martes, 11 de septiembre de 2007
En blanco y negro *
Para Lucita Eustaquio y para
Fernando Bazán Blass.
Augusto Rubio Acosta
Lo han quemado todo. Han volado el alambique, las máquinas, los edificios y el ingenio. Puente y Palo Seco han quedado en llamas... ¿Ves esa luz del fondo?... Todo eso era la hacienda, y esa luz ahora es fuego, Mariano, el blanco y negro, el fuego de esta guerra… Arroz, azúcar, alcohol, los chilenos se han llevado hasta los caballos y las vacas. A esta hora ya nada queda en Chimbote, nada carajo, si todo lo han quemado esos mierdas...
Es lunes, está anocheciendo en el mar y Pablo deja caer unas lágrimas a bordo de El Silencio. Al fondo, sobre la franja costera y haciendo a un lado la bandera italiana que flamea en la nave, se elevan enormes lenguas de fuego. Las balas silban sin cesar en las calles del puerto, las mujeres gritan y los niños lloran; muchos continúan llegando hasta la escala del barco pero no hay espacio para todos. Hasta los esclavos coolíes de los ingenios de azúcar han escapado de los asesinos y han venido a pedir apoyo porque no tienen a dónde ir. Todo es un caos. Desde el viernes sólo hay saqueos, muertes y embarque de mercaderías. La Chacabuco ya no tiene bodegas, igual sucede con las otras naves. Y esta negra y espesa humareda continúa tiñendo el cielo de la bahía que se ilumina con la luz siniestra de los petardos y el incendio en la estación del ferrocarril…
- ¿Cómo se llama, señora?
- Cayetana.
- Pase usted, por favor, suba a los niños... Se quedarán en mi camarote, ¿le parece?... Mariano, dale mis llaves, que les den de comer algo, que les cambien de cobijas... No, señora, guárdese ese dinero; le hará falta, sabe, aunque aquí no haya nada que comprar...
Debo enviar mis notas informativas mañana, ponerlas en dos colores que el periódico ya no espera. He estado callado casi cuatro días. Desde el viernes 10 que empezó todo esto “La Patria” no recibe ninguna crónica, pensarán que algo malo me ha pasado. Voy a la Aduana, a lo que queda de ella. Dertreano, el hacendado arruinado, ha convocado a una reunión en una casa de la Calle del Comercio. El pobre se va a Lima, pero igual ha dicho que financiará a la guerrilla. Vengo pronto, Mariano, si hay demasiados soldados traeré a todos, haremos la reunión aquí.
Anoche que Pablo y los muchachos vinieron, me recorrió el cuerpo una especie de escozor. Será que hablaban de volar la Itata o la O´Higgins que llegó ayer, cargó hoy y se va mañana. Será que todo esto de las armas, el soldado chileno muerto que amaneció en La Cuesta, la guerrilla que se ha organizado y la gente que llega hasta aquí a preguntar la manera de unirse, como que me ponen nervioso. Anoche Pablo y la gente hablaron también de matar a Lynch. Dijeron que a su regreso de Supe con los rifles y los cañones de sitio, podrían cogerlo apenas salido del muelle, que no importará lo que suceda luego porque ya han visto demasiado, que por sus mujeres violadas y sus hijos muertos lo matarán mil veces...
- Usted es un hombre valiente, señor Aróstegui, aunque no lo parezca…
- Un periodista tiene al menos algo de valiente, Cayetana, y llámame Pablo, por favor.
Cayetana sonríe, le habla de su esposo muerto en el incendio de Puente, le muestra su reloj de plata, el dinero y los bonos bancarios que lleva; le pregunta:
- ¿A qué hora vendrán todos?
- En media hora. La Itata debe estar entrando en Chimbote a las nueve, ya todos están armados y avisados. Las joyas, el dinero y la chafalonía de las cajas, Cayetana, puedes guardarlas aquí en mi camarote, estarán más seguras.
- ¿Y Mariano?, ¿no te acompañará?
- A Mariano, la verdad, no lo entiendo. Esperaba mucho más de él, no se qué tiene... Igual habrá que arreglárselas, nos bastaremos…
… ¡Qué te pasa, Mariano, qué mierda tienes!... ¿Acaso te vas a orinar ante los sucios chilenos?... ¿qué no ves que a todos aquí y hasta a los italianos de El Silencio, el Paulina y la Catherine, nos jode, nos arde carajo, el incendio en Palo Seco, lo del tren, lo de la Aduana?... ¿Qué no ves los cientos de mujeres que han violado esos perros en la Alameda, en San Víctor, en San José y los niños muertos?, ¿acaso eres ciego?, ¡no te mueve, por Dios, el incendio, la destrucción de Chimbote!...
Pablo piensa que soy un insensible, que me importa un carajo la situación de la gente y todo lo que se vive. Él no sabe, no entiende… Yo no tengo por qué morir, por qué perder… Mañana debe llegar la Itata con las armas y con Lynch; debo levantarme temprano y ver lo de Cayetana, ir al muelle antes que aclare; a esta hora ya deben haber leído el mensaje que dejé en el cuartel de la Alameda, es cuestión de esperar, de estar preparado…
- Tengo un mal presentimiento.
- Espero que sea malo, muy malo Cayetana, pero no para nosotros. Ya he visto demasiado, sabes. Vengo de cubrir lo de Tarapacá y la toma de la plaza de Arica, ya no doy más, la verdad. Voy a terminar abandonando el periódico, mi casa, enrolándome en la guerrilla. Hay cosas, Cayetana, con las que uno no puede vivir ni dormir tranquilo…
- Te deseo lo mejor, Pablo, que Dios te guarde. Mis niños y yo rezaremos hoy por tu buena salud. Toma, te obsequio mi medalla; úsala, Santa Rosita te cuidará… Ojalá este barco nos lleve lejos, lejos de Lima, Pablo, porque dicen que los chilenos pronto desembarcarán allá.
- Yo nunca he visto tanta barbarie como aquí en Chimbote, tanta dinamita, tanta sangre y tanto fuego… Pero ya me decidí. Dejaré mi espacio aquí en el barco, ahora soy otro, me voy con los muchachos a continuar la guerra…
¡Marianoooo!..., ¡Marianoooo!..., ¡mierda, carajo, que no escucha ese imbécil!... ¡Vamos muchachos, quémenlos a todos, disparen, carajo!, ¡fuegoooo!...
Las balas silban en el muelle. Treinta hombres se enfrentan a tiros a la columna de cazadores del Colchagua que bajó de la Itata. Lynch ha recibido un disparo en el brazo y está sangrando.
¡Carajo, por qué no explotan las cargas!..., ¡qué mierda pasa, dígame alguien qué mierda pasa con el muelle!..., ¡Mariano, dónde está Mariano!..., ¡disparen, muchachos, quémense a todos los chilenos que puedan!, ¡Fuego y más fuego!..., ¡Fuegoooo!...
A veces no basta, Pablo, con ser valiente. Una cosa es tener valor y otra ser cojudo. ¿Qué mierda vas a ganar matando a Lynch?, ¿acaso vas a poder hacerlo?, ¿le vas a cambiar el destino a esta guerra acaso?... Carajo, soy peruano pero no imbécil. Por lo pronto ya me hice de las joyas y el dinero; Cayetana se puso difícil: tuve que encargarme de ella y de los mocosos, lanzarlos por la borda… La dinamita bajo la estructura del muelle tampoco reventará, me he encargado. Ay, Pablito, soñador, cojudo, periodista tenías que ser…
No me ha dado miedo morir, Pablo, la verdad. Cuando uno defiende a sus hijos, lo suyo, el país que uno tiene, la muerte es casi natural cuando llega… Ahora que te veo pelear con la camisa rota, desesperarte, arengar a los muchachos, y veo también como los ojos se te llenan de angustia, me arrepiento porque debí seguirte, cargar a los niños e internarme en la negra y humeante cabellera de fuego en las calles del puerto, apoyar la resistencia, hacerle frente a mi destino… Santa Rosa te cuidará, Pablo, piensa en eso, todo estará bien…
Son las doce, acaban de fusilar en La Cuesta a los dos últimos que se resistieron a declarar, y ya nos vamos. Dejamos este lugar de mierda que en fondo no es tan feo sino bonito, la isla esta que parece un dinosaurio durmiendo, el cerro negro coronado por el polvo espectral de las nubes y los ranchos ahora ennegrecidos por el fuego y las pisadas de botas en las arenas de la playa… Nos vamos, me voy por fin, y es como si todo quedara reducido aquí a dos colores: en blanco y negro partimos, nos vamos de Chimbote y seguro no volveré a pisar más este lugar; te quedas Pablo, por cojudo: bien muerto; todo estuvo bien hasta que decidiste cruzar la línea, traspasar lo que jamás debiste traspasar, pretender organizar lo inorganizable, la utopía posible, enseñarle a los chimbotanos a querer lo que les es ajeno, abrirles los ojos, hacerles sentir…
* Tomado de la revista Mundo Cachina N°4. Chimbote, diciembre de 2006
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Muy interesante, se que fue terible y espero que solo quede en el Recuerdo!
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