miércoles, 22 de mayo de 2013

Recordando a Constantino Carvallo

A propósito de su libro 'El más vid de los oficios' (de inminente publicación), Eloy Jáuregui nos obsequia esta crónica sobre Constantino Carvallo, mítico educador peruano sobre quien leímos el domingo pasado un entreñable texto firmado por Jorge Eslava. A continuación, fragmentos y texto completo de 'Clase y tino de Constantino', crónica que registra nostalgia y agradecimiento dedicados a la memoria de uno de los grandes educadores peruanos:

El pasado domingo, Jorge Eslava, mi compañero de trabajo, publicó en El Dominical un texto recordando a Carvallo: “El timonel mayor”. Soy injusto, más que recordarlo hay que trabajar con él, digo yo. Y por supuesto que citaba los tres libros del maestro que fueron compilados precisamente por Eslava. Diario Educar (2005), Séptima Luna (2011) y Dónde Habita la Moral (2011). Todos publicados bajo el sello de Aguilar Santillana. Eslava en otra parte ha escribió: A principios de los ochenta, cuando lo conocí, era un Cristo: melenudo, barbado y comprometido por hacer el bien. Un predestinado a cuidar el alma del prójimo, a facilitar el encuentro de nuestras vidas múltiples y darles sentido. Por eso fundó el Colegio Los Reyes Rojos, inspirado en un verso de Eguren, ese poeta profundo y bueno. Qué tiempos difíciles significaron levantar una escuela innovadora -a contracorriente de los dictados del ministerio-, que concibiera la educación como una comunidad humanísima, sin odios ni discriminaciones. Constantino fue la lucidez y también el nervio para que -junto a un puñado de profesores entrañables- Los Reyes Rojos se constituyera en el lugar deseado para crecer. Cientos de adultos agradecemos al cielo la existencia de Constantino y de su colegio; nos devolvió la confianza en la bondad. Miles de chicas y chicos están orgullosos de haber estudiado en ese colegio barranquino; de haber abrazado a su director”.
(...)
Carvallo es pedagogo desde sus entrañas. Habla con tilde al asombro porque sabe. Y enseña porque domina la seducción, ese clavel esplendoroso para domeñar la ignorancia. Esto lo hace único en un país donde muy pocos leen. Entonces tiene enjundia y duende. Por eso cuando funda y dirige el colegio Los Reyes Rojos en 1978 en la calle Cajamarca en Barranco, le cayó el orden y la disciplina castrense. Yo soy su vecino. A dos casas más, vivo en los predios amorosos de Raúl Gallegos y Nené Herrera. Dos amigos propios de los personajes de José María Eguren.
Y cuando su colegio es cuestionado por innovar o revolucionar en este espacio tan sublime y al mismo tiempo dictador, como es la educación en el Perú de hace un tiempo, salta hasta el cielo. Hablo con él por mi cercanía geográfica y porque soy amigo de la esposa del poeta Enrique Sánchez Hernani, quien trabaja en el colegio y converso con Constantino hasta ayer. Yo como periodista, él como sabio. Le digo que no friegue con su ‘revolución educativa’, que se tira encima a la sociedad con su peso a elefante dormido. No, dice, hay que cambiar no solo para ser mejor sino para que todos mejoremos.
(...)
Rafo León tiene un problema parecido y lo cuenta en la revista “Caretas” respecto al estilo de Carvallo. Lo cito en mi sitio: “En gran medida la transparencia del alma de mis hijos data de los diez años que pasaron en el colegio barranquino, tutelados por Constantino para que guardaran siempre la alegría de vivir pero sin ignorar que nuestro mundo generalmente es espantoso, que hay cosas que se pueden cambiar y hay que hacerlo, pero existen otras en nuestra naturaleza que son inmutables. Tenemos la obligación de domeñarlas: la crueldad, la envidia, el deseo del mal a los otros, la mezquindad. Más áreas negras que blancas llevamos dentro los seres humanos, y eso, con tino y respeto, componía el mensaje pedagógico de Constantino a sus discípulos. Nuestra condición existencial. (…) Por ese tema tuve con Carvallo una fuerte discusión alguna vez, una bronca que nos distanció. Una diferencia infantil e inmadura que el tiempo limó y también determinó que yo aceptara que quien tuvo la razón fue él y no yo”.

Lea la crónica completa vía Cangrejo negro.

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