jueves, 27 de diciembre de 2007

Freddy Escudero se aferra a la vida

Destacado músico chimbotano necesita con urgencia nuestra ayuda económica y moral para salir del estado de coma en que se encuentra

Titular de la Casa de la Cultura de Chimbote y destacado músico y difusor de nuestro folklore, Freddy Escudero Gonzáles lucha infructuosamente contra la muerte desde el lunes pasado en la unidad de cuidados intensivos del Hospital Regional “Eleazar Guzmán Barrón” del distrito sureño.
Víctima de un coma diabético, Freddy resintió su salud la semana pasada, pero eso no le impidió cumplir con compromisos culturales pactados con antelación en el interior de Áncash, donde precisamente se presentaron los problemas de salud que lo han llevado a estar postrado en el nosocomio.
Según la directora del Hospital Regional, Ivonne Cuadros, quien visitó la tarde de ayer al paciente en el quinto nivel del citado nosocomio, la situación se presenta complicada y el cuadro que padece el músico es sumamente delicado.
Ante tal coyuntura, sus amigos de siempre en el trabajo cultural han iniciado una cruzada de solidaridad que hacen extensiva al público en general a quienes invocan a colaborar pecuniariamente para poder adquirir antibióticos que urgen ser utilizados en el tratamiento médico.
“Todos estamos con Freddy Escudero, un trabajador cultural muy estimado en Chimbote. Se necesita el aporte económico voluntario de quienes puedan ayudar en la adquisición de medicamentos costosos que servirán para la recuperación de Freddy. Cualquier aporte por muy pequeño que sea será muy útil; hagan llegar sus donativos a Río Santa Editores (jirón Pizarro 710) o a la sede del Instituto Nacional de Cultura (INC), sito en la tercera cuadra de la avenida Gálvez. De antemano les estamos muy agradecidos”, declararon anoche a Marea Cultural Jorge Álvarez Bocanegra, titular del INC y Jaime Guzmán, poeta y editor chimbotano.

Deep Purple: el 20 de febrero en Lima

Banda de hard rock progresivo en memorable concierto en el Estadio Nacional

Los seguidores de Deep Purple ya pueden celebrar, pues ayer la empresa organizadora de eventos Lahersa Producciones confirmó, a través de una nota de prensa, que la banda británica de hark rock/rock progresivo volverá a nuestro país para brindar un memorable concierto a desplegarse el miércoles 20 de febrero en el Estadio Nacional, el cual –se aseguró– “será adaptado especialmente para lograr una máxima visibilidad” a unos 10 mil asistentes. También se informó que las entradas estarán próximamente a la venta.
De esta manera, los músicos Ian Gillan, Ian Paice, Roger Glover, Don Airey, y Steve Morse pisarán nuevamente suelo peruano luego de 11 años de haber dejado huella en su primer encuentro con el público local durante su presentación en la Universidad de Lima. Los seguidores de Deep Purple ya pueden celebrar, pues ayer la empresa organizadora de eventos Lahersa Producciones confirmó, a través de una nota de prensa, que la banda británica de hark rock/rock progresivo volverá a nuestro país para brindar un memorable concierto a desplegarse el miércoles 20 de febrero en el Estadio Nacional, el cual –se aseguró– “será adaptado especialmente para lograr una máxima visibilidad” a unos 10 mil asistentes. También se informó que las entradas estarán próximamente a la venta.
Ian Gillan, Ian Paice, Roger Glover, Don Airey, y Steve Morse pisarán nuevamente suelo peruano luego de 11 años de haber dejado huella en su primer encuentro con el público local durante su presentación en la Universidad de Lima.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

Ruinas antiguas y ruinas modernas

Germán Torres Cobián

Viajé a Grecia por primera vez en el siglo pasado, atraído por una inquietante propuesta que entonces consideré verosímil. Había leído en una novela de García Márquez que era posible visitar todas las islas del Mar Egeo saltando encima de ellas, una detrás de otra. In situ, pude cerciorarme de que tal proeza era impracticable y no pasaba de ser una invención más de las fértiles neuronas del autor de “El otoño del patriarca”. Así que me contenté con recalar en Rodas y en Ítaca, el legendario reino de Ulises en el Adriático; y con pasar obligatoriamente por la milenaria Atenas.

Nunca lograré entender porqué los ínter nautas han prescindido de la Acrópolis de Atenas en su elección de “Las Siete Maravillas del Mundo Moderno”. Se ha dicho de ella que está en ruinas por la masiva afluencia de turistas y que ya formó parte de una antigua relación de maravillas universales. Sin embargo, la grandeza de la Acrópolis ha superado el paso del tiempo y la devastación. Quienes la hemos visitado a mediodía, sabemos también que es un auténtico museo de la belleza femenina mundial.

Compartid mi experiencia. Pago mi boleto, cruzo la puerta y una colina llena de mármoles erosionados se levanta ante mi, materialmente cubierto de mujeres en “shorts” que reptan hacia el Partenón. Me asalta una tentación de “voyeur”: ¿qué debo empezar a admirar?, ¿las ruinas de aquel complejo construido por Pericles en el año 444 a.de J.C. o las hermosas visitantes extranjeras? Junto a las columnas jónicas y dóricas y a la Atenea de Fidias estaba presente toda la grandiosidad de la belleza femenina según los cánones establecidos por el artista griego Zeuxis en el siglo V anterior a Cristo: bellas holandesas, bellas japonesas, bellas egipcias, bellas argentinas, bellas españolas, bellas mulatas caribeñas…con sus peculiares características según su procedencia geográfica. Todo esto lo menciono en cuanto a la relación figura-rostro sin considerar otras clasificaciones posibles derivadas de variadas concepciones estéticas.

Aunque soy un fervoroso partidario de los encantos de las féminas como elementos esenciales de los dones con que nos prodiga Madre Natura, decidí que por muy estimulante que fuera el espectáculo que ofrecían las damas, debía tratar de admirar la Acrópolis sin la masiva presencia humana. Y esto sólo se consigue a primeras horas de la mañana cuando los bedeles abren las puertas y uno se introduce con toda urgencia para formar parte de los primeros que reptarán por sus laderas contemplando el mármol en sus distintas formas, casi devuelto a su condición de piedra, pero no por eso menos atractivo.

Confieso mi afición por las ruinas. Si los que amamos el arte antiguo y moderno no contemplamos las ruinas con cierta dedicación, ya me diréis vosotros quién va a malgastar su atención en ellas. Sin embargo, las ruinas modernas no me emocionan. Me explico. Cada época genera construcciones que nacen para morir y entonces se convierten en ruinas modernas. Por ejemplo, allí están esos apabullantes restos de Kalitea, las termas mussolinianas construidas a diez kilómetros de Rodas según el mejor estilo de los decorados de Holliwood para películas de Rodolfo Valentino. Los italianos crearon un hermoso, decadente e inútil balneario de aguas minerales en los años veinte; poco después las aguas calientes dejaron de manar y el sitio se convirtió en las ruinas modernas de Kalitea, muy visitadas por turistas despistados que se hacen un lío ante el asunto y se preguntan si lo que allí agoniza son las termas del cruel emperador romano Caracalla o el capricho de un huachafo jeque de Kuwait forrado de petrodólares.

No muy lejos de Madrid, en el municipio de El Escorial, hay otras ruinas modernas: El Valle de los Caídos. Es un superfluo monumento en homenaje a los combatientes muertos en la Guerra Civil española (1936-1939). Fue mandado construir por los vencedores pero lo levantaron los vencidos que cayeron como moscas en el esfuerzo. En su espaciosa basílica excavada bajo las rocas reposan (es un decir) los restos mortales de algunos fascistas y del dictador Francisco Franco quien tuvo en un puño a España durante casi cuarenta años. Aquello se ha convertido en unas excelentemente bien conservadas ruinas para turistas, pero abandonadas por la memoria colectiva española. La mayoría del pueblo ibérico ha olvidado ese terrible, presuntuoso, siniestro monumento construido a escala de la espantosa hecatombe de la contienda fratricida.

Ese gigantesco mausoleo y sus aditamentos interiores y exteriores son los elevados zancos con los que el tirano de El Ferrol de Galicia quiso encaramarse a la altura de la Historia, sin percatarse de que el pueblo español habría de marginar de sus recuerdos a él. Yo devolvería los restos humanos que allí quedan a la piedad de las tierras españolas y al culto sincero de sus deudos y luego, una de dos, o se vende el monumento a alguna productora cinematográfica para filmar una nueva versión del “Drácula” de Bram Stocker o, sencillamente, que lo dinamiten.

Chimbote también posee una ostentosa ruina moderna. Es el templo que se levanta mayestático en el cerro que limita por el norte nuestro puerto. De él hablaremos puntual y minuciosamente en una próxima nota.

Dos poemas de Axthedmio Mau Guil *

Dromedarios abriles en tibios apellidos de nada

Cierro mis ojos
Cierro las celdas de mi cráneo
Cierro el extraño ruido del silencio
Que ociosas van tomando forma de poema
Pienso y no pienso en un asesinato
Resuelvo en una triste ecuación cuadrática de besos
Estos dromedarios abriles góticos de amor
Pienso en la naturaleza del cuchillo
Y entre su desnudez artística me secuestro
A veces pienso y cierro los no ojos
El mundo parece apretar mis parietales con los muslos
De mis ojos
Pienso en no
Una sílaba enloquecida
Resbalándose bajo la espalda de junio
Que toma forma de híbridos ataúdes
Y en cada una de ellas
Un tibio apellido con olor y sabor a Nada


De la premura y la estolidez ortopédica


Con sus labios a mi orilla
La mujer prematura de estolidez ortopédica
Desnuda y loca va comiendo los peces agrios de melancolía
Varado en un cuerpo de mujer
La rutina es niña otra vez en un día
Anclada entre el treinta y cinco agosto de mis brazos
Ella deshojando la negra flor de su onceavo otoño
Juega con mis huesos
Los va tejiendo de travesuras haciendo ostias de locura
Con la curvatura de su lengua en irónicos sexos
Preocupada viste el traje suicida que la convierte en asesina
De esta nada
Que tiene por testigos los ojos de dos centinelas niños
Que van tomando forma de barro y error
De huesos e invento de mujer…
El mar dobla sus labios a mi orilla
Se arrodilla indecorosa
Y
La rutina es otra vez un día que no sana…


* Poemas tomados del libro inédito Anatomía de la sombra. El autor, Axthedmio Mau Guil nació en Lima-Perú en 1988, cursa estudios de comunicación Lingüística y Literatura en la UNASAM. Actualmente colabora y ha publicado sus trabajos en algunas revistas físicas y virtuales del medio, asimismo difunde sus trabajos en su blog: www.literatura-zero.blogia.com

El poeta de los niños del Perú

Eduardo De la Cruz Yataco. In nemoriam

Aureo Sotelo Huerta

La República del día 20 de diciembre del 2007 informó acerca de la muerte de nuestro extrañable amigo y colega Eduardo. Estuvimos en su velorio entierro; extrañamos muchos rostros conocidos. Frente al cádáver de nuestro hermano "Pedro Rojas", como diría Vallejo, lo vimos contemplándonos, "Su cadáver estaba lleno de mundo". Recordamos los gratos momentos que pasamos junto a él que pudo haber sido muchos más, entonces pensé como Gorki frente a la tumba de León de Tolstoy: "Mirad qué grande hombre todos los días pasaba junto a nosotros". Fundó junto a Roberto del Rosario, Jesús Cabel, Carlota Flores, Danilo Sánchez, Cronwell Jara, Cecilia Granadino, Saniel Lozano, Milciades Hidalgo y su siempre inseparable Dulcinea Miriam, LA ASOCIACION PERUANA DE LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL, del que fue en varias oportunidades su Presidente Nacional o de la Filial de Lima. Su amor por la lectura, la Literatura y la Creatividad también lo llevó, junto a otros amigos del arte, a la creación de APELEC, Asociación Peruana de Promoción a la Lectura o SOPERARTE, Asociación Peruana de Educación por el Arte.

Cuánta razón tenía, ahora que ocupamos los últimos lugares en educación y especialmente en lectura en América Latina y el mundo, según informes de la UNESCO, que el hábito a la lectura, la escritura y la literatura debe empezar desde los primeros años de la vida del hombre, sobre la base de una estimulación temprana sostenida sobre la base de la creatividad. Para demostrarnos sus teorías investigó y sobre todo experimentó utilizando diferentes técnicas en los talleres que a lo largo y ancho del país creó con apoyo de sus discípulos. Hoy sus libros hablan por él.

Hasta octubre del presente año fue Presidente de la APLIJ nacional, con este motivo lo encontramos en Trujillo en el XXVI Encuentro: CIRO ALEGRIA, al que asistimos pocos; extrañó la ausencia de los conspicuos miembros de la APLIJ de Chiclayo, Cajamarca, Chimbote, Lima, que pese a estar tan cerca no llegaron; hoy frente a la dolorosa pérdida del amigo y colega que nos contagiaba con sus entusiasmo: como Melibea frente al cadáver de Calixto dirán: "Tan presto alcanzado el placer, / tan presto venido el dolor/ Cómo no gocé yo más del gozo/ Cómo tuve en tan poco la gloria/ que entre mis manos tuve/ Oh ingratos mortales, jamás conoceréis/ vuestros bienes sino cuando los perdéis...". En Trujillo disertó el tema de sus amores: "La literatura y la creación en los niños". Como todas sus conferencias fue muy celebrada y lleno de preguntas. Luego de entregar la batuta o pendón de la Presidencia de la APLIJ NACIONAL, por el que luchó tantos años, en manos de la gran poeta MARITZA VALLE, nuestra ahora flamante Presidenta Nacional, regresó a Lima contento porque se había cumplido uno de sus caros sueños: que una dama de inteligencia superior y comprometida como él, con la APLIJ lo reemplace en este cargo. En las reuniones de la APLIJ será muy recordado porque daba vida a esta institución con planteamientos novedosos y gran sentido crítico asumiendo cualquier cargo en el momento que lo creía conveniente.

A Eduardo lo recordamos en innumerables eventos en el que participamos, AMABA EL TEATRO, MUCHAS VECES A SU INVITACION INTERVENIMOS CON EL ELENCO DE LA URP EN INFINIDAD DE CERTAMENES. POR EL FUIMOS ESTE AÑO A TRUJILLO PRESENTANDO DOS OBRAS: "Don Dimas de la Tijereta" y "La papa y Parmentier", donde él estuvo en primera fila. También me invitaba a sus clases para que les hable a sus alumnos acerca de la importancia del teatro en la educación. El participó en muchas ferias de libros, junto a su inseparable Miriam y a sus tiernas y bellísimas hijas que se compenetraron con el quehacer de su célebre padre; nos pasaba la voz para vender nuestros libros. -_SI NO MOSTRAMOS LO QUE PRODUCIMOS EL PUBLICO SIMPLEMENTE NOS IGNORA. DECIA CON MUCHA SABIDURIA –Debemos participar en toda feria de libro –Recomendaba y gracias a esta tenacidad logró un espacio gratuito para La APLIJ en la Cámara del Libro en que no sólo exhibíamos nuestros libros sino teníamos un espacio para las presentaciones, conferencias, talleres y el teatro. Lamentablemente la mayoría de los integrantes del APLIJ no le apoyamos, lo dejamos solo a él, a Miriam y sus tres muñequitas para que se encargaran de todo. Finalmente se cansaron y perdimos este espacio, que parafraseando a Proust tenemos que ir ahora, ya sin el auxilio de Eduardo, en busca del tiempo perdido. Como vemos es tarea urgente de la nueva Junta Directiva.

ALGUNAS INOLVIDABLES ANECDOTAS. En el Encuentro de Chiclayo (Creo que fue el 93), Eduardo nos enseñó que aquello de que al pueblo hay que "darle lo que le gusta", que siempre es ramplón, de mal gusto, poco culto, porque tiene carencias, es una falacia, una infame mentira. En ese Encuentro al que habíamos asistido más de 1500 personas, después de iniciado el evento con las conferencias magistrales, cuando nos aprestábamos pasar a los talleres, de pronto, una delegación de personalidades encabezado por el señor Alcalde Reque? invitó a Eduardo que como Presidente de la APLIJ lo acompañe en la Ceremonia de los festejos por el aniversario de ese distrito. Eduardo aceptó de inmediato y nos pidió a quienes no teníamos talleres que lo escoltáramos. Una delegación de 12 personas acudimos a la ceremonia. Cuando llegamos, la banda de músicos nos dio la bienvenida y el pueblo en pleno, con sus estudiantes bien uniformados, las damas y caballeros elegantemente bien vestidos, con saco y corbata, nos esperaban. Como Eduardo no había llevado su corbata tuvo que buscar que alguien le preste. El hábito no hace al monje, se dice, pero en algunas circunstancias sí es necesario el hábito; comentó. De esta manera correctamente vestido saludó a ese maravilloso público, que había esperado pacientemente la llegada de sus escritores, de sus poetas, a quienes querían saludarlos.
LO INCREIBLE. MUSICA CULTA PARA EL PUEBLO. Luego de un sobrio y original programa en la Plaza de Armas, el locutor invitó al público pasar a la iglesia. Pensamos en la misa, pero, ahí nos esperaba la Orquesta Sinfónica de Trujillo compuesto por 80 profesores. Cuando todo el pueblo se había ubicado en el sagrado recinto, el Director de la orquesta, luego de identificarse y saludar, inició el concierto, con bellísimos fragmentos de Mozart, Beethoven, Lizt, Shubert, Tchaikovski, Vivaldi, Valderrama, Robles. ¡TODOS GOZAMOS HASTA LO SUBLIME DE ESE BELLO ESPECTACULO, ESE PUEBLO QUEDO MARAVILLADO Y ESPERANDO EL PRONTO REGRESO DE LA ORQUESTA. EDUARDO FELIZ COMENTABA: _LUEGO DICEN QUE NUESTRO PUEBLO NO SABE APRECIAR LO BELLO, LO SUBLIME; ¡INGENUOS!

En el Encuentro de la Cantuta “Carlota Carvallo de Núñez”, de 1994, lo encontré muy feliz porque a ese evento acudieron más de mil participantes, incluso extranjeros amantes de la Literatura para niños y jóvenes, COMO SIEMPRE SE LOGRO ESTA HAZAÑA SIN CONTAR CON UN SOLO CENTAVO. Incluso con los pequeños excedentes se creó UN FONDO EDITORIAL. ERA UN HOMBRE TRANSPARENTE.

En Huancavelica (1996) su felicidad fue inmensa cuando llegaron en caravanas interminables más de 2300 aplijistas. No teníamos antecedentes, pero algo sucedió que la gente se volcó a ese olvidado departamento. El famoso "Tren macho" al ver a tanta gente se entusiasmó y cuando los directivos tuvieron que enganchar más y más vagones, ese tren avanzaba eufórico por la gradiente hasta llegar a su destino sin contratiempos, es decir a lo macho. Fue uno de los Encuentros más numerosos y bien organizados de la historia de la APLIJ, al extremo que hasta los talleres reventaban, la venta de libros batió récord, la creatividad en todas sus formas alcanzaron su mejor momento, las noches de bohemia en las diskotecas de ese pueblo llamado "La tierra del mercurio", en que Eros y Cupido hacían de las suyas, fue algo realmente sensacional, grande, nunca antes visto. OJALA LOS MIEMBROS DE LA APLIJ DE HUANCAVELICA SE ANIMARAN REALIZAR OTRO EVENTO SIMILAR. PARA DEMOSTRAR QUE SI SE PUEDE.

En resumen, Eduardo fue un gran humanista, EGRESADO DE LA UNMSM, de la Facultad de Educación y Letras, perteneció a mi brillante generación del 1960 a 1964, en que destacaron personalidades como Torero, Heraud, Piscoya, Cerrón Palomino, Iván Rodríguez, Calvo, Benjamín Torres, otros que pertenecieron al grupo “Piélago”. Eduardo fue un magnífico investigador. El gran poeta de los niños. Hizo estudios de post grado en Linguística y Literatura en España. Ocupó puestos importantes en el Ministerio de Educación, CONUP, INIDE. Fue miembro de la Comisión de Lexicografía de la Academia de la lengua Española. Ha sido profesor en varias universidades, siendo su temática preferida El Lenguaje y la Creatividad, Razonamiento verbal, literatura infantil. Creador de relatos y antología de poesías. En Creatividad es autor de varias obras relacionadas con la motivación a niños y jóvenes en la creación de sus propios cuentos o poemas logrados a través de talleres de creatividad. Autor de texto para la educación secundaria con el nombre de: Lenguaje y Literatura razonamiento verbal y creatividad", “Literatura Española, lenguaje y creatividad. Razonamiento verbal” etc. En 1991 el Instituto del Libro y la Lectura- INLIL, le confirió el Honor al Mérito; ganó los Laureles Magisteriales otorgado por la Municipalidad de Miraflores en 1992, entre otros.

LOS HERMOSOS EPIGRAFES. Fue un auténtico amigo, colega y sobre todo un verdadero MAESTRO DE JUVENTUDES QUE DEJA UN ESPACIO DIFICIL DE LLENAR. Como mi amigo el dramaturgo Grégor Diaz que solía decirme cada vez que nos encontrábamos ya sea solos o en público: Aureo Sotelo, enfermero veterinario y herrador de caballos guardaespalda de un presidente de la República, así Eduardo solía decirme mientras Miriam sonreía: Aureo, Saco lago(ta), warmi mandanán (“pisado”). Son epígrafes inmarcesibles, llenos de candor que arrullaban mis oídos. Voz que ahora han enmudecido, pero, felizmente sus obras seguirán hablando por él.

Descansa en paz, hermano Eduardo.

Marta y María

Un cuento de Jorge Eduardo Eielson

Marta enjugó las lágrimas a María y trató de arroparla con una manta de lana. Sus pies estaban helados y hacía muchos días que no comía. Las canas ponían ya un brochazo blanco sobre su rostro pálido y arrugado. ¡Si ella hubiera podido llevarla lejos de aquel lugar, a un sitio menos oscuro, en donde pudieran vivir libremente! Afuera de la choza, la tierra se extendía llana y vacía; la última gota de Sol pendía de un olivo solitario, amenazado siempre por un golpe de lluvia. Marta encendió una lámpara de aceite, se envolvió en una frazada y trató de reposar al pie de su hermana. Los sollozos de María se habían tornado mecánicos, casi no le dolían. De vez en cuando un silencio insondable llenaba su boca y sus miembros empezaban a temblar agitados por una brisa fina y mortal. Entonces Marta la sacudía igual que a un saco de nueces y sus huesos sonaban hasta que, imperceptiblemente, como a través de un tubo de nervios y de sangre helada, volvía el llanto a su garganta y la inundaba de lágrimas calientes. Marta se sentía fuerte por esto; el llanto perenne de su hermana era su mayor consuelo; a su lado se creía llena de un poder humano que, a su vez, la misma María daba oportunidad para ejercitarse. ¡Qué hubiera sido de la triste y débil María sin la ayuda leal, siempre solícita de Marta! Una sola cosa le dolía a ésta: el amor de María por Lázaro. Lázaro, sin embargo, había muerto hacía mucho tiempo y su triste hermana no cesaba de llorarlo. Pero ahora que las dos yacían en la miseria, ahora que las dos se habían visto precisadas a vivir como animales, ocultas en una guarida sucia y maloliente; ahora que los días giraban a su alrededor sin traerles ni una sola punta de claridad, ahora que todo les era indiferente porque ya no esperaban nada, el llanto de María tampoco significaba nada. Marta estaba convencida que la única novedad entre ellas sería la muerte. La lámpara empezó a vacilar. María lloraba a su lado con la misma naturalidad con que ella respiraba. A través del boquete de la choza, el páramo permanecía en su tiniebla habitual. Ni un solo rumor, ni un dedo de luz; el aire existía apenas en un hilo de respiración fría y quebradiza. Hacía ya varios meses que vivían así. Sólo la muerte de María podría liberar a Marta de aquella covacha inmunda. ¿Y acaso no sabía ella cuál era la causa de su pena? ¿Debía resignarse a esperar que la muerte pudriera el rostro de su hermana en ese mismo lecho en el que ahora lloraba sin descanso? ¿Acaso no tenía allí a Lázaro, oculto en un rincón, como un monstruo repugnante con los ojos en hueco y la nariz comida por el cáncer? ¿Acaso no podría ella levarlo ante los ojos de María para que recordase, con mayor agudeza, que Lázaro había sido hermoso, jovial, rubio y alegre como un riachuelo, antes que aquel hombre moreno le resucitase? Marta decidió acelerar el fin de aquella existencia innecesaria. Ella también había aprendido a amar a la muerte, desde que Lázaro fue arrancado de su sepulcro contra su voluntad. Necesitaba morirse cuanto antes: estaba cansada de esperar, cuando los lamentos de María lo único que hacían era recordarle que ella era la más fuerte y que era inútil resistirse a la vida. Decidió trasladar a Lázaro muy cerca de su hermana, de modo que su aliento fétido y su cara carcomida estuvieran siempre a su alcance. Así lo hizo. Lázaro, sin embargo, se apartó de María y se arrastró hasta la ventana, con la cabeza doblada. Allí apoyó el rostro contra el alféizar y se quedó mirando la nieve con sus ojos acuchillados, su cuello verdoso, sus labios entreabiertos y llenos de pequeños gusanos amarillos. María trató de incorporarse hacia él, pero cayó en el lecho presa de un silencio mortal. Marta no pudo menos que reconocer el dolor incurable de María. Lázaro había sido para ellas la felicidad. Aún le parecía verlo, risueño como un niño, cantando y labrando, él mismo, el campo de una inmensa propiedad que les pertenecía desde la muerte de sus padres. Lázaro construyó allí una casa sólida, rodeada de árboles y flores, sin lujo, pero llena de Sol y de música. Porque Lázaro tocaba el arpa y gustaba de cantar después de las comidas. Marta y María lo habían amado por todo esto, y él no había mostrado jamás preferencia por ninguna. Marta recordaba claramente que cuando su hermano repartía la merienda o dividía los sembríos de trigo, lo hacía con una justicia admirable. Igualmente si alguna vez regalaba unas guedejas o un traje a María, al día siguiente llevaba un presente igual para ella. Muchas veces habían paseado juntos, montados en tres borriquitos dulces y mansurrones. Al fin de la jornada, Lázaro estrechaba, entre sus brazos, un caprichoso ramo de flores. El aroma de la tierra, la claridad caliente y vaporosa de las noches, el ruido del viento en el interior de las hojas y de los frutos, la frescura de la yerba sobre la tierra, todo era para Lázaro objeto de adoración. Marta y María no pudieron dar crédito a sus ojos cuando una tarde, por entre el jardín oscuro, debajo de un durazno cargado de frutos, apareció un hombre de barba con el cadáver de Lázaro entre los brazos. Las dos hermanas asistieron al entierro transformadas en dos estatuas de piedra. La imagen muerta de Lázaro era demasiado dolor, pesaba demasiado sobre sus ojos para que el llanto acudiera. Nada ni nadie podría ahogar ese cariño dulce y profundo que él les había ofrecido como un raudal inagotable. María se tornó fría y taciturna, pero Marta hizo lo posible por distraerla con su constante solicitud. Por el bien de María tuvieron que abandonar aquellos lugares cargados de nostalgia, de los que las flores y la música también habían huido para siempre. Todo lo habría borrado el tiempo si la marcha hacia la eternidad, iniciada por Lázaro, no hubiera sido impunemente detenida...

lunes, 24 de diciembre de 2007

Dos poemas de Carpa Grau

Poeta chimbotano Jhon López adelanta dos poemas inéditos de su inminente entrega basada en la música tropical peruana y dedicada a sus principales cultores.









Penal de Lurigancho

haber, ese Neto tiene visita.

Para huir de las respuestas en el tiempo
una vieja ola viene a verme a Lurigancho
una piedra marchita en el apagón
una premeditada derrota
permanentemente en la marea,
hoy es día de visita y
cada fragmento de esa lágrima cercada
como recuerdo ambiguo y vestido por el sol
es fuego encerrado entre grandes animales mudos.

Aquí viene la extinción como piedra de aire
porque un sueño escondido es un dolor
una angustia que forma el corazón
entre constelaciones y basurales
entre días y noches
entre despojos valorativos
que arman los pies
en grandes lágrimas
y otras aguas tentativas
como un hambre tenaz en las estaciones.

Aquí vive peluca
la materia condenada que desconcierta el vuelo de las moscas
la hoja que es argumento de hielo
que no existe
que es pájaro muerto
suspendido en el ojo
cuando es llamado de noche por un silbido negro.

Baja la mañana y saluda con su mano recién desenterrada,

yo mordisqueo un mendrugo,
yo la hija abandonada con cabeza de madre
que preguntaba porque quería ser el doble del mundo,
el botón gris de mi padre
mudo como sangre vegetal y terrestre en el aire y el agua.

A esto entrego el oído y el ojo
mientras
una avalancha de sangre en el cielo
buscó la expiración.

Yo espero a Neto,
yo espero la muerte.


Dile…

al imbatible, Julio Mau

Dile de tu voz que viene a cerrar mi sangramiento,
de esta cárcel de tierra
que aleja tu mano echada en la marea.

Dile de tu cuello como palabra delicada
al color invisible del viento,

cuéntale que estoy lavando tu nombre,
disputándolo a los muertos,
mostrando mi resto coagulado hecho por ti una nave,
dile de los estanques del bosque donde
una boca mueve un ritmo de palabras
una herida de muerte hasta el alma.

Anda, ve y dile, de la sombra que en tu casa crece
de la piedra ante un árbol cuya sombra es mi corazón,
cuéntale de mi noche a menudo
que parte y se va a otras noches para mirar los colores
que huyen y se hacen mañanas.

Dile que cayeron tus pies
ante una canción popular,
cuéntale que los astros
mueren cerca a los veranos
para esperar la mañana.

Anda, ve y dile, que esta sangre calla a los de arriba,
que mi espuma no es de altavoces
sino de una palabra soplada por las olas y las sombras
y la nieve púrpura que se humedece por los aplausos,
anda ve y dile.

Entrevista a Marco Martos*

Hildebrando Pérez conversa con el poeta. 1967.

Hace exactamente cuarenta años Hildebrando Pérez entrevistó a Marco Martos para el séptimo número de la revista Universitas, publicación del Centro de Estudiantes de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad Nacional de Ingeniería. En dicho número aparecen textos de Fernando Silva Santisteban, Bertrand Russell, Luis Lumbreras y Manuel Scorza, entre otros habitantes del la poesía. La revista, homenaje a Sebastián Salazar Bondy, trajo entre otros temas de interés, la siguiente conversación que posteamos para una placentera relectura. (Nota del editor)

Entrevista a Marco Martos

Hildebrando Pérez

El poeta Marco Martos ha obtenido el Primer Premio de Poesía en los Juegos Florales Universitarios convocados por la Federación Universitaria de San Marcos en homenaje al Centenario Republicano de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas.

¿Qué es la poesía?
Arriesgo esto: la Poesía es como un río que baña y da nombre a las cosas y a las cosas conocidas, transforma.

¿Escribes mucho?
Intento escribir con bastante frecuencia; escribo poco, generalmente por ráfagas que pueden durar una semana, un día, o un mes.

¿Aún escribes "para calmar tus nervios, y casi por necesidad"?
La pregunta alude a un poema mío y tiene vigencia en ese contexto. Sin embargo a veces vuelve a repetirse el fenómeno. Ante el papel en blanco "Un rato se levanta mi esperanza" y después torno a escribir "para calmar mis nervios".

A propósito, ¿que nos dices de Casa nuestra?
Más allá de la Teoría Literaria, un libro, bueno o malo, es como un hijo. Los poemas de Casa nuestra tienen derecho a la primogenitura.

¿Reconoces, actualmente, influencias importantes en tu obra?
Me siento diminuto para "reconocer" influencias. Prefiero hablar de libros que me gustan o que no me gustan, de libros que leo o que me gustaría leer.

¿Qué estas leyendo?
Estoy leyendo a Proust y mira lo que dice: "sí, la poesía, ya lo creo, nada sería más hermoso si fuera de verdad y si los poetas creyeran en todo lo que dicen. Pero algunas veces son más interesados que nadie. Que me lo digan a mí. Tenía yo una amiga que estuvo en relaciones con un poetillo. En sus versos todo se volvía hablar de amor, del cielo y de las estrellas. Pero buen chasco le dio. Se le comió más de trescientos mil francos".

¿Y de poesía?
Con bastante retraso, y después de haber leído Isla de otoño, estoy leyendo La voz del tiempo de Manuel Velásquez. Cosas del Perú: pocos han reparado en la hondura de estos versos.

Si hubiera una redada bibliográfica y tuvieras la oportunidad de salvar tres libros, ¿cuáles serían?
En principio, merced a los beneficios del papel biblia, salvaría más de tres libros, pero no los voy a decir, precisamente para poder salvarlos.

¿Qué opinas sobre la poesía contemporánea del Perú?
Un gran escritor: Vallejo, necesariamente aplasta a la generación siguiente. Recién a partir de 1945 surgen poetas de valía. Esto lo niegan a voz de cuello algunos jóvenes; pienso que exigen mucho a los demás y se dispensan a sí mismos. Delgado, Belli, Guevara, Romualdo y Sologuren son auténticos creadores.

¿Algunas palabras sobre Javier Heraud?
Javier Heraud, en el siglo XX, es el primer escritor peruano que muere por sus ideales. De allí que su figura está adquiriendo contornos místicos, en el proceso revolucionario peruano. En cuanto a su poesía, pienso que después del éxito de sus primeros libros, estaba en una etapa de búsqueda para darle a su palabra, un contenido social.

¿Estás de acuerdo con la Carta enviada por los intelectuales cubanos a Pablo Neruda?
Completamente. Esto ya es público desde el año pasado con ocasión de la Primera Convención de Escritores Jóvenes "Edgardo Tello". En ese certamen, se acordó, por unanimidad solidarizarse con los escritores cubanos.

¿Te adhieres al Tribunal Internacional de Crímenes de Guerra que ha instituido el filósofo inglés Bertrand Russell?
Tengo la impresión que cada Presidente Norteamericano se esfuerza en ser peor que el anterior.

¿Qué función debe desempeñar el intelectual en un país subdesarrollado como es, sin duda, el nuestro?
El intelectual es la cuerda más sensible de una sociedad en crisis. El estudio de la realidad muchas veces se complementa con la protesta y con la rebelión. Naturalmente, estas afirmaciones están supeditadas a una concepción clasista de la sociedad; más claramente: hay intelectuales de derecha e intelectuales de izquierda y a buen entendedor, pocas palabras.

*Tomado de Caretas

Günter Grass: Pelando la cebolla

A propósito del último libro del Premio Nobel de Literatura 1999

El escritor alemán y Premio Nobel de Literatura en 1999 Günter Grass, quien en octubre pasado cumplió 80 años, cuenta gran parte de las experiencias de su vida en 'Pelando la cebolla' (Alfaguara).
Las críticas del libro se centraron en la participación de Grass en las SS hitlerianas cuando tenía 17 años; en los extractos aparecidos en diversas publicaciones, 'Pelando la cebolla' - que mezcla la más pura melancolía con toques de un sutil humor y chocantes confesiones- pareciera contener mucho más que su etapa en esa organización militar.
Ahora bien: que un Premio Nobel narre eso causa algunos sacudones. Gran parte de la prensa lo señaló como culpable de su paso por las SS de Hitler cuando en verdad claramente él mismo ya se inculpaba en el libro (se reprocha el no haberse hecho las preguntas que luego, de mayor, sí se hizo).
Pero ¿qué tiene que decir Günter Grass al respecto? En una entrevista realizada por Juan Cruz y publicada por el diario 'El País' de Madrid, Günter Grass habla de ello:

"Es verdad que durante mi adiestramiento en la lucha de tanques, que me embruteció durante el otoño y el invierno, no se sabía nada de los crímenes de guerra que luego salieron a la luz, pero la afirmación de mi ignorancia no podía disimular mi conciencia de haber estado integrado en un sistema que planificó, organizó y llevó a cabo el exterminio de millones de seres humanos. Aunque pudiera convencerme de no haber tenido una culpa activa, siempre quedaba un resto, que hasta hoy no se ha borrado, y que con demasiada frecuencia se llama responsabilidad compartida. Viviré con ella los años que me queden, seguro".

"Yo me preguntaba cómo un chico que no era precisamente tonto había creído hasta el final en la victoria final. Cómo fue posible que no lo pusiera en duda en ningún momento. Cómo es posible que no se haya preguntado por el profesor del colegio que había desaparecido, y que volvió después de cierto tiempo, cómo no me pregunté qué había pasado con él. Cómo no le preguntamos: ¿dónde ha estado usted? ¿En un campo de concentración? ¿Qué es un campo de concentración? ¡¿Cómo es posible no haberse hecho preguntas?! ¿Y qué había pasado con el compañero de clase que era testigo de Jehová y que no quería tocar su fusil? ¿Por qué desapareció? Son cosas muy importantes sobre las que no me pregunté, cómo es posible que no me las preguntara."

En un mundo en que nadie debería dudar cuando se habla de nazismo - pero que duda -; en un planeta en donde G. Bush es reelegido presidente; nunca está de más volver a sacar a luz ciertos temas. Para no olvidar o para que las nuevas generaciones conozcan los genocidios pasados y no vuelvan a repetirlos.
Una última frase de Günter Grass para cerrar la idea:

"Lo que yo veo ahora, cuando hago lecturas públicas, es que hay muchos jóvenes ante mí. Es gente que no vivió aquel tiempo, lo han oído contar; gracias a Dios han crecido en una sociedad en paz, con bienestar. A través de la literatura yo los llevo a una época pasada totalitaria y a una sociedad de la posguerra, donde todo estaba en ruinas, y no sólo la casa sino también los seres humanos. Éste es un modo para ellos de conocer la prehistoria de su propia familia y los peligros de una sociedad encerrada en una sola verdad. Deben darse cuenta de los peligros que encierra verse seducidos en una situación como la que viví yo... Para los jóvenes todas éstas son experiencias nuevas. ."

Conversa con Jhon Updike

Extracto de una entrevista de Eduardo Lago al dos veces ganador del Premio Pulitzer

El novelista norteamericano John Updike (Shillington, Pensilvania, 1932) es un gigante en un país en el que no faltan gigantes literarios. Algunos de ellos son J. D. Salinger, Norman Mailer, Philip Roth, Toni Morrison, Gore Vidal o Joyce Carol Oates. Sólo esta última podría jactarse de ser tan prolífica como él. Por lo que a versatilidad se refiere, John Updike no le va a la zaga a ninguno. Afincado en Nueva Inglaterra, el perfil de John Updike como escritor reúne todas las características desaconsejadas por la Biblia del multiculturalismo: Es blanco, varón, heterosexual, anglosajón y protestante. Ello no ha impedido que se haya hecho acreedor a un respeto universal. Una novelista tan exigente y tan alejada de su estética como Margaret Atwood, decana de las letras canadienses, ha dicho de él: "Ningún escritor norteamericano ha escrito tantas obras de tanta calidad durante tanto tiempo". Autor de más de medio centenar de libros, su fértil imaginación lo ha llevado a explorar todos los géneros: teatro, poesía, cuento, novela, ensayo, autobiografía, obras para niños; casi ningún tema le es ajeno. Cuando publicó un libro sobre golf, un crítico aseveró: "Se puede escribir sobre deportes como el baloncesto o el béisbol y hacer que resulte entretenido, pero escribir sobre golf y conseguir que el lector se apasione, es algo que sólo está al alcance de John Updike".

¿Qué siente John Updike cuando está delante de las estanterías que albergan el más de medio centenar de títulos que ha publicado a lo largo de su vida?
Los primeros años, cuando sólo había seis o siete libros, me llenaba de satisfacción contemplarlos. Ahora es distinto. A veces pienso que quizá debiera haber escrito menos y entonces no puedo evitar sentir cierta repugnancia, como si fuera un elefante delante de una montaña de excremento.

Hábleme de su casa, de los lugares donde ha vivido, de su vida cotidiana...
Nací en un pueblecito de Pensilvania, donde transcurrió la primera parte de mi vida, hasta que fui a la Universidad de Harvard, en Nueva Inglaterra. Más adelante pasé una temporada en Londres, estudiando arte, y luego viví unos años en Nueva York. Mis primeras tres o cuatro novelas las escribí en Pensilvania, pero hay algo en Nueva Inglaterra que me sedujo desde la primera vez que puse un pie aquí: las pequeñas poblaciones, la gente, el paisaje, las ciénagas, el aire impregnado de salitre, el ambiente cargado de misterio... Desde hace 25 años vivo en las afueras de Beverly, una población costera del Estado de Massachusetts. Me encanta Nueva Inglaterra, soy muy feliz aquí, es un buen lugar para un escritor. La nómina de autores ilustres que han vivido en esta zona es muy extensa. Melville, Hawthorne y Emerson son algunos de ellos. Vivo con mi segunda esposa, Martha, en una casa de madera pintada de blanco, con unas vistas espléndidas del Atlántico. Trabajo en un ala de la casa, un conjunto de cuatro habitaciones que en tiempos fueron los cuartos de la servidumbre. Martha y yo no dejamos de decir que la casa es excesivamente grande para dos personas, pero la idea de una mudanza nos aterra, por los libros sobre todo. Llevo una vida muy sencilla, con un horario muy rígido que he mantenido siempre: me levanto muy temprano y me encierro a escribir hasta la hora del almuerzo. Desde el principio de mi carrera he procurado vivir de la escritura. Jamás he ejercido ningún otro oficio, ni siquiera la enseñanza, como hacen tantos escritores. Así que no tengo ninguna excusa, estoy condenado a escribir.

En medio de la soledad del proceso creativo, ¿hay momentos en los que su ficción se abre al lado más oscuro de las cosas?
Ciertamente, algunas de mis narraciones se adentran en el lado oscuro de la existencia. Son incursiones en las tinieblas que se ciernen sobre la isla de luz que es la vida, pero cuando estoy entregado en cuerpo y alma al acto de escribir, aunque el asunto sea trágico, siento un placer físico. Cuando estoy en pleno acto creativo y voy encontrando una a una las palabras que expresan lo que deseo decir, se apodera de mí una suerte de éxtasis.

A lo largo de medio siglo de dedicación a la literatura profesional nunca ha tenido agente y siempre ha mantenido una fidelidad absoluta a su editorial, a la revista 'The New Yorker' y a la persona que revisa sus manuscritos antes de su publicación...
No tengo nada contra los agentes literarios, conozco a muchos que son excelentes personas y buenos profesionales. Cuando empecé no era necesario tener agente, hoy la cosa ha cambiado bastante, pero sobre todo no me gusta que nadie interfiera con la intimidad del proceso creativo. No quiero que nadie opine desde fuera acerca de la dirección que debe seguir mi obra. Las lealtades de las que usted habla se forjaron al principio mismo de mi carrera. Lo primero que publiqué en mi vida apareció en la revista The New Yorker. Tenía 22 años y desde entonces nunca he dejado de colaborar con ellos. Mi primer libro fue una colección de poesía. Lo saqué en Harper porque era la editorial de muchos colaboradores de The New Yorker, pero mi siguiente libro, una novela, se lo ofrecí a Alfred A. Knopf, y desde entonces no he publicado nada con ninguna otra editorial. Una cosa que me gustaba era lo bien que hacían los libros. Tenían belleza visual. Me gustaba mucho la manera de ser de Alfred. Era un editor a la antigua usanza, mucho mayor que yo, pero me encantaba. Tenía garra, chispa y se preocupaba mucho por sus autores.

¿Cómo es la dinámica de trabajo entre usted y su editora? ¿Interviene mucho en sus manuscritos?
Judith lleva editando mis libros desde que publiqué mi segunda novela, Corre, Conejo, en 1960. Es una mujer de inteligencia muy rápida. No consulto gran cosa con ella hasta tener la novela bastante acabada. Entonces lee el manuscrito, y si tiene cosas que decir, las consulta conmigo, y si me parecen válidas, las incorporo. Básicamente me apoya y me alienta, cosa que yo necesito.

Usted ha escrito de todo: cuento, novela, poesía, ensayo, autobiografía, libros para niños, incluso una obra de teatro. ¿Qué le ha llevado a ser tan polifacético?
No hay nada comparable a la sensación de tener dentro un poema que puja por salir, cosa que no pasa siempre, por supuesto. He publicado seis o siete volúmenes de poesía, pero no tengo grandes pretensiones como poeta. Con los cuentos es distinto, un cuento es algo rápido e intenso, como tomar una instantánea de la realidad. Desde el punto de vista creativo, el relato no exige tanta inventiva como la novela, no implica la creación de un mundo completo. La crítica y el ensayo son un aspecto muy importante de mi actividad como escritor. Empecé hace muchos años, y entre otras cosas, es una manera de mantener viva mi presencia en The New Yorker. Es un ejercicio saludable, me obliga a leer libros que de otro modo no leería, y me mantiene en forma como lector.

¿Qué escritores le interesan?
Los de mi generación sobre todo. Por supuesto, leo todo tipo de escritores, algunos mucho más jóvenes que yo, pero me siento parte de una generación, aunque podamos ser muy distintos. Creo que el hecho de haber venido al mundo más o menos a la vez nos confiere una cierta unidad de visión. Aunque es algo más joven que nosotros, Don DeLillo me parece un novelista admirable. Su obra tiene una perspectiva política de la que yo carezco. Entre los maestros del relato breve, el más grande para mí es John Cheever. Fue un poco mi padre literario y le echo terriblemente de menos. Era un hombre atormentado, con un humor muy ácido y una agilidad mental extraordinaria. Entre las escritoras destacaría a Anne Tyler, excelente novelista, sólida, muy sutil, con una obra extensa.

¿Cómo definiría su estilo?
Cuando empecé a escribir me influyó el nouveau roman. Por eso mi primera novela, que publiqué a los 27 años, era bastante experimental, pero mi estilo, por el que mis lectores me reconocen, es esencialmente realista. Aunque en algunas novelas me he apartado de mi modo de hacer fundamental, siempre vuelvo a mis raíces e intento darle al lector un pedazo de la realidad. Creo que fue Nathalie Sarraute quien dijo que el sustrato que hace que todo se mueva es la realidad. La realidad está en la base de nuestros deseos, de nuestros pensamientos, de nuestros recuerdos, y los novelistas no somos sino comentaristas de la realidad. Decimos lo que en ella hay de maravilloso o de terrible o de misterioso. En ningún lugar me siento más cómodo que instalado en la realidad, cerca de la gente normal. Es de ellos acerca de quienes escribo, acerca de la clase media, ni los más ricos y privilegiados, ni los más pobres, sino el ciudadano medio, los hombres y mujeres que tratan de sobrevivir día a día en la lucha diaria que es la vida cotidiana.

Cuento de navidad

In memoriam De la Cruz Yataco

Danilo Sánchez Lihón*

Fallecido el pasado 17 de diciembre víctima de un paro cardíaco, el blog de Danilo Sánchez Lihón dedica un cuento de navidad al extinto poeta de literatura infantil y juvenil Eduardo de la Cruz Yataco. Este importante autor dedicó su inventiva a la creación de poesía para niños y jóvenes con el propósito de que no solo sean lectores, sino también para motivarlos para la creación literaria. Un trabajo suyo, "Literatura hecha por los niños", dice mucho de la constante preocupación que tuvo en este tema.

Hace más de 25 años, junto con grandes forjadores de la literatura infantil y juvenil -Roberto del Rosario, Carlota Flores, Jesús Cabel, Saniel Lozano, Cronwell Jara, entre otros-, De la Cruz Yataco fundó la Asociación Peruana de Literatura Infantil y Juvenil, Aplij. Posteriormente, siempre en favor de los niños, formó parte de la Asociación Peruana de Promoción de la Lectura (Apelec) y la Asociación Peruana de Educación por el Arte (Soperarte). (Nota del editor)


Y SE QUERÍAN MUCHO

Danilo Sánchez Lihón


1. Cerca de la fuente de agua

Los pajarillos retozaban felices aquella mañana espléndida de diciembre entre las ramas de los árboles.

Alfredo avanzó bajo la sombra húmeda de manzanos y limoneros de su huerta, provisto de una escopeta que le habían obsequiado como regalo de Navidad.

Un pájaro hermoso y lozano trinaba en lo alto de una rama. Era hermoso verlo entonar feliz su canto en la mañana bajo el azul del cielo de nácar.

Alfredo se ubicó cerca, apuntó despacio y disparó.

Las municiones de la escopeta atravesaron sin piedad el plumaje verde azulino de la avecilla. Y su cuerpo cayó pesadamente a tierra, cerca a la fuente de agua.


2. Golpeando sus alas

Cuatro pajarillos se abalanzaron desde el nido, sobrecogidos no solo por la detonación sino al ver al papá, momentos antes sano y vigoroso, que aleteaba ya sin fuerzas.

Intentaba sostenerse a un tronco para luego caer, dando tumbos entre las ramas y las hojas.

Ahora se desangraba sobre las piedras en el brocal del pozo.

Piaban desesperados arrimándose contra su cuerpo y abriéndole el pico desfalleciente.

Querían introducirle sus fuerzas en el roto corazón del padre amado.

La sangre teñía el pecho y las alas de los pajarillos que se abrazaban a él.


3. Había sido siempre bueno

La agonía era lenta.

Con una mirada de ternura y bondad infinita él los fue picoteando uno a uno y murió entre los piídos aterrorizados de sus hijos.

Saltaban de dolor, angustia y desesperación, golpeando enloquecidos sus alas en los muros y en el suelo.

Hasta un momento en que los cuatro pajaritos lo alzaron juntando sus cuerpos y aleteando, al principio con dificultad, pero luego con inmenso ímpetu, se remontaron por el aire azul hasta desaparecer de los ojos de la Tierra.

Alfredo había contemplado todo esto conmovido porque meses antes había perdido a su padre y hubiera querido tener –como había visto ahora– alas y hermanos para alzarlo y remontarse con él hacia el infinito e inconmensurable cielo azul.

Para los pequeñuelos un alivio a su terrible dolor era que su padre, que había sido siempre bueno, ingresara a morar en el paraíso.


4. Siquiera uno

Y hasta allí llegaron.

Pero apóstol San Pedro, portero del reino celestial, al verlos llegar les cerró el paso diciéndoles:

– Aquí no entran pajarillos.

Los pequeñuelos piaron expresando cuán infinitamente bueno había sido su padre y que él merecía el cielo.

María, la madre de Jesús, al ver tanta devoción en las avecillas para con su progenitor, suplicó al portero del edén:

– Siquiera que haya uno en el paraíso, –le dijo.

Ante el pedido de la Virgen, San Pedro no tuvo más remedio que recurrir a nuestro Salvador para consultarle el caso.


5. ¡Y lo hizo!

Jesús al verlos temerosos los llamó. Acariciando al pájaro muerto, les dijo a los hijitos:

– ¿Lo querían mucho?

Ellos asintieron con la cabeza, bañados los ojos en lágrimas. Y balbucearon:

– Lo queremos con toda nuestra alma. Y merece el paraíso, porque fue bueno.

– Entonces vivirá mucho tiempo con ustedes y serán felices.

Les dijo, mientras acariciaba a la avecilla.

Y poco a poco ésta iba recobrando la vida, cerrando las heridas que le había dejado el disparo de la escopeta.

Así, pronto lo tuvo de pie en la palma de sus manos y levemente lo impulsó para que levantara el vuelo.

¡Y lo hizo!


6. Y volvieron a la Tierra

– ¿Cómo podemos recompensarte, Jesús? –le preguntaron.

– Vuelvan a vivir en la misma casa –les dijo.

Antes de despedirse largo rato estuvieron revoloteando en los extramuros del cielo, agradeciéndole de alguna manera con su presencia y sus alegres gestos al Señor.

Y volvieron a la tierra, felices.

Pero, el lugar en donde vivían antes se había convertido en un páramo ruinoso, desolado y triste.

Allí solo reinaba el abandono, el deterioro y la muerte.

Ninguna avecilla había querido vivir en los árboles de ese lugar peligroso, donde poco a poco las plantas se fueron agostando, convirtiéndose en un lugar mustio, abandonado y sin trinos.


7. ¿Cuál es el secreto?

Pero allí se posaron, recordando que Jesús les había pedido que así lo hicieran.

Alfredo, al verlos, se sorprendió de que hubiera recobrado la vida aquel pajarillo, alcanzado por los disparos de su escopeta.

Se admiró de reconocer después de lo sucedido a una familia feliz de avecillas.

Abrió los brazos y se acercó enternecido.

Los observó cómo actuaban: confiados, seguros y alegres.

Reconoció en el aura que los rodeaba que pertenecían ya a otro mudo.

– Papá debe estar allí de donde ustedes han regresado –dijo para sí mismo.

Y agregó:

– ¿Cuál es el secreto? ¡Yo lo he visto! ¡Es amar!, como ustedes han demostrado que aman.


8. Y con ellos la vida

Y volvió a pisotear el lugar en donde enterró la escopeta aquel día desgraciado.

Ahora todo le parecía, de repente, nuevo y distinto.

– Pareciera que mi padre los hubiera enviado. –Se dijo Alfredo a sí mismo.

Los demás pajarillos al ver que los que habían vuelto construían afanosos y diligentes otra vez allí sus nidos, comprendieron la grandeza del perdón.

Y también retornaron, y con ellos la vida, que nunca más dejó de entonar en ese lugar, su canto de amor y de esperanza.

* Tomado de www.danilosanchezlihon.blogspot.com

domingo, 23 de diciembre de 2007

El tiempo inmóvil, filiaciones y extravíos

A propósito de la segunda edición de Patio de prisión, el poemario de Jaime Guzmán

Augusto Rubio Acosta

¿Qué mueve a un poeta a sobreponerse a sus conflictos interiores, a sus innumerables sacudidas de insomnio, y a la constante batalla con la palabra y la vida cotidiana, para intentar comprender, descifrar y denunciar el país de los sentimientos, la corrupción y la esperanza que lo embarga y en el cual vivimos?, ¿qué impulsa al poeta a habitar el lenguaje, a deleitarse con su encuadernado proyecto artístico y a visitar con mirada atenta los más sórdidos espacios del mapa cultural de su ciudad?...
La poesía de Jaime Guzmán debería ser evaluada –el suscrito sólo hace reminiscencias desde su insulsa condición de lector vicioso- desde las coordenadas de lectura que el autor, su vida marginal y sus libros, proponen y sugieren. Hacer que el poema viva, sea leído y recordado, haciendo bello lo aparentemente “malo y feo”, mediante un sentido poético e ideológico distintos, constituye toda una hazaña: el acto heroico de comunicar una vida, una sensibilidad y una imaginación nuevas, más allá de los experimentos y la sofisticación de las imágenes verbales.

El tiempo inmóvil

A Jaime Guzmán lo conozco cronológica e intemporalmente. La primera vez que lo vi y hablamos (aunque quién sabe si lo recuerde) fue en 1999. Desde entonces han sido innumerables los cafés, las tertulias, los viajes, las lecturas de poesía y las presentaciones de libros; inolvidables, festivos e innombrables, los bares y antros que hemos visitado. Porque ha de saberse que el poeta que nos convoca en estas líneas habita siempre en la frescura de la noche osada, se regodea en la irreverencia y el qué dirán de la gente del puerto, y se ha acostumbrado a obeceder a sus instintos y a ese persistente demonio que asalta siempre a turbamulta su capacidad creativa. Jaime está motivado siempre –sus poemas así lo atestiguan- por sus propias pulsaciones, por ese bálsamo de la nostalgia que en ocasiones se torna un río desbocado, y por el limpio dictado de emociones que a menudo retan la pudicia, el establishment y las acartonadas mentes de cierta gente en la ciudad.
En materia lírica, el poeta acostumbrado a decir “la vida es breve” y a embarcarse de cuando en tiempo en el cada vez más famoso “tour cultural” hacia el prostíbulo de Chimbote (en la ruta de José María Arguedas), ganó en 1978 los Juegos Florales de Poesía de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega, con un libro cuya primera edición apareció en 1981: Patio de prisión. De 1984 y 1987 son las plaquetas En la plaza y Los palaciegos; esta última, sonora cachetada al poder político y a esa rara especie humana que a punta de halagos e incienso se aferra a la cresta de la ola y a su propia vanidad.
Pero Jaime, quien publicó en 1988 Las muchedumbres, se dedicó también al periodismo de opinión y al periodismo cultural, publicando en La Prensa, El Faro, Diario de Chimbote y Diario La Industria de Chimbote, artículos diversos sobre el quehacer lúdico del puerto. Se dedicó además a empujar el carro del trabajo cultural desde el Grupo de Literatura Isla Blanca –al cual se integró en los setentas- y a la edición de innumerables libros a partir de la fundación de su propio sello editorial, el más pujante y productivo del interior del país: Río Santa Editores.
Así, los nuevos títulos de su producción poética fueron cayendo: Lugar de nacimiento (1990), En la otra orilla (1998) y la segunda edición de Patio de prisión (2005) de la cual ahora nos ocupamos. Poesía intensa, coloquial y citadina; un cúmulo de fino y fresco lirismo surgido de ese mar de papeles a donde se sumerge a diario el poeta (basta sólo ver su oficina para constatar de lo que hablo), preso de sus penas, alegrías y emociones, pero aferrado con fuerza a la tabla de salvación en que consiste su existencia: la escritura.

Patio de prisión: filiaciones y extravíos

Dividido en cuatro partes que transcurren en la epidermis citadina, Patio de prisión se constituye en un vivo y permanente diálogo entre el poeta y los posesionarios de su querencia (entre hallados y no habidos), en el registro existencial de un transeúnte que va y viene “De la Colmena al Parque Universitario…” con la misma pasión vital y lucidez con que sus palabras nos acercan a la secreta fuente de la juventud adonde en algún momento nadó y se bañó el poeta, bebiendo a raudales de sus aguas cristalinas.
El acendrado lirismo que atraviesa la mayor parte de los poemas del libro, se torna volátil y gaseoso cuando el autor se echa a hablar con la limpieza que la calle y la urgencia del amor le imprimen a su dicción. Y entonces Jaime saca la molotov que guarda siempre bajo su camisa chuchumecona, para hacerla estallar en medio de la resaca de sus días, para apagar de una vez por todas la pira palpitante que se yergue a la mitad de sus inviernos, y estaciona su vieja y anticuada carcocha celeste frente a su soledad. Catarsis, le dicen; realismo poético, nostalgia por la compañera de siempre, por la clausura académica y los anhelos de verla. ¿Qué más…?; pues que el poeta –como señala el poema- no sabe hasta cuándo seguirá buscando las veredas calurosamente olvidadas en el invierno de la noche. Por eso, desde estas líneas le decimos: no importa, Jaime, siempre habrá un callejón sombrío donde respirar, siempre un patio (de prisión), una pollada de barrio (somos vecinos), un infierno alegre o los consabidos y populares barracones de la noche –con sus chinganitas abiertas- donde calmar la sed de una buena lectura, las emociones compartidas y la conversa infinita.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Give me the power

Dame dame dame dame todo el power
para que te demos en la madre
Gimme gimme gimme gimme todo el poder
so I can come around to joder…

Molotov

Augusto Rubio Acosta

Yo no se quién le habrá dicho o pasado el libro donde ha leído que no todas las personas feministas son mujeres, que algunos hombres tienen (ella dijo tenemos) condiciones para convertirse en líderes y tomar posición dentro del “movimiento” y que había que actuar, o sea criticar, rajar, socavar, minar abiertamente las relaciones históricamente “retrógradas“ en las que vivieron papá, mamá y los abuelos, tristemente motivados por la experiencia femenina. Yo no sé qué diría mi abuela si se levantara de su tumba en el pabellón San Fernando -allá en el Divino- y la viera, pero creo que no andaría en el plan de cuestionar la relación sexo-podersocial-político-económico, y hasta le daría un par de cachetadas a quienes osen remover lo irremovible. El hecho es que ella me ha venido con ese rollo insufrible ya hace buen tiempo y, puta, me jode, me arde y me llega que –aparte de ampliar la biblioteca con títulos feministas y autores light- ande difuminando a diestra y siniestra la desigualdad en que viven las últimas chimbotanas de la avenida Gálvez, La Balanza, Tres de Octubre, Buenos Aires y todo Pardo-Pepao-Colegio-Golfo Pérsico-David Dasso.

“Vamos a acabar con el patriarcado, con ese absurdo histórico en que consiste la subordinación de las mujeres a través de los sistemas políticos, legales, religiosos y sociales…”, me dijo un día después de botar la bolsa de basura, por la ventana que da hacia la calle. Que el feminismo cultural, el ecofeminismo, que el feminismo liberal, radical, separatista, filosófico y hasta crítico… La vaina es que de a pocos –y me da pena decirlo- como que me he estado acostumbrando a sus vainas (léase reuniones) en casa con las “Tristanes“, especie de Floras postmodernas y trasnochadas, que suelen enfrascarse en tertulias y diálogos (Queirolos de por medio) sino insoportables quizá impensables para un sujeto triste como yo acostumbrado a jatear rico hasta las siete y treinta, a leer incluso a Sartre de mañana, y antes de ducharme tender la cama (porque es la norma del que se levanta al último) antes de salir para el bendito periódico.
Todo –a decir verdad- no hubiera pasado de la anécdota, si es que no la hubiera descubierto hace poco e in situ, en plena aula de la universidad donde enseña, “derramando lisura” a quemarropa y en plena clase de teoría literaria, “porque yo no sólo voy a enseñar literatura, también debo hacer labor docente…”. Así, una tarde-noche en que redacté temprano mis notas periodísticas, salí a la calle, le enseñé mi carnet al vigilante de la entrada, subí hasta el cuarto piso del edificio donde labora y sin querer escuché su voz -cuando estaba en las últimas gradas de la escalera- dirigiéndose a una mancha de hembritas del quinto ciclo y a par de tipos que yo no sé qué rayos hacían en una clase como esa: “Nosotras (las feministas) hemos producido muchos avances en la sociedad occidental y tenemos derecho desde hace mucho al sufragio, al empleo igualitario, al derecho de pedir el divorcio, de controlar nuestros propios cuerpos y decisiones médicas (incluyendo el aborto). Nosotras debemos sacudirnos del lavado de cerebro (con shampú extra liso) que nos dieron nuestras madres y de la publicidad, la religión, la propaganda... Nosotras (que nos queremos tanto) podemos decidir si le damos la teta o no a nuestros párvulos, novios, enamorados o esposos, podemos llegar a puestos de elección, a controlar el país, nuestras casas, el mundo... Por eso: ¡ni Dios, ni patrón, ni marido…!”.
Habráse visto. Ipso facto quise entrar a esa aula, patear la puerta y decirle a sus angelitos sobre las carpetas que ella no era la Flora Tristán de El Progreso ni nada por el estilo, que el conocimiento desarrollado a través de siglos por mujeres con conciencia feminista fue truncado una y otra vez, y que aquellas que reclamaban la subordinación o que se comportaban fuera de los esquemas asignados a su género, eran y fueron siempre marginalizadas. Habráse visto… Lo que se imponía a continuación –obviously- eran medidas radicales: empecé por quemar los cuatro tomos de Una vindicación de los derechos de la mujer, los ensayos de Mary Wollstonecraft (la maldita esa debía estar detrás de todo), doné a la Biblioteca Municipal “César Vallejo” la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, (un libro antiguo y anticuado, pero que para algo debía servir -o sea me puse a pensar en los estudiantes-), cachinié los Tratados de la Primera Ola y la Segunda Ola (biblias del “movimiento”), también la Historia de la Teoría Feminista (libro nuevo de 2005) y cambié por dos baldes de plástico, un portacucharas y nueve pollos bebé la Declaración de Séneca y la biografía de Angela Davis, más los periódicos ésos llamados La voz de la Mujer que le llegaban de Buenos Aires.
¿Y tú eres feminista radical o anarco feminista?... pregunté –desprevenido y con cierto aire- apenas llegó a casa. “Marxista, papito, feminista marxista en teoría, pero radical en la práctica…”. Chucha, -pensé- a la hora en que uno la viene a saborear. Mientras, imaginaba a mi abuelo Marcelino Acosta y lo que hubiera dicho en su fundo de Virú y ante sus peones, con semejante respuesta. Lo único que se me ocurrió fue sacarla a dar una vuelta around here “a que le dé el aire”, a que se me ponga más relax y a sorber por una cañita los cóctel de algarrobina de un viejo y vasco restaurant de la ciudad. Así, mientras me hablaba del matriarcado “compensatorio”, de la “segunda ola” y de la deplorable presencia paterna como “el mayor problema de la humanidad”, me sugirió entre líneas participar de la primera marcha anarco feminista de Chimbote, que ya estaba ad portas de plasmarse “en aras de la libertad individual, la identidad femenina y en rechazo a la naturaleza autoritaria de ciertas instituciones como el podrido Estado Peruano y el capitalismo opresor”. “Yo sé que tú nos vas a apoyar, Gucho, anda Guchito, yo sé que te llegará al rechópin que te jodan tus patas de La Industria y la mitad de la ciudad por insertarte en el movimiento; piensa, volverás a gritar y a patear (como antes en la barra sur), aprovecharás tu sangre joven (like the song) y hasta podrías gomearte a unos cuantos polis que de seguro formarán una barrera cuando pretendamos tomar la comuna y sacar por la fuerza al chancho desilustrado que la desadministra.

Quise decirle -con mirada triste- que yo no funkaba para esas cosas, que está bien todo ese rollo de igualdad pero que se diera cuenta qué es lo que la rodeaba, que el resto era pura foto, pura pose, teoría decimonónica y pura demagogia, que de aquí a media hora las “Tristanes” se irían a su house a cumplir sus deberes de esposa, de mujer y de amante (porque ya es tarde -mira el reloj- y si no las suenan). Puta, quise decir tantas cosas, se me había subido el trago, creo, y ya estaba medio out, pero la verdad es que también me acordé de mi madre y de las mujeres que me han antecedido. De mi abuela, por ejemplo, que no sabía nada del 8 de marzo y esa onda media punk en que se ha enfrascado ahora esta niña, quien pretende ser una especie de Valerie Solanas postfenómeno de El Niño, fotocopiando el Manifiesto de la Organización para el Exterminio del Hombre para repartirlo en la marcha a las chibolas universitarias que de seguro saldrán (cintura descubierta) con su pancartita en la mano y una banderola larga, larga como su represión históricamente conocida.
“Ah, y no es que me llegue altamente el que la mujer promedio perciba el 30% menos del salario que percibe un hombre, que las cuatro (gatas) o representantes en el parlamento no suenen ni truenen en materia legislativa, y que las mujeres de mi país se pasen más tiempo en casa con los niños que el tiempo que pasamos los hombres, pero a la franca qué rayos se puede hacer: nada... Tú querrás cambiar el mundo, ¿pero y el resto?...”. Estaba en eso, pensando decir que ella la más machista de todas (porque le gustaban los machos) cuando se puso a llorar. Fue un momento terrible, un llanto casi silencioso, largo e histórico. Me dijo que ésta vez no intentaría pagar la cuenta, que en adelante ni siquiera haría la finta o el ademán de coger su cartera a la hora en que Dallas –el mosaico- se acerque con su cara insensible de “ya voa` a cerrar”. Nos fuimos caminando, el malecón permitía una vista espléndida y había un tipo orinando en uno de los arcos. Quise seguir hablando pero mi garganta no vomitó ruido alguno. Ocho de marzo, ocho de marzo, ¿qué día cae ocho de marzo? –pensé- intentando hacer coincidir la fecha con mi día libre en el periódico. Recordé camino a casa las depresiones de mamá, el empastillamiento de varias tías cercanas y la alienación de mis vecinas acostumbradas a la oficina mientras sus desempleados esposos se adaptan a la fuerza a tender la ropa en la azotea, a sazonar sus cebichitos monses con las fórmulas de Don Cucho y a llevar-traer a la chibolada del cole “porque no hay pa` la movilidá”… Quise decir muchas cosas, hablar de la actitud de propiedad de los hombres para con ellas, pero pensé que si decía algo podría sonar imbécil. Nos fuimos despacio, como quien no quiere llegar a ningún lugar. ¿Te gusta Molotov? –me dijo-, prefiero a otras bandas –respondí-, y ella me llevó a comprar discos, a chequear las letras de canciones desconocidas y a buscar entre el “hueso” alguna lectura interesante. Yo no sé quién le habrá dicho o dónde habrá leído que no todos los seres humanos feministas son mujeres, que hay gente con condiciones en el sexo fuerte y que a veces sólo basta con escuchar un disco, tararear una canción y escribir una crónica sobre el poder, sabe Dios con qué objetivo vedado. Chiquita, sólo por curiosidad periodística (tú sabes, hay que cubrir)… ¿cuándo es la marcha, ah?...

* Tomado de Mundo cachina (Río Santa Editores, 2007)

Fábrica de poesía

Manuel Jesús Orbegoso
A Nicanor Parra, devotamente

Voy a instalar mi fábrica
de poesía para producir
peces voladores,
amapolas baratas,
hombres tristes
a tres centavos.
Fábrica para alquilar ángeles
o demonios
según el caso.
Mi fábrica se va a encargar
de arreglar lámparas
para los mineros.
Compondrá poesías en el suelo
para ignorantes.
Los intelectuales
son de otro mundo,
de otra élite.
Ellos tienen factorías
de marca.

Mi fábrica será para
mecánicos de carros
no de metáforas.
Se encargará
de poesía barata
para salvar osos polares
en el Ártico.
No para salvar
vírgenes del Sol
en el Cusco.

Mi poesía no tendrá lustre
no será exquisita,
será para el carbonero,
el electricista, el bombero.
No habrá distingos,
todos entenderán mi poesía,
los pájaros bobos,
las ciruelas, los tomates,
las cocineras, las artistas
de la televisión.

Voy a poner mi fábrica
de poesía para todo el mundo
no solo para los entendidos,
sino para los ignorantes,
los misóginos, los acomplejados.

La poesía es la vida,
y la vida es la poesía
dicen los sabios.
Es un arma eficaz
contra los banqueros,
contrabandistas del lenguaje,
y los zafios pregoneros
de la poesía pura.

Esa va a ser mi fábrica
de poesía construida
con piedras, en una zanja,
en un columpio, en tus ojos.
Voy a dejarme de macanas
de buscar rimas o belleza
lingüística o semáforos
en agujeros de hormigas
o guaridas de lobos.

Voy a hablar del destino,
de la muerte, de la vida,
de la humildad, de la soberbia
con que nos tratan los sabihondos.
Voy a hablar del carbón
de la ceniza de que estamos hechos.
Si me va bien he de ampliar
mi fábrica de poesía
a las barriadas, los mercados,
los tugurios, los velorios,
las zamacuecas.
Y si no me va bien
me enterraré con mi proyecto
total, no se ha perdido nada.

martes, 18 de diciembre de 2007

Chimbote huele a literatura *

Alan Saavedra

Hace algunas semanas asistí a la presentación de la novela “Llora Corazón”, del escritor chimbotano Fernando Cueto, en el bar Yacana; además del lanzamiento del último número de la revista cultural "Los zorros" y de la lectura de poemas –entre otros invitados- de Patricia Colchado. Como siempre, llegué sin saber qué esperar y lo que la velada me dejó fue un olor distinto al Chimbote que abrigaba mi mente.

Los comentarios sobre la novela de Cueto estuvieron a cargo de Javier Garvich (limeño) y Oswaldo Reynoso (arequipeño), quienes entretejieron un discurso rabioso sobre la existencia de una literatura chimbotana que admiraban pero que era casi desconocida para el resto del país. Desconocimiento, según los exponentes, causado por la indiferencia de los medios limeños y su preferencia por títulos extranjeros. Y la verdad es que basta echar un vistazo en al mayoría de segmentos culturales para darnos cuenta que hoy en día las noticias culturales del Perú sólo ocurren en Lima o fuera del país.

Por esa razón, ver sobre la mesa del Yacana un movimiento literario lejos de Lima fue una agradable sorpresa (habrá que ir para confirmar allá el hallazgo). Mientras, en mi estante ahora reposan: “Avenida Indiferencia” de Augusto Rubio Acosta; “Blumen” y “Las Pieles del Edén” de Patricia Colchado; “Arte de Navegar” de Juan Ojeda; y “Llora Corazón” de Fernando Cueto. Estas obras del pueblo chimbotano me darán una mejor visión de la literatura de una ciudad que hasta ayer olía sólo a pescado.

“Llora Corazón” (la excusa para aquella noche chimbotana) narra, según las páginas que he podido leer, las peripecias de Caralinda (narrador de este aparente diario) quien recorre principalmente la vida bohemia de Chimbote junto a sus amigos Ricardo, alias Marabunta, y el poeta Washington. Una vida que navega en los prostíbulos porque como afirma Fernando Cueto, las verdaderas historias se cuentan en los prostíbulos.

Este es un pequeño fragmento del libro que coloco con atrevimiento para el interés de los que me leen:

--¡No¡ ¡A ella no¡ ¡A esa no la beses en la boca¡ - grita Ricardo desde la puerta de entrada.

--La advertencia llega demasiado tarde; Washington ya ha terminado de besar a la enana, y ahora está feliz, relamiéndose los labios embadurnados de colorete.

--Te dije que a esa no, guevón – le recrimina Ricardo.

--Y a ti que ¿qué bicho te picó? – intervengo, tratando de defender a Washington.

--Esa enana es María Boquita, la especialista en mamadas – explica Ricardo.

--¿Mamadas? – pregunto.

--Sí, idiota, mamadas, chupadas, felaciones – dice Ricardo.

--Felación, del latín fellatio, estimulación bucal del pene – el poeta habla de pie, apoyando las manos en la mesa.

--Sí asqueroso de mierda, y todavía te alegras.

A fines de noviembre Chimbote tuvo su III Feria del libro y a inicios del próximo año saldrá una recopilación de la literatura erótica de Chimbote: el libro "La Santa Sede".

* Tomado de www.ingresolibreperu.blogspot.com

sábado, 15 de diciembre de 2007

Carderón Fajardo finalista del Rulfo

Notable novelista peruano se encuentra sin editor. En la vista, durante su reciente visita a Chimbote

Esta semana se anunciaron los resultados del premio Juan Rulfo en las categorías de cuento, novela y fotografía. Entre los finalistas en el rubro novela se encuentra una obra del peruano Carlos Calderón Fajardo, La vida íntima de Gregorio Samsa.

El narrador nacional confiesa que aún no recibe ninguna oferta editorial. “Mi destino es un poco kafkiano”, ironiza Calderón Fajardo, haciendo notar de paso que sus obras no se hallan en las librerías ni en la feria. Considerado por varios como autor de culto, el escritor tiene en su haber novelas como La segunda visita de William Burroughs y El huevo de la iguana. Este último título ganó en 1982 el premio Gaviota Roja, pero recién pudo ser publicada este año. Al respecto, Carlos Calderón Fajardo señala que se presenta a concursos con la esperanza de llamar la atención de los lectores.

Sobre su nueva obra, comenta que se trata de una novela corta acerca de la vida previa de Gregorio Samsa antes de transformarse en insecto. Adelanta que en este libro hace varios juegos metatextuales. Por ejemplo, ha dividido el libro en 108 capítulos breves, la misma cantidad de aforismos que contiene una obra de Franz Kafka. La referencia no es gratuita, pues cada aforismo sirve de entrada a cada capítulo.

Otro adelanto que da Calderón Fajardo es que la historia será narrada desde el punto de vista de un intelectual latinoamericano, que conoce el proceso de transformación de ser humano a insecto, pues lo ha experimentado antes.

El dato
6,215 obras –entre novelas, cuentos y fotografías– disputaron los premios Juan Rulfo.441 novelas compitieron este año. En 2005, ganó el premio Juan Rulfo de novela el libro Órbitas. Tertulias, del peruano Mirko Lauer.
Este año, el premio en novela fue para el cubano René Vázquez, el de cuento para el español Ignacio Ferrando Pérez y fotografía para el uruguayo Flavio Martín Morante.

Con boleto de vuelta

C.E. Zavaleta publica nueva novela sobre el tema migratorio. En la vista, durante su reciente visita a Chimbote

Un “emigrante” calificado, un profesor e historiador que, al culminar sus estudios en el extranjero, descubre también el cargado ambiente bélico internacional, y en vísperas (aunque no sabe cómo ni cuándo) de un inmenso conflicto.

Esta es la trama de la nueva novela de Carlos Eduardo Zavaleta Con boleto de vuelta, que será presentado el jueves 13 de diciembre, a las 7.00 p.m., en el Instituto Raúl Porras Barrenechea, en la calle Colina 398.

Con este título simbólico, el autor quizá busca destacar el regreso de los emigrantes al país de origen. Ese nivel "cultural y tecnológico" en que se mueve el protagonista, contrasta con el que halla al volver al país, donde prosiguen el desdén y los prejuicios contra el campesino, mientras la ola terrorista se mantiene aún, y por otro lado, las parejas de novios siguen buscándose entre sí, y no hay avance real contra la pobreza.

Así, el panorama rutinario del país prosigue en la modernidad, mientras el peligro mundial crece. Pero el mérito del libro está en su concepción y en su desarrollo por medio de historias entrecruzadas, simbólicas y aun poéticas, que revelan uno y otro mundo, dibujando personajes dramáticos, o irónicos, o cínicos, o sentimentales, como una prueba de las diversas opciones del arraigo o desarraigo por la vida y el futuro. Además de estas ideas, la novela interesa mucho por su estilo preciso y cáustico.

No dejemos que los colores de Pancho se apaguen

Réquiem por el pintor del pueblo

Teófilo Villacorta Cahuide

Ahora no es Margoth Palomino, sino el poeta Jorge Luis Roncal quien nos comunica la trágica noticia de que Pancho ya no está más en el Rebagliati. “Dejó de existir debido a la penosa enfermedad que padecía, y luego de permanecer en su domicilio de Ñaña será conducido a la Casona de San Marcos para continuar con el velatorio”. El viernes 7, ese lustroso ataúd que recibirá las últimas ardorosas pinceladas de sus camaradas, será llevado al panteón de Huachipa”.
Ese mismo día, como se había programado con anterioridad, inauguramos una muestra con la Asociación de Artistas de las Bellas Artes por los 101 años de Chimbote, y ¿cómo dejar pasar por alto la perdida de un gran artista del Perú profundo? En la inauguración, rendimos homenaje a ese hombre que fue creado con la magia de la Selva impenetrable y amparado por el color de los Andes, a los que pintó insaciablemente, al igual que al obrero insurrecto que se levantaba por encima de los vapores deletéreos de la burguesía limeña. “Pancho pintó el Perú”, diríamos en pocas palabras. Ese Perú atosigado por la convulsión social y el abuso desmedido del poder, donde no sólo pese a la marginación, enfiló sus pinceles como clara censura a la injusticia, sino que con la lucidez de su palabra, escribió sus más rotundos versos.
Fue en esas circunstancias que conocí a Pancho hace más de 20 años, cuando llegó a Huaraz con Bruno Portuguez. Aquella vez recorrimos la comunidad de Vicos, y lo vi meterse en el alma de cada poblador, buscando con la soltura de su dibujo la expresión más candente de una raza, no por marginada, sino por incólume y reivindicativa.
Yo estaba concluyendo mis estudios en Bellas Artes y la lección del maestro, formado en el corazón intencional de la pobreza, fue el aroma que despertó la avidez de continuar el tortuoso sendero para reorientar el rumbo de nuestra historia, orinada por la tiranía mayor de turno aún a costa de nuestra propia vida, como lo hizo él hasta el final, sin dejarse seducir por la vida cómoda de esas anacrónicas bailarinas de ballet que en el Congreso montan la ridiculez de un cerebro carente de intelecto.
Luego de aquel encuentro inaugural, tuve la osadía de buscarlo en su taller en Lima, exactamente en el jirón Lampa. Por razones emocionales había confundido el número, y me dirigí instintivamente a una de esas casonas viejas a punto de caerse, frente a la iglesia de San Francisco. “El único Francisco que conozco es la iglesia que está al frente”, me dijo un hombre calvo sentado en un viejo diván con la camisa abierta. Lo recuerdo bien, porque fue la primera vez en mi vida que subí a una de esas milenarias casas de madera añosa.
En ese momento de confusión tuve que recurrir al número telefónico de Anita Izquierdo, el que Pancho me había dado por precaución. Tener un aparato móvil era un lujo por aquel entonces, además a él esas “cojudeces” no le hubiese gustado usar. De modo que la voz diligente Anita sirvió para orientarme hacia lugar exacto, inclusive con la hora precisa del maestro.
Y así tuve que trasladarme hasta el otro extremo del mismo jirón Lampa. Cuando llegué al lugar, frente a un edificio amplio y de concreto, como previa comunicación telepática, Pancho llegaba en ese preciso momento levantándome la mano desde la otra acera, cruzando la calzada con mucha agilidad sin dejar de sonreír, envuelto en esa bufanda roja que flameaba como una curtida bandera socialista. Entramos a un pasadizo semioscuro y luego al taller, donde cuadros inmensos con el fresco olor a trementina, pendían de la pared.
Era fascinante ver a Pancho intentando zambullirme en esa pasión frenética por pintar lo nuestro. Campesinos y mineros de la sierra, obreros desposeídos, niños de sonrisa luminosa, migrantes de rostros angustiados, desfilaban en sus telas como una perdurable ceremonia ancestral. Hasta ahora conservo unos fragmentos de nórdex que me regaló para pintar, y cumpliendo con el mandato del maestro, en ellos plasmé unos campesinos ancashinos.
Una de las últimas oportunidades en que tuve un reencuentro con Pancho fue hace como cinco años atrás. Fue a raíz de un Encuentro de Escritores y Artistas en Huarmey, donde le rendíamos un justo homenaje con una muestra de pintura.
Aquella vez tuve la audacia de alojarlo en mi humilde casa, en un cuarto contiguo a mi taller, pudiéndole brindar un lugar más amplio y acogedor como el hotel donde se alojaba Maynor Freyre, quien también era uno de los invitados importantes. Pero la emoción de tener cerca a un gran amigo, no sólo porque venía precedida de la fama de su padre -el creador del famoso cuento “El Bagrecito”- sino por que era un pintor dotado de una gran luminosidad para transmitir sus sabias enseñanzas, por tanto no había que desaprovechar la oportunidad, y porque además pensaba que el olor a trementina que brotaba de mi taller lo haría sentirse como en su propia casa.
A las 6 de la mañana, cuando la fresca luz atravesaba el vidrio de la ventana, Pancho se sentaba al borde la cama, y con su tablero inseparable cual legendario escudo romano, afilado lápiz y cartulina a disposición, emprendía la lucha cotidiana de dar forma a su imaginación, sustentada en la absoluta realidad. Una hora más tarde, a través de la puerta semiabierta, lo sorprendía con algún dibujo casi concluido.
El día del evento, Pancho además de participar del homenaje, debería exponer algunas obras, así que como un buen cebiche preparado al instante con los peces salidos del mar, debería culminar unos dibujos al carbón para la muestra que se inauguraba esa misma noche, (obras recién salidas de las mágicas manos del artista).
La expectativa del evento había sido transmitida por algunos medios locales. Huarmey se preparaba para tan magno evento. Por la tarde fuimos a degustar un suculento jugoso de tramboyo en una picantería donde Pancho quedó prendado de la excelente sapidez del potaje. La hora del evento se acercaba, y como suele suceder en estos casos, la desidia de algunos comisionados para montar la muestra fue perfectamente advertida por Pancho; pero con el apoyo de Maynor, compañero de infatigables jornadas culturales, decidieron realizar el montaje.
Esa imagen de Pancho trasladando mis cuadros junto a Maynor, desde mi taller ubicado en una tortuosa calle de Huarmey, se quedó en mis retinas, y mi corazón absorbió la inmensa sencillez de un artista que cuando de asistir al hermano se trata, no cabía distinción ni pose alguna. Pancho aún contaba con el entusiasmo y la vivacidad de aquel jovencito turbulento, de aquellos años en que con su gran amigo Javier Heraud viajara a Rusia a nutrirse de aquella ideología imperante en la clase social mas desposeída, o como cuando en el mítico Bar Palermo se entregaba a las tertulias interminables con el genial Víctor Humareda.
A pesar de la edad, eran años lozanos los que lo mantenían firme, con toda la lucidez de su creación plástica. Aunque ya le fallara la audición, era el maestro que todos queríamos ver, el hombre con esa inmensa sensibilidad a prueba de balas. Y no como ahora, perdurable sólo en la imaginación consciente de quienes sentimos la misma vibración del alma del auténtico artista que fue. Por eso desde aquí, lanzo mi ardiente proclama, y digo: ¡”No dejemos que los colores de Pancho Izquierdo se apaguen, carajo!...

Pancho Izquierdo: Dede la urdimbre del pueblo

Winston Orrillo

Con su mismo traje de obrero empecinado y su bufanda roja, como su arte y sus ideas, Francisco Izquierdo López, desde el féretro, no nos decía adiós. No había que ser demasiado zahorí para entender que su mensaje era continuar la batalla, seguir cantando (pintando) las vicisitudes de esta patria dolorosa “adonde nunca dije que me trajeran”.
Al galgo le viene por raza, y así, Panchito, hijo del inolvidable narrador popular Pancho Izquierdo Ríos, a su vez, hijo de la selva y padre de una obra paradigmática, continuó, con otro lenguaje –el de los pinceles- la senda (o el sendero, si no les asusta la palabra) que, necesariamente, debía tramontar la vida y la historia, el presente dilacerado de nuestro pueblo, sus “fortunas y adversidades”.
Así como Pancho Izquierdo Ríos cantaba historias que hoy viven en el imaginario popular, de tal modo, Panchito, mojaba sus pinceles en los hervores de un Perú convulso, de una población multánime, de un mundo férvido e insurrecto.
Los murales de Panchito son un lenguaje que espera decodificador. Su voz, templada por el tabaco y los ardientes elíxires, parecía, siempre, estar diciéndonos algo acerca de la vida y la muerte de un país que es todo menos un edén, y donde la aristocracia y sus hijos putativos, mantienen un desprecio secular por el arte, si éste no corteja sus gustos decadentes o sus piruetas en el hogaño publicitado reino de la nada o del vacío existencial, que parece ha vuelto con aquellos cantos de sirena de la postmodernidad.
Como Vincent Van Gogh, Panchito estudió en la gran universidad gratuita de la miseria, y no porque su familia fuera pobre de solemnidad, sino porque no otro era el camino para el acercamiento, definitivo, al que fuera el leit motiv de su arte: la anfractuosidad permanente que es la vida del hombre humilde, de aquellos “humillados y ofendidos” que, hoy, tienen un espejo entrañable en su arte, en su lenguaje comprometido (aunque a algunos –repentinamente conversos- esta palabra les parezca proveniente del Pleistoceno).
Dejémonos de óperas bufas: la prueba fundamental de que el arte de Panchito Izquierdo López vive, es comprobar que la realidad por él descripta sigue siendo un desafío y una carta de presentación de un país que acaba de sufrir una caída más en su vía crucis: al haber, un gobierno entreguista, corrupto y vendepatria, aprobado un TLC, cuyos resultados deletéreos no tardarán en hacerse notar, y cuyos efectos depredadores pueden ser fácilmente recogidos de la experiencia mexicana.
Once y 25 de la mañana del viernes 5 de julio de 2007. De la histórica Casona del Parque Universitario, hoy sede cultural del Alma Máter de la inteligencia nacional, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en un austero ataúd marrón, sale el cuerpo del artista del pueblo, Francisco Izquierdo López
Apenas un puñado de amigos y camaradas lo acompañan: el trémulo paso de sus hijos, rodean, junto con familiares diversos, al envoltorio humano del grande cuanto silenciado artista.
Una corneta -¿de dónde salió?- araña el aire con el toque de silencio: sí, ha muerto un soldado de esa revolución que estamos haciendo.
Nota pintoresca: ni un solo periodista, ni un solo perro faldero de los latifundios mediáticos ronda por acá.
No ha muerto una estrella del rock; no ha fallecido un pintor de los que, por decenas, prohíjan los grandes diarios, y que poseen apellidos relumbrantes, así como páginas enteras de sus matutinos ensangrentados.
Hasta donde sabemos, el arte de Panchito no se ha exhibido en galería alguna de las muy marketeadas de Miraflores, San Isidro, Surco o Las Casuarinas. Sí, en cambio, tiene lugar preferente en los sueños –a veces pesadillescos cuando uno ve, verbi gratia, los rostros de los androides que nos gobiernan-; en los sueños de un pueblo que no puede dejar de reconocerlo como uno de sus exégetas más esclarecidos.
El arte de Panchito –ígneo y sublevante- está, pues, en el aire fragoroso de un futuro que, le pese a quien le pesare, se está construyendo en un continente que ya “siente que camina la espada de Bolívar por América Latina”.

Fotoleyenda *


Yuyachkani en Chimbote

A pesar de la notable y lamentable ausencia de público en las graderías del “Paul Harris”, la tarde del domingo pasado será difícil de olvidar para quienes tuvieron la suerte (y el tino) de asistir a la función al aire libre de “Los músicos ambulantes”, la legendaria puesta es escena que Yuyachkani lleva a todas partes desde hace más de 25 años. Desde estas líneas el reconocimiento al Rotary Club Chimbote Norte por el esfuerzo desplegado. Ellos saben que han cumplido.

* Fotografía de Carmen Alejos Valverde

martes, 11 de diciembre de 2007

Chicha


Un cuento de Gerson Ramírez

Todos sabían que el único lugar donde podían encontrarlo era el cañaveral, pero nadie se atrevía a pronunciar esa palabra.
Artemio había matado a un hombre. ¿Por qué? Nadie lo sabe. Solamente los viejos dijeron a media voz que era por la mala sangre que corría en sus venas heredada del padre que no había conocido.
No era la primera vez que se ocultaba en ese lugar después de alguna fechoría; pero esta era la peor de todas. Antuca lo había visto usar el cuchillo contra aquel hombre y contra ella misma, en su propia casa (la chichería más famosa del pueblo). Una semana después, cuando escuchó el zag zag de unos pasos en el cañaveral ya sabía quien era. Levantó la mirada al cielo para comprobar que anochecía y se arrellanó sobre la tierra tibia.
Era Antuca. Tenía la oreja envuelta con gasas y una mancha de sangre la traspasaba. Sin pronunciar palabra, dejó a sus pies una vianda envuelta en un mantel impecable y una botella de chicha. La misma que lo hizo aquella tarde matar a un hombre y cercenarle la oreja a su madre. Cuando quedó solo y a oscuras comió cuyes hasta el hartazgo y bebió aquel trago que no pudo calmar su sed ni alegrarlo.
A medianoche ardió el cañaveral. ¿Quién fue? Nadie lo sabe. Policías, perros y curiosos esperaron inútilmente verlo salir envuelto en llamas y pidiendo perdón como un condenado. Estaba profundamente dormido soñando con Antuca que, aún niño, viéndolo llorar, le tendía sus brazos.