Augusto Rubio Acosta
Sartre decía: “Para llegar a ser hombre se necesita primero confundirse, sumirse en las tinieblas, sólo después de eso se encuentra la madurez necesaria para vivir”. La cita ha venido hoy a nuestra mente, pues recuerdo que la consignaste, Marco, como epígrafe de “Sobre el arenal”, el libro-árbol-prójimo por el cual se te recordará siempre, la rama-césped-verdor de otoño que forma parte desde hace mucho de no pocas bibliotecas en los hogares portuarios, del imaginario de los estudiantes que se han entregado a su vibrante y desesperada lectura.
Las que siguen son para el suscrito líneas muy difíciles de escribir, complicadas en extremo en la medida que es imposible reunir en ellas todo lo que tú, Marco, has significado para esa legión de chimbotanos que compartieron sus días contigo, que aprendieron en las aulas o en la vida misma de tu actitud frente a la vida, que hicieron suyas tus palabras e ideas, y por eso te acompañaron estos días allá en Cipreses durante la hora cero, cuando el dolor nos hacía un nudo en la garganta y ni siquiera éramos capaces de leer ecuánimemente y en voz alta tus viejos poemas.
Los días que han pasado, hemos vuelto a ver los vídeos con las entrevistas que hace tres años grabamos contigo -para el blog- en la quietud de tu hogar. Tampoco ha sido sencillo visualizarlos porque se trata de un amigo, un ser humano como los que ya no existen, una persona a la que estuvimos muy vinculados, prácticamente desde el día en que volvimos a Chimbote decididos a insertarnos en su vida cultural y de alguna forma en la solución de los problemas de su gente.
Caminamos juntos mucho tiempo. Un largo camino. Sobre el arenal nos hiciste partícipes de Isla Blanca, referente cultural del puerto, epicentro de innumerables jornadas librescas y no pocas batallas donde juntos defendimos lo que el corazón nos señaló siempre como destino. Fue ahí donde accedimos a "Porque confío en el mañana" (1980), a tus plaquetas y a los libros que generosamente compartiste con nosotros. Fue ahí donde pudimos percibir tus emociones, nostalgias y sueños, todos ellos íntimamente ligados con la reorganización de los estudiantes peruanos en La Plata, con la agrupación Amauta, el grupo de teatro Javier Heraud, el Centro de Estudiantes de Medicina y la Federación Universitaria Argentina, entrañables espacios, mudos testigos de tus alegrías y luchas juveniles, también de las aciagas y cruentas jornadas que oscurecieron la historia de la dictadura argentina.
“(…) a La Plata fuimos no solo a obtener títulos académicos, que pueden estar llenos de vanidad, sino a adquirir valores de honestidad, trabajo, estudio, y fundamentalmente de identificación consecuente con los sectores más necesitados de nuestros pueblos, que -a pesar de la modernidad y del avance tecnológico- viven postergados injustamente de sus necesidades más sentidas. Y sobretodo los niños…”. La voz de Marco Cueva se dejaba oír siempre de esta forma en los auditorios poblados de jóvenes galenos y aspirantes a esa noble profesión. Así fuiste, así continúas siendo. Por eso nos cuesta tanto –como nunca antes- escribir, acordarnos de los momentos vividos, echarnos a hurgar en el pasado, en el libro pendiente de escribir.
El último domingo, en la historia de los hombres y mujeres que escriben y transitan por el horizonte cultural de Chimbote, en la vida de la hermosa familia que forjaste, en la mirada de quienes alguna vez fueron tus colegas, alumnos y camaradas de arte, se vivieron momentos de honda pena. “Se ha ido Marco Cueva, el escritor, nuestro hermano”, se podía leer en los muros de las redes sociales que difundían la noticia junto a fotografías y vídeos de recitales de poesía y presentaciones de libros que constituían tu modus vivendi, la forma particular que tuviste de afrontar la existencia.
“Fui pez nacido para nadar ilimitadamente por los mares / para surcar con libertad los continentes / para sufrir las tempestades y las olas / para escapar de monstruos, tiburones y ballenas / para vivir / al fin / en todos los océanos…”. Pez de mar naciste, Marco, pero solo te dieron un río, uno estrecho y limitado, tortuoso y manso, que quien sabe pretendía atragantarse devorando todo a su paso mediante la vorágine que arrastra consigo la vida moderna e individualista. Sin embargo, a tu vida en el puerto le impusiste un destino cambiado. De muchas formas te las arreglaste para ser contemporáneo de quienes habían nacido más de un cuarto de siglo después y crear una atmósfera especial para quienes abrazaron tu amistad y la literatura como destino. Marco convirtió en sencilla (y sincera) la vieja ciencia de la medicina y en sumamente accesible para los niños y niñas que no podían sino mirar a la distancia –como un privilegio- la atención médica de calidad que supo prodigarles y merecían largamente.
Marco Cueva nació en Pacasmayo, pero como reconocieron en la hora final sus propios coterráneos, perteneció cabalmente a la arena de nuestras playas. Llegó aquí en los años ochenta y decidió quedarse para forjar su hogar y aprender, para pagar su derecho de piso y empezar a transitar por el camino letrado que había elegido. Años después, con mucha experiencia a cuestas, desde Isla Blanca empezó a caminar delante de los nuevos poetas y narradores, de los nuevos gestores culturales que lo siguieron como se sigue a un profeta que nunca hizo públicas sus profecías, heredando a quienes participaban de su entorno un imborrable legado, la irrenunciable esperanza de un país distinto, uno justo y solidario.
Marco Cueva se ha ido, pero no ha sido más que un hasta luego. Hasta la victoria siempre, amigo, muy pronto volveremos a encontrarnos.
Las que siguen son para el suscrito líneas muy difíciles de escribir, complicadas en extremo en la medida que es imposible reunir en ellas todo lo que tú, Marco, has significado para esa legión de chimbotanos que compartieron sus días contigo, que aprendieron en las aulas o en la vida misma de tu actitud frente a la vida, que hicieron suyas tus palabras e ideas, y por eso te acompañaron estos días allá en Cipreses durante la hora cero, cuando el dolor nos hacía un nudo en la garganta y ni siquiera éramos capaces de leer ecuánimemente y en voz alta tus viejos poemas.
Los días que han pasado, hemos vuelto a ver los vídeos con las entrevistas que hace tres años grabamos contigo -para el blog- en la quietud de tu hogar. Tampoco ha sido sencillo visualizarlos porque se trata de un amigo, un ser humano como los que ya no existen, una persona a la que estuvimos muy vinculados, prácticamente desde el día en que volvimos a Chimbote decididos a insertarnos en su vida cultural y de alguna forma en la solución de los problemas de su gente.
Caminamos juntos mucho tiempo. Un largo camino. Sobre el arenal nos hiciste partícipes de Isla Blanca, referente cultural del puerto, epicentro de innumerables jornadas librescas y no pocas batallas donde juntos defendimos lo que el corazón nos señaló siempre como destino. Fue ahí donde accedimos a "Porque confío en el mañana" (1980), a tus plaquetas y a los libros que generosamente compartiste con nosotros. Fue ahí donde pudimos percibir tus emociones, nostalgias y sueños, todos ellos íntimamente ligados con la reorganización de los estudiantes peruanos en La Plata, con la agrupación Amauta, el grupo de teatro Javier Heraud, el Centro de Estudiantes de Medicina y la Federación Universitaria Argentina, entrañables espacios, mudos testigos de tus alegrías y luchas juveniles, también de las aciagas y cruentas jornadas que oscurecieron la historia de la dictadura argentina.
“(…) a La Plata fuimos no solo a obtener títulos académicos, que pueden estar llenos de vanidad, sino a adquirir valores de honestidad, trabajo, estudio, y fundamentalmente de identificación consecuente con los sectores más necesitados de nuestros pueblos, que -a pesar de la modernidad y del avance tecnológico- viven postergados injustamente de sus necesidades más sentidas. Y sobretodo los niños…”. La voz de Marco Cueva se dejaba oír siempre de esta forma en los auditorios poblados de jóvenes galenos y aspirantes a esa noble profesión. Así fuiste, así continúas siendo. Por eso nos cuesta tanto –como nunca antes- escribir, acordarnos de los momentos vividos, echarnos a hurgar en el pasado, en el libro pendiente de escribir.
El último domingo, en la historia de los hombres y mujeres que escriben y transitan por el horizonte cultural de Chimbote, en la vida de la hermosa familia que forjaste, en la mirada de quienes alguna vez fueron tus colegas, alumnos y camaradas de arte, se vivieron momentos de honda pena. “Se ha ido Marco Cueva, el escritor, nuestro hermano”, se podía leer en los muros de las redes sociales que difundían la noticia junto a fotografías y vídeos de recitales de poesía y presentaciones de libros que constituían tu modus vivendi, la forma particular que tuviste de afrontar la existencia.
“Fui pez nacido para nadar ilimitadamente por los mares / para surcar con libertad los continentes / para sufrir las tempestades y las olas / para escapar de monstruos, tiburones y ballenas / para vivir / al fin / en todos los océanos…”. Pez de mar naciste, Marco, pero solo te dieron un río, uno estrecho y limitado, tortuoso y manso, que quien sabe pretendía atragantarse devorando todo a su paso mediante la vorágine que arrastra consigo la vida moderna e individualista. Sin embargo, a tu vida en el puerto le impusiste un destino cambiado. De muchas formas te las arreglaste para ser contemporáneo de quienes habían nacido más de un cuarto de siglo después y crear una atmósfera especial para quienes abrazaron tu amistad y la literatura como destino. Marco convirtió en sencilla (y sincera) la vieja ciencia de la medicina y en sumamente accesible para los niños y niñas que no podían sino mirar a la distancia –como un privilegio- la atención médica de calidad que supo prodigarles y merecían largamente.
Marco Cueva nació en Pacasmayo, pero como reconocieron en la hora final sus propios coterráneos, perteneció cabalmente a la arena de nuestras playas. Llegó aquí en los años ochenta y decidió quedarse para forjar su hogar y aprender, para pagar su derecho de piso y empezar a transitar por el camino letrado que había elegido. Años después, con mucha experiencia a cuestas, desde Isla Blanca empezó a caminar delante de los nuevos poetas y narradores, de los nuevos gestores culturales que lo siguieron como se sigue a un profeta que nunca hizo públicas sus profecías, heredando a quienes participaban de su entorno un imborrable legado, la irrenunciable esperanza de un país distinto, uno justo y solidario.
Marco Cueva se ha ido, pero no ha sido más que un hasta luego. Hasta la victoria siempre, amigo, muy pronto volveremos a encontrarnos.
Marco Cueva nos deja el ejemplo de gran poeta, un escritor que enseñó con su prácica diaria. Siempre lo recordaremos como el maestro sencillo, trabajador, honestro, gran luchador por las causas justas. Como lo dices Augusto y él comparte... hasta la victoria, esa vistoria que todos anhelamos.
ResponderBorrarMarco Cueva nos deja el ejemplo de gran poeta, un escritor que enseñó con su prácica diaria. Siempre lo recordaremos como el maestro sencillo, trabajador, honestro, gran luchador por las causas justas. Como lo dices Augusto y él comparte... hasta la victoria, esa vistoria que todos anhelamos.
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