A escasas páginas de culminar la relectura de 'Prosas apátridas', poco después del almuerzo, me enteré -de casualidad- que las radiaciones procedentes de las redes inalámbricas wi-fi
alteran el crecimiento de los árboles y producen fisuras en su corteza. No todos los días nos enteramos de tamaño descalabro ecológico. De pronto se pone uno a recordar las miles de veces que hemos sucumbido al uso de las ondas, a las fuentes de radiación que han marchitado y aniquilado las hojas de los árboles e impedido el crecimiento de plantas como el maíz, y todo en aras de la comunicación, la inmediatez, la modernidad y el trabajo. También hoy me enteré que el desastre nuclear de Chenobyl está escrito en sus árboles, marcado al interior de sus cortezas por los efectos nucleares de los primeros años de la tragedia. Los árboles más jóvenes fueron los más afectados, registraron el crecimiento de formaciones nudosas anormales en sus cortezas, reflejando los efectos
de mutaciones y muerte de células como resultado de la exposición a la
radiación.
Cuánto nos parecemos a los árboles. Los padres nos limitamos muchas veces a fijarnos sobremanera en el crecimiento de nuestros hijos, mas no en la estructura de la madera de que están hechos, con la cual diariamente son forjados. De los árboles de Chenobyl o los de Fukushima, como del ser humano, hace falta tanto investigar, reflexionar, hay mucho que decir.
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