sábado, 17 de agosto de 2013

#eselfin



La gitana de la avenida La Colmena, que en 1990 aseguró -dando alaridos- que el suscrito moriría antes de abril del próximo año, tenía razón. Estamos en agosto y hace demasiado frío. Mañana, en algún periódico antisistema, se publicará -en la página destinada a obituarios- una esquela de fallecimiento invitando a los intrusos (léase advenedizos) a 'que se dignen' acudir a mi casa en Casuarinas para un buen café, algunas galletas de granola y pasas, pan de maíz de la tarde (para los que lleguen temprano) y chilcano de pisco (para la gente hardcore que vaya en plan de amanecida). En la cita, seguramente se contarán chistes, se leerán poemas, se repartirán plaquetas apócrifas y quien sabe algún trovador se anime a cantar el nuevo himno a la ciudad que me vio nacer. Se guardará también escandaloso silencio a la hora que llegue el cura hipócrita y pedófilo de la iglesia más cercana, se repetirá hasta el cansancio:buena gente era; ay, Gucho, por qué fuckin` te fuiste…
Pero como no todo es solaz esparcimiento, a determinada hora llegarán los escasos amigos que la vida me ha dado (los que aún sobreviven) e impondrán respeto (al menos mientras dure su presencia); de pronto una interminable lista de anécdotas vividas en el subterráneo mundo cultural donde siempre habité tendrán espacio en la atmósfera de un día soleado (estoy seguro que saldrá el gringo), un día en el cual quizá alguien repare que en algún momento de su vida el suscrito fue la soledad in crescendo, a pie, en bicicleta, el ruido del día en medio de la quietud indecible de las noches que nos golpearon sobremanera junto al viento en el rostro.
La gitana de La Colmena hará llegar su voz desaforada desde las inmediaciones del Hotel Bolívar hasta el parque de Casuarinas, una suerte de pérdida de control terminará por convertirse en triunfo sobre la materia viva que la sustenta: poema-maldición en prosa, ejercicio experimental que reta a las siguientes generaciones que no conoceré ni pude siquiera imaginar.
Ahí estarán todos, ebrios y ecuánimes (algunos bebiendo pisco aromático, otros quebranta): mi familia en traje formal y sunglasses, mis escasos pero inolvidables amigos, también acompañará la masa hipócrita que siempre me rodeó, por supuesto. De pronto alguien atará al féretro una camiseta de Alianza Lima. El suscrito, que procuró siempre saber de dónde vienen las palabras, cuál es la raíz de todo, no sabrá mañana qué decir, qué pensar. En el aire: la misma sensación de naufragio de cuando alguien parte. La sensación que en este instante experimento.

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