Normalmente, cuando me voy de librerías y dispongo del tiempo suficiente para revisar con paciencia sus estantes, casi siempre busco por instinto diarios de escritores. No es que los busque para comprarlos precisamente, pero la curiosidad por saber qué contienen sus índices o ver sus dedicatorias, qué periodo de años abarcan, por leer la reseña que normalmente llevan las contracarátulas, y por verificar otros detalles propios de la edición y de los acabados del libro, me llevan a buscarlos, a desear febrilmente leerlos y a controlarme luego, sabedor que quizá la influencia que podrían ejercer sobre mi (que alguna vez empecé a escribir un diario y lo abandoné al poco tiempo) podrían cambiar la forma en que concebí escribir lo que tengo pendiente hace mucho.
Todavía recuerdo el año y el momento en que empecé a bosquejar un diario allá en Casuarinas. Fue hace mucho, ocurrió en una de esas etapas de mi vida en que lo que escribí en un cuaderno se tornó una especie de relación diario-vida, pero que poco tiempo después (ahí nomás) derivó en relación diario-muerte. Por ese tiempo me seducía pensar en el diario como un género póstumo. Sentía que escribía para ser leído cuando ya no estuviera (hecho que asumía muy próximo dadas las circunstancias que atravesaba), quizá porque había releído y analizado mucho a algunos autores como Arguedas quien, en su novela póstuma 'El zorro de arriba y el zorro de abajo', adelanta al lector lo que le ocurrirá en la vida real, colocando como punto final del libro su suicidio, su propia muerte.
El otro día, en una de las escasas librerías 'decentes' de la ciudad, encontré un diario que aún no he leido (ni tengo): 'Diario de un escritor', publicación mensual que Dostoievski dirigió
desde 1873 hasta su muerte en 1881, páginas donde quedó agrupado
todo su pensamiento y donde igual tenían cabida la actualidad rusa, la
crítica política o social, el análisis literario y cultural, o las
impresiones personales antes los diferentes sucesos históricos. Se trataba de una edición reciente que recoge incluso todas las colaboraciones que el autor publicó
previamente en prensa y se complementa con una amplia selección de
apuntes de sus cuadernos, formando un documento clave y necesario para la compresión de la historia más
reciente de Rusia, de la evolución de una nación, de sus conflictos
sociales y políticos, una buena panorámica de
la literatura rusa escrita por uno de sus protagonistas, pero sobre todo quizá la mejor forma de acercarse al pensamiento de un hombre como Dostoievski.
De inmediato -con el libro en mis manos- recordé el primer diario que leí y el que me ha marcado la existencia: 'La tentación del fracaso'. Retorné al tiempo en que decidí registrar manual, fragmentaria y brevemente (con fechas, pelos y señales) reflexiones diversas para las que utilicé múltiples registros de escritura. Escribí en esas páginas de cuaderno lo que pensaba por esa época, mis alegrías (que eran pocas), mis sueños (que han sido muchos siempre), las vivencias y esperanzas de esos tiempos, mis frustraciones. Entonces recordé que hasta tengo un doloroso poema llamado 'Los diarios' (publicado en mi segundo libro de poemas), así como cartas inenarrables (no menos dolorosas), escritas en circunstancias límite, destinadas a una novela. Comprendí entonces que el diario es la experiencia más pura del escritor como lector, qué duda cabe. Que a través de él es posible leerse uno mismo, nuestra propia vida, nuestras lecturas. Recuerdo haber releído el diario trunco que guardo en mi vieja biblioteca (aunque ahora que hago memoria quizá lo haya desechado o extraviado en una de las tantas mudanzas que tuve) un par de veces y en ambas ocasiones (en años y épocas vitales distintas) quedé impactado, entristecido en determinados momentos, tocado sobremanera por su crudeza, por cómo había sido mi vida.
De inmediato -con el libro en mis manos- recordé el primer diario que leí y el que me ha marcado la existencia: 'La tentación del fracaso'. Retorné al tiempo en que decidí registrar manual, fragmentaria y brevemente (con fechas, pelos y señales) reflexiones diversas para las que utilicé múltiples registros de escritura. Escribí en esas páginas de cuaderno lo que pensaba por esa época, mis alegrías (que eran pocas), mis sueños (que han sido muchos siempre), las vivencias y esperanzas de esos tiempos, mis frustraciones. Entonces recordé que hasta tengo un doloroso poema llamado 'Los diarios' (publicado en mi segundo libro de poemas), así como cartas inenarrables (no menos dolorosas), escritas en circunstancias límite, destinadas a una novela. Comprendí entonces que el diario es la experiencia más pura del escritor como lector, qué duda cabe. Que a través de él es posible leerse uno mismo, nuestra propia vida, nuestras lecturas. Recuerdo haber releído el diario trunco que guardo en mi vieja biblioteca (aunque ahora que hago memoria quizá lo haya desechado o extraviado en una de las tantas mudanzas que tuve) un par de veces y en ambas ocasiones (en años y épocas vitales distintas) quedé impactado, entristecido en determinados momentos, tocado sobremanera por su crudeza, por cómo había sido mi vida.
Estos días, tras haber visto la aparición de nuevos diarios de escritores en los anaqueles de librerías y en páginas web de cultura que suelo visitar con frecuencia (hay uno de Gay Talese que me quita el sueño: 'Vida de escritor'), pensé en que debería ubicar las páginas de ese diario iniciático que escribí y dejé trunco, quizá para releerlo con calma y retomarlo, para hacer de él mi compañía silenciosa y permanente a lo largo de los días o los años que me quedan de vida, obviamente también para enriquecerlo y algún día publicarlo con nombre cambiado o bajo la identidad de algún personaje de ficción del único libro de cuentos que tengo. Eso sí, no traicionaría el diario que escriba. Lo publicaría tal cual, no suprimiría ni una línea a pesar de las consecuencias que ello pueda acarrearme.
Muchas veces la ficción supera a la realidad, pero en otras ocasiones no tanto (puedo asegurarlo). Antes los narradores aspiraban a escribir la novela total, pero ahora parece que van hacia los diarios y la autoficción. Obedecer a mi criterio intuitivo no estaría mal; después de todo siempre (por encima de los malos y buenos días) hay que seguir escribiendo.
Muchas veces la ficción supera a la realidad, pero en otras ocasiones no tanto (puedo asegurarlo). Antes los narradores aspiraban a escribir la novela total, pero ahora parece que van hacia los diarios y la autoficción. Obedecer a mi criterio intuitivo no estaría mal; después de todo siempre (por encima de los malos y buenos días) hay que seguir escribiendo.
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