Juan Cristóbal
Cuando llegaron los conquistadores españoles, aparte de expropiarnos las riquezas materiales, nos expropiaron también, como dijera Manuel Scorza, una enorme riqueza espiritual: la palabra. Lo cual significó, entre otras cosas, manipularnos (deformándonos) el pasado y la memoria. Cosa que siguen haciendo, como veremos, por otros métodos, pero con los mismos objetivos, los nuevos conquistadores.
Pero, ¿por qué es importante luchar por la palabra? Porque es recuperar nuestra identidad. Nuestros sueños, nuestras esperanzas, nuestras utopías. Porque la palabra, en la actualidad, y eso lo saben los nuevos conquistadores (y si no lo reconocen, se hacen los olvidadizos), es imaginar, con nuestras obras, nuestro futuro y, de igual manera, poder corroer y denunciar, como lo hace Galeano o Mafalda, el poder globalizador del imperio y sus infernales circuitos financieros y comerciales, tan metidos en las decisiones políticas del mundo entero, junto con sus aparatos de espionaje y militares.
Esto significa que, desde nuestro trabajo literario, es posible cuestionar el sistema explotador y desarrollar una literatura popular y nacional, sin ningún tipo de recetas, en contraste con la literatura antinacional que producen los nuevos conquistadores con el adalid Vargas Llosa a la cabeza, y sus magros servidores como Ampuero, Roncagliolo, Bayly, entre otros.
Este trabajo de formar la conciencia de nuestro pueblo es clave para el futuro, por varios motivos: porque es educar y sensibilizar a las grandes mayorías de la explotación a que hemos sido y somos sometidos (tal como lo hicieron Arguedas, Ciro Alegría y Vallejo), porque nos permite poner sobre el tapete los intereses de los antinacionales, y porque nos permite ligar el descontento de las luchas populares contra las clases dominantes y la ambigüedad de tantos progresistas que se dicen de izquierda.
Y esto no es nuevo. Se dio desde comienzos del siglo XX, cuando Mariátegui, y antes los anarcosindicalistas, y después los intelectuales y literatos, estaban en el campo popular, defendiendo no solo con su obra, sino también con su vida, sus ideas. Basta recordar al grupo Orkopata, a los Poetas del Pueblo, por los años 40, que, si bien militaban en el APRA, cuando se decía antiimperialista, luego muchos se separaron y pasaron a diversas filas de la izquierda, y cómo no, al Grupo Primero de Mayo, y después al poderoso grupo Narración, de los años 70, con el que algunos fundadores ahora discrepan, finalmente tenemos a Gleba, Piélago, Estación Reunida, Hora Zero, grupos pequeños pero que no estuvieron al margen de las ideas socialistas.
Recordar, igualmente, a poetas del 50 como Gustavo Valcárcel, Alejandro Romualdo, Juan Gonzalo Rose, Paco Bendezú quienes militaron o estuvieron cerca del PC, a Washington Delgado, Sebastián Salazar Bondy, que desarrollaron una labor creativa en las filas de la izquierda, si bien no orgánicamente, pero sí en favor de los derechos humanos, de la amnistía a los presos políticos, en la lucha por el petróleo y en su labor antiimperialista verdadera. En algunos casos no solo acompañaron, sino estuvieron en la vanguardia de esas luchas. Recuerdo, por los 80, a don Mario Florián expulsado del magisterio por participar en las luchas del SUTEP. Y antes, a Carlos Oquendo de Amat, comunista de carne y hueso, muriendo pobre en París, con su camisa roja, por sus ideas, y a Xavier Abril, olvidado por la crítica y la historia. Y a muchos más.
Y cómo no rememorar a Javier Heraud, Edgardo Tello, asesinados por ser guerrilleros, paradigmas de nuestra época. A Leoncio Bueno, asaltando bancos para el levantamiento de Hugo Blanco. Al suscrito, haciendo lo mismo, para las guerrillas del 65. A Juan Ojeda, preso en Brasil, por cooperar con los guerrilleros brasileños. A Cesáreo y Gregorio Martínez, Jorge Luis Roncal, Gonzalo Espino, Esteban Quiroz (de la editorial Lluvia), Hildebrando Pérez Grande, haciendo huelga de hambre a favor del SUTEP. Y así podríamos hacer citas interminables de diversos intelectuales y artistas en actividades a favor de la causa popular. Nombres como Rodrigo Montoya, Delfina Paredes, Manuel Acosta Ojeda, no pueden pasar desapercibidos en esta causa que tanto condenan y asustan a los nuevos conquistadores.
Es decir, la relación de los intelectuales y literatos con la izquierda no es reciente, ha sido histórica desde los años 20 por lo menos, sin mencionar a Mariano Melgar. Ha existido siempre una vinculación con la clase obrera y la mayoría explotada. Y esto, por una sencilla razón: porque en el Perú, como en otros países, hay dos grandes cosmovisiones, producto de la lucha de clases (que tanto atemorizan a los nuevos conquistadores): la del mantenimiento del sistema y la del cambio y la rebeldía. Si tuviésemos que graficar en nombres estas cosmovisiones diríamos que Vargas Llosa y sus adláteres pertenecen a la primera, y Vallejo, Arguedas y los actuales socialistas a la segunda.
Todo lo cual significa que algunos intelectuales y artitas se la jugaron para construir una patria justa, humana y solidaria. Mientras otros, bien gracias. En sus torres de marfil, escapándose de la realidad. O, como en la hora presente, tratando de idear una cultura transnacional, marginando o ninguneando a las culturas nacionales. Como bien lo expresa en un artículo anterior Fernández Cozman, cuando se refiere a Vargas Llosa y lo trata de "intolerante". Yo diría, fundamentalista de derecha.
Papel de los nuevos conquistadores
El papel de Vargas Llosa y sus seguidores es legitimar, pues, la cultura y la literatura imperial globalizadora, robándonos la palabra (como los antiguos expoliadores) a través de los diversos medios de comunicación y editoriales, para imponer de manera imperiosa una visión maniqueísta y antihistórica.
Y esto lo hacen, según sea el autor, de diversas maneras. Vargas Llosa lo hace abiertamente, mientras los suyos congelan el sistema manteniendo un perfil bajo o no cuestionándolo abiertamente (Iván Thays), cuestionándolo en el bar o en los cafetines, exponiendo mentiras respecto a las luchas populares y su violencia revolucionaria (Roncagliolo y Cueto), avalando el arribismo, la frivolidad, el individualismo (Bayly, Ampuero). Y todos ellos, distorsionando y caricaturizando la ideología del socialismo y entregándose totalmente al enemigo, ya alquilándose y vendiéndose (como Thorndike, en tiempos de Fujimori), en soledad (o en la cocina, como Hinostroza), en angustia permanente o en un infinito pesimismo.
De donde se desprende que, la lucha contra esta cosmovisión e intelectuales y literatos, tiene que ser permanente, justa y necesaria. Respetando, evidentemente, las formas de respuesta, porque son polos contradictorios de nuestro proceso cultural y literario (como lo fueron Sánchez y Mariátegui). Pero confrontándola permanentemente, aun cuando nos nieguen, bajo diversas modalidades, las posibilidades de respuesta en sus blogs o portales respectivos.
Mantener la llama viva de esta respuesta es ser consecuentes con la historia del país, con el futuro de nuestro pueblo y con tantos mártires que murieron y desaparecieron. Porque cuando llegue "la hora de los hornos" no quisiéramos festejar la Toma de la Bastilla, sino la Toma del Poder por los Bolcheviques.
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