miércoles, 24 de julio de 2013

¿Ética periodística o autocensura de la tragedia?

La última edición de Rolling Stone, y su polémica portada, continúa generando debate y no pocos altercados entre quienes opinan incluso ignorando por completo el reportaje de las páginas interiores, que intenta explicar cómo un estudiante popular y prometedor se vinculó con islamistas radicales y se convirtió en un monstruo. Los editores de la revista, que defienden su decisión basándose en el hecho de que Dzhokhar Tsarnaev (quien enfrenta juicio como uno de los responsables de los atentados de la maratón de Boston del pasado15 de abril, las mismas que dejaron tres muertos y 264 heridos) sea joven y se ubique dentro del grupo de edad de muchos de sus lectores, consideran ésto último como importante para la publicación porque permitirá examinar las complejidades del tema.
Sin embargo, para la mayoría de la opinión pública Rolling Stone ha premiado a un terrorista, prodigándole un tratamiento de celebridad y ha colocado a Tsarnaev ante los ojos del mundo como un rockstar. Cientos de negocios y cadenas minoristas retiraron de sus anaqueles la revista en aras del respeto a las víctimas y a las familias afectadas. Otros sectores llamaron a una quema pública de los ejemplares de la publicación. Incluso hasta el alcalde de Boston consideró que la portada “reafirma el mensaje de que la destrucción les da fama a los asesinos”.
Al respecto, no es la primera vez que un magazine publica en su primera página el rostro de un asesino.  Time publicó en su portada  los rostros de los asesinos de 12 estudiantes y un profesor, crímenes cometidos en 1999 en una escuela secundaria norteamericana. La revista los llamó “los monstruos de al lado”, buscando una explicación a qué había convertido a estos dos muchachos en los responsables de una tragedia. Y la lista es larga. Timothy McVeigh, autor del atentado en Oklahoma, donde murieron 168 personas, apareció al menos en tres ocasiones como el actor principal de la portada de Time entre la fecha de su aprehensión y su ejecución en 2001. Lo mismo ocurrió con Osama bin Laden después del 11 de septiembre.
¿Pero qué lleva a un editor a colocar en portada a alguien como los arriba mencionados?, ¿qué papel desempeña la ética en todo esto?, ¿utilizar la fotografía de alguien significa avalar o respaldar sus acciones?
Es cierto que la portada de una revista como Rolling Stone sigue teniendo un papel cultural importante; la elección y el despliegue de una fotografía puede sacudir al lector. Lo sorprendente de este caso, es que la fotografía de Tsarnaevno fue alterada para transmitir una opinión editorial sobre el tema (como ha ocurrido en infinidad de casos que han mostrado al actor principal de un crimen con los ojos desorbitados y en actitudes agresivas). El mismo The New York Times, ya había publicado la imagen en primera plana, así como los grupos que defienden su inocencia.
Hay quienes como Sean Murphy, fotógrafo de la Policía de Massachusetts, durante la captura de Tsarnaev, piensan que la fotografía que debió exhibirse en la portada de Rolling Stone era una donde se ve al joven herido y con los láser de los rifles de la policía apuntando a su cabeza. En un texto titulado “El verdadero rostro del terror”, Murphy considera que Rolling Stone glamoriza al asesino y es un incentivo para otros que desean estar en la portada de una revista.
Lo cierto es que el asunto ha escapado a toda cordura y debate alturado sin que siquiera se lea y revise el reportaje en páginas interiores. Estamos pues ante la cultura de la autocensura ante la tragedia, dejando el mensaje de que todo material debe responder a pautas que se consideran 'correctas', a riesgo de ser considerado de mal gusto o fuera de lugar. Altamente polémico, desde el punto de vista ético merece ampliarse un debate que permita discernir sobre la responsabilidad social del periodista y los criterios editoriales que manejan los medios.

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