domingo, 10 de noviembre de 2013

Juan Ojeda y la condición humana



Augusto Rubio Acosta

En el invierno de 2006, en el marco de las celebraciones por los cien años de la creación del distrito de Chimbote, se me solicitó elaborar un texto amplio sobre el proceso de la literatura en el puerto, el mismo que fue publicado ese mismo año como parte del Libro del Centenario de Chimbote, volumen de lujo que recoge –a pesar de las discrepancias que pudiesen originar algunos ensayos y la ausencia de algunos autores- las principales manifestaciones culturales de la ciudad a lo largo de la historia, un libro que lamentablemente no circuló en edición popular, lo cual impidió su acceso a las grandes mayorías. En el texto en mención, se puede leer un subtítulo dedicado a Juan Ojeda, el mismo que a continuación reproducimos:

Al borde del abismo

Heredero del romanticismo interior, del simbolismo más “iluminado” y de las prolongaciones de este en el expresionismo alemán, Juan Ojeda, la voz poética más elevada producida en Chimbote, nació en el puerto el 27 de marzo de 1944. Después de concluir la secundaria en el Colegio San Pedro, estudió pintura y escultura en la Escuela Superior de Bellas Artes de Lima, y Filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Poeta de excepcional e intensa capacidad lírica, se sumergió desde muy joven en la tradición hermética, órfica, visionaria y alquímica, sin dejar de lado la dimensión histórica y social de condena al orden establecido y de invitación a la conquista de las utopías con que soñaban los jóvenes de la generación del sesenta, tan influenciados por los cambios radicales y revolucionarios de la época.

En la poesía de Ojeda no se siente la división entre poesía “pura” y “social”. El modelo expresivo que propone se nutre de la “modernidad” francesa, hispánica, italiana, alemana, además de la poesía china, japonesa y de origen musulmán. Sus poemas se hunden en los ritos de Hermes, en reminiscencias de una vida atormentada y plagada de infortunios, en la pugna órfica con el caos, la muerte, y en lecturas y citas abrumadoras de poetas de signo trágico.
Ojeda publicó en vida la elegía Ardiente sombra (1963) dedicada al poeta Javier Heraud, asesinado en el río Madre de Dios. En 1966, el II Concurso “El Poeta Joven del Perú” organizado por la revista Cuadernos Trimestrales de Poesía, le otorgó la primera mención honrosa por Elogio de los navegantes, publicado ese año. De 1970 es Recital, y de 1972 Eleusis, editado por Gárgola, Colección de Poesía.
Juan Ojeda se arrojó bajo las ruedas de un auto en la cuadra 23 de la avenida Arequipa, en Lima, la madrugada del 11 de noviembre de 1974. Tenía 30 años cuando murió y era poeta por encima de todas las cosas. El vate dejó una huella, un espíritu, una actitud y una influencia notoria en las generaciones de creadores peruanos posteriores. A cambio recibió el olvido casi total, absoluto y miserable que el Estado peruano otorga a sus mejores hijos. En 1986 apareció póstumamente -editada por Runakay- su obra poética máxima Arte de navegar. En 1997 se publicó la plaqueta Epístola dialéctica, y en 2001 Cronopia publicó una edición ampliada de su libro principal. Han pasado más de tres décadas de la partida de Juan Ojeda y dada su condición de ‘autor de culto’ muy poca gente ha leído sus libros o visitado el pabellón Santa Carmen, nicho 55-A del cementerio El Ángel, donde descansan sus restos. ¿Será que como en su Crónica de Boecio “… nada queda ya sobre la tierra / que hayas odiado con cierta humillación / la dorada máscara / que repite el esplendor de aburridos gestos / aprendidos, sin duda, para consolarnos / y no hay consolación /…”?, ¿se trata acaso del exilio?...

Lejos del poder cultural, tan cerca de todos
La tormentosa amalgama genética y afectiva, sumada al devenir histórico y la extrema sensibilidad de un autor a quien la madurez poética le sorprendió muy joven, producto evidentemente de su precoz y absorbente lectura, así como de un riguroso examen de la literatura clásica y contemporánea, hicieron que Ojeda cotejara con pasión y lucidez la poesía, junto a la convulsa y apabullante realidad de su tiempo.
En medio del caos y la destrucción de su mundo (que es aún el nuestro al fin y al cabo) sus versos se alzaron presagiando ese oscuro apocalipsis que hoy vivimos en grandes aspectos de la vida diaria. Los poemas de Ojeda trascienden porque en su ejercicio dialéctico, en su fervor como creador, el autor de ‘Arte de navegar’ imprimió uno de los testimonios más lúcidos y conmovedores de la condición humana. El poeta se ha tornado inmortal a pesar que estuvo siempre lejos de los grupos de poder cultural, a pesar de que nadie reconoció en vida sus versos y a pesar de dejar inédita su obra mayor que es un auténtico itinerario de una locura trágica, épica y sublime.

A Juan Ojeda se le han hecho múltiples ‘reconocimientos’ en los últimos años. Sin embargo, el mayor homenaje es la lectura y difusión de su obra, deuda pendiente que esperamos el gran público pueda pagar con creces a la historia.

 * Ilustran este post, la portada de la edición n° 5 de 'Mundo cachina', publicación de artes & letras que acaba de entrar en circulación (ilustración de Percy Izquierdo).; la segunda imagen le corresponde al maestro Álvaro Portales.

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