Augusto
Rubio Acosta
De los primeros poemas de
autor chiclayano que nos gustaron cuando niños, recordamos ‘Esquina de Siete de
enero y San José’, de Juan José Lora. Cargado de añoranza y nostalgia por la ‘patria
chica’, en los poemas de este autor nacido en 1902, el alma y la ternura chiclayana
se desbordan en versos que le cantan a la tierra natal y a sus más entrañables
espacios públicos.
La vida y obra
literaria de Lora Olivares no ha sido estudiada a profundidad, lo cual
constituye una grave omisión y tarea pendiente. Quizá el ser hijo de Juan de
Dios Lora y Cordero, ilustre parlamentario, educador y magistrado; así como el
ser primo del poeta José E. Lora y Lora, contribuyeron a esa especie de
anonimato injusto en la que ha estado sumergida su existencia.
Lora Olivares no fue un
poeta cualquiera, aunque –hay que decirlo- sus versos no fueron exquisitos ni
elaborados, sino más bien surgidos de la experiencia vital y el lenguaje
cotidiano. La vida de Juan José fue dura y marcada a fuego desde el principio;
desde muy niño visitó la cárcel donde su padre estuvo preso por razones
políticas; pocos años después lo acompañaría en su celda por las mismas razones
que su padre. Colaborador de ‘Amauta’ desde muy joven, el poeta publicó su
primer libro a los 23 años de edad. Vinculado al periodismo siempre, Lora se
convirtió en perseguido político a partir de 1931, hecho que derivó en
reiteradas temporadas en prisión, así como en el exilio chileno junto a
importantes escritores y políticos de su tiempo como Ciro Alegría y Luis
Alberto Sánchez.
El poeta le escribió
siempre al pueblo. En sus libros no existe el preciosismo modernista sino la
más acendrada chiclayanidad. Lora Olivares le cantó siempre a la catedral y al
patio de su casa, a las calles de la ciudad y a la pobreza, al amor y a la nostalgia
por la tierra añorada desde el exilio. Una profunda emoción social se apodera
de sus versos en sus diversas publicaciones. Y es que fue un poeta
comprometido, como los que ya no existen en esta tierra del sol y de la lluvia.
En la vasta obra
literaria de Juan José Lora destaca con nitidez ‘Con sabor a mamey’, poemario
póstumo editado por Juan Mejía Baca, legendario librero etenano. Chiclayo le
debe mucho al poeta que anduvo de presidio en presidio y que abrazó el
periodismo como arma social para alcanzar la justicia; quizá sea bueno empezar
a pagarle -todo lo que amo e hizo por esta tierra- leyéndolo en alguna
biblioteca que contenga sus libros, quizá sea mejor reeditarlo y echar sus
papeles al viento para que lleguen a todos.
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