Augusto Rubio Acosta
En los últimos tiempos, en
sociedades con autoridades que entienden a cabalidad la importancia de enhebrar
cultura y desarrollo, la primera de éstas ha comenzado a redefinir
paulatinamente su papel frente a la economía. Nadie duda ya acerca de su
importancia como inductora de desarrollo y cohesión social, de su relevante
papel ante la cuestión de la diversidad cultural, la integración de comunidades
minoritarias, los procesos de igualdad de género y la problemática de las
comunidades urbanas y rurales marginadas.
Sin embargo, en ciudades como la
nuestra, los sectores políticos no perciben ni reconocen que la cultura juega
un papel mucho más importante de lo que se supone y no entienden que las
decisiones políticas, las iniciativas económicas y financieras y las reformas
sociales, tienen muchas más posibilidades de avanzar con éxito si
simultáneamente se tiene en cuenta la perspectiva cultural para atender las
aspiraciones e inquietudes de la sociedad en que vivimos.
La contribución de la cultura como
factor de cohesión ante los procesos de profundización de desigualdades
económicas y de tensiones de convivencia social, es trascendente. ¿Qué tenemos
que hacer quienes estamos involucrados en ella para que se no se le vea como un
simple medio para alcanzar ciertos fines, sino como su misma base social?, ¿tan
difícil es que se entienda la simpleza de una propuesta sostenible como esta
que redunda en el beneficio de las mayorías? La respuesta tiene que ver con la
inteligencia y la voluntad, con el deseo también de heredar a quienes nos
siguen una ciudad y un país distinto.
Los chimbotanos somos herederos somos
de un rico legado histórico. Nuestros ancestros fueron, definitivamente, mucho
mejores que nosotros. Hacia dónde vamos, qué camino seguimos…
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