te escribo esta carta
domingo, 21 de octubre de 2012
rocktubre
te escribo esta carta
lunes, 8 de octubre de 2012
puerto eten
hubo un tiempo
en que mis palabras fueron vanos fragmentos
y balbuceos a la hora de registrar sonidos
un tiempo en que el contemplar el ir y venir de la historia
poblada siempre de grandes y oscuros cielos
fue una mayúscula catástrofe celeste
hubo un tiempo de luz pero también de sombra
y madrugadas en que era imposible distinguir
si estaba atado al escritorio o a la silla
caminando sin tropiezo entre la nada y la materia
atravesando el mar los accidentes geográficos
las matemáticas los números
todo aquello que se ocupa de la música
y hay que aprender a temblar?
sábado, 6 de octubre de 2012
Adiós Cisneros, hasta siempre poeta
A la hora del almuerzo, no hubo almuerzo. A la hora de la cena, no hubo cena. Antonio Cisneros ha muerto. Se fue ayer muy temprano y el ministro de Cultura dijo que su partida constituye “una gran pérdida”, una que estamos seguros no entiende, nunca entenderá a cabalidad, porque para entenderlo hace falta -más que palabras- modus vivendi, lectura atormentada y absorbente, experiencia de vida.
Es domingo en Chimbote. La fotografía de Cisneros aparece en las páginas de todos los medios impresos, en cada esquina soleada de mi ciudad está su imagen desmelenada y rebelde (cuando joven), su retrato acartonado (de sus años taciturnos), y en verdad es una honda pena la que hoy experimentamos. No es fácil aceptar que alguien que en forma de libro nos acompañó toda una vida, hoy ya no está para continuar haciéndolo (aunque la buena poesía nunca muere). Ayer nomás tocábamos a su puerta para una conversa (libresca e imaginaria siempre). Ayer nomás su risa, su ironía, su palabra, su abrazo sentido. ¿Qué podemos hacer, árbol sin hojas, fuera de dar la última mirada en dirección del paraíso perdido?, ¿qué podemos hacer ante el misterio de la vida?... ¿Habrá dejado una lámpara encendida el poeta que ya llegamos todos para hacerle compañía? Responde sol oscuro de Chimbote, responde atardecer de El Trapecio-Florida-Libertad-todo Meiggs-Señor de los Milagros-Terminal Terrestre, ilumina un instante siquiera, aunque después te apagues para siempre...
martes, 25 de septiembre de 2012
#antes
cuando solía vencer a la noche
a la muerte
a la noche del mar
y a su corriente indómita
me ponía a pensar
de flores aciagas e irremediable ceniza
se podía iluminar la luna
y alumbrar el corazón
de quienes siempre defendían nuestro cielo
el fresco silencio de las tardes
y mis ojos de niño suicida
palpitaban el firmamento puro
de quien conoce el fango y la ternura
de quien tropieza y se levanta
de quien enhebra sus carrizos
para elevar su cometa
y cantarle a la alegría
con el pabilo de la infancia
hoy la incinero junto a mis zapatos
y me quedo a esperar la lluvia
la muerte...
jueves, 9 de agosto de 2012
Pasión por la cultura
Seguir escribiendo, seguir fracasando
domingo, 22 de julio de 2012
Chimbote en la literatura peruana
Javier Garvich
El desarrollo y la felicidad
Del extraordinario discurso pronunciado por el Presidente de Uruguay, José Mujica, durante la Conferencia ONU sobre Desarrollo Sostenible Río+20, en la que hizo un llamado a cambiar el modelo económico, reproducimos aquí algunos de sus más brillantes pasajes.
Fátima Buntix: un perfil
Marea cultural: cinco años y un nuevo camino
domingo, 10 de junio de 2012
"El viejo y el mar", en stop motion
lunes, 28 de mayo de 2012
Libros al peso: más económico, imposible
(...)
Anatomía de la decepción*
miércoles, 23 de mayo de 2012
“Ñaimlap”, el nuevo libro de Julio Fernández
Desarrollar planteamientos alrededor de la leyenda de Ñaimlap, acerca de su etimología, origen o referentes iconográficos; acerca de la ubicación actual de los espacios mencionados en la leyenda como sitios de poder político, administrativo y religioso; esbozar las consecuencias de los fenómenos naturales como El Niño en el desarrollo o destino de la antigua civilización de Lambayeque, así como la distribución de sus antiguos pobladores a lo largo de toda la región; proponer una mirada distinta respecto al tema, una alejada del enfoque eurocéntrico que no nos permite comprender el proceso cultural acontecido en nuestra sociedad; además de afirmar que la leyenda de Ñaimlap no es un simple relato o mito de origen, sino un documento con profunda validez histórica, es el objetivo del libro del arqueólogo Julio César Fernández Alvarado, publicación que acaba de entrar en circulación y que he tenido el gusto de leer hace unos días.
Diplomado en Desarrollo Local, Patrimonio y Turismo, en la Universidad de Alicante (España), y por la Universidad Pedro Ruiz Gallo, de Lambayeque; el autor es además máster en Historia de América Latina, con mención en Mundos Indígenas, por la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla (España); Fernández es un profesor universitario e investigador que ha publicado anteriormente varios libros y artículos periodísticos relacionados con la historia y nuestra identidad.
“Ñaimlap” es un libro que demuestra el interés del autor por las manifestaciones orales desde el punto de vista arqueológico, histórico, etnohistórico, geográfico y lingüístico, palabras mayores si hablamos de investigación responsable y pasión por el trabajo cultural. Recomendable lectura.
lunes, 21 de mayo de 2012
La crónica, ese vicio inefable
A propósito de la crónica, ese género que en algún momento se convirtió en nuestra vida, compartimos esta breve entrevista con Julio Villanueva Chang, cargada de reflexiones al respecto.
jueves, 19 de abril de 2012
Fernando Cueto: “ser peruano es un compromiso muy serio, gravísimo”
Hace 48 años, por el tiempo en que yo nací, José María Arguedas visitaba a su hermano Arístides, viajaba a Chimbote a tomar apuntes para la novela que pensaba escribir. Grabadora en mano, Arguedas entrevistaba personas y recorría lugares de ese puerto, personas y lugares que años más tarde, de la mano de mi abuela materna, yo iría descubriendo, y que ella, con un idioma dulcísimo hecho de calor y ternura (mitad quechua, mitad castellano) insertaría en mi imaginación para siempre.
Veinte años antes de que yo naciera, en el mismo mes de marzo, nació en Chimbote el poeta Juan Ojeda. Nació en el barrio de Miramar, en el mismo lugar donde quedaba la casa de mi abuela y en donde yo vine al mundo. Estudió en la misma escuelita fiscal donde yo llegué a estudiar, y recorrió las mismas calles, los mismos mercados y parques que yo después recorrería incansablemente. Ojeda, sobre todo, pasó innumerables tardes sentado en el muelle de madera que quedaba frente al Hotel de Turistas, contemplando el mar, las islas, el firmamento. En el mismo muelle donde, de niño, yo solía esperar a que mi padre saliera de las reuniones del Sindicato de Choferes, y donde pasaba incontables tardes, interminables horas percibiendo el hechizo de aquel mar, de aquellas islas, de aquel cielo infinito.
A principios del año 1982, vine a vivir a Lima y me afinqué en el cuarto de un viejo edificio ubicado en la cuadra 19 de la avenida Arequipa. Entonces no lo sabía y todavía no me interesaban las coincidencias que enrumbaban mi vida, pero cuando me enteré que en aquella esquina de mi nuevo barrio, donde todas las mañanas tomaba el bus, había muerto Juan Ojeda arrollado por un vehículo, sufrí una conmoción. ¿De qué estoy hecho?, pensé, ¿soy hijo de las coincidencias o tengo una determinación, un designio más fuerte que el azar?
En los años 1984 y 1985, casi sin proponérmelo, fui a parar a Ayacucho, Puquio, Lucanas, Huamanga, Huanta, La Mar y San Francisco, también estuve en Apurímac, Abancay, Andahuaylas, y pude recorrer los mismos lugares que en su infancia y juventud recorriera José María Arguedas. Y sin que yo pudiera darme cuenta, caí en un remolino de historias vertiginosas, pude ver y oír infinidad de historias, sentir en carne propia terribles relatos de gentes desconocidas. Entonces me convencí de que dichas coincidencias no podían ser casualidad, que algún día debía escribir esas historias, que estaba obligado a ser escritor en el Perú, que estaba comprometido a pensar y a escribir en peruano.
Años más tarde, cuando empezaba a escribir mi primera novela, nuevamente llegaron a mí una serie de acontecimientos inesperados. Conocí a Jaime Guzmán -hombre alucinado y temerario como el Quijote- quien fue el primero en creer que yo podía ser un escritor y el que de hecho acabó publicando aquel primer libro. Conocí a Oswaldo Reynoso -filósofo de la calle, poeta de la noche y maestro de juventudes- de quien recibí como un legado imperecedero, a través de su voz cincelada, de su poesía sutil, el fuego vivo de una nación milenaria. Y un día, de pronto, me encontré rodeado, abrigado por mis mayores (Washington Delgado, Carlos Eduardo Zavaleta, Alejandro Romualdo), de todos ellos, como de un manantial, fui bebiendo el agua a veces prístina y mansa -a veces bronca y turbia- de la peruanidad.
Hace tres años, después de incubarla veinticinco años en mi mente, comencé a escribir la novela "Ese camino existe". Me propuse escribir un libro donde no estuviera solamente retratado mi puerto y sus personajes paralógicos, sino sobre todo donde estuviera reflejado el Perú y todas las caras que componen su nacionalidad variopinta. Queda decirles a los jóvenes de mi país, que en una nación -una comunidad proyectada hacia el futuro- no puede haber lugar para el desaliento. Que por más que delante de nuestros ojos desfilen las caravanas de la barbarie, de la destrucción y la muerte, detrás de ellas siempre estará abierto el vasto camino de la esperanza.
Ahora, después de tanto tiempo transcurrido, con el paso y el peso de los años, obviamente ya no pienso que soy hijo de la casualidad, más bien estoy convencido de que todo lo que me ha ocurrido corresponde exactamente a mi condición de ser peruano. Estoy seguro que tengo una herencia, un encargo que recae sobre mis hombres por el solo hecho de haber nacido en esta tierra. Pero no me considero un elegido, al contrario, estoy obligado a escribir como el más simple y común de los peruanos, alejado de toda banalidad. Y con eso tengo bastante. Porque ser peruano, señores, es un compromiso muy, serio, gravísimo, una condición humana alimentada por una cultura forjada cinco mil años antes de Cristo, un mandato que nos llega desde las primeras auroras de la civilización. Y con eso me basta para estar vivo, para vivir dignamente, para seguir escribiendo hasta el fin de mis días. Muchas gracias.
miércoles, 4 de abril de 2012
Un día como hoy hace veinte años: ¡nunca más!
Un día como hoy –hace veinte años- nos quedamos sin libertad. El más preciado de nuestros tesoros nos lo fue arrancado brutal e impunemente por quienes habrían de sumirnos en una vorágine impositiva, oscura, corrupta y sangrienta que emanaba desde Alberto Fujimori y su siniestro entorno, con el único fin de perpetuarse para siempre en el poder de un gobierno que pretendió ser maquillado de democrático desde el principio y solo sirvió para permitir el más grande latrocinio del cual se tiene historia en el Perú, así como las más graves violaciones de los derechos humanos.
Han pasado veinte años y no lo hemos olvidado. Todavía vemos los tanques en la plaza, la toma de varios medios de comunicación, la disolución violenta e inconstitucional del Congreso, la intervención del Poder Judicial, y la persecución de quienes se oponían al gravísimo atentado a la libertad de todos los peruanos. Lo más triste, sin embargo, fue constatar las muestras de adhesión y de saludo que tuvo la “mano dura” aplicada por un dictador que se dio el lujo de darse “baños de pueblo” eventualmente y de fundar “medios de comunicación” que se encargaron de prostituirlo todo. Triste también fue el rol que desempeñaron muchos estudiantes universitarios, algunos intelectuales y grandes sectores del país disconformes con la corrupción institucionalizada en el Congreso y el Poder Judicial, quienes estuvieron de acuerdo con la interrupción del orden democrático en aras de una “limpieza a fondo” en nuestras instituciones tutelares, limpieza que nunca se produjo -como es obvio- y permanece aún a la vista.
El 5 de abril de 1992 utilizó la emergencia nacional producto del corrupto y nefasto régimen aprista de Alan García, así como la violencia terrorista en Lima y todo el país, más la pobreza moral, cultural y cívica de la mayoría de peruanos, para justificar una dictadura que la población debió rechazar desde el principio. El SIN, el Grupo Colina, el abuso militar en todo su esplendor, los poderes del Estado de rodillas al régimen de turno y los medios de comunicación basura, fueron parte de nuestro entorno diario a partir de entonces. La captura de Abimael Guzmán y el desbaratamiento de los grupos subversivos, obra del GEIN y la Dincote, fueron éxitos que el fujimontesinismo utilizó para perpetuarse en el poder proclamando a los cuatro vientos una victoria que no les pertenecía, es necesario recalcarlo.
Un día como hoy, hace dos décadas, empezó un largo camino de luchas, esperanzas y sinsabores para recuperar la democracia. Los responsables del autogolpe están hoy en la cárcel junto a varios de sus secuaces. Fechas como esta nos permiten reflexionar sobre el rol que desempeñamos como ciudadanos. El pueblo peruano no fue capaz en su momento de salir a las calles e impedir la consumación y perpetuación de la tiranía. Fue recién en el año 2000 cuando los estudiantes despertaron junto al pueblo y todos juntos vencimos en las calles -tras largas y extenuantes jornadas- al terror y al miedo que la dictadura imponía.
Quienes son muy jóvenes para haberlo vivido cabalmente o quienes teniendo la suficiente edad permanecieron indiferentes o han pretendido olvidarlo, tienen hoy la gran oportunidad de informarse para analizar, reflexionar, debatir y compartir opiniones sobre la realidad del país que nos tocó vivir a quienes fuimos testigos de excepción de una época ominosa. Un día como hoy, hace veinte años, nunca más. Es nuestro deber proteger y salvaguardar lo que es justo y nos pertenece: la democracia (con todas sus imperfecciones), nuestro propio destino.
miércoles, 28 de marzo de 2012
Periodismo cultural: vicio, masoquismo y esperanza
“…Y Ezra Pound decía: La noticia está en el poema, en lo que sucede en el poema. Poetry is news that stays news…”. La frase nos golpeó siempre al interior de la cabeza, cada vez que alguien se atrevió a menoscabar la importancia de un trabajo como el nuestro, cada vez que hasta entre los mismos compañeros de trabajo se gastaron ridículas y absurdas bromas sobre “cierto tipo de periodismo” practicado por “artistas frustrados” o por periodistas a punto de dejar de serlo. Era entonces, cuando la voz del profe volvía a escena para empujarnos a seguir…
“El lector –alumnos- no sólo lee lo que puede. El acto de la lectura transforma al lector y no darle a éste condiciones para la crítica histórica y cultural es una manera sutil de acallar voces disconformes sobre las decisiones que se toman y que afectan a las mayorías empobrecidas e ignorantes del país. A mi no me importa que los periódicos de ahora se hayan vuelto amarillos, mucho menos que los medios serviles, coloridos e idiotizantes -que sobreviven de rodillas a los gobiernos locales, regionales y nacionales de turno- traten de borrar la historia y la memoria. De manera que ahora mismo, en estas dos horas de clase, salen a la calle y me traen notas -ya mismo- para los futuros medios culturales que nacerán a fin de semestre aunque tengan que costeárselos ustedes mismos. Yo no sé. Vayan, expriman y traigan lo único imperecedero que tienen sus cerebros, la voz de los creadores de la patria…”
Corrían los años noventa y los medios de comunicación estaban casi en su totalidad bajo control de la dictadura, orientados a difundir su causa e intereses o “dopados” al igual que sus lectores. El profe había dejado en claro “que le llegaba” la presencia del marketing en los medios, que esas cosas no tenían por qué inmiscuirse en el trabajo cultural y periodístico independiente, y que debíamos defender nuestros contenidos, nuestros créditos, que había que luchar por un espacio de reflexión en los medios.
“Yo sé que “lamentablemente", informar sobre el acontecer cultural requiere un reportero capaz de entender lo que sucede en un poema, en un cuento, una pintura abstracta, un ensayo o en una performance; es lo mismo que informar sobre un acto político, donde se requiere un periodista capaz de entender el juego político: qué está pasando, qué sentido tiene, a qué juegan los sucios candidatos a la alcaldía, por ejemplo, por qué hacen esto y no aquello. Los mejores medios tienen reporteros y analistas capaces de relatar y analizar todo tipo de acontecimientos, situándolos en su contexto político, legal e histórico. Pero los periodistas culturales “lamentablemente” -en la mayoría de casos- no informan como debe ser sobre una colectiva de pintura. Y es que hay que saber escuchar, ver, situar en el contexto, analizar las obras pictóricas. No se trata de informar sobre las medias del pintor. Esto –señores- es lo que tenemos que cambiar…”.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces, toda una vida. Estamos en 2012 y la realidad del periodismo cultural peruano no ha cambiado en lo más mínimo. En todos estos años apareció la Internet (a la capital llegó en 1993), nacieron notables suplementos de cultura en los medios convencionales y en los electrónicos, programas de televisión, cada uno con buenos contenidos que fueron haciendo camino al andar, pero un tanto –o bastante- alejados de la dinámica de inclusión social que tanto necesitamos los peruanos.
Desde ese punto de vista, consideramos que no basta estar en un medio masivo y producir un programa cultural, pues hay que saber dirigirlo a la masa y evitar el academicismo o lo que se le parezca, teniendo cuidado de no asumir como débiles mentales a los consumidores. Igualmente hay que hacer del suplemento, programa o espacio cultural, un auténtico “lugar de encuentro”, de reflexión y de diálogo generacional para los artistas y creadores. Un lugar común capaz de mostrar el pensamiento y la producción intelectual de otras realidades.
El mejor periodismo cultural es aquel que refleja las problemáticas globales de una época, satisface demandas sociales concretas e interpreta dinámicamente la creatividad potencial del hombre y la sociedad (en campos tan variados como las artes, las ideas, las letras, las creencias, etcétera), usando para ello a un bagaje de información, un tono, un estilo y un enfoque adecuado a la materia tratada y a las características del público a quienes está dirigido el medio.
Para editar, conducir, producir un medio cultural, se requiere primeramente respetar al lector y a uno mismo. Se trata de incrementar su nivel de vida en base a la información que le facilitemos, en base al supuesto buen gusto y a los juicios que le alcancemos; en suma: no publicar basura. Se requiere –entonces- periodistas que vivan una verdadera “vida cultural”, que sepan leer y escribir en ese nivel, con ese ánimo, que tengan visión, competencia, sentido común y cultura –si bien no una que sea vasta- por lo menos de aceptable nivel. Aunque parezca increíble –dado el paupérrimo nivel educativo vigente en el país- existen lectores que se ríen o se enojan por lo que se publica en las páginas culturales; son gente ajena a la crítica periodística, pero suficientemente buenos lectores como para señalar omisiones, erratas, etcétera, y eso hay que tenerlo en cuenta.
Otro asunto que nadie toma en serio –y hablamos de lectores con afanes de publicar sus escritos- es que el periodista se gana enemigos al rechazar o dejar de lado textos que carecen de la más mínima calidad. Uno se convierte en el malo de la película, a pesar que muchas veces nos tomamos el trabajo de corregir (rehacer) lo mal escrito. Así, se nos tilda de “argolleros”, facilistas, tijereteros, poseros y hasta hemos escuchado por ahí los clásicos: “¿y con qué criterio escoges lo que debe salir publicado?, ¿quién te ha dicho que tienes criterio…?”. Y es que todos, tirios y troyanos, buenos y mediocres, “cultos o antropológicamente incultos” quieren (se mueren por) publicar, por ver su nombre publicado.
Con las cosas así, el periodista cultural se constituye –entonces y por añadidura- un ser extraño, subterráneo y masoquista, a quien no le importa la marginalidad en que vive, el desprecio de los demás por su trabajo, la ausencia apabullante de lectores, y otras taras más propias de su trabajo insular. El periodista cultural de la ciudad se mueve entre la más absoluta indiferencia social –incluso al interior de su propio medio de comunicación- y disfruta enfermizamente de las entrevistas que hace, de la crítica que ejerce, de los poemas o relatos que publica y de los “descubrimientos” que cada cierto tiempo hace en una urbe cruel para el trabajador cultural, que no lo ve como el “antropólogo del día a día” que es, sino como el chismoso, aburrido y sobornablemente detestable ser que la mayoría de personas cree que es.
El periodista cultural vive cansado de que se le considere “relleno” entre las “verdaderas noticias, pepas o primicias” del día: la venta de drogas, el apuñalado, la guerra en Medio Oriente, el último escándalo del alcalde provincial, el alza de los pasajes interurbanos, el triste rol del gobierno regional, y el pésimo desempeño futbolístico del equipo que nos representa. Así, la cultura que dio origen en tiempos inmemoriales al periodismo, “vuelve a casa” por la puerta falsa, como noticia secundaria (gastronomía, viajes, horóscopo, sociales, espectáculos) y todo aquello que es en realidad la negación de lo culto y la apología de lo inesencial, superfluo y vano que todos, absolutamente todos los periodistas culturales responsables –masoquistas y viciosos- combatimos. Eso, estimado lectores (ya no los canso, ya termino), debe, tiene, es necesario, que cambie. Que cambie.
martes, 20 de marzo de 2012
Twitter, literatura, otras hierbas...
Los días que han pasado escribí y publiqué algunas líneas en el novísimo diario que he aperturado en Tumblr, textos breves donde intento reflexionar sobre la vida cotidiana que al suscrito le toca y sorprende a diario, en la avenida, con esa ráfaga de amarillo sol que nubla, que ensimisma, que lo devuelve a uno al fervor que por años percibí en la plaza frente al mar de mi infancia, a esa ondulante delicia obscura que me ha dotado sobremanera de paz, de lluvia, también de desesperación… Los días que han pasado permanecí casi en silencio y escuché -sin oír- el sonido de la historia. Renuente a escribir más sobre César Vallejo y su cumpleaños ciento veinte (aunque parezca increíble, todo el mundo dijo acordarse del poeta de todos a partir que apareció el doodle a manera de homenaje), sobre la peculiar escena cultural de mi ciudad (dueña de gran potencial, el mismo que se disuelve en la desidia de sus propios impulsores, así como en los pleitos improductivos que constituyen el eje sobre el cual gira), decidí regresar al asfalto y a las palabras sencillas que muchas veces iluminan la vida, volver aquí a ests espacio que intenta volcar cada cierto tiempo reflexiones que sacuden el mundo en el cual sobrevivo (perdonen la tristeza).
La semana que pasó me pregunté, por ejemplo: ¿por qué se sataniza al tweet y se le margina de la literatura, si como herramienta de contacto con Internet propone una red de espacio de comunicación?, ¿por qué la educación peruana no le enseña a los jóvenes a estar a solas consigo mismos?, ¿por qué subsiste la idea romántica del escritor, la que lo condena a vivir atado a la precariedad propia y al desinterés ajeno?, ¿por qué se me pegado cierta canción que habla de copas que giran, luces de la aurora y sandalias planas?
Cambio radical de las relaciones entre los seres humanos, con más de 200 millones de usuarios (escasamente doscientos cincuenta mil peruanos, entre ellos) y alrededor de 65 millones de mensajes diarios, Twitter apuesta también como forma de creación literaria (ya son varios los autores que han dado el salto al libro impreso), como serie de microficciones, como revista dedicada a todas las formas de literatura breve (entre ellas a Twitter como género). El suscrito vive y siente en 140 caracteres, dobla ahí la página del día, escribe lo que le dicta el jardín de sus arterias.
Pero como todo exceso es dañino, en el mundo -obsesivamente interconectado- en que vivimos, es más fácil comunicarse con alguien del Polo Sur que hablar con cualquier vecino, llegando al extremo de que incluso lo más difícil es comunicarse con uno mismo. La soledad: aprendizaje, exigencia, valentía de los espíritus que apuntan a la excelencia, está rodeada de esa aura de pánico para la mayoría de los mortales que no aprecian (que no aman) el silencio, lo esencial, que detestan el ruido urbano, cotidiano, brutal, humano, peruano, chimbotano (perdonen otra vez la tristeza). En los días que corren, todo es fast food, malls, relaciones rápidas y conversaciones fugaces; la idea de estar con uno mismo es casi una idea revolucionaria que hace falta practicar. ¿Tú qué dices?
Copio y pego aquí –literalmente- un puñado de frases arrancadas a mi memoria: “No, Augusto, ¿qué es eso de que quieres ser escritor? Te vas a morir de hambre, ¿no te das cuenta? Adónde vas a llegar con esa porquería. Yo no voy a financiar aficiones improductivas, hijito; no señor, además: ¿qué shit sabes tú de creación artística? Pérate nomás, ahora mismo arrojo a la basura esa montaña de libros viejos que te ha lavado la cabeza…”
Mi padre se equivocó largamente (triste su vida), se dejó llevar siempre por la idea del inveterado desvalimiento en que los escritores se mueven a su paso por la existencia, extrapoló la imagen clásica de un autor de ficciones a cualquier campo de la creación artística, sentenciando al suscrito a porfiar en la vida, a construir una existencia hecha de papel, de tinta...
Hablaba de la música, líneas arriba, una de las pocas artes que tiene la fuerte tendencia a quedarse en nuestra mente. Y es que las tonadas (intrusas o cordialmente invitadas) se introducen en nuestro pensamiento y suenan una y otra vez, en vértigo interminable, a manera de memoria involuntaria, estímulo multisensorial, frecuencia codificada y emocional que se aloja mejor (a veces para siempre) en la memoria, guardando información importante a través de las canciones. ¿Cómo zafarse?, quizá con una nueva canción que se nos llegue a pegar. Después de todo, cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da. Todo se transforma.
viernes, 16 de marzo de 2012
Vallejo: hombre libre, reivindicación y esperanza
César Vallejo se acercó más a profundidad a nosotros, cuando la secundaria nos exigió pisar el acelerador académico porque en poco tiempo egresaríamos de ella para labrarnos un futuro. Con las lecturas, nos enteramos de cómo abandonó el Perú para siempre partiendo rumbo a Europa desde la dársena del Callao, cómo dejó atrás la incomprensión de los peruanos de su tiempo, la estimagtización de la cual fue objeto debido a su profundo compromiso humano y social, así como la cárcel y sus primeros libros, entre ellos “Trilce”, vanguardia de la poesía universal editada en los talleres de la Penitenciaría.
Hasta entonces, Vallejo había constituido para nosotros un misterio, una sombra deambulando por los ghettos, un personaje literario que nunca acabó de idealizar -en la ciudad donde vivía- países que iba entendiendo cada vez menos, un hombre que salía de una enfermedad para ingresar a otra, un ser triste, nervioso y fatigado en medio del frío del asfalto, bajo la lluvia incesante de Europa y de los andes, alargando una taza de café para prolongar el tiempo de lectura y la medianoche.
Fue al final del oncenio escolar, cuando Los heraldos negros (1918) y Trilce (1922) sacudirían nuestro mundo. Leídos en principio con curiosidad y ternura, encontramos en ellos –tras una nueva lectura, esta vez más analítica- una alianza íntima de audacia verbal, de sollozos y reclamos de un alma herida que visibilizaba un Perú desdibujado, oprimido e injusto. Nuestra vida nunca más fue la misma luego de leer a Vallejo, poeta que –en nuestra modesta mirada- nunca dejó de ser el niño y el muchacho que creció en Santiago de Chuco, pueblo andino a más de tres mil metros de altura.
Leer a Vallejo representó desde entonces encontrarse detenido frente al campanario de los pueblos olvidados, escuchando las historias del sacerdote ciego y los murmullos del aire que bajan de las montañas. Leer a Vallejo fue percibir el olor del maíz que ingresa a las casas del campo al amanecer, el olor del pan serrano, ver amarillarse los árboles a espera de la caída de sus hojas, escuchar el canto de los pájaros, el vocingleo de los vecinos quechuahablantes, sentir también la espada de Damocles que pende sobre el cuello de quienes han sufrido persecución, cárcel, un proceso judicial equívoco y doloroso.
El poeta vio siempre su prisión en Trujillo como el momento más grave de su vida. La celda era otra cárcel en la cárcel donde todo sumaba el mismo número. “No hay sitio como una celda para criar los nervios y aherrojar el corazón”, llegó a escribir. Su lecho era desvencijado; el guardián: un pobre viejo sin escrúpulos que chantajeaba a los presos para hacer sentir su autoridad irrisoria. En esos días opacos de miseria, frío y desesperanza, las imágenes de infancia, de la madre y de su familia persiguieron a Vallejo dejándole caer todo el peso del infortunio. Sin embargo, fueron esos los días en que el poeta se alzó por encima de la desgracia y forjó lo mejor de su grandeza literaria; en medio de esa soledad absoluta, César Vallejo Mendoza reivindicó su condición de hombre libre en todo el sentido de la palabra y escribió “Trilce”, su obra maestra e inmortal. Enorme e imprescindible ejemplo para los peruanos y sobre todo para quienes a pesar de encontrarse con la navaja amenazando la aorta, abren siempre la ancha puerta en la casa de la esperanza.
No sé cuántos ni quiénes hayan podido acompañar (hasta esta intensidad y altura) la lectura de estas líneas. El hecho es que hoy, a propósito de los 120 años del natalicio de César Vallejo, quisimos remitirnos a los cerros retratados en sus libros, a los mineros tristes y explotados, al sentido puro de la amistad, a la incorruptible inocencia y a la capacidad para sortear las contingencias económicas, el sufrimiento humano, la melancolía y la oscuridad mediante la literatura.
César Vallejo se reconcilia en el alma y en el corazón de su patria cuando abrimos sus libros y les damos lectura. Él representaba emblemáticamente el alma mestiza peruana y latinoamericana que prefiere la marginación dolorosa a la humillación de la servidumbre. Pasaba por aquí para decir algunas cosas sobre el poeta de todos, para hablar de su ejemplo; lamentablemente, casi siempre, me termino extendiendo. Muchas gracias.