jueves, 29 de agosto de 2013

Una visita al neurólogo

Llegué al neurólogo sin alteraciones de conciencia transitoria, déficit de memoria, neuralgia o parestesia alguna. Camino al consultorio me puse a pensar en el sistema nervioso central, periférico y autónomo, recordé las inútiles clases de biología impartidas en la escuela, cavilé alrededor de las enfermedades del cerebro y alteraciones de marcha y equilibrio que he podido constatar en algunas personas, pensé en sus temblores y tics, en las pérdidas de fuerza y visión doble, en el ocaso del sentido de la vista.
Llegué al neurólogo de 'la familia', por llamarlo de algún modo, (el aludido atendió en su momento a mi abuela y a mi madre) a la hora convenida. Una docena de pacientes esperaban su turno, y las pequeñas pero evidentes crisis de algunos de ellos no me hicieron mucha gracia. Salió el visitador médico de su anodina entrevista, me correspondió ingresar y la hora de las preguntas (casi un interrogatorio policial sobre mis rutinas y hábitos) por alguna extraña razón -en algún momento- pensé que se me prohibiría la lectura.
Después de escuchar mi versión, el 'doc' (llamémoslo así, a pesar de sonar fujimorista y corruptamente hardcore) dedicó el  tiempo a precisar los síntomas (sus características, dónde y cuándo aparecieron, qué los precipitaron). De pronto me vi tumbado en una camilla (especie de diván freudiano postmoderno) para el correspondiente examen físico neurológico. En mis oídos se colocó e hizo funcionar un audiómetro; del mismo modo ocurrió con otro adminículo que el doc usó con la destreza de un optometrista. Un martillo para medir los reflejos osteotendinosos y la sensibilidad al tacto y al dolor, fue el siguiente accesorio médico que me fue aplicado. El susodicho no olvidó descartar una posible hipertensión arterial; como realizó la prueba en tres ocasiones (en distintos momentos de la cita) me puse a pensar en que podía tratarse de ese crónico mal.
El doc recomendó que me realizara pruebas de imagen complementarias. 'Una tomografía y me la traes dentro de unas semanas', fue lo siguiente que dijo. 'Se trata solo de estar completamente seguros', manifestó imperturbable. Lo que siguió fue una auténtica clase de neurología, sobre cómo ha ido evolucionando la profesión hacia una especialidad más resolutiva, sobre el aumento de las posibilidades terapéuticas y la estrecha colaboración de las mismas con especialidades complementarias como la psiquiatría y la psicología. Todo ello sumamente didáctico, al punto que ahora mismo podría instalar un preventorio y dedicarme al floro.
Al final se dispusieron las recetas, la orden para el tomógrafo, el certificado médico y la necesidad del descanso correspondiente. 'No te preocupes, el cafecito no te hará daño si no exageras... Anda nomás, muchacho, no te prohibiré que leas, descuida'...
Me fui pensando en cómo llegó a adivinar la pregunta mental que me hice a lo largo de la cita, quizá la forma en que apretaba el libro pudo haberme delatado. Avancé por Ruiz y me perdí en el centro, llegué al malecón y me detuve ante el mar. Era un buen día.

Cafeinómana existencia

A las siete de la noche -como cada día- se me antoja un café, una de esas tazas humeantes que aportan bienestar y levantan el ánimo. De mitos y leyendas en torno a esta bebida obtenida de las semillas tostadas y molidas de los frutos del cafeto, ya hemos tenido demasiado. Lo cierto es que ha quedado demostrado que el consumo moderado del café pasado al momento ayuda a prevenir enfermedades al corazón, diabetes, cirrosis, cálculos biliares y hasta enfermedades degenerativas como Alzheimer y Parkinson. 
Hasta tres tazas al día no constituye exceso alguno, tampoco se trata de convertirse en un adicto. En algún lugar leímos también que su consumo ayuda a disminuir la depresión. El asunto es consumirlo al momento para saborear su calidad al máximo y evitar se pierdan sus propiedades antioxidantes.
Actualmente, el café peruano se encuentra en el tercer lugar en exportación y cuarto en producción a nivel mundial (hecho que seguramente cambiará ya mismo debido a la destructiva plaga de la roya amarilla que estos días sacude a los productores altoandinos. Nuestro país es además líder en la venta de café orgánico, el mismo que se exporta a 46 países. 
La cafeína ayuda a mantenerse despierto, a cumplir con las fechas de entrega de cualquier trabajo escrito, y además funciona como un sustituto tramposo del desayuno. Por alguna extraña razón, el café juega un papel importante en los procesos de lectura y escritura. A pesar que leer pareciera ser una costumbre lamentablemente en retirada, entre quienes leen parece que la costumbre de ir a un café literario, un espacio de tertulia, libros y algo de buena comida, se ha convertido en una necesidad. Hace algunos meses leí una deliciosa nota periodística al respecto, aquí la comparto. Ahora sí, un cafecito nos espera; ya nos vemos.

Lectura de 'Plano americano'

Estos días volví a la lectura de Plano americano, recopilación de veintiún perfiles de escritores, artistas plásticos, periodistas, fotógrafos, cineastas, diseñadores y músicos hispanoamericanos que Leila Guerriero ha publicado a lo largo de la última década en diarios y revistas de América y España. 
De este volumen había saboreado únicamente el dedicado a Nicanor Parra, durante el trayecto de retorno de mi último viaje a Lima. La sensibilidad creativa desborda en los personajes contenidos en este libro imprescindible para todo periodista cultural que se respete. Ahí está la rabia de Fogwill, el marginal Parra y la inquietante Vilariño. Ahí está Piglia, Artl, Kuitca, Minujín, y toda una fauna de creadores que hacen de América un continente donde el arte palpita a la vuelta de la esquina.
Las piezas narrativas de este volumen publicado por la Universidad Diego Portales, permiten dibujar el retrato de una época, nos dejan ver a través de un lente invisible, acucioso. Es como ser testigos de lo que está delante nuestro y la enorme mayoría de mortales no puede ver.
Cuando termine la lectura de este libro pasaré a comentarlo como es debido; mientras, solo quería compartir el placer que se siente al leer un volumen del cual estamos orgullosos en nuestra biblioteca.

Para llegar a la Biblio

Las bibliotecas son necesarias para vivir, en ellas está contenido el conocimiento y los libros imprescindibles para una vida plena. El problema es que las grandes mayorías no descubren que en ellas se puede hallar no solo información, sino ocio, cultura, relaciones personales. No haciéndolas suyas, no habitándolas ni hurgando en sus estantes, los ciudadanos relegan a las bibliotecas de sus listas de necesidades de disfrute y -obviamente- se colocan al margen (de espaldas) a su defensa.
El problema de las bibliotecas (que suelen quejarse de la ausencia de lectores), es que no han llegado a ser lo que deberían: centros grandes y vivos, llenos de gente lectora y no lectora. Otro problema reside también en la escasez de especialistas al frente de sus fondos bibliográficos, los mismos que dicho sea de paso suelen estar desactualizados.
Hace casi una década escribí el texto que a continuación sigue, líneas dedicadas a un viejo amigo libresco que es también su director. En la segunda edición de 'Mundo cachina', mi libro de crónicas que ingresará a imprenta la próxima semana, podrán también leerla. Muchas gracias.



Para llegar a la Biblio

A Paulino Meléndez,
en su vieja casa de cartón

Augusto Rubio Acosta

Para llegar a la Biblio hay que atravesar la avenida Gálvez, hay que evadir a los choros que merodean el Mercado de peces (debería ser de pescados) y a los viajeros de ruta que se embarcan rumbo a Trujillo. Para llegar a la Biblio hay que torear la estampida de autos y tráileres en doble sentido, tragarse el smog, los putamadreos de los taxistas desesperados en hora punta, soportar a los ilusos barristas del Gálvez FBC que "bajan" del estadio Gómez Arellano, a los cargadores de bultos rumbo a El Progreso, a los vendedores de aves y cachineros de la avenida Buenos Aires que también caen a "recursearse", y aguantar también el ruido infernal de esa innombrable parte de la ciudad.

Para llegar a la Biblio -qué duda cabe- hay que ser valiente. Cuántas veces me han asaltado en su misma puerta, ante la mirada impasible de comerciantes, tricicleros, pájaros fruteros, papelucheros de la Caja Municipal, pirañitas de poca monta, estudiantes, y hasta en las narices de los mismos "pitufos" o vigilantes del local edil. Pero la Biblio es la Biblio, la casa es la casa y hay que llegar hasta ahí aunque sea peligroso, porque si no de qué nos alimentamos, dónde imaginamos, leemos y escribimos (donde vivo ya no hay qué leer, qué triste...), dónde crecemos...
Para ir a la Biblio hay que tener carné del lector, señala un documento pegado en la pared, pero la cartulina amarilla no cuesta mucho. Yo, que no tengo carné desde hace cinco años, ya debería haberme sacado uno nuevo. Sucede que quizá el hecho de "no necesitarlo" (solicito libros, periódicos, y hasta el auditorio para presentar libros o para algunas actividades culturales a pesar de no tener carné de lector), ha hecho que me inhiba de sacar mi nuevo documento, de actualizar mis datos y hasta de tomarme una nueva fotografía. El hecho es que a pesar de todo, contra todo pronóstico y por un sentido elemental de sobrevivencia, suelo acudir a diario a la Biblio de Gálvez que se llama igual que el cholo de Santiago de Chuco, a sentarme en mi mesa del fondo para disfrutar de la lectura.
Por estos días se respira un nuevo aire en la Biblio. Será porque hace unos días se develó una placa en el ingreso que señala que ahora la Biblioteca Municipal César Vallejo es el novísimo Centro Coordinador de la Biblioteca Nacional del Perú (BNP) en Áncash, será porque ahora todos esperamos que el contacto de la BNP con nuestra Biblio no sea tan gaseoso como siempre fue, será que el nuevo aire se siente porque hay cierta esperanza de que se arme una nueva programación de distribución librera entre Lima y la provincia, porque ahora se gestionará en nuestro puerto el Depósito Legal y una nueva política cultural al interior de las bibliotecas.
Y es que hasta para leer, hasta para eso hay que ser valiente. Libros nuevos es lo que no hay en la Biblio nuestra de cada día y eso es un escándalo. Hay que releer entonces, acudir a los "refritos", a los clásicos que siempre ayudan, pero que no bastan para un lector vicioso. La Ley de Municipalidades y la Ley del Libro son claras: las comunas deben velar, mantener y promover la creación de Bibliotecas Municipales en todo el país. Entonces, ¿dónde estamos?, ¿por qué la comuna provincial ignora la ley?, ¿por qué se construyen pistas, plazas, malecones, estadios, puro cemento -amén del despilfarro y la corrupción municipal- y ningún libro para nuestra gente?...
Para llegar a la Biblio hay que tragarse todo esto y más. Hay que constatar que no se asigna ni un miserable sol para sacar adelante nuestra casa. En la Biblio de Gálvez no hay ni papel bond para hacer documentos, tampoco toner para poner a funcionar una fotocopiadora que sería mejor cachinearla antes que termine de oxidarse, amén de infraestructura y logística; hasta los muebles y sillas están deteriorados, el techo se cae a pedazos día a día (ojalá no continúe lloviendo porque tendríamos que lamentar la desgracia total de nuestros libros), si hasta la comuna ordenó despojar del sistema de Internet a la Biblio de todos con el pretexto de instalarlo en el Terminal Terrestre, cuando todos sabemos que esas máquinas han ido a parar a las oficinas del local central. En la Biblio tampoco hay recursos para las actividades culturales que se continúan haciendo por esfuerzos particulares y de amigos de una asociación que ya debería ver la luz (jalón de orejas): los Amigos de la Biblioteca.
Para llegar a la Biblio hay que ser masoquista, porque jode, porque duele, porque indigna y hasta enerva que la comuna la tenga en semejante abandono. Al año se realizan de 36 a 48 actividades culturales en ese espacio. ¿Sabrá nuestro desilustrado alcalde lo que es una actividad cultural?... En la Biblio se realiza estos días una muestra nacional de pintura, se presentan libros de cuento, poesía, historia y ensayo, se plasman conversatorios sobre identidad y temas diversos, conferencias, recitales, festivales de teatro, hasta películas de calidad se han proyectado en "la azotea del Mercado de peces", a pesar del televisor de 14 pulgadas, el VHS prestado y las enormes restricciones que existen. La Biblio de Gálvez tiene ya más de cuarenta años y no es dueña de local alguno. Dicen que cierto alcalde le construirá un local nuevo, pero al parecer sólo son rumores (tú sabes lo habladora que es la gente). Lo que hasta ahora no aclaran ni el alcalde ni cierto pleno edil, es quién administrará (de construirse) el nuevo espacio y eso es importante, no vaya a ser que la casa de los libros termine en manos de quienes nada tienen que hacer con su desarrollo.
El techo se cae a pedazos en la biblioteca de Gálvez mientras acabo de escribir un nuevo poema y de afinar estas líneas. Para llegar aquí hay que sortear -es cierto- las mil complicaciones líneas arriba mencionadas, pero si llegas, espero que no sea sólo para hacer tu tarea de colegio o de maestría (sería triste), tampoco para afanar a las hembritas que por aquí caen de vez en cuando; espero que sea para comprometerte de verdad con su desarrollo y fortalecimiento, con nuestra causa, con la recuperación de su dignidad.

lunes, 26 de agosto de 2013

El fracaso escolar y un falso discurso

 Augusto Rubio Acosta

El extendido y falso discurso de que los escolares fracasan en la escuela debido a que los padres no se preocupan por la educación de sus hijos, me viene siempre a la cabeza cuando veo a mi pequeño Josemaría sentarse en casa a trabajar las tareas que el colegio le encarga a diario. Me asalta entonces la certeza de que si bien es cierto hace muchos años los padres 'tomaron conciencia' de la necesidad de involucrarse en la vida escolar de sus hijos, los niños y niñas no necesariamente necesitan sentir la presión de una exitosa vida académica ni de profesores o escuelas donde se enseñe durante más horas materias 'más duras'.
¿Qué tan necesario es repasar con los niños las clases del día?, ¿que tanto perjudica su autonomía? La pregunta deberían hacérsela generalmente las madres, a quienes sobre todo les toca el rol de ayudar a sus vástagos con los deberes escolares o vigilar que estos sean cumplidos. 
Antes, hace más de treinta años, la mayoría de niños peruanos recibíamos apoyo en casa hasta determinada edad, quizá porque los padres de entonces no contaban en su mayoría con estudios superiores; hoy es distinto (por lo menos en un gran sector de las urbes); sin embargo, es triste comprobar que las escuelas han orientado su plan curricular al 'éxito académico', a la romántica idea de ingresar a la universidad (no importa cuál, el asunto es 'ingresar', a pesar que como se sabe el 99% de ellas a las justas alcanza niveles paupérrimos), olvidando lo más importante en la vida:  los valores, la parte lúdica, el juego, la responsabilidad.
En las escuelas, se registra una obsesión por recargar de tareas a los estudiantes, por aumentar horas para así 'aprender más'; hasta en las vacaciones de medio año y de verano priman los talleres de 'refuerzo escolar', de inglés, entre otras materias consideradas difíciles por la comunidad educativa.
¿Qué hacer como padres?, ¿intentar fundar un colegio 'antisistema' donde podamos nosotros mismos enseñar a leer y a escribir a nuestros hijos?, ¿aprenderían más y mejor en casa, lejos del triste sistema escolar a que se ven sometidos?
Hace algunos meses (y post), reflexionábamos aquí sobre los niños y el arte como medio de expresión que utilizan  naturalmente y en forma de juego, constituyéndose en el camino para volcar sus experiencias, emociones y vivencias diarias. Precisamente deberíamos apelar a ello, sin olvidar que los padres habemos de limitarnos a organizar y asesorar las tareas escolares con el objetivo de mejorar el rendimiento, más no a desarrollarlas ni sentarnos a ejercer presión generando la idea de que el estudiante no podría realizarlas sin ayuda.
Sin embargo, nada de esto es absoluto. El informe PISA de 2009 demuestra que el rendimiento académico está muy asociado al origen social del estudiante, la profesión de sus padres, la estructura de su familia y, finalmente, el género. Es decir, existe un desequilibrio en las oportunidades educativas, lo cual debe (tiene) que revertirse. Lo ideal es que los deberes se hagan en la escuela bajo la supervisión de los profesores. Enviarlos a casa genera desigualdad, al traspasar parte de la responsabilidad de la instrucción a las familias (con los enormes vacíos culturales y económicos de cada una de ellas). Si queremos una sociedad justa en materia educativa, las tareas escolares deberían realizarse en la escuela, una que ofrezca las mismas posibilidades de éxito para todos. 
El problema es que hablar de estas cosas en un país como el nuestro resulta utópico debido a la ignorante clase política que tenemos. Organizar el tiempo y el espacio adecuados para las tareas de los niños y niñas es el rol que nos toca (que nos queda) a los padres; no basta acudir a las sosas e improductivas 'reuniones de padres de familia', es preferible pensar y ver más allá, para eso precisamente sirven las reflexiones.

jueves, 22 de agosto de 2013

La educación por la que nadie lucha



Augusto Rubio Acosta

Una de las cosas que más me indignan, me enervan, me joden desde hace mucho, es el abandono del sector educativo de parte del Estado. En reiteradas ocasiones lo hemos manifestado en diversas tribunas públicas, sobre todo en ocasiones en las que ciertos funcionarios públicos se han referido a la apócrica ‘revolución educativa’.
Todos sabemos, desde hace mucho, que las reformas que deben implantarse con urgencia en el sector deben girar alrededor de los maestros (que se constituyan en verdaderos aliados y protagonistas del cambio), y de un presupuesto digno que permita realizar las modificaciones de fondo.
Al respecto, la semana pasada el congreso brasileño aprobó una ley que destina el 75 % de las regalías petroleras a la educación, lo que garantiza unos 112.000 millones de reales (46.670 millones de dólares) para el sector en los próximos diez años. Se trata de una inversión adicional a la ya realizada por el gobierno de la presidenta Rousseff en materia educativa, lo que garantiza recursos para el sector por varias décadas.
Lo que si es necesario anotar, es que el nada desdeñable presupuesto educativo en el vecino país no ha caído del cielo. El ejemplo brasileño se ha dado en las calles, con marchas y movilizaciones en todas las ciudades, ciudadanos concientes exigiendo llegar a ser una nación desarrollada mediante la inversión en educación. Las manifestaciones por mejores servicios públicos que sacudieron Brasil, en junio pasado, han introducido la presión que se necesitaba para que la clase política apruebe una ley que le cambiará el rostro al país del cercano oriente. 
En Chile, el sistema educativo también ha experimentado notables transformaciones desde que hace casi tres años los estudiantes, hastiados del modelo que en 1981 introdujo la privatización de la enseñanza, se echaran a la calle para exigir educación pública, gratuita y de calidad. El presupuesto en educación ha pasado de 9.348 millones de dólares (2009) a 13.305 millones (2013), un incremento del 42 % (3.957 millones) que se ha visto acompañado de una serie de leyes que han reformado algunos de los aspectos esenciales del sistema. El Ministerio de Educación (que ha visto pasar media docena de titulares del portafolio solo en los últimos tres años), no ha conseguido encauzar, sin embargo, el diálogo con las organizaciones de estudiantes de enseñanza secundaria y superior que piden más, que exigen mejores condiciones para el estudio, que no se conforman con lo que han logrado (y eso es muy bueno).
¿Qué tiene que pasar en el Perú para que el Ejecutivo y el Legislativo elaboren y aprueben leyes que permitan educación pública, gratuita y de calidad?, ¿por qué los peruanos no estamos descontentos e indignados con la mediocre y triste educación que se imparte a nuestros hijos en las aulas privadas o públicas?, ¿por qué se permite cobros excesivos en ciertas universidades particulares donde la enseñanza que se imparte es de dudosa o paupérrima calidad y está orientada (mediante el uso de diversos subterfugios) al lucro?, ¿por qué el peso de la educación en el porvenir del país no se deja sentir durante las campañas electorales mediante las propuestas de los candidatos?
Mejorar la calidad educativa, elevándola a estándares del primer mundo desde las etapas básica y preescolar hasta los niveles superiores, es combatir efectivamente la pobreza. Consideramos que la respuesta a nuestras interrogantes está en las calles, en el rol que ejercemos como ciudadanos en el cambio. Nada caerá del cielo, de eso estamos seguros.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Leyendo a Bohumil Hrabal

Husmeando entre el 'hueso', en mi casero de Kilka encontré hace un par de semanas, 'Anuncio una casa donde ya no quiero vivir', del checo Bohumil Harabal, libro de relatos editado por El Aleph (su primera edición en español es de 1989), historias que fueron escritas cuando Checoslovaquia (que aún era un solo país) vivía bajo el yugo comunista, tres años antes de que Hrabal fuera censurado.
Leyendo a Hrabal es posible encontrar a un extraordinario ser humano, uno que busca el arte en la desgracia y en la decadencia, en la marginación y la derrota, en la miseria urbana. En este libro se llega a vislumbrar un deseo velado de libertad, de dejar a un lado la opresión y la censura constantes a la que todo se ve continuamente sometido. Así, gente común que se descubre extraña, artistas que buscan crear algo nuevo, oficiales con un 'relajado' sentido del deber y personajes que no son sino un reflejo de cómo el autor percibe el mundo captado en los bares más sórdidos y miserables de Praga, desfilan por sus páginas descendiendo a su vez en la escala social cada vez más, más abajo.
Excepcionalmente lúcido como pocos autores, Hrabal es capaz de absorber y narrar de determinada forma las vivencias y a través de ellas transmitirnos el espíritu del tiempo que le tocó vivir, una época donde nunca hubo espacio para quijotes de la cotidianidad como él, para escritores desclasados, para quienes finalmente no soportan más el mundo en el que deambulan y no les queda otro camino más digno y fervoroso que el suicidio.

martes, 20 de agosto de 2013

Los kukamas al rescate de su lengua

Los Kukama-Kukamiria, pertenecientes a la familia lingüística Tupí Guaraní, son uno de los pueblos con mayor presencia en la amazonía peruana. Sin embargo, el uso de su lengua indígena y otras prácticas culturales propias se encuentran gravemente afectadas. Denominados por algunos 'nativos invisibles', los kukama luchan para que su lengua no desaparezca. Este estupendo vídeo musical es testimonio de ello.

Reflexiones de un ciclista urbano (y punto)

Antes (hace más de veinte años), cuando solía unir tres veces por semana -y sobre dos ruedas- la avenida Bolívar, en Pueblo Libre, con la Bajada Balta, en Miraflores, para ir a estudiar un segundo idioma, desconocía que manejar bicicleta -durante un periodo de dos décadas- aumenta en cinco años la expectativa de vida. Antes, las enfermedades crónicas, respiratorias, cardíacas y musculares, eran para el suscrito 'cosas de ancianos'. La aceleración del metabolismo tampoco importaba, mucho menos el tráfico vehicular caótico de Lima, plagado de conductores apurados, calles con baches y ciclovías con obstáculos. Antes, fui un ciclista urbano y punto. H. G. Wells había manifestado -en alguna extraviada entrevista- que cada vez que veía a un adulto subido en una bicicleta crecía su confianza en la posibilidad de un mundo mejor, y lo teníamos presente.
Así, el deporte extremo y de alto riesgo en que consistía (y consiste) manejar biblicleta por las calles de una urbe como Lima, constituía todo un reto. La ciclovía de la avenida Arequipa casi siempre estuvo obstruida -en varios tramos- por autos, motos a toda velocidad, skaters o peatones distraídos. El traslado no era tan sencillo porque había que estar alerta siempre de los ladrones, que acechaban esperando el mínimo descuido. En los semáfotos aprovechábamos la luz en rojo para adelantarnos a la avalancha de vehículos motorizados que partían tras nuestro. Estacionamientos solo en los supermercados, que por entonces no eran tan numerosos como hoy (cadena y candado a la hora del descanso). Las crazy combis y su caótico circular constituyeron (constituyen aún) nuestro más terrible y desesperante pandemonio.
La bicicleta es una máquina literaria, así lo sentimos siempre. Observar el mundo desde dos ruedas nos acercaba al asombro en que consiste ser parte de un mundo poético, un mundo distinto y pasajero, pero no tan rápido a pesar de su fugacidad. Los ciclistas de entonces nos sentíamos parte de una comunidad, nos enterábamos de eventos o actividades destinadas a ese medio de transporte. 'Las bicicletas son para el verano', habíamos oído en alguna parte, pero el suscrito las prefería en invierno por razones climatológicas. Ejercer el derecho soberano y saludable de trasladarnos de un sitio a otro sobre dos ruedas, es algo que no hacemos hace mucho. Hace demasiados años me deshice de mi vieja bicicleta; nunca escribí sobre ella, pero mientras redacto estas líneas la extraño porque -en cierto modo- era una especie de defensa contra la barbarie en que vivíamos los peruanos por ese tiempo. 
He sido un caminante ya muchos años. De  adrenalina, viento en el rostro y esa extraña mezcla que produce la tensión por el tráfico y la relajación callejera, he tenido mucho (no precisamente sobre dos ruedas). Hace veinte años no sabía necesariamente adónde me dirigía cada vez que salía sobre dos ruedas, hoy es distinto. Aunque el camino sea  áspero y duros los tiempos, puedo cantar con el alma y eso me basta. El que tenga o no una nueva bicicleta (me encuentre o no sobre ruedas) no significa que no viva deprisa, quemando la vida que otros no vivieron. Ahí están los ríos furiosos, turbios, los ríos veloces y sus puentes derribados. He de salvarlos.

lunes, 19 de agosto de 2013

'Lo único que tengo es esta angustia'

“Nada, entonces me estaba tendido allí patas arriba en mi cama tratando de olvidar montones de cosas que hasta entonces me había empeñado con un deseo furioso en conservarlas vivas y relucientes en la memoria. Y ese deseo, que a lo mejor era parte de la cosa, como que comenzó cuando Eduardo me dijo, puede que con la misma mala intención de su descacharrante pregunta: ‘Tu eres escritor’”.

Título y texto tomados de 'Al sur del Equanil', de Renato Rodríguez (Monte Ávila Editores, Biblioteca Básica de Autores Venezolanos). Quien pronuncia la frase es David, atribulado escritor en potencia que protagoniza la obra.

El suicidio como una especie de regalo

De 'Brief interviews with hideus men' (Entrevistas breves con hombres repulsivos), de David Foster Wallace, hoy leí este texto que les comparto. En realidad desaría tener-leer el libro completo (publicado por Mondadori en 2001), una traducción de Javier Calvo, que seguramente tardará en llegar a mis manos (las versiones i-pub o en PDF merecen mi respeto, pero prefiero el libro de papel, tan escaso cuando se trata de buena literatura en esta fucking ciudad). En fin, que sea una amable y cafeinómana lectura:

Había una vez una madre que lo pasaba muy, pero que muy mal, emocionalmente, por dentro.
Por lo que ella recordaba, siempre lo había pasado mal, incluso de niña. Recordaba pocos detalles específicos de su infancia, pero sí recordaba haber sentido un odio hacia sí misma, un terror y una desesperación que parecían haberla acompañado desde siempre. 
Desde una perspectiva objetiva, no sería descabellado decir que aquella futura madre tragó mucha mierda psíquica cuando era una niña y que parte de aquella mierda podía describirse como abusos sexuales por parte de sus padres. Sin embargo, aunque todo esto era verdad, no era el problema.
El problema era que, hasta donde alcanzaban sus recuerdos, aquella futura madre se odiaba a sí misma. Percibía todas las situaciones de la vida con aprensión, como si cualquier ocasión u oportunidad fueran una especie de examen importante y terrible y ella hubiera sido demasiado estúpida o perezosa para prepararse con antelación. Se sentía como si tuviera que sacar la nota máxima en todos aquellos exámenes para evitar algún castigo terrorífico.41 Se sentía aterrorizada por todo y le aterrorizaba que se notara.
La futura madre sabía perfectamente, desde una edad temprana, que aquella presión constante y horrible venía de su propio interior. Que no era culpa de nadie más que de ella. Aquello la hacía odiarse más todavía. Esperaba de sí misma una perfección absoluta, y cada vez que no la conseguía la colmaba una desesperación profunda e insoportable que amenazaba con romperla en pedazos como si fuera un espejo barato.42 La futura madre proyectaba aquellas expectativas tan altas en todos los ámbitos de su vida futura, particularmente en aquellos que involucraban la aprobación o desaprobación de los demás. Por esta razón, durante su niñez y su adolescencia, todos la percibían como a una chica brillante, atractiva, popular y admirable; la elogiaban y la aprobaban. Sus compañeras parecían envidiar su energía, su dinamismo, su aspecto, su inteligencia, su disposición y su atención infalible a las necesidades y sentimientos ajenos;43 tenía pocas amigas íntimas. A lo largo de su adolescencia, las autoridades como, por ejemplo, profesores, patrones, líderes militares, pastores y asesores de asociaciones de alumnos universitarios comentaron que la joven «parec[ía] tener expectativas muy, muy altas de [sí misma]», y aunque a menudo aquellos comentarios se emitían desde una voluntad de preocupación o reprobación amables, casi siempre se podía distinguir en ellos una nota ligera pero inconfundible de aprobación —de que la autoridad había emitido un juicio objetivo e imparcial y había otorgado su aprobación—, y en todo caso la futura madre se sentía (por entonces) aprobada. Se sentía tenida en cuenta: sus criterios eran altos. Sentía una especie de orgullo abyecto por la falta de piedad que mostraba hacia sí misma.44
* El texto completo vía la imprescindible web de Ignoria.

sábado, 17 de agosto de 2013

Los abrazos rotos


Hoy por la tarde, en la quietud del búnker, pude al fin ver 'Los abrazos rotos', uno de los films más personales y ambiciosos de Almodóvar, pequeña joya que me debía desde hace algunos años.
Basada en una novela de Tierry Jonquet (escritor del cual Almodóvar también adaptó 'Tarántula', para convertirla en su película 'La piel que habito'), el film relata la historia de un 'amour fou' dominado por la fatalidad y los celos, los complejos de culpa y los abusos de poder, la traición y una oscura amalgama de géneros que combina drama, comedia, cine negro. 
El séptimo arte reflexionando sobre su propia naturaleza, cine dentro del cine, el director diseccionándose  a sí mismo en el laberinto de sus propias imágenes, en la encrucijada de sus propios anhelos como escultor de fotogramas.  El escritor ciego que pierde trágicamente a la mujer de su vida vivirá mucho tiempo en la retina de quienes hemos visto el film (y de quienes asistimos a la grabación de 'Chicas y maletas'); del mismo modo se han hecho imperecederos sus actores secundarios (hecho tan característico de los films de Almodóvar), así como la última frase del protagonista: 'terminar la película, aunque sea a ciegas'. De la actuación de Penélope Cruz, musa de varias generaciones, huelgan comentarios.

#eselfin



La gitana de la avenida La Colmena, que en 1990 aseguró -dando alaridos- que el suscrito moriría antes de abril del próximo año, tenía razón. Estamos en agosto y hace demasiado frío. Mañana, en algún periódico antisistema, se publicará -en la página destinada a obituarios- una esquela de fallecimiento invitando a los intrusos (léase advenedizos) a 'que se dignen' acudir a mi casa en Casuarinas para un buen café, algunas galletas de granola y pasas, pan de maíz de la tarde (para los que lleguen temprano) y chilcano de pisco (para la gente hardcore que vaya en plan de amanecida). En la cita, seguramente se contarán chistes, se leerán poemas, se repartirán plaquetas apócrifas y quien sabe algún trovador se anime a cantar el nuevo himno a la ciudad que me vio nacer. Se guardará también escandaloso silencio a la hora que llegue el cura hipócrita y pedófilo de la iglesia más cercana, se repetirá hasta el cansancio:buena gente era; ay, Gucho, por qué fuckin` te fuiste…
Pero como no todo es solaz esparcimiento, a determinada hora llegarán los escasos amigos que la vida me ha dado (los que aún sobreviven) e impondrán respeto (al menos mientras dure su presencia); de pronto una interminable lista de anécdotas vividas en el subterráneo mundo cultural donde siempre habité tendrán espacio en la atmósfera de un día soleado (estoy seguro que saldrá el gringo), un día en el cual quizá alguien repare que en algún momento de su vida el suscrito fue la soledad in crescendo, a pie, en bicicleta, el ruido del día en medio de la quietud indecible de las noches que nos golpearon sobremanera junto al viento en el rostro.
La gitana de La Colmena hará llegar su voz desaforada desde las inmediaciones del Hotel Bolívar hasta el parque de Casuarinas, una suerte de pérdida de control terminará por convertirse en triunfo sobre la materia viva que la sustenta: poema-maldición en prosa, ejercicio experimental que reta a las siguientes generaciones que no conoceré ni pude siquiera imaginar.
Ahí estarán todos, ebrios y ecuánimes (algunos bebiendo pisco aromático, otros quebranta): mi familia en traje formal y sunglasses, mis escasos pero inolvidables amigos, también acompañará la masa hipócrita que siempre me rodeó, por supuesto. De pronto alguien atará al féretro una camiseta de Alianza Lima. El suscrito, que procuró siempre saber de dónde vienen las palabras, cuál es la raíz de todo, no sabrá mañana qué decir, qué pensar. En el aire: la misma sensación de naufragio de cuando alguien parte. La sensación que en este instante experimento.

domingo, 11 de agosto de 2013

Nosotros y los árboles

A escasas páginas de culminar la relectura de 'Prosas apátridas', poco después del almuerzo, me enteré -de casualidad- que las radiaciones procedentes de las redes inalámbricas wi-fi alteran el crecimiento de los árboles y producen fisuras en su corteza. No todos los días nos enteramos de tamaño descalabro ecológico. De pronto se pone uno a recordar las miles de veces que hemos sucumbido al uso de las ondas, a las fuentes de radiación que han marchitado y aniquilado las hojas de los árboles e impedido el crecimiento de plantas como el maíz, y todo en aras de la comunicación, la inmediatez, la modernidad y el trabajo. También hoy me enteré que el desastre nuclear de Chenobyl está escrito en sus árboles, marcado al interior de sus cortezas por los efectos nucleares de los primeros años de la tragedia. Los árboles más jóvenes fueron los más afectados, registraron el crecimiento de formaciones nudosas anormales en sus cortezas, reflejando los efectos de mutaciones y muerte de células como resultado de la exposición a la radiación.
Cuánto nos parecemos a los árboles. Los padres nos limitamos muchas veces a fijarnos sobremanera en el crecimiento de nuestros hijos, mas no en la estructura de la madera de que están hechos, con la cual diariamente son forjados. De los árboles de Chenobyl o los de Fukushima, como del ser humano, hace falta tanto investigar, reflexionar, hay mucho que decir.

jueves, 8 de agosto de 2013

Último acto de resistencia

Augusto Rubio Acosta


'Diarios (1984 - 1989)', de Sándor Márai; y 'Prosas apátridas', de Julio Ramón Ribeyro; son los libros que por estos días leo y subrayo en paralelo, intentando acercarme a la capacidad de observación de lo cotidiano en los autores, a la captura de los pequeños gestos, al gris habitual de la existencia, a la búsqueda de detalles que adquieran un valor mucho mayor que en la vorágine de sus libros. La novela que me he propuesto escribir me ha conducido a leer -sobre todo- volúmenes que recogen fragmentos vitales que (en el caso de Ribeyro) no son poemas en prosa, ni páginas de un diario íntimo, como tampoco apuntes destinados a un posterior desarrollo. Se trata de líneas que el autor consideraba carecían de un territorio literario propio, textos de algún modo periféricos, de los que uno puede disfrutar con pausa a la hora del café, después del almuerzo, y que colaboran sobremanera para ir perfilando mejor a los protagonistas de mi historia.
Los diarios de Márai (a ellos me referí en el post anterior) no son sino el testimonio apasionante y profundamente conmovedor de un escritor decidido a enfrentarse sin ambages con la muerte. El hecho de que el autor se haya suicidado de un disparo días después de anunciar en su diario que había llegado la hora, el momento final, explica que esté leyendo un texto con el cual guardan estrecha relación algunos personajes de la novela que escribo a pausas (cinematográficamente) en mi cabeza y que dentro de poco atravesarán esa frontera que separa la vida corriente del mundo inasible y aplastante en que sobrevivimos, de la tabla de salvación en que consiste la escritura, último acto de resistencia existente.
Trazado el plan narrativo de mi novela, recopilado un considerable porcentaje de la montaña de libros que necesito revisar para documentarme, queda solo el trabajo de campo por delante, mas la disposición y organización del tiempo (ése viejo enemigo implacable) en que habré de volcar sobre un papel todo aquéllo que por estos días me persigue, me acosa, me atormenta.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Los diarios de Sándor Márai

Hace unos días empecé a leer -de manera interrumpida- los diarios de Sándor Márai (1984 - 1989), novelista, dramaturgo y periodista húngaro del exilio, que sinceramente recomiendo. La vida del autor, famoso en su patria hace cinco décadas y totalmente desconocida desde entonces debido a vetos y prohibiciones de sus libros por razones políticas, empezó -relativamente hace muy poco- a ser redescubierta. A pesar del exilio y la censura de su vasta obra literaria en el país donde nació, Márai perseveró escribiendo en su idioma y publicando en pequeñas editoriales húngaras del extranjero. Hay quienes afirman que en los varios tomos de sus diarios está tal vez lo mejor de su obra; el suscrito deberá leer primeros sus novelas para corroborar o negar lo antes señalado. 
Escogí el sexto, último y póstumo tomo de los diarios de Márai porque ha sido el primero en traducirse al castellano y el único que circula en librerías. El libro está poblado de confesiones sobre la forma en que se descompone la vida de un escritor que está viejo y fatigado, uno que apunta sus reflexiones literarias y observaciones, que alterna recuerdos personales con comentarios diversos, desde sus lecturas a las noticias de actualidad. Se trata del testimonio apasionante y doloroso de un escritor que se enfrenta sin ambages a la muerte; un hombre que comienza a doblarse bajo el peso de los recuerdos y de la soledad definitiva que lo aniquila a plazos desde la muerte de su esposa; alguien que compra un revólver, que afirma no tener planes de suicidio, pero que se prepara poco a poco para la hora final.
Kertész (Premio Nobel de Literatura 2002), en el ensayo que le dedica en su libro -La lengua exiliada- señala sobre sus diarios: "Son para mí, quizá, el documento humano y literario más grandioso de la época". Y razón no le falta.

lunes, 5 de agosto de 2013

Bibliópatas


A pesar de discrepar con el título que el autor ha colocado a las líneas que a continuación comparto (los bibliópatas son solo fetichistas a quienes no les importa en absoluto el contenido o la belleza literaria de un libro, y se reducen a simples y vulgares coleccionistas que se fijan en las páginas, en la fecha, en la conservación de los ejemplares, en el número de edición, en el ex libris, y generalmente juzgan un libro por su portada), se trata -sin duda- de un texto que refleja el verdadero sentir y la desesperación que agobia en determinadas circunstancias a quienes amamos la buena literatura. El origen de estas líneas es una llamada telefónica realizada por el suscrito desde la esquina de Quilca y Camaná, la tarde del último sábado. Es también el homenaje a una amistad surgida hecha papel y tinta. (Nota del editor) 
Marco Zanelli

Para Gucho Lakra, en su búnker libertario

Conozco la enfermedad más sana. La conozco desde adentro, por supuesto, porque vivo enfermo de ello y a lo único que me ha conllevado es a motivar una felicidad interna, un parecido a la convalecencia que nada tiene que ver con reposo y sí mucho con papeles. El nombre de este padecimiento benéfico es la lectura. Me tiene echado en mi cama, inmóvil, o me atrapa en la combi como los estornudos alérgicos provocados por esta ciudad de tolvaneras achacosas.
Sé lo que es perderse un partido de fútbol, el cumpleaños de alguien o las borracheras inefables del fin de semana, por dedicarme a la lectura. Soy de los que procrastina otra actividad por leer. Ese emplazamiento, por supuesto, no es gratuito: cobra sus desventajas, me llena de excusas inapropiadas, me regala miradas dubitativas. Pero es así: leo, luego existo. 
Mis bolsillos tienden a sufrir cuando visito librerías. En Alfonso Ugarte me siento vacío cuando me voy sin nada porque solo llegué a ojear las estanterías empolvadas repletas de volúmenes viejos. En otras librerías, donde el pirateo benigno no llega, termino triste pues los precios son elevados y a veces el dinero no alcanza. He llegado a pedir préstamos debido a mi enfermedad. Acaso alguna vez me endeudé. Dejé de pagar recibos importantes por un libro de Faulkner y por los cuentos completos de Cortázar.
Lector(a) aléjese de ese vicio: (no) se lo recomiendo.
Hace algunos días, Augusto Rubio Acosta me llamó desde Lima. El suscrito andaba leyendo el tercer volumen de los cuentos completos de Cortázar. “Deshoras” es un cuento vivencial, tierno. Pero Augusto me telefoneó (interrumpió) no sé si para informarme de su desesperación o para sacarme pica de todo lo que él podía ver y yo no, de todo lo que había comprado en la XVIII Feria Internacional del Libro de Lima y yo no, de todo lo que me estaba perdiendo. Sin embargo, estoy seguro que tenía una buena intención.
-Ya no sé qué hacer- me dijo-. Me voy al carajo, en serio…
Sabía a qué se refería. Ese momento donde uno se siente atropellado por tanta portada, tanta oferta, tantas páginas y tantas ganas de…
-No importa- le dije-: ¿hay algún lugar donde nadie te vea?
-Sí, pero… ¿delinquir ahora?- dijo, no con pánico sino con firmeza.
-Sí- dije-, ¿qué hay alrededor?
-“La montaña mágica”, de Mann, a increíbles cuarenta soles; los diarios completos de Dostoievski, a ciento veinte y en tapa dura; “El animal moribundo”, de Phillip Roth, a treinta y cinco, pero con letra demasiado pequeña. Ya he comprado ocho novelas, aparte de “Plano Americano”, de Leila Guerriero, que lo encontré a buen precio en Quilca, donde mi casero; “Prosas apátridas”, de Ribeyro, que no lo tenía; y los diarios completos de Andy Warhol, también en tapa dura.
Comprar libros es como comprar frutas. Ciertamente, en el mercado cada uno tiene su casero, el que le da su “yapita” y con quien se intercambia palabras corteses, preguntas de cómo va el negocio y asuntos superficiales; así, en las librerías, cada uno también tiene su casero: el que rebaja el precio, el que sabe de los autores que uno busca, el que grita la oferta que sabe que enganchará a la mayoría de bibliópatas dispuestos a todo con tal de adquirir un tomo.
-¿Y cuál libro piensas llevarte al fin?- le pregunté a Augusto, como para ponerlo en jaque.
-El de Dostoievski. Me voy a quedar sin dinero para el pasaje de regreso, me he excedido en la FIL, he comprado varios films independientes, pero finalmente ya nada importa, Marco, nada; regresaré en colectivo, en un bus de quinta (y de ruta), por último hasta en el remolque de un camión atestado de cerdos podría volver, pero el libro es primero.
-Hazlo- le dije, casi como una orden.
Augusto colgó, minutos antes se había arrepentido de haber cenado, de haber desayunado y almorzado el día anterior. “Maldita sea, hubiese comprado algunos libros más”, dijo. Convencido de no almorzar ese sábado que me llamó y luego regresar a comprar los diarios de Dostoievski a su casero del jirón Quilca, no supe más de él (desde entonces no lo he visto, pero sé que está bien porque he leído los post de ayer y hoy en su viejo blog). Hace tiempo que sé que los libros íntimos, las autobiografías y los diarios de escritores, tienen demente a Augusto. Y cuando un lector maldito, apasionado y voraz hurga por un libro (lo que llamo: el libro buscado) no importa lo que significa el dinero ni sus consecuencias. Ese escozor de no poder llevarse el libro buscado es el mismo de quien ve un partido de vóley y pierde su equipo favorito vía un resultado absurdo. El libro buscado aparece en sueños, metamorfoseado en pesadillas, quita las ganas de pensar en asuntos importantes y se presenta como un deseo vehemente, algo que ya raya en la locura o -como ya dije- en la enfermedad más sana que pueda existir entre nosotros, bibliópatas perfectos.

domingo, 4 de agosto de 2013

Con Jaime Guzmán en la FIL 2013

Augusto Rubio Acosta

Estupenda y hondamente entrañable la noche del viernes último en la Feria Internacional del Libro de Lima (FIL 2013). El homenaje a Jaime Guzmán Aranda, legendario editor, poeta y canillita cultural de Chimbote no pudo ser más emotivo, sobre todo porque estuvimos rodeados de una considerable cantidad de portuarios que llegaron al auditorio César Vallejo para reencontrarse consigo mismo, con sus coterráneos, con la esencia de la ciudad de novela que hace buen tiempo forjamos, con la urbe alucinada que nos ha visto nacer y que algunos bibliófilos extrañan demasiado (incluso habitando en el puerto mismo). 
En determinado momento, la sala más grande del campo ferial estuvo completamente abarrotada. Estaba hablando Fernando Cueto (novelista de polendas surgido de las canteras de Río Santa Editores), cuando de pronto -uno a uno- empezaron a sucederse en las retinas de los presentes imágenes de los tiempos dorados y los años idos junto a Jaime en las incontables actividades y 'descabellados proyectos culturales' que se enhebraron en favor de la lectura. Ahí estaba Oswaldo Reynoso rememorando las marchas y mítines literarios en la ciudad de Juan Ojeda; ahí estaba el autor de 'En Octubre no hay milagros' para exhortar a los presentes al minuto de silencio en memoria de quien fuera el poeta, el editor, el orate amigo de la séptima cuadra del jirón Pizarro.
Tantos años de libros y mesas librescas, una vida de ferias, talleres y recitales sin nombre, para que la noche del viernes último nos sintiéramos como durante nuestra primera vez ante el gran público: con el fervoroso calor de la gente que llegó a la FIL 2013 porque sentían -como nosotros- que teníamos un compromiso de honor con Jaime Guzmán, con su legado y su memoria, con Marina -su esposa- y con toda su familia, con esa atmósfera íntimamente portuaria que los chimbotanos sentimos cuando la tierra llama y se inflama entonces el pecho orgulloso de tanta brisa, de lluvia, de tanto mar.
Agradecer al Centro Cultural Centenario y a la Cámara Peruana del Libro, por invitarnos a participar de la mesa de honor y por hacer posible el necesario homenaje y reconocimiento a un hombre que llevó la literatura en la piel y que a lo largo de su vida (de múltiples e infinitas formas) entregó todo por ella. A los que aún sobrevivimos, nos queda ahora el enorme reto de hacer posible la ciudad letrada, la urbe lectora que todo el tiempo soñamos.

jueves, 1 de agosto de 2013

Que nadie más pregunte

 Augusto Rubio Acosta
 
Desde hace cierto tiempo hay quienes se acercan o se comunican con el suscrito para preguntar la razón (o las razones) por las que no es posible encontrarme en Facebook. Hay quienes incluso me han reclamado -de manera iracunda- presencia y vida digital en la antes mencionada red social, a la que llegué hace varios años (casi al principio, cuando ninguno de los que hoy demandan mi regreso se encontraba en la misma) y en la que habité de manera -digámoslo de alguna forma- permanente. El hecho es que para zanjar definitivamente este asunto, decidí redactar este breve post que espero llegue a la mayoría de quienes me conocen (ojalá puedan compartirlo) y así no tenga que andar de respuesta en explicación, perdiendo francamente el tiempo, la vida.
Me fui de Facebook por el enorme costo de tiempo que me implicaba. Me fui porque me cansé ('me harté' es la palabra más exacta) de que el 99% (casi todos los que tenía agregados como amigos en mi cuenta personal) no aportaban contenidos de calidad u opiniones 'decentes' respecto a los temas de mi interés (literatura, derechos humanos, medio ambiente, humanidades, interculturalidad, etc). Me largué de Facebook porque prefiero leer y escribir a habitar en un espacio que -a pesar de la transparencia y conectividad que aporta- cambia sus reglas de juego cada temporada en aras de facturar dinero vendiendo a los anunciantes información tomada de los perfiles para que éstos tengan mayor precisión en sus mensajes publicitarios. Me autoexpectoré de Facebook para reiventarme. Lo hice también para impedir que la compañía tenga derechos absolutos sobre la información que genero y porque no creo que la autodenominada 'herramienta social' esté realmente interesada en el bienestar de la sociedad o en corresponder a nuestros intereses. Me fui voluntariamente y en este asunto no tiene nada que ver la paranoia sobre la privacidad. Me largué porque el verdadero debate hace mucho dejó que desapareció de la dichosa red social. Si en algún momento (hipotético y remoto caso) decido volver, lo haré tal como me fui: en silencio, pero será para 'servirme de la red', no para ser utilizado por ella. 
Espero haber sido conciso y claro. En adelante me encuentran aquí, mi lugar de siempre. Que nadie más pregunte entonces; me fui de Facebook y punto, no me jodan.

Dos ilustraciones de 'Mundo cachina'

De la inminente publicación de 'Mundo cachina', segunda edición de mi libro de crónicas, comparto -a manera de adelanto- dos ilustraciones de Pierre Castro, narrador y artista gráfico que se inspiró en 'Gimme the power' y 'Ximena, Clavel, los parias y el día que me quieras', textos incluidos en el volumen antes mencionado (para mayor detalle, un adelanto del mismo es posible leerlo aquí). 
Hay quienes empezamos a escribir crónicas hace mucho pensando en que era la única forma de perpetuar imágenes y vivencias de personajes que -a pesar de la contundencia de su existencia- permanecían en la oscuridad, en el más absoluto silencio. Hay quienes necesitábamos hablar de lo que nadie hablaba, darle voz a los que no la tenían, esas cosas que nos hacen marginales, 'subjetivos y emocionales' siempre, asuntos que nadie, que muy pocos entienden. 
Pronto les comunicaré por esta vía (la única que aún me sobrevive) sobre la publicación del libro. Muchas gracias por leer estas páginas siempre.