martes, 24 de junio de 2014

San Pedrito, una homilía pendiente

 Augusto Rubio Acosta

Queridos hermanos, el Señor esté con vosotros
                                       Hoy ante ustedes, después de besar este altar, pedir permiso a vuestro párroco e interrumpir el inicio del Te Deum, me tomo la libertad de saltearme la antífona de entrada, el acto penitencial y las invocaciones de desagravio; me salteo asimismo el gloria, la oración colecta y hasta la liturgia de la palabra; el salmo y las lecturas, todo, lo dejamos para más adelante, para el final, si es que acaso aún se dignan acompañarme cuando terminemos con esta breve homilía adelantada, apriori, palabras necesarias y urgentes que por muchos años me han venido obstruyendo la garganta.
                                        Ustedes, queridos hermanos, se supone son gente vinculada a la pesca; ustedes a cuyos padres y abuelos vi llegar a estas tierras a bordo de un ferrocarril, a pie o a lomo de bestia, exhaustos, hambrientos, necesitados de trabajo; ustedes, hombres sencillos de origen abrumadoramente andino, que eran, que fueron, que están todavía ligados a una sólida tradición religiosa, me duele mucho ver hoy en lo que se han convertido. Me duelen las circunstancias en que ustedes sobreviven, hermanos; me duele constatarlo mas no me sorprende todo ello. Ustedes, que me eligieron desde el principio como divino acompañante durante sus faenas de pesca, hicieron férrea esta vocación y fidelidad; ustedes expandieron la fe y el culto hacia todos los chimbotanos generando un fervor intenso hacia el Patrón de los Pescadores; ustedes, que retribuyeron los dones y la bonanza que el mar les entregó a manos llenas, me llenaron en su momento de esperanza; ustedes construyeron nuestra tradición poco a poco, forjaron la primera piedra de nuestra identidad y juntos salimos adelante en las circunstancias más difíciles e inenarrables que hayan podido acontecer en el puerto, sobre la faz de la Tierra; ustedes vienen hoy ante mí y aquí me tienen, pero no precisamente van a escuchar las paporretas que por décadas han venido escuchando…
                                          Hace años, hermanos, me cansé de salir en procesión por la bahía y por las principales avenidas del puerto, calladito, sin manifestarme. Son décadas de indignación y de silencio las que hoy se quiebran por la vergüenza que he sentido todos estos años. Ustedes, hermanos, permitieron que la transformación social de Chimbote, que de ranchería de pescadores se convirtió en la barriada más grande de América, no tuviese un saldo positivo, favorable para todos. Ustedes, que acogieron a cientos de familias españolas que cambiaron el Atlántico por el Pacífico, que recibieron con los brazos abiertos a Banchero y a incontables empresarios pesqueros a quienes sólo interesó pescar y contaminar, contaminar y explotar, enriquecerse, contaminar y largarse una vez acabado el recurso hidrobiológico, son responsables de todo lo que ahora vivimos.
                                 ¿Por qué vienen ahora a rezar ante mi imagen?, ¿por qué piensan que orando a estas alturas de sus vidas el mar volverá a ser el que fue?, ¿dónde están los que se fueron abandonándolo todo en busca de mejores horizontes?, ¿dónde se les puede hallar a los que se autodenominan ‘chimbotanos verdaderos’ por el sólo hecho de haber nacido en esta tierra, a pesar de no haber aportado en lo más mínimo ni movido un solo dedo en su defensa?, ¿dónde están los que pusieron los pies en el puerto antes de 1950?, ¿por qué permitieron la desgracia, la instalación de la industria conservera, la depredación y muerte del mar, las más de 41 fábricas de harina de pescado y las siete conserveras que existían a inicios de 1964?
                                            Me jode hablar de todo esto, hermanos, no crean; y no me miren así porque ‘joder’ no es mala palabra, ustedes la usan con más frecuencia que yo; es indignante la conducta que han tenido todos estos años, no me jodan, algún día tenía que decirles en su cara si es que vergüenza aún sienten o les queda alguito después de lo que les voy a decir. Yo, que he visto nacer Chimbote, pasar de ranchería a caleta, de pueblo a villa, finalmente a lo que ahora tenemos y no puedo explicar en qué consiste, los he visto dejar pasar las grandes oportunidades que hemos tenido, los he visto desperdiciar los grandes proyectos y momentos históricos que hubiesen hecho del puerto una sociedad distinta a la que nos legaron nuestros ancestros. Con estos ojos pude ver cómo –a mediados del siglo diecinueve- se dejaron arrancar las Pampas de Chimbote, en mis narices vi la subasta pública de esos terrenos y cómo el gobierno indemnizaba a extranjeros que no supieron trabajar ni invertir en tierras que nos pertenecían a todos. Con estos ojos vi cómo los hermanos Meiggs, con el cuento del ferrocarril, se apoderaron de las pampas y la forma en que trazaron y modificaron los planos de la nueva ciudad. Desde que somos elevados a la categoría de Puerto Mayor, en 1872, hemos tenido brillantes oportunidades que salir adelante, hermanos; si bien es cierto la guerra con Chile y la barbarie que vivimos con la destrucción del muelle, la aduana y el parque automotor, nos devolvió a la condición de Puerto Menor, en 1916 volvimos a la categoría que hoy tenemos. Y eso que no olvido el boom del guano algunas décadas antes, del cual tampoco supimos sacar provecho.
                                            Pero nada, hermanos, nunca hemos sabido planificar ni aprovechar los ingentes recursos que hemos tenido, qué imbéciles que hemos sido. Cuando surge la Corporación Peruana del Santa y se construye la siderúrgica y la hidroeléctrica del Cañón del Pato, tuvimos la oportunidad inmejorable de levantarnos contundentemente como urbe. ¿Acaso lo hicimos? Nos conformamos con la construcción del hospital La Caleta, con la arborización del Vivero, la edificación del Hotel Chimú y de urbanizaciones de medio pelo en Antúnez de Mayolo y Laderas del Norte; más importancia le dimos a las campañas de fumigación para combatir el paludismo y al Plan de Padrinos, centro meramente asistencial, que a cualquier otra cosa. Así somos, así son ustedes los chimbotanos, qué lástima…
                                              De la pesca artesanal e industrial, del boom pesquero y de exportaciones, mejor ni les hablo, ustedes conocen de sobra la triste historia. Por eso estamos como estamos: jodidos, con el mar contaminado, sin pesca y sin trabajo, con el alto horno de la planta siderúrgica detenido y con universidades de paupérrimo nivel educativo; vivimos sin proyectos de irrigación tangibles y con corrupción en todas las instancias gubernamentales y societarias, con violencia y criminalidad generando más muertes cada día. Desde esta maltrecha nave de madera, desde la puerta de esta iglesia, durante décadas los he visto embriagarse en plena calle durante mi fiesta, durante décadas los he visto venir -velita en mano- para pocos metros antes de ingresar al templo desviarse tras cualquier bebida alcohólica que se les presenta ante los ojos. No lo nieguen, no sean cínicos, aquí mismo en esta vereda han orinado y vomitado junto a los perros, de aquí mismo han partido sus eructos camino a los burdeles después de tantas malas noches. No soy quién para juzgarlos, no soy nadie para decirles lo que deben hacer con sus vidas, pero no me jodan después viniendo a confesarse ni a prenderme velitas rogando les haga el milagro cuando se quedan misios, cuando no hay trabajo. Se los digo de frente y de buena fe, como deben ser las cosas: no me jodan, chimbotanos, ¡hasta cuándo!.. En un par de años más se habrán registrado ya medio siglo de ‘celebraciones’ oficiales, cincuenta años desde que se estableció la ‘Semana cínica’ de Chimbote, cínica, las mismas que en su mayoría me avergüenzan (basta ver su programa oficial) porque no representan la esencia, el verdadero sentir de las gentes de esta tierra. ¿Acaso piensan que cuando las élites, los acaudalados del puerto, los narcos ésos me cargan y transportan en sus mejores lanchas ataviadas de suntuosos acabados interiores, cadenetas y papel picado, me siento cómodo, me siento tranquilo?, ¿acaso creen que con más castillos y vacas locas, con más luces coloreando el cielo de las madrugadas, más columnas de cajas de cerveza, San Pedrito se alegra?, ¿alguno de ustedes piensa que mientras más flores me traiga y más velas coloque alrededor de mi lancha, derramaré una mejor bendición para todos?
                                         Y encima son lo suficientemente cínicos y conchudos como para venir a verme hoy vestidos con sus mejores trajes, perfumados con sus colonias de medio pelo y en sus carrazos comprados con los diezmos, con la coima... Pero, claro, la misa Te Deum no me la pierdo, ahí estarán todos además: los dueños de ‘lavanderías’, ‘la gentita’, los ladrones del municipio, de la subregión y del gobierno regional que aún no salen en las nuevas listas (si saldrán), los periodistas vendidos, los congresistas... Todos, los corruptos del Poder Judicial también han venido, los de la Fiscalía qué se lo van a perder, hasta la sucia Policía está presente; es increíble lo que pasa hoy, hartos cínicos (con el perdón de los escasos pero auténticos fieles) pueblan mi casa, por eso se ha llenado la iglesia.
                                          Sí, ya sé que les llega altamente lo que oyen, ustedes están blindados ante mis palabras. De esto y más quería hablarles hace tiempo, de su incapacidad y desidia, de su corrupción y frustraciones. Pero me voy, no tiene caso, esperaba que se largaran uno a uno de esta misa, pero han tenido la frescura de permanecer en sus asientos. Puede proseguir o en todo caso iniciar la misa usted, monseñor; que Dios perdone a esta gentuza por destruir Chimbote, porque yo los desprecio…

miércoles, 4 de junio de 2014

'Expropiar' para seguir leyendo

Augusto Rubio Acosta

Los libros, una vez escritos, editados, salidos de imprenta a librerías, tienen un destino. Los libros tienen también una fatalidad, una predestinación. Tarde o temprano, cada libro encuentra su lector, que no necesariamente es su dueño. Así, los volúmenes se pierden, se le olvidan a uno en el taxi, se extravían en el tiempo, y sólo aquellos -con el fatum al cual nos hemos referido- regresan, vuelven a las manos de sus legítimos lectores de extrañas y diversas formas, no sé sabe cómo pero vuelven y aquello constituye siempre una alegría.
La semana pasada, en Chiclayo, mientras ‘expropiaba’ un par de libros de la nutrida biblioteca en el lobby del hotel donde me encontraba hospedado, recordé la vez en que mi propio libro regresó a mis manos después de varios años de circular por el mundo.
Fue en el jirón Kilka, calle libresca, primera arteria liberada del centro histórico de Lima, la más inmunda ciudad que yo conozca. Fue en las librerías de viejo, mientras hurgaba entre el ‘hueso’ y los títulos añejos apilados en irrevisables rumas, cuando hallé un ejemplar de ‘Avenida indiferencia’, libro de narrativa breve que publiqué hace casi una década, y que volvía a mí (con sus anotaciones al margen) después de mucho. ¿Quiénes habían sido sus dueños?, ¿quién lo sustrajo en su momento de mi biblioteca?, ¿quién lo dejó olvidado en algún taxi?, ¿quién lo regaló y lo cachineó por ahí?
Un libro es como un hijo para quién lo ha escrito. Pero una vez vendido, salido de una librería, le pertenece a quien lo lee, así sea transitorio y fugaz el acto supremo (de la lectura). La posesión bibliográfica es un derecho que legitima la forma en que se obtiene. En eso pensaba precisamente cuando decidí ‘expropiar’ el libro de Carson McCullers (edición inglesa) y una novelita en español de autora latinoamericana (edición de bolsillo). Si los ‘expropié’ fue para leerlos, para darle un uso intelectual, ‘en eso reside la diferencia entre un vulgar ladrón y un ladrón de libros’ (así dicen, así leí alguna vez por ahí y me conviene sostenerlo ahora, citarlo).
Los libros tienen un destino. Como el amor, los libros son también una necesidad, una relación directa e inequívoca (académica e intelectual, emocional y sentimental) entre dos imanes que se atraen, que se encuentran, que se llaman la atención y se quieren, que se aman con locura, sin tiempo y sin espacio, con desenfreno (aunque a veces se les diga, se les traiga abajo la vida con un rotundo ‘hasta nunca’).
Los libros tienen un destino. Nunca ‘expropies’ uno por encargo, tampoco te hagas de un segundo título si no has acabado de leer el que tienes entre manos. Primero lee (lo demás es floro), después existe.