jueves, 29 de agosto de 2013

Una visita al neurólogo

Llegué al neurólogo sin alteraciones de conciencia transitoria, déficit de memoria, neuralgia o parestesia alguna. Camino al consultorio me puse a pensar en el sistema nervioso central, periférico y autónomo, recordé las inútiles clases de biología impartidas en la escuela, cavilé alrededor de las enfermedades del cerebro y alteraciones de marcha y equilibrio que he podido constatar en algunas personas, pensé en sus temblores y tics, en las pérdidas de fuerza y visión doble, en el ocaso del sentido de la vista.
Llegué al neurólogo de 'la familia', por llamarlo de algún modo, (el aludido atendió en su momento a mi abuela y a mi madre) a la hora convenida. Una docena de pacientes esperaban su turno, y las pequeñas pero evidentes crisis de algunos de ellos no me hicieron mucha gracia. Salió el visitador médico de su anodina entrevista, me correspondió ingresar y la hora de las preguntas (casi un interrogatorio policial sobre mis rutinas y hábitos) por alguna extraña razón -en algún momento- pensé que se me prohibiría la lectura.
Después de escuchar mi versión, el 'doc' (llamémoslo así, a pesar de sonar fujimorista y corruptamente hardcore) dedicó el  tiempo a precisar los síntomas (sus características, dónde y cuándo aparecieron, qué los precipitaron). De pronto me vi tumbado en una camilla (especie de diván freudiano postmoderno) para el correspondiente examen físico neurológico. En mis oídos se colocó e hizo funcionar un audiómetro; del mismo modo ocurrió con otro adminículo que el doc usó con la destreza de un optometrista. Un martillo para medir los reflejos osteotendinosos y la sensibilidad al tacto y al dolor, fue el siguiente accesorio médico que me fue aplicado. El susodicho no olvidó descartar una posible hipertensión arterial; como realizó la prueba en tres ocasiones (en distintos momentos de la cita) me puse a pensar en que podía tratarse de ese crónico mal.
El doc recomendó que me realizara pruebas de imagen complementarias. 'Una tomografía y me la traes dentro de unas semanas', fue lo siguiente que dijo. 'Se trata solo de estar completamente seguros', manifestó imperturbable. Lo que siguió fue una auténtica clase de neurología, sobre cómo ha ido evolucionando la profesión hacia una especialidad más resolutiva, sobre el aumento de las posibilidades terapéuticas y la estrecha colaboración de las mismas con especialidades complementarias como la psiquiatría y la psicología. Todo ello sumamente didáctico, al punto que ahora mismo podría instalar un preventorio y dedicarme al floro.
Al final se dispusieron las recetas, la orden para el tomógrafo, el certificado médico y la necesidad del descanso correspondiente. 'No te preocupes, el cafecito no te hará daño si no exageras... Anda nomás, muchacho, no te prohibiré que leas, descuida'...
Me fui pensando en cómo llegó a adivinar la pregunta mental que me hice a lo largo de la cita, quizá la forma en que apretaba el libro pudo haberme delatado. Avancé por Ruiz y me perdí en el centro, llegué al malecón y me detuve ante el mar. Era un buen día.

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