A las siete de la noche -como cada día- se me antoja un café, una de esas tazas humeantes que aportan bienestar y levantan el ánimo. De mitos y leyendas en torno a esta bebida obtenida de las semillas tostadas y molidas de los frutos del cafeto, ya hemos tenido demasiado. Lo cierto es que ha quedado demostrado que el consumo moderado del café pasado al momento ayuda a prevenir enfermedades al corazón, diabetes, cirrosis, cálculos biliares y hasta enfermedades degenerativas como Alzheimer y Parkinson.
Hasta tres tazas al día no constituye exceso alguno, tampoco se trata de convertirse en un adicto. En algún lugar leímos también que su consumo ayuda a disminuir la depresión. El asunto es consumirlo al momento para saborear su calidad al máximo y evitar se pierdan sus propiedades antioxidantes.
Actualmente, el café peruano se encuentra en el tercer lugar en exportación y cuarto en producción a nivel mundial (hecho que seguramente cambiará ya mismo debido a la destructiva plaga de la roya amarilla que estos días sacude a los productores altoandinos. Nuestro país es además líder en la venta de café orgánico, el mismo que se exporta a 46 países.
La cafeína ayuda a mantenerse despierto, a cumplir con las fechas
de entrega de cualquier trabajo escrito, y además funciona como un sustituto tramposo del desayuno. Por alguna extraña razón, el café juega un papel importante en los procesos de lectura y escritura. A pesar que leer pareciera ser una costumbre lamentablemente en retirada, entre quienes leen parece que la costumbre de ir a un café
literario, un espacio de tertulia, libros y algo de buena comida, se ha convertido en
una necesidad. Hace algunos meses leí una deliciosa nota periodística al respecto, aquí la comparto. Ahora sí, un cafecito nos espera; ya nos vemos.
Que lindo y que rico un café en una tarde fría y un buen libro.
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