seres humanos; estamos agradecidos.
El tiempo pasa, treinta y siete años han trascurrido desde su fundación,
y en la quinta cuadra de Meiggs saben que el grito de hambre y de
justicia perdura, sobre todo en quienes menos o nada tienen. Los pobres
de Chimbote y la provincia siguen siendo los mismos, después de todo:
carecen de acceso a empleo digno, de servicios de salud y vivienda
adecuados, de educación liberadora mejor ni hablemos. El sistema en que
vivimos impide la igualdad entre los ciudadanos, quienes a pesar de
tener derecho a ser informados con la verdad, somos ‘bombardeados’ con
falacias por los corruptos medios de comunicación existentes, de
rodillas siempre al poder de turno. Pero hay que seguir luchando.
A pesar de la corrupta sociedad en que cual sobrevivimos, a pesar de
habitar en una urbe tomada por la criminalidad y la incapacidad de
quienes gobiernan (o dicen gobernarnos), saludamos el esfuerzo y
reconocemos el valor de quienes defienden la vida, la dignidad y la
libertad de las personas. Treinta y siete años han pasado y ha habido de
todo: persecuciones, estigmatización, amenazas y miedo; sin embargo,
nada de ello ha detenido el espíritu y la fuerza para luchar por lo que
es verdadero. Que sean muchos años más, Comisión de Justicia Social,
treinta y siete son muy pocos. Que los días que vengan sean mejores, la
reserva moral de la ciudad te necesita, hace tuya tus ideas y tus
sueños.
Mañana, en la Plaza 28, frente al mar
Augusto Rubio Acosta
Anoche te soñé, Plaza 28. Me vi
deambulando alrededor de tus contornos como un enajenado, intentando
hallarme sin querer hacerlo, extendiendo el ‘buenos días’, ‘buenas
tardes’, a los transeúntes y conversando -al caer la noche- con Juan
Leclere, en el Hotel Pacífico, hace casi cien años. Anoche te soñé y
recorrí tus casitas de madera con techo a dos aguas, tus zaguanes y
barandas lustrosas donde apoyarse. Anoche temblé en el amplio patio de
la escuela del profesor Rosales, porque era 1953, se había elegido como
reina de ‘Transición chica’ a mi madre (por entonces de cinco años) y
asistíamos alborozados al colorido desfile.
Anoche,
Plaza 28, caminamos las tres cuadras que unían nuestra casa en Miramar
de tus baldosas maltrechas. Ni siquiera tuvimos que cruzar la
Panamericana Norte para instalarnos en el lobby, donde Leclere nos
esperaba fumando. ‘Construiremos una plaza, la mejor del puerto para que
sea envidia siempre de la Plaza de Armas; construiremos una plaza para
mirar decentemente hacia el mar; el que viene es el año de la
independencia, el primer centenario debe celebrarse como Dios manda…’
La voz del entonces burgomaestre del
puerto se dejaba oír entre el rumor de las olas; al preguntarle por
cifras económicas y presupuestos concretos, al interrogarlo por
supuestas coimas o sobrevaloraciones durante las obras públicas, su
rostro tornose frío y tenso; al terminar el café (un minuto después de
nuestra incómoda pregunta), Leclere se marchó y nos dio la mano (le
hubiésemos dado un puntapié). No tardamos en parpadear cuando –de
pronto– tuvimos delante a Víctor Pérez, su sucesor en el sillón edil y
en las obras inconclusas. Era 1922: ‘Será pequeña pero pintoresca, un
cuarto de manzana bastará para las familias importantes del puerto que
aquí viven; la vista será espléndida desde la esquina de las calles La
Aduana y Ferrocarril…’. Por entonces nada hacía presagiar el desborde
del río Lacramarca en 1925.
Eran las tres de la madrugada y este
cimarrón continuaba soñando. La mayoría de estímulos auditivos (léase el
ruido espantoso de los ebrios comprando cervezas en la Bodega López,
frente a casa, la más inmunda del sur de la ciudad) se mezclaba con los
movimientos musculares lentos de mi cuerpo que indicaban que estaba
inmerso en un sueño ligero. Con la construcción de la cancha de tenis,
de Dalmau (al oeste de la plaza), recién pudo abrirse paso el sueño
profundo. Era 1936 y se empezó a remodelar la manzana N-1 (que en 1945
sería utilizada para levantar sobre ella el Hotel de Turistas).
Anoche te soñé, Plaza 28, le pregunté al
alcalde Mauricio López la razón por la cual trasladó tu pileta a la
Plazuela de Pescadores en 1947, pero el pobre ni lo recordaba. Lo mismo
ocurrió en 1965, cuando a Balcázar Rioja se le ocurrió colocarte aleros
en el centro de tu superficie. Pobres… Y pensar que intentaban ingresar
de alguna forma (a la fuerza, por la ventana) en la historia.
Como a las cuatro y treinta de la
madrugada, el sueño de este cimarrón entró en su fase REM (relajación
total y activación del sistema nervioso central: signos de vigilia y
estado de alerta). Por un segundo, temí que mi sueño se tornara en
pesadilla, cuando me vi asistiendo a la sesión del Concejo Provincial
del Santa, el 7 de octubre de 1980. Era el fin: el impresentable
burgomaestre del momento y su séquito de lacayos de turno, decidieron
cambiarle el nombre a la plaza más emblemática del puerto. ‘Se llamará
en adelante Plaza Almirante Grau, en homenaje al ilustre héroe que se
inmoló en el Huáscar. Que oficien a Pro Marina para que donen la estatua
y organicen un buen almuerzo; ¿mínimo, no?...’
Estaba en eso, cuando de pronto empezó a
filtrarse en mi sueño el piar de los avechuchos australianos que
habitan la jaula en el patio trasero de casa. Ahí nomás, la bocina del
panadero terminó de hacer pedazos el entrañable silencio del alba. Fue
imposible entonces soñar los tiempos idos pero cercanos, los mejores
recuerdos en esa plaza que es parte inalienable de mi vida. La última
vez que fuimos, grabamos entrevistas que nunca publicaremos. El hecho es
que nadie podrá apartar de nuestra memoria los días en que aún no había
derramado siquiera mi primera lágrima (son tantas, demasiadas desde
entonces). En la esquina de la plaza yacía abandonado el triciclo rojo
de cuando éramos niños, ahí estaba mi ciudad abandonada, postergada
siempre, corrupta hasta las lágrimas. Desde esa misma esquina me pareció
ver salir –de la Estación del Ferrocarril– a mis abuelos y a sus hijos
en 1947, estoy seguro que los vi dirigirse con sus bártulos a Miramar y
asentarse en esta tierra para siempre. Desde entonces se habló siempre
del mar en nuestra casa; por las noches –desde mi cama– se podía oír el
estruendo de las olas (rumor que hasta ahora me acompaña).
Es tarde, me acostaré intentando retomar
el sueño extraviado de la víspera. Que una fuerza mayor me llene mañana
el alma. Como un desesperado correré a mirar el mar desde la plaza si
es que el océano (ese gran señor de las batallas) me devuelve mis
recuerdos, mis brazos extendidos sobre el haz ondulante de las aguas, lo
que más necesito. Es tarde, se supone que allá afuera de este búnker
(en la calle) continúa de pie el mundo. Si mañana salgo y lo constato,
no esperen nada: no podrán decirlo (no estarán más) mis palabras.
'Epístola dialéctica', de Juan Ojeda, cuarenta años después
Augusto Rubio Acosta
Conocí a Juan Ojeda, leí por primera vez su poesía, recién cuando tuve 18
años y estudiaba periodismo en la Universidad de San Marcos. Lejos de los
grupos de poder cultural, el poeta más representativo de Chimbote, el más
importante de la generación del 60, no fue reconocido en vida ni su obra
comentada o inserta jamás en antologías y volúmenes compilatorios por los
críticos literarios ‘oficiales’ de su generación y de estos tiempos.
Su libro ‘Arte de navegar’, prácticamente inhallable en librerías y
bibliotecas, así como también entre las colecciones particulares de los mismos
poetas y escritores contemporáneos, es un objeto de culto, el vehículo preciado
que cada vez que revisamos y releemos nos devuelve al mar apocalíptico, a la
indagación de la verdad en el oscuro, hondo y tenebroso mundo donde hoy
sobrevivimos.
‘Arte de navegar’ es también esperanza, un libro confrontacional y un
llamado a la acción ciudadana en aras de fundar una tierra nueva, una pieza
imprescindible (pero también ausente) de la poesía peruana.
Conocí a Juan Ojeda muy tarde, porque en mi ciudad su libro no circulaba por
entonces (aún hoy tampoco circula).
En Chimbote prácticamente nadie sabe quién fue el poeta de la condición
humana, el creador preocupado por mostrar la historia moral del hombre a través
del descenso a los infiernos (con las ausencias y miserias que ello implica);
en el puerto apocalíptico de donde vengo, casi nadie lo ha leído (mucho menos
entendido sus poemas) y es por ello que considero un honor estar aquí ante
ustedes -en la III Feria del Libro de Trujillo- para hablar de un autor cuyos
poemas estremecen y constituyen las ‘ribas’ dialécticas u orillas de donde se
parte y adonde se llega, donde termina la tierra y empieza el mar, la lluvia.
‘Epístola dialéctica’, la publicación que hoy tengo el encargo de presentar,
fue escrita entre noviembre de 1973 y abril de 1974. Cuarenta años después,
estas ocho páginas copiadas a máquina por él mismo autor sobre hojas de
cartulina blanca de 22.50 x 35 cm., vuelven a circular dedicadas al pueblo
chileno, cotejando la escritura con
la cruenta realidad que nos abisma.
Marcado a fuego con la poesía, Ojeda registró siempre una conciencia poética
muy comprometida con el tiempo que le tocó vivir, con su entorno y con la
memoria cultural que cohesiona avatares y derroteros de la existencia humana.
El fuerte vínculo entre poesía y sociedad vuelve a percibirse en estas líneas,
las últimas que el poeta dejara listas para ser publicadas.
El 11 de septiembre de 1973, el golpe militar que instauró la dictadura
fascista en Chile, representó una de las mayores derrotas de la clase
trabajadora en América Latina.
El autor se conmueve y escribe un poema que es un canto doloroso, la memoria
cultural de la que hablábamos líneas arriba, el registro del aniquilamiento de
un potencial revolucionario enorme que el fascismo convirtió en una pesadilla
de asesinatos y represión sin límites.
El golpe en Chile fue instigado por el gobierno de Nixon en Washington y fue
organizado con la más estrecha colaboración de la CIA y el Pentágono. La
participación de la clase política estadounidense y el aparato militar y de
inteligencia no se limitó a apoyar el golpe militar, sino que estuvieron
íntimamente involucrados en apresar, torturar y asesinar a decenas de miles de
trabajadores, estudiantes, y sobre todo a intelectuales chilenos de izquierda.
Ojeda dejó testimonio de todo ello: ahí estaban los pescadores con sus redes
rotas, sus rostros fatigados de navegar sin rumbo, ahí estaba la ira, ese ardor
desfondado y el griterío sobrecogedor e intemporal en las plazas.
El poeta le canta a la calamidad y a la serenidad hiriente, a los días
podridos y a las meditaciones dolorosas. ‘Epístola dialéctica’ es un poema
excepcional, pero además un documento histórico enhebrado cuando caía la noche
de los infortunios sobre Santiago, cuando las pestes mayores se apoltronaban en
las grandes mesas de la historia de América Latina, y aún hoy -transcurridas
más de cuatro décadas de los días aciagos- el aliento del autor se percibe
desgarrado, fervoroso, tocado por la luz y la pólvora del tiempo en que fue
elucubrado, escrito.
De la época enferma, de las piras encendidas al pie de los cadáveres, nos
han sido legadas estas páginas. Nosotros los chimbotanos estamos orgullosos de
ellas. Es deber de todos leerlas, atesorarlas, difundirlas.
*Fragmento del texto leído por su autor la tarde del sábado 8 de marzo último en la
III Feria del Libro de Trujillo.
Juan José Lora, el poeta olvidado
Augusto
Rubio Acosta
De los primeros poemas de
autor chiclayano que nos gustaron cuando niños, recordamos ‘Esquina de Siete de
enero y San José’, de Juan José Lora. Cargado de añoranza y nostalgia por la ‘patria
chica’, en los poemas de este autor nacido en 1902, el alma y la ternura chiclayana
se desbordan en versos que le cantan a la tierra natal y a sus más entrañables
espacios públicos.
La vida y obra
literaria de Lora Olivares no ha sido estudiada a profundidad, lo cual
constituye una grave omisión y tarea pendiente. Quizá el ser hijo de Juan de
Dios Lora y Cordero, ilustre parlamentario, educador y magistrado; así como el
ser primo del poeta José E. Lora y Lora, contribuyeron a esa especie de
anonimato injusto en la que ha estado sumergida su existencia.
Lora Olivares no fue un
poeta cualquiera, aunque –hay que decirlo- sus versos no fueron exquisitos ni
elaborados, sino más bien surgidos de la experiencia vital y el lenguaje
cotidiano. La vida de Juan José fue dura y marcada a fuego desde el principio;
desde muy niño visitó la cárcel donde su padre estuvo preso por razones
políticas; pocos años después lo acompañaría en su celda por las mismas razones
que su padre. Colaborador de ‘Amauta’ desde muy joven, el poeta publicó su
primer libro a los 23 años de edad. Vinculado al periodismo siempre, Lora se
convirtió en perseguido político a partir de 1931, hecho que derivó en
reiteradas temporadas en prisión, así como en el exilio chileno junto a
importantes escritores y políticos de su tiempo como Ciro Alegría y Luis
Alberto Sánchez.
El poeta le escribió
siempre al pueblo. En sus libros no existe el preciosismo modernista sino la
más acendrada chiclayanidad. Lora Olivares le cantó siempre a la catedral y al
patio de su casa, a las calles de la ciudad y a la pobreza, al amor y a la nostalgia
por la tierra añorada desde el exilio. Una profunda emoción social se apodera
de sus versos en sus diversas publicaciones. Y es que fue un poeta
comprometido, como los que ya no existen en esta tierra del sol y de la lluvia.
En la vasta obra
literaria de Juan José Lora destaca con nitidez ‘Con sabor a mamey’, poemario
póstumo editado por Juan Mejía Baca, legendario librero etenano. Chiclayo le
debe mucho al poeta que anduvo de presidio en presidio y que abrazó el
periodismo como arma social para alcanzar la justicia; quizá sea bueno empezar
a pagarle -todo lo que amo e hizo por esta tierra- leyéndolo en alguna
biblioteca que contenga sus libros, quizá sea mejor reeditarlo y echar sus
papeles al viento para que lleguen a todos.
domingo, 2 de marzo de 2014
responso
Augusto Rubio Acosta
pasará
el tiempo, los años, la vida, y seré solo un hombre viejo, el que
entonó siempre canciones imaginarias mientras caía la lluvia, el anciano
ensimismado en el vago sentimiento con que se designa al que ha de
partir muy pronto (sin haberse despedido siquiera). pasará el tiempo y
nadie recordará que fui el inventor del desintegrador de cucarachas. si
por a o b te acuerdas de mis pestañas, del viejo blog, de mi última carta o mis camisas
mal planchadas (de mi vida), recuerda que alguna vez existió (hubo
alguien, así dicen los vagos de la cuadra) un infante al que su ser más
querido alguna vez le dijo: "si hoy no puedes ver el mar, mañana será
niñito..."
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