jueves, 9 de agosto de 2012

Seguir escribiendo, seguir fracasando



Augusto Rubio Acosta

En el Perú, donde existen todas las condiciones para la muerte y desaparición definitiva de la literatura, es una hazaña publicar un libro; si se trata de una publicación cuyo contenido es valioso, el hecho se convierte en algo heroico. En los tiempos que corren, proliferan sellos editoriales “independientes” e iniciativas libreras vinculadas a un empresariado y emprendedurismo mayormente atento y dispuesto a todo aquello que venda y constituya un fructífero negocio, convirtiendo al libro en vil mercancía y marginando a quienes verdaderamente producen cultura y conocimiento elevados.
Así es y así ha sido siempre. Por ello es complicado –imposible casi- ser escritor en los días que nos tocan. Vivir a salto de mata o lo que es lo mismo: inmerso en la literatura, nos acerca a esa estrecha frontera entre el autoflagelamiento y la sobrevivencia. Sin embargo, todavía hay autores que preferimos que  nuestros libros hablen por sí mismos, que preferimos estar dedicados a lo literario, establecer una relación radical con las letras, y organizar nuestras vidas alrededor de la producción de ficción y no ficción, sin promoción, sin agente literario, sin editor, sin grupo literario de por medio, etcétera. El resultado (el libro) siempre será –en consecuencia- espontáneo y estaremos más centrados en escribir en el sentido más entero del término; eso es lo finalmente valioso, lo imprescindible.
Estos días, que alisto la nueva edición de uno de mis libros, me he puesto a reflexionar aún más en las enormes limitaciones que existen para publicar y en que quien sabe el esfuerzo que uno hace para compartir lo escrito esté encaminado al fracaso. Quienes toda la vida hemos sido hacedores y hemos tenido un objetivo: escribir, lo sabemos de una u otra manera. Ese es nuestro espacio más intenso y necesario, el libro es nuestra herramienta (nuestra arma) frente al mundo, pero el fracaso (ese territorio de la imposibilidad que es la literatura) nos lleva a seguir escribiendo y a seguir publicando (y fracasando) hasta el día que el camposanto del cerro San Pedro nos permita el ingreso y pasemos a la antihistoria. Es cruel decirlo, pero es así; y es hermoso y bueno que así sea.

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