jueves, 9 de agosto de 2012

Pasión por la cultura




Augusto Rubio Acosta

De la reciente XVII Feria Internacional del Libro de Lima (y de su accidentada inauguración) nos trajimos una publicación descatalogada que hace años perseguíamos y que finalmente pudimos encontrar en el siempre valioso stand del Instituto Francés de Estudios Andinos, un libro de más de quinientas páginas que hemos empezado a leer con fruición estos días y que a todas luces recomendamos por tratarse de la tesis doctoral de Gérald Hirschhorn.
El volumen: “Sebastián Salazar Bondy: pasión por la cultura” (Fondo Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1995) examina principalmente el periodo 1954-1965 en el que Salazar Bondy se convierte en prolífico protagonista del ambiente cultural limeño. El libro es en verdad un retrato del ambiente cultural de ese periodo, una contribución importante en tanto constituye el inventario de la abundante producción periodística y literaria de Salazar Bondy (incluyendo trabajos inéditos), esfuerzo que hasta la fecha nadie más ha realizado y que sirve para quienes como bibliófilos y seguidores del ejemplo de nuestro eslabón cultural más grande podamos orientarnos mejor y comprender la evolución y proceso del gran gestor y personaje cultural que fue el autor de “Lima la horrible”.
Conocido más por su vasta obra teatral y sus ensayos (los de arte publicados tardíamente, los periodísticos aún pendientes), Salazar Bondy fue sobretodo el más fecundo promotor cultural del que tengamos noticia, estuvo dotado de un notable espíritu de comprensión humana, generosidad y sentido del humor, que hoy no existe y se extraña. Quienes puedan conseguir el libro (lamentablemente en Chimbote no se pueden hallar este tipo de publicaciones, hay que trasladarse hasta Lima) lo van a disfrutar; a los que no lo encuentren, avisen –con confianza- para visitar juntos las fotocopiadoras de la avenida Pardo y dar rienda suelta al respectivo pirateo.

Seguir escribiendo, seguir fracasando



Augusto Rubio Acosta

En el Perú, donde existen todas las condiciones para la muerte y desaparición definitiva de la literatura, es una hazaña publicar un libro; si se trata de una publicación cuyo contenido es valioso, el hecho se convierte en algo heroico. En los tiempos que corren, proliferan sellos editoriales “independientes” e iniciativas libreras vinculadas a un empresariado y emprendedurismo mayormente atento y dispuesto a todo aquello que venda y constituya un fructífero negocio, convirtiendo al libro en vil mercancía y marginando a quienes verdaderamente producen cultura y conocimiento elevados.
Así es y así ha sido siempre. Por ello es complicado –imposible casi- ser escritor en los días que nos tocan. Vivir a salto de mata o lo que es lo mismo: inmerso en la literatura, nos acerca a esa estrecha frontera entre el autoflagelamiento y la sobrevivencia. Sin embargo, todavía hay autores que preferimos que  nuestros libros hablen por sí mismos, que preferimos estar dedicados a lo literario, establecer una relación radical con las letras, y organizar nuestras vidas alrededor de la producción de ficción y no ficción, sin promoción, sin agente literario, sin editor, sin grupo literario de por medio, etcétera. El resultado (el libro) siempre será –en consecuencia- espontáneo y estaremos más centrados en escribir en el sentido más entero del término; eso es lo finalmente valioso, lo imprescindible.
Estos días, que alisto la nueva edición de uno de mis libros, me he puesto a reflexionar aún más en las enormes limitaciones que existen para publicar y en que quien sabe el esfuerzo que uno hace para compartir lo escrito esté encaminado al fracaso. Quienes toda la vida hemos sido hacedores y hemos tenido un objetivo: escribir, lo sabemos de una u otra manera. Ese es nuestro espacio más intenso y necesario, el libro es nuestra herramienta (nuestra arma) frente al mundo, pero el fracaso (ese territorio de la imposibilidad que es la literatura) nos lleva a seguir escribiendo y a seguir publicando (y fracasando) hasta el día que el camposanto del cerro San Pedro nos permita el ingreso y pasemos a la antihistoria. Es cruel decirlo, pero es así; y es hermoso y bueno que así sea.