exhausto de vivir en el desierto, de desandar sus huellas extraviadas (el mismo camino), se detuvo en la plaza para fotografiarse, para arrastrar su sombra y su lengua por las fondas, para teñir sus pulmones con el cigarrillo prohibido.
a la salida del zela, en la esquina con la unión, un poeta ebrio le encaró: ya nadie recuerda tus canciones, nadie te espera en esta esquina, se ha olvidado la violenta soledad de tus aullidos al viento, tus poemas campesinos y pastrulos, ese canto desorejado que gritaba tus miserias, tus anhelos, tus iras.
la noche nebulosa gobernaba, la tarde de lluvia cedía. así se enferma tu memoria, así se derrumban las paredes que jamás grafitteaste, así se muere de pie, miserable, así se vive en poesía.
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