Augusto Rubio Acosta
Conocí a Juan Ojeda, leí por primera vez su poesía, recién cuando tuve 18
años y estudiaba periodismo en la Universidad de San Marcos. Lejos de los
grupos de poder cultural, el poeta más representativo de Chimbote, el más
importante de la generación del 60, no fue reconocido en vida ni su obra
comentada o inserta jamás en antologías y volúmenes compilatorios por los
críticos literarios ‘oficiales’ de su generación y de estos tiempos.
Su libro ‘Arte de navegar’, prácticamente inhallable en librerías y
bibliotecas, así como también entre las colecciones particulares de los mismos
poetas y escritores contemporáneos, es un objeto de culto, el vehículo preciado
que cada vez que revisamos y releemos nos devuelve al mar apocalíptico, a la
indagación de la verdad en el oscuro, hondo y tenebroso mundo donde hoy
sobrevivimos.
‘Arte de navegar’ es también esperanza, un libro confrontacional y un
llamado a la acción ciudadana en aras de fundar una tierra nueva, una pieza
imprescindible (pero también ausente) de la poesía peruana.
Conocí a Juan Ojeda muy tarde, porque en mi ciudad su libro no circulaba por
entonces (aún hoy tampoco circula).
En Chimbote prácticamente nadie sabe quién fue el poeta de la condición
humana, el creador preocupado por mostrar la historia moral del hombre a través
del descenso a los infiernos (con las ausencias y miserias que ello implica);
en el puerto apocalíptico de donde vengo, casi nadie lo ha leído (mucho menos
entendido sus poemas) y es por ello que considero un honor estar aquí ante
ustedes -en la III Feria del Libro de Trujillo- para hablar de un autor cuyos
poemas estremecen y constituyen las ‘ribas’ dialécticas u orillas de donde se
parte y adonde se llega, donde termina la tierra y empieza el mar, la lluvia.
‘Epístola dialéctica’, la publicación que hoy tengo el encargo de presentar,
fue escrita entre noviembre de 1973 y abril de 1974. Cuarenta años después,
estas ocho páginas copiadas a máquina por él mismo autor sobre hojas de
cartulina blanca de 22.50 x 35 cm., vuelven a circular dedicadas al pueblo
chileno, cotejando la escritura con
la cruenta realidad que nos abisma.
Marcado a fuego con la poesía, Ojeda registró siempre una conciencia poética
muy comprometida con el tiempo que le tocó vivir, con su entorno y con la
memoria cultural que cohesiona avatares y derroteros de la existencia humana.
El fuerte vínculo entre poesía y sociedad vuelve a percibirse en estas líneas,
las últimas que el poeta dejara listas para ser publicadas.
El 11 de septiembre de 1973, el golpe militar que instauró la dictadura
fascista en Chile, representó una de las mayores derrotas de la clase
trabajadora en América Latina.
El autor se conmueve y escribe un poema que es un canto doloroso, la memoria
cultural de la que hablábamos líneas arriba, el registro del aniquilamiento de
un potencial revolucionario enorme que el fascismo convirtió en una pesadilla
de asesinatos y represión sin límites.
El golpe en Chile fue instigado por el gobierno de Nixon en Washington y fue
organizado con la más estrecha colaboración de la CIA y el Pentágono. La
participación de la clase política estadounidense y el aparato militar y de
inteligencia no se limitó a apoyar el golpe militar, sino que estuvieron
íntimamente involucrados en apresar, torturar y asesinar a decenas de miles de
trabajadores, estudiantes, y sobre todo a intelectuales chilenos de izquierda.
Ojeda dejó testimonio de todo ello: ahí estaban los pescadores con sus redes
rotas, sus rostros fatigados de navegar sin rumbo, ahí estaba la ira, ese ardor
desfondado y el griterío sobrecogedor e intemporal en las plazas.
El poeta le canta a la calamidad y a la serenidad hiriente, a los días
podridos y a las meditaciones dolorosas. ‘Epístola dialéctica’ es un poema
excepcional, pero además un documento histórico enhebrado cuando caía la noche
de los infortunios sobre Santiago, cuando las pestes mayores se apoltronaban en
las grandes mesas de la historia de América Latina, y aún hoy -transcurridas
más de cuatro décadas de los días aciagos- el aliento del autor se percibe
desgarrado, fervoroso, tocado por la luz y la pólvora del tiempo en que fue
elucubrado, escrito.
De la época enferma, de las piras encendidas al pie de los cadáveres, nos
han sido legadas estas páginas. Nosotros los chimbotanos estamos orgullosos de
ellas. Es deber de todos leerlas, atesorarlas, difundirlas.
*Fragmento del texto leído por su autor la tarde del sábado 8 de marzo último en la
III Feria del Libro de Trujillo.
hola, soy egrasada de san marcos y tengo un gran interes en la obra de Ojeda. Donde podria adquirir esa edicion aqui en Lima? Ojalá pudiera darme alguna indicacion. gracias.
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