Los días que han pasado escribí y publiqué algunas líneas en el novísimo diario que he aperturado en Tumblr, textos breves donde intento reflexionar sobre la vida cotidiana que al suscrito le toca y sorprende a diario, en la avenida, con esa ráfaga de amarillo sol que nubla, que ensimisma, que lo devuelve a uno al fervor que por años percibí en la plaza frente al mar de mi infancia, a esa ondulante delicia obscura que me ha dotado sobremanera de paz, de lluvia, también de desesperación… Los días que han pasado permanecí casi en silencio y escuché -sin oír- el sonido de la historia. Renuente a escribir más sobre César Vallejo y su cumpleaños ciento veinte (aunque parezca increíble, todo el mundo dijo acordarse del poeta de todos a partir que apareció el doodle a manera de homenaje), sobre la peculiar escena cultural de mi ciudad (dueña de gran potencial, el mismo que se disuelve en la desidia de sus propios impulsores, así como en los pleitos improductivos que constituyen el eje sobre el cual gira), decidí regresar al asfalto y a las palabras sencillas que muchas veces iluminan la vida, volver aquí a ests espacio que intenta volcar cada cierto tiempo reflexiones que sacuden el mundo en el cual sobrevivo (perdonen la tristeza).
La semana que pasó me pregunté, por ejemplo: ¿por qué se sataniza al tweet y se le margina de la literatura, si como herramienta de contacto con Internet propone una red de espacio de comunicación?, ¿por qué la educación peruana no le enseña a los jóvenes a estar a solas consigo mismos?, ¿por qué subsiste la idea romántica del escritor, la que lo condena a vivir atado a la precariedad propia y al desinterés ajeno?, ¿por qué se me pegado cierta canción que habla de copas que giran, luces de la aurora y sandalias planas?
Cambio radical de las relaciones entre los seres humanos, con más de 200 millones de usuarios (escasamente doscientos cincuenta mil peruanos, entre ellos) y alrededor de 65 millones de mensajes diarios, Twitter apuesta también como forma de creación literaria (ya son varios los autores que han dado el salto al libro impreso), como serie de microficciones, como revista dedicada a todas las formas de literatura breve (entre ellas a Twitter como género). El suscrito vive y siente en 140 caracteres, dobla ahí la página del día, escribe lo que le dicta el jardín de sus arterias.
Pero como todo exceso es dañino, en el mundo -obsesivamente interconectado- en que vivimos, es más fácil comunicarse con alguien del Polo Sur que hablar con cualquier vecino, llegando al extremo de que incluso lo más difícil es comunicarse con uno mismo. La soledad: aprendizaje, exigencia, valentía de los espíritus que apuntan a la excelencia, está rodeada de esa aura de pánico para la mayoría de los mortales que no aprecian (que no aman) el silencio, lo esencial, que detestan el ruido urbano, cotidiano, brutal, humano, peruano, chimbotano (perdonen otra vez la tristeza). En los días que corren, todo es fast food, malls, relaciones rápidas y conversaciones fugaces; la idea de estar con uno mismo es casi una idea revolucionaria que hace falta practicar. ¿Tú qué dices?
Copio y pego aquí –literalmente- un puñado de frases arrancadas a mi memoria: “No, Augusto, ¿qué es eso de que quieres ser escritor? Te vas a morir de hambre, ¿no te das cuenta? Adónde vas a llegar con esa porquería. Yo no voy a financiar aficiones improductivas, hijito; no señor, además: ¿qué shit sabes tú de creación artística? Pérate nomás, ahora mismo arrojo a la basura esa montaña de libros viejos que te ha lavado la cabeza…”
Mi padre se equivocó largamente (triste su vida), se dejó llevar siempre por la idea del inveterado desvalimiento en que los escritores se mueven a su paso por la existencia, extrapoló la imagen clásica de un autor de ficciones a cualquier campo de la creación artística, sentenciando al suscrito a porfiar en la vida, a construir una existencia hecha de papel, de tinta...
Hablaba de la música, líneas arriba, una de las pocas artes que tiene la fuerte tendencia a quedarse en nuestra mente. Y es que las tonadas (intrusas o cordialmente invitadas) se introducen en nuestro pensamiento y suenan una y otra vez, en vértigo interminable, a manera de memoria involuntaria, estímulo multisensorial, frecuencia codificada y emocional que se aloja mejor (a veces para siempre) en la memoria, guardando información importante a través de las canciones. ¿Cómo zafarse?, quizá con una nueva canción que se nos llegue a pegar. Después de todo, cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da. Todo se transforma.
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