martes, 11 de diciembre de 2007

Chicha


Un cuento de Gerson Ramírez

Todos sabían que el único lugar donde podían encontrarlo era el cañaveral, pero nadie se atrevía a pronunciar esa palabra.
Artemio había matado a un hombre. ¿Por qué? Nadie lo sabe. Solamente los viejos dijeron a media voz que era por la mala sangre que corría en sus venas heredada del padre que no había conocido.
No era la primera vez que se ocultaba en ese lugar después de alguna fechoría; pero esta era la peor de todas. Antuca lo había visto usar el cuchillo contra aquel hombre y contra ella misma, en su propia casa (la chichería más famosa del pueblo). Una semana después, cuando escuchó el zag zag de unos pasos en el cañaveral ya sabía quien era. Levantó la mirada al cielo para comprobar que anochecía y se arrellanó sobre la tierra tibia.
Era Antuca. Tenía la oreja envuelta con gasas y una mancha de sangre la traspasaba. Sin pronunciar palabra, dejó a sus pies una vianda envuelta en un mantel impecable y una botella de chicha. La misma que lo hizo aquella tarde matar a un hombre y cercenarle la oreja a su madre. Cuando quedó solo y a oscuras comió cuyes hasta el hartazgo y bebió aquel trago que no pudo calmar su sed ni alegrarlo.
A medianoche ardió el cañaveral. ¿Quién fue? Nadie lo sabe. Policías, perros y curiosos esperaron inútilmente verlo salir envuelto en llamas y pidiendo perdón como un condenado. Estaba profundamente dormido soñando con Antuca que, aún niño, viéndolo llorar, le tendía sus brazos.

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